miércoles, 30 de octubre de 2024

INDIVIDUALISMO Y DEMAGOGIA

 

La democracia es una idea. Una idea que prescribe cómo debe gobernarse un colectivo. Esta idea presupone otro concepto también teórico y aún más vagaroso: la soberanía popular. En términos teóricos, un ente colectivo: el pueblo, a través de elecciones por sufragio universal, decide quién debe gobernar ese colectivo, mandatándolo para ejecute esa voluntad popular. Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, reza el auto de fe que le sostiene. La realidad contingente de modo evidente, no coincide con ese deber ser. La democracia, el régimen democrático real, no es evidentemente lo que se dice de ella.

¿Cuál es la razón para que, en este estadio de la historia de nuestra civilización, aquel formulado teórico sea inexistente? Pues la inexistencia de una voluntad colectiva en la sociedad contemporánea. Una voluntad es colectiva, cuando las decisiones de cada individuo están entrelazadas de tal modo, que la decisión de uno afecte inmediata y evidentemente el destino del otro. Si vas arriba de un bote con diez personas, y uno no respeta la regla de estar sentado para compensar los pesos, el bote se hunde. En una colectividad más compleja como sería una ciudad o una nación nos preguntamos: ¿ha existido en otra etapa de la historia un tal entrelazamiento de destinos? La respuesta es sí. Entonces la soberanía popular, el poder del pueblo ha podido expresarse de una manera colectiva. No necesariamente univoca. Puede ser que disputasen dos o más ideas colectivas y ganase la mayoría, siendo cada una de las voluntades en disputa, colectivas.

En la organización militar, que, conforme a nuestra cultura contemporánea, es autocrática o aristocrática, el gobierno del colectivo castrense en alguna etapa histórica no lo fue. En los Tercios Españoles era común que el comandante pidiese el parecer a la tropa. Se dice que Valdivia, luego del Desastre de Tucapel, pidió opinión a sus soldados, recibiendo por respuesta: ¿Y qué quiere vuesa merced que hagamos sino peleemos y muramos? Bella expresión de voluntad colectiva univoca.

Pero si no es una democracia en los términos teóricos descritos, ¿qué es el régimen político llamado democrático, que nos rige en Chile? Las ideas y conceptos son siempre una aproximación a las realidades complejas. La respuesta a la pregunta: una mezcla, entre aristocracia, burocracia, demagogia y en grado menor, democracia.

Acaba de ocurrir una elección para gobernar 346 comunas y 16 regiones del país. Quizá en alguna comuna por ahí perdida que no podría identificar, se haya manifestado una voluntad colectiva en pro del bien común, dándole la mayoría a un hombre honesto, santo y heroico para que ejecute esa voluntad colectiva de bien común. Pero en la mayor proporción, especialmente en las comunas que conforman megalópolis, decidimos por lo general sobre nombres que ni conocemos, personas de cualidades morales ignotas, cuya intención se pretende expresar en caras sonrientes, mujeres con boquitas pintadas de carmesí con rostros empalidecidos en base a ungüentos, tatuajes para denotar empatía con el populacho etc. El resultado de este modus operandi ha sido hasta aquí, desastroso: delincuentes elevados a dignidades, aplicación de agendas burocráticas lesivas al interés y bien común, ineficacia en el manejo de recursos públicos etc. Pero la culpa no la tienen esas vestales de boquitas carmesí ni esos delincuentes aviesos de beneficiarse personalmente con los cargos. La responsabilidad recae en los votantes que los elijen. ¿Y por qué razón eligen de una manera que al interés colectivo le resulta evidentemente lesivo?  La respuesta es de un dramatismo espeluznante: Pues porque no hay interés colectivo. Solo hay intereses individuales. Pero ¿cómo es posible aquello?: pues, gracias a la existencia de una sociedad tecnológica que ha permitido el surgimiento de un espejismo en virtud del cual, se ha difundido la idea falsa y suicida, que la vida discurre individualmente gobernada por voluntad propia, sin necesidad de concierto de voluntades. Qué podemos ser felices, prósperos, satisfechos de nuestros apetitos sexuales, afectivos, alimenticios y de toda índole; sin el concurso de otras voluntades distintas a la nuestra. La letra de la canción de Frank Sinatra, A Mi Manera, describe nítidamente este espíritu. Casi todos se emocionan con ese ideal: ser un zorrón, un winer, a quien nadie le venga a perturbar su sacrosanta voluntad.

¿Es posible que la vida colectiva discurra de esa manera, como la sumatoria de voluntades individuales? Categóricamente la respuesta es no. Paradojalmente esta ilusión se difunde como el aceite caliente en la paila, gracias a una tecnología que importan la super dependencia de las cosas tecnológicas, es decir, la ultra dependencia de quienes proveen de esas cosas tecnológica. Y no hablo solo de cacharros sofisticados como super computadores, Smartphones etc. Hablo de un grifo donde sale el agua, de un interruptor que provee de energía eléctrica, de una organización del Estado que permite la represión del delito etc. Cosas sin las cuales la vida cotidiana deja de existir en cuestión de días y semanas.

