miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿PARA QUE EXISTEN LOS LIDERAZGOS?

FUTURO, CONFIANZA Y LIDERAZGO

La mente y el espíritu humano están condicionados por el tiempo. Nuestra condición humana nos impone ser conscientes de la existencia del tiempo sin haber experimentado el futuro. Desde el día que nacemos, derivamos por el tiempo hasta el día de nuestra muerte. Sabemos o tenemos impresiones de lo que nos ha sucedido en el pasado; pero no podemos tener certezas absolutas sobre el futuro. Nuestro radar espiritual y mental, da por sentado que el futuro existe; entonces aspiramos a estar presentes y conscientes cuando dicho futuro llegue, y aspiramos a disfrutarlo y no sufrirlo.

Las opciones son tres, y dos de ellas nos angustian: O creemos que el futuro nos depara algo bueno, o creemos que el futuro nos depara algo malo o no sabemos ni creemos nada concreto sobre lo que nos depara ese futuro. Tanto la certeza del mal futuro, como la incerteza absoluta sobre el mañana, generan angustia en cualquier humano medianamente consciente de sí mismo. Y como consecuencia de esa angustia,  fluye el sufrimiento. Si bien es posible adormecer esa angustia por los placeres mundanos, con las vanidades humanas, con “los cuentos” que nos contamos de nosotros mismos; esa incerteza, como un cáncer espiritual, soterradamente va carcomiendo por debajo nuestro espíritu, y nos deteriora con neurosis más o menos manifiestas.

La fe cristiana y el budismo, conforme sus dictados, pretenden suprimir esta incerteza del futuro, pero como dijo el buen Jesús, si tuviéramos una fe, tan pequeña como una semilla de mostaza, podríamos decirle a un árbol frondoso: arráncate de raíz y plántate en el mar, y nos obedecería. Lamentablemente no conozco a nadie que haya logrado esa proeza.

En este contexto cabe preguntarnos ¿para qué existen los liderazgos sociales, políticos, religiosos, sindicales, gremiales y de todo tipo? ¿Cuál es su razón de ser?; ¿Acaso para satisfacernos gratuitamente una necesidad actual o futura?; ¿Acaso para asegurarnos la entrada al paraíso después de nuestra muerte? ¿Quizá para asegurarnos que tendremos trabajo remunerado en el futuro?; ¿Acaso para asegurarnos buenos momentos y situaciones, independientes de nuestra conducta? La respuesta que yo me doy a esta pregunta es harto más modesta: Los liderazgos existen para brindarnos las certezas en el futuro, que nosotros mismos no somos capaces de darnos.

Entonces pues, la relación nuestra con el liderazgo es una relación de confianza. Les creemos a los líderes en cuanto a tales. Y los creemos capaces de brindarnos mayores certezas a nuestras existencias, con relación al futuro.

A propósito del estado actual de los liderazgos (religiosos, políticos, empresariales, sindicales), queda en evidencia que algo muy nocivo está pasando en la realidad nacional. Se percibe una desconfianza multilateral, de todos hacia todos, especialmente a los liderazgos y en especial hacia los líderes políticos en carrera electoral. Los medios masivos de comunicación social, por regla casi general, buscan enervar esas desconfianzas e incluso crearlas cuando no existen. La desconfianza pasa a ser la regla. Todos los líderes sociales son objetos de implacables escrutinios e implacables críticas. A esa conducta muchas veces desordenada y sin fundamento legítimo, se le ha bautizado como empoderamiento social, y casi todos dicen celebrarlo, como si fuese algo muy positivo y “evolucionado”.

Desde el lado de quienes pretenden liderazgos sin tener méritos para ello, se estimulan a tambor batiente desconfianzas en fulano o en zutano, en tal o cual grupo o referente social. Su premisa parece ser pisar espaldas para saltar al estrellato. En una ciudadanía receptiva a la mirada hostil, el suelo es fértil para esta semilla de maldad. Se pregona que todo lo que se ha hecho está mal y hay que cambiarlo. El cambio y la demolición del presente es la llave para un futuro esplendor. Por ejemplo, hubo una candidata presidencial “testimonial” (como hoy se le llama a quienes no tienen ningún liderazgo real), que si creyera ciertas la mitad de las cosas negativas que pregonaba, desde luego ya se habría suicidado. El discurso deprimente es la fórmula para conquistar voluntades deprimidas.

Es interesante relacionar este fenómeno de desconfianza, con la conciencia de la incerteza humana respecto del futuro, referida en estos primeros párrafos. Leí por ahí un pensador del siglo pasado decía; en el siglo XVIII se creía en Dios; en el siglo XIX se creía en la razón. En el siglo XX no se cree en nada. Algo de eso hay en el fenómeno descrito.

Decíamos que los liderazgos existen para brindarnos las certezas en el futuro, que no somos capaces de darnos por nosotros mismos. Y en la última parte de esa frase está la clave. La gran parte de las certezas que uno requiere en la vida para poder seguir viviendo con un mínimo de sanidad espiritual y mental, se los tiene que brindar uno mismo. Y es ahí, creo yo, donde está la explicación de la disconformidad casi generalizada de los ciudadanos, feligreses, y miembros de entes colectivos, con sus respectivos líderes. Les piden a los liderazgos un volumen de certezas imposibles de obtenerlas externamente. Certezas que los mismos individuos tienen la obligación de darse a sí mismos. Al ser imposible para los liderazgos brindar esas certezas, entonces sobreviene la rebelión.

La modernidad cuajada de “indignados” y “empoderados”, como el escorpión se ataca asímisma con su aguijón de ponzoñosas frustraciones. ¿El remedio? Definitivamente no está en dañar y reñir lo que en el mundo genuinamente funciona. El remedio está en volver sobre sí mismos, en un esfuerzo de comprensión de los por qué de las existencias y expectativas personales; aventurarse en los cursos de acción para conseguirlas. Nadie puede salvarse desde la inconsciencia. Una sociedad de inconscientes, es una sociedad de esclavos. Y en esto nada tiene que ver la riqueza. Conozco esclavos ricos.

Esta “american way of life” en la que se ordena la vida moderna me parece que nos ha alejado las viejas relaciones de vecindad, de familia, de matrimonio, de pareja, donde cada uno crece a partir del otro pero no a costa del otro; No le pidamos a los líderes lo que los líderes no nos pueden otorgar, y quienes aspiren al liderazgo no ofrezcan lo que son incapaces de entregar. El bienestar personal no lo entrega el Gobierno, la Iglesia o el Estado; se lo labra cada uno.

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