EPISTEMOLOGIA EN LOS
TIEMPOS DEL FACILISMO
La epistemología suele definirse como la teoría del
conocimiento, o aquella disciplina que se refiere a la forma como se genera el
conocimiento o se valida el mismo frente a terceros. Mis reflexiones apuntan a
algo más trivial: Me refiero a la forma como se genera la opinión sobre las
cosas y sobre los fenómenos.
El guionista y director Stanley
Kubrick nos exhibe en su célebre película “2001
Odisea del Espacio”, a los acordes de “Así Hablaba Zaratustra” de Strauss,
la escena inicial en que un homínido descubre un hueso, que, al asirlo de su
mano, proyecta un elemento con el cual es capaz de obtener un resultado
sorprendente: matar a su contrincante. Quiere representar con ello Kubrick el
inicio del largo camino emprendido por la humanidad de “inventar” y desarrollar
la técnica; cosas que satisfacen necesidades del hombre, y que,
acumulatívamente, han ido mitigando su natural precariedad humana para controlar
el espacio y el tiempo; aquellas categorías en las cuales nos encontramos
prisioneros.
Una técnica básica, que ha
marcado un antes y un después en este largo camino de la humanidad, en
compartir y transmitir su conocimiento u opinión de las cosas, fue el habla;
las palabras; el idioma; el lenguaje. Una sucesión de sonidos emitidos por la
boca y a través de la garganta, que pretenden representar cosas. El segundo
enorme escalón, fue la escritura. Una sucesión de símbolos que quieren replicar
las palabras expresadas fonéticamente. Aproximándonos a nuestra era, hace algo
más de 5.000 años, en las costas de Anatolia, unos individuos lograron ordenar
el conjunto de palabras, sucediendo frases, una tras otras y dieron inicio al
pensamiento reflexivo. A esta técnica la hemos llamado, el discurso. Es decir, dar razón de lo que se dice para justificar
su valor de verdad.
En lo sucesivo, el discurso habrá
de ser el método a través del cual, el hombre pretende ordenar palabras y
frases, para entender y dar a entender la realidad que lo circunda. La historia
de la filosofía y del pensamiento reflexivo, es una larga sucesión de discursos
que se van completando, refutando, destruyendo, reconstruyendo; unos por otros;
unos sobre otros. De tal manera, la humanidad progresivamente ha ido
comprendiendo, de una manera muy limitada por cierto hasta aquí, las
circunstancias que le rodean. También hubo desde muy antiguo, un uso
fraudulento del discurso. Los sofistas son el ejemplo clásico de cómo, a través
del discurso, en lugar de develar una realidad, se la puede obscurecer.
La imprenta permitió que muchos
seres humanos, tuviesen la posibilidad de acceder a estos edificios de
palabras, frases, ideas, comparaciones, paradojas etc. que encierran los
discursos; y a través del esfuerzo intelectual, aprender, lo que los
constructores de discursos nos legaban. Nos dice Ortega, que él ejerce presión
de la mente sobre las cosas, para que estas nos entreguen su verdad. Una muy
bella metáfora, reservada empero, a las mentes excelentes. Para las mentes
ordinarias como la mía, esta metáfora es aplicable principalmente, a los
discursos que las mentes excelentes han expresado sobre la realidad. Las mentes
comunes entonces -siguiendo la metáfora orteguiana-, oprimimos a los libros, para que estos nos expresen lo que las
mentes excelentes nos develan de la realidad. En ambos casos hay un esfuerzo
intelectual.
El siglo XX marca un nuevo hito
en este escalamiento que la humanidad ha desarrollado, sobre los medios
técnicos para acumular y transmitir el conocimiento y la opinión: Irrumpen los
medios de comunicación de masas. La prensa, los espectáculos públicos, la
televisión; tienen por un lado, el efecto ascendente de hacer accesible el
conocimiento y la opinión, a muchas personas que antes no tenían contacto con
el discurso y el razonamiento. Empero tiene por efecto descendente, que la
transmisión de opiniones y conocimientos se trivializa y se deteriora el
discurso como medio para la comprensión de las cosas. Se inaugura la era del
pseudo discurso. Ya no se necesita el esfuerzo intelectual para entender lo que
las mentes excelentes a develado. Ya el mensaje viene digerido y además
matizado de manera perversa con las emociones y afecciones, que cuando sojuzgan
a la razón, tenemos un resultado potencialmente explosivo.
