En tiempos de gelatinosa inestabilidad, la política como el arte de la persuasión racional pierde espacio en manos de la violencia política. Esta es, un estadio anterior a la guerra. Su objetivo no es aniquilar al adversario físicamente sino quebrantar su voluntad de proceder conforme a su voluntad expresa. Solo es eficaz cuando el enemigo es débil y cobarde.
La
virtud de la fortaleza es aquella que nos permite acometer nuestros fines y
resistir las dificultades que se interponen. La retórica es el arte del bien
decir, de dar al lenguaje hablado o escrito, eficacia para deleitar, persuadir
o conmover.
Gobernar
es dirigir un objeto desde un punto a otro. Chile desde octubre de 2019 ha sido
gobernado por la subversión política. Una subversión que no tiene un relato
explícito con el cual persuadir o conmover, o si lo tiene no lo ha hecho
explícito. Su única tarea ha sido tapizar el espacio público de desolación,
fealdad, grosería, insultos y rabia. Todo ello con un tufo a simulación forzada
y artificial por cuanto hasta los insultos no son de origen criollo. La palabra
bastardo hasta octubre del año pasado no era un insulto en Chile. La
muralla -el papel del canalla- nos insulta ahora de forma globalizada.
¿Y qué
aconteció con nuestros líderes? Pues sucumbieron al miedo. Así de
simple. Su pretil de la fortaleza era muy débil. Ante una mínima acción
vandálica ese pretil se desbordó. Y han entregado al País a la voluntad de los
vándalos. Vimos al Intendente de Santiago para cuidar su pega, implorar y humillarse
en la cámara de diputados diciendo que era culpa de los carabineros y no de
él, haber defendido los bienes públicos y privados de la voluntad de quienes
querían legítimamente protestar atacando a la población y a los bienes
de la población; vimos al Jefe de Estado en foros internacionales, con una
retórica que da vergüenza ajena, tratar de caerle simpático a los violentistas
que destruían la ciudad; vimos al alcalde de Santiago obrar celosamente para reservar
el espacio público a fin que se manifiesten los que han llenado de
excrementos físicos y verbales la comuna cuyo orden y ornato le compete.
Pero
el sainete más patético ha sido el de los diputados del 5% de aprobación
ciudadana, buscando desesperadamente recuperar el favor perdido, han quebrado
el chanchito de las jubilaciones invocando las urgentes necesidades de
la gente. Todos sabemos -ellos también- que esta iniciativa fue de la extrema
izquierda para destruir los mecanismos de capitalización, seguridad social y
ahorro público que marcaban la diferencia entre Chile y el resto de
Latinoamérica. Todos sabemos que aquellos ahorros irán desordenadamente a
destinarse a gastos prescindibles y no solucionarán nada. Sus florituras
retóricas para justificarse por esta desastrosa decisión son para llorar. Llorar
porque se cargaron al País sin necesidad de haberlo hecho. Desacatando el
mandato de quienes los eligieron y alineándose por MIEDO, con sus enemigos
políticos, que no dejarán de ser sus enemigos por el solo hecho de haber cedido
a su presión.
Honorables
diputados de derecha y de centro izquierda que votaron por la destrucción del
sistema previsional: Sabemos lo que ha hecho. No sacan nada con esconderlo tras
retorica barata y ridícula. Como dijo el mejor líder que tuvo la República en
el siglo XX, los tenemos a todos identificados. No solo sabemos lo que
han hecho; sabemos por qué lo han hecho. Destruyeron o en el mejor de los casos
dañaron gravemente, el mejor sistema previsional del mundo, que propendía al
bien común general de Chile, por ninguna causa que no fuere el miedo. Y lo que
es peor, el miedo a un enjambre de pililos que destruyeron todas las ciudades
de Chile y que eran fácilmente neutralizables. Pasarán a la historia no por su
retórica barata. Pasarán a la historia como un grupo de pusilánimes.
Noviembre
de 2020