Esta ausencia de voluntad colectiva se manifiesta en la deficiente calidad de las decisiones electorales. El votante resuelve por si y para si sin importar un bledo lo colectivo. De toda la legión de lamentables y patéticas elecciones de individuos que ejercerán sin dudar, el poder en beneficio propio y contra el interés colectivo, una me llamó la atención por representar el espíritu suicida de los tiempos modernos: La elección de alcalde para la comuna de Viña del Mar.

Iván Poduje, un líder de opinión, versado en cuestiones urbanas, descriptor de la dramática situación de las ciudades de Chile cuando no se respeta el derecho de propiedad y la empatía colectiva, en base a un plan de reconstrucción de la malograda comuna de Viña del Mar, se postuló para alcalde. Un hombre de inteligencia y de carácter para imponer ideas de bien común general, se enfrentó electoralmente, a uno de aquellos maniquí de producción en serie de boquitas carmesí y rostros empalidecidos amaneradamente, como los actores de películas mudas, cuyo trade record, en su primer período en el cargo, fue haber arruinado la ciudad más bella de Chile, otrora destino turístico internacional, la cual, en gran parte por responsabilidad de la ineficacia municipal, fue devastada por el incendio más trágico de la historia de Chile colonial y republicano. Esa alcaldesa, el epítome de la torpeza y desinterés por el bienestar colectivo, demagoga que promovió tomas y protección a quienes violaban el derecho de propiedad, fue electa. El “electorado” la voto por abrumadora mayoría, despreciando el plan sólido de bien común ofrecido por el candidato Poduje, votado por una minoría electoral de genuinos viñamarinos.

Esta elección demuestra que algo huele mal en Dinamarca con relación al régimen político electoral que nos rige. Que el voto de acarreados en base a un cambio de circunscripción electoral por medio de un click en un computador, valga lo mismo que el de los vecinos que trabajan, arriesgan su patrimonio, mueven social y económicamente a la ciudad y se vean afectados por la gestión desastrosa de una figura de revistas del corazón, demuestra que hay que modificar normas que impidan que estos verdaderos villanos de Ciudad Gótica de Batman, tengan acceso a desgobernar las ciudades de Chile afectadas por el caos. Por de pronto es menester re empadronar en base a domicilios reales a los inscritos. Iraci Hassler ganó en el período anterior la alcaldía de Santiago, en base a ese truco de manadas de votantes fantasmas. El narco ministro Chapo Elizalde, desbancó a Ricardo Lagos en una elección interna del Partido Socialista de la misma forma truculenta. Aquí, en el caso de Viña del Mar, conjeturo debe haber sucedido algo similar.

Asumo que la democracia teórica es inexistente por las razones que expresé. Pero este menjunje de régimen político, debe al menos refinarse en base a la experiencia práctica, para impedir que delincuentes e impostores accedan al poder electos por una seudo voluntad popular.

octubre de 2024

lunes, 7 de octubre de 2024

ZORRONES, WINNER, ARISTOCTRATAS Y NOBLES

 

Se ha revelado que una exdiputada, ex consejera de la fallida constituyente 1.0 y ahora candidata a la alcaldía de la comuna con mayores ingresos económicos de Chile, mantenía una vinculación contractual con una universidad por un estipendio extraordinariamente alto. Hemos escuchado argumentaciones para condenar y para defender la legitimidad de mantener ese vínculo, y esa remuneración tan difícil de explicar racionalmente. La disyuntiva se plantea sobre, si es o no legítimo para la universidad y para la incumbente pactar ese contrato y remuneración y haberlo mantenido, no obstante ejercer cargos públicos que demandaban presuntamente toda su atención y tiempo.

Los argumentos esgrimidos dan cuenta de las creencias respecto los fundamentos de estratificación social en la sociedad en que vivimos. Conforme se planteó el debate, se desprende una diáspora de opiniones, sobre quienes son o deben ser, los “mejores” y  los “peores” en nuestra sociedad. Lo anterior es más problemático que otras disyuntivas y diferencias de las muchas que nos separan. Mis letras apuntan pues, no a un juicio moral o jurídico sobre el hecho relatado en el párrafo precedente, sino a una sinopsis de esta disyuntiva.