Pero, aun así, el discurso
propiamente tal, mantiene su preeminencia, porque cuando queremos decir algo de
algo, emitir un juicio; debemos adoptar el rigor de los emisores: hilvanar
razones sobre razones. En efecto, si bien es cierto que este avance tecnológico
del siglo XX, incrementó masivamente las facilidades, para los receptores de
información, no fue así para los emisores. Estos últimos debían seguir ubicados
en un orden de poder que los hiciera usuarios de esos medios, sobre los cuales
los receptores tenían una relación más bien pasiva. Se mantenía hasta entonces
la constante del esfuerzo intelectual para generar la información la que recaía
principalmente sobre los emisores.
Pero la realidad de la técnica,
no se ha detenido. Presenciamos el enorme salto tecnológico del siglo XXI. El uso
masivo del computador, el celular, el internet y las redes sociales, han puesto
a disposición de las personas el
facilismo de la emisión. Sin mayor esfuerzo, las personas son capaces
de emitir opiniones y estamparlas por escrito. ¿Y qué consecuencia ha tenido?
Se ha masificado la emisión de un número de emisores elevado a la potencia de
la potencia; emisores que no son cultores y perciben que no requieren, del
recurso discursivo para decir algo de algo.
Este fenómeno conforma el segundo
espolonazo infringido al discurso,
como medio de transmisión de comprensión o develación de los problemas
radicales del ser humano. En 140 caracteres, se puede decir lo que uno “siente”
-esa es la palabra talismán que se usa para esta categoría de emisores - y la
audiencia es toda la humanidad. El vértigo de decir cosas sin fundamento
radical, ha expuesto al discurso, a un nuevo y esta vez más agudo deterioro de
su valoración comunicativa.
Paradojalmente estos mismos medios
tecnológicos pusieron gratuita y fácilmente a disposición de todos, datos que
son producto del esfuerzo intelectual de miles de hombres de mentes excelentes.
Antaño, el solo conocerlos era causa de un enorme esfuerzo. Hoy los
conocimientos están ahí, y paradojalmente por el fenómeno descrito, se usan
menos que antes.
No alejamos de la posibilidad de develar la solución a los problemas
humanos, por cuanto los símbolos que son las palabras, ya no proyectan una cosa
unívoca. Porfiadamente se insiste en concepto de una superficialidad irritante
para describir el “estado deseado” de la sociedad humana. Palabras percibidas
emocionalmente como buenas, en verdad
no dicen algo preciso ni univoco y por consecuencia algo comprensible: derechos
humanos, igualdad, desarrollo, inclusión etc. etc. Sacerdotes, dignatarios
políticos, líderes sociales de todo orden, hablan y no se dan a entender. Y lo
que es peor, muchas veces ni siquiera pretenden darse a entender; buscan
principalmente golpear la emotividad
de los receptores. Se persigue más, la perplejidad y el estupor, que la
reflexión.
El resultado de este pandemónium
de sentires, es un Babel afecto a la
maldición de Jehová. Y los más audaces ya solo invocan sentimientos y
pulsiones. Se acabó el relato, dicen
entusiasmados de su brillante descubrimiento. Y como corolario de este festival
de opiniones infundadas, surgen las encuestas de opinión; verdadero oráculo y objeto
de idolatría, que nos ilustra sobre “la
opinión pública generalizada”, el timón que guiará a la humanidad hacia un
destino feliz.
Cuando a los indios americanos de
La Española, Cristóbal Colón les
regaló cuentas de colores, aquello debe haberlos ocupado un buen rato, pero muy
probablemente después que decayó su estupor, cayeron en cuenta, que los
conquistadores traían bastantes más “novedades” que las cuentas de colores.
Alguna muy indeseables para ellos. Los computadores, el internet y los smartphones,
son algo así como las cuentas de colores del siglo XXI. Ojalá la sociedad
contemporánea despierte pronto de esta suerte de perplejidad en que lo han
sumido los medios para saber y conocer, y se enfoque justamente en los fines:
saber y conocer.