IDENTIDAD DEL QUEHACER PARTIDARIO
“HACER POLITICA” PARA CHILE
Para enfocar una cuestión tan
amplia y compleja como “la política”, debemos aproximarnos a lo doctrinario. Como
aproximación podemos decir que, la política es, el arte conducente a, que
voluntades y conductas ajenas a la mía propia, hagan lo que mi voluntad propia
desea[1].
Es el arte de la conducción de voluntades para derivar de ellas conductas
deseadas por mí.
Esta cuestión parecerá quizá
trivial y la definición quizá imprecisa, pero es necesario el cuestionamiento previo
a cualquier análisis, toda vez que es común entender hoy en día, que hacer política
partidaria, es el arte de ganar elecciones. Así lo proyectan los medios de
comunicación, y gran parte del sentimiento adverso de la ciudadanía a la
política es que “los políticos” son vistos como abocados solo a eso.
Entonces pues teniendo presente la
definición propuesta, la primera premisa para “hacer política” es
tener un deseo respecto del futuro de la colectividad en que pretendemos
conducir voluntades, e influir en conductas.
El arte de desear no es cosa fácil
nos recuerda Ortega[2].
E incluso, en política es muchísimo más difícil que en las disyuntivas
personales. Y para mayor complejidad, la realidad contemporánea, -como dicen
los periodistas-; es una noticia en curso.
Es decir, el suelo en que apoyamos nuestros pies en el mundo contemporáneo,
está en movimiento, y lo está a gran velocidad. Por ende, no es nada extraño, que
lo deseado por la derecha o la izquierda para nuestra república, nación o
región hace 20 años, hoy quizá no lo sea, absoluta o relativamente.
Y a la hora de definir futuros “estados
deseados”, la “oferta” del espectro político da cuenta de una lamentable pobreza
e imprecisión reflejada en los apodados “lugares comunes”. “Mayor Igualdad”, “atención
a los más desposeídos”, “una sociedad más inclusiva”, educación “gratuita y de
calidad”; para nombrar los más en boga.
Una nueva identidad partidaria, y
el arrastrar voluntades tras esa nueva identidad, supone precisar las
reales carencias de nuestra comunidad nacional, y, en consecuencia, los estados
deseados futuros que superen dichas carencias. Decir, por ejemplo; “mayores
grados de desarrollo”, es no decir nada identificable, porque no identificamos,
que queremos decir, con sociedad
desarrollada.
Ahora bien, para tener deseos respecto de lo que la
colectividad debe ser, es preciso que tengamos claridad sobre lo que Chile es.
Y aquí me detengo en dos palabras cuyos sentidos y alcances debe ilustrarnos
sobre lo que no debe ser la actividad partidaria: Utopía; plan, proyecto, doctrina o sistema irrealizable, o
bien, una representación imaginativa de la sociedad futura, con características
míticamente enaltecedoras de la naturaleza humana. Ucronía; reconstrucción de la historia sobre datos
hipotéticos, generalmente favorables a conclusiones preconcebidas sobre el
presente o futuro.[3]
Entonces, el examen de lo que Chile
es – nuestro diagnóstico – nos obliga a un ejercicio de rigor y honestidad intelectual,
que nos identifique y nos cualifique, de los demás actores del espectro
político en el que nos corresponderá desarrollarnos. En este esfuerzo de
identificarnos, hay aquí a mi juicio, una oportunidad de, -como diría un
economista –, agregar valor al movimiento
y consecuentemente generar una imagen de solidez. Y esta oportunidad se deriva
de dos hechos coyunturales: La derecha ha pecado de una superficialidad
irritante en lo doctrinario; y la izquierda peca en base a su ideologismo
extremo, de diagnósticos ucrónicos y propuestas utópicas que, con un discurso
sólido, pueden desnudarse.
Nuestra colectividad; es decir,
Chile, que es el objeto de nuestra acción política, es una “cosa” muy
heterogénea, compuesta de elementos relativamente estáticos y otros
relativamente dinámicos. A riesgo de ser trivial, propongo una enumeración.
Son elementos relativamente estáticos,
por ejemplo:
1. Nuestras condiciones
geográficas singulares y distintas a otras “cosas” que llamamos el resto de los
países del orbe.
2. Nuestra
ubicación física en el contexto de la comunidad de naciones y, ordinariamente
llamadas condiciones geopolíticas. Y especialmente, la calidad y condición de
las naciones inmediatamente vecinas.
3. Nuestras
disponibilidades y carencias de bienes físicos que facilitan o posibilitan la
vida humana en su entorno.
4. Nuestra
innegable condición de actores menores
en la comunidad internacional, y de potencia limitada para influir sobre otros
miembros de la comunidad mundial.
Son elementos relativamente
dinámicos, por ejemplo:
1. Las ideas y
creencias de las élites
2. Las ideas y
creencias de las masas[4]
3. Las costumbres
y moral social de sus habitantes
4. Las
expectativas de sus habitantes
5. Las
condiciones de riqueza, ahorro y capitalización de chilenos
6. Las
condiciones de riqueza, ahorro y capitalización de la hacienda pública
7. El nivel de
autonomía de los individuos respecto de la colectividad
8. El destino
y potencia de influir que tienen las way of life que proyectan los medios de
comunicación de masas.
9. La calidad
media ordinaria de las decisiones de vida que adoptan los chilenos[5]
Lo señalado anteriormente aparecerá
al lector calificado, a quien va orientado, como la enumeración de cuestiones tan
evidentes que resulta hasta irritante su mención. Quizá el lector pensará; el mundo va demasiado rápido y tenemos
cuestiones demasiado urgentes que detenerse a leer el “pato del silabario” de
la política, con recetas triviales que todos sabemos sin siquiera enunciarlas.
Sin embargo, este movimiento nace a
la vida política, cuando el quehacer de los políticos está centrado en un
pragmatismo patético, orientado exclusivamente a la conquista y conservación de
cargos o empleos estatales, y su rol de conductores, se ha visto reducido al de
showman gobernados por las triviales y absurdas disyuntivas de los people meter
y de las encuestas de opinión.
El gravísimo y radical desprestigio
de los políticos y de la política en gran parte del occidente, especialmente de
derechas, pero también de izquierdas; es porque los políticos han renunciado a
la conducción y al liderazgo, contaminándose con la perplejidad ideológica del
ambiente, y lo que es peor, transformándose a veces incluso a sabiendas, en
mandatarios de los caprichos a veces autodestructivos de las masas solo por
mantener el “raiting”.
El cosismo cortoplacista, el
listado del supermercado de logros en el gobierno, los ofertones demagógicos,
la insistencia en debates que escapan de la esfera de “lo político” para lograr
una identidad frente a contendores, nos habla que las élites políticas se
encuentran, debido al impresionante tráfago de cambios que nos envuelven
cotidianamente, en una perplejidad similar o peor al que afecta a las masas.
Es menester pues un ejercicio de
humildad intelectual para retomar los temas propiamente políticos y trabajarlos
a fondo. A través de un discurso coherente de las cuestiones y disyuntivas propiamente
políticas, retomar la imagen de conductores que es lo que las masas pretenden
ver en la clase política.
Urge lo anterior por cuanto la
derecha liberal y conservadora, hace un buen rato que abandonó este ejercicio
por falta de sustancia; y la izquierda post moderna pretende la deconstrucción
de las ideologías, es decir, hacer una política sin relatos ni discursos, sino
meramente contestataria y demagógica[6].
Entonces pues, la genuina identidad
del movimiento se proyectará, cuando se desligue de la política “de lo que quiere la gente”, por cuanto “la
gente” lo que quiere efectivamente es una élite que los conduzca colectivamente
con un diagnóstico certero de la realidad nacional, en un ambiente de orden y
convivencia, que le permita a cada uno ejercitar su libertad esencial.
mayo de 2016
[1] Una definición tan amplia de
“política”, abarca pues desde el fenómeno de la guerra, hasta fenómeno de la
educación de los hijos pasando por el derecho penitenciario. Mayor precisión entonces
encontraremos cuando nos refiramos a los medios que le son propios y singulares
a la política.
[2] “Que es la Técnica”; José
Ortega y Gasset. OC
[3] Me detuve en estos conceptos
por cuanto nuestros contendores ideológicos, pecan cotidiana y sistemáticamente
de utópicos y ucrónicos, y es menester en el debate cotidiano denunciar aquello.
Además, la ucronía y utopía, son el alimento cotidiano de los demagogos,
principales enemigos de quienes pretendemos hacer política en serio.
[4] Uso la palabra “masas” solo
en cenáculos de análisis, por cuanto proyecta ordinariamente un concepto
desdoroso para la naturaleza humana esencial. Le doy el significado que le da
José Ortega y Gasset en “La Rebelión de las Masas” Capítulo I
[5] “Educación y Señorío”, de
este autor www.pabloerrazurizmontes.blogspot.cl
[6] Al estilo de los “indignados”
y el partido español “Podemos”, referente de nuestra criolla “revolución
democrática”