La democracia es el mito que envuelve a la sociedad occidental contemporánea. La palabreja ha migrado de ser referida exclusivamente a un régimen político determinado, para extrapolarse a las pretensiones de una igualdad social ideal; y, radicalizando el argumento, a una llamada igualdad sustancial de todos los ciudadanos. Existe sobre el particular una evidente confusión conceptual entre lo descriptivo y lo prescriptivo, esto es, entre lo que son y lo que deben ser las cosas. Para mayor enredo, hay quienes buscan argumentos de discordia revolucionario-dialécticos. Entre estos últimos se esgrime la igualdad sustancial, como una potente fuente de conflicto, y se esgrime como argumento revolucionario.

Pero mis letras apuntan a referirse solo a los confusos de buena fe: ¿Qué estamos diciendo cuando hablamos de igualdad democrática en la sociedad?  ¿1) que somos todos iguales, o 2) que debiésemos ser todos iguales?

A la primera pregunta, la respuesta general y evidente es: No. No somos todos iguales. Hay inteligentes y bobos, trabajadores y flojos, gordos y flacos, buenos y malos, empáticos y egoístas, amantes y odiosos etc. etc.

A la segunda pregunta no hay consenso. Hay una proporción de lo que se da en llamar de “gente de izquierda” que considera que la radical causa que no seamos iguales, son las condiciones objetivas en las cuales la sociedad nos condiciona y oprime. La solución pues será transformar la sociedad y suprimir las injusticias y opresiones nativas para que surja el hombre nuevo. Aquel reino de la justicia social, donde seríamos todos parejitos.

Otra proporción, de los que se dan en llamar “gente de centro izquierda o centro derecha”, reconociendo como imposible la igualdad de los talentos de las personas y por ende del resultado de su acción en la vida de cada uno, abogan por la igualdad de oportunidades. El Estado omnipresente debiese garantizar esa igualdad de oportunidades de los individuos.

Por último, continuando esta taxonomía política, la “gente de derecha” estaría por la opción que cada uno se rascase con sus propias uñas y la manera en que cada uno progresará hasta el límite de sus posibilidades, será aquella condición en que, ni el Estado ni cualquier poder externo al individuo, le impusiera un límite a su libertad personal.

Es esta una taxonomía más o menos genérica. Los argumentos que he escuchado, confusos en sí, son algo matizados en alguna de esas opciones. En cualquier caso, respecto todos ellos, manifiesto mi más completo y absoluto desacuerdo y el sentido de estas letras es formular mi personal explicación. Estimo que tal extravío, nace de un error común que podría llamársele el gran mito de la modernidad

Aquel error es la fe en la omnipotencia humana. Y ese error es el que le da vida al mito de la igualdad. Las tres respuestas a la pregunta formulada, están igualmente equivocadas porque todas ellas creen en la igualdad humana. La evidencia indica que, no hay igualdad de origen, no hay igualdad de oportunidades y no hay igualdad de destinos. Y tampoco puede haberla.

Desde el día que nacemos, vivir es sentirse limitado y, por lo mismo, tener que contar con lo que nos limita. Todo en la vida es resistencia que vencer, y resistencias que no necesariamente las salvaremos. El mito de la modernidad nos dice lo contrario: Vivir es no encontrar limitación alguna, por lo tanto, abandonarse tranquilamente a sí mismo. Prácticamente nada es imposible, nada es peligroso y, en principio, nadie es superior a nadie[1]. Y de que nadie sea superior a nadie nace el mito democrático.

Pero, así como no pueden volar los elefantes, así tampoco ningún poder humano podrá jamás igualar las circunstancias que rodean la vida de cada individuo, y el resultado de esa evidencia es que cada ser humano se enfrenta singularmente a un destino que es de él y nada más que de él, distinto al del prójimo. No reconocer esta verdad es mentir al resto y/o mentirse a uno mismo. ¿Por qué se miente sobre esto a los demás? Quizá para conquistar voluntades a través de conquistar corazones. ¿Por qué el hombre se miente a sí mismo sobre cuestión tan evidente? Quizá por temor a lo desconocido y para evitar el agobio de confrontarse cotidianamente a una realidad hostil.

Aristocracia es una palabra que se deriva del griego, y significa el gobierno de los mejores. Pero en la sociedad dominada por el mito democrático, a nadie se le puede reconocer ser superior a nadie, por ende, no se concibe el gobierno de los mejores. Hoy la palabra aristócrata está deformada por la cultura anglosajona. Refiérese a alguien adinerado, distante, desinteresado del prójimo, e indolente con el resto de la humanidad. Pero la aristocracia es casi exactamente lo contrario. Aristócrata es aquel que conquista una dignidad porque la nobleza obliga. El aristócrata verdadero -hoy inexistente dentro de los que gobiernan- es aquel conectado con el mundo de los demás y que se hace cargo de ese mundo que trasciende el propio. El aristócrata se conduele y compadece del prójimo y se alegra de su bienestar. Es el noble, no de sangre necesariamente, sino de corazón.

La sociedad humana jamás es gobernada por el pueblo gobernado. Aquello es un mito de la hora presente. La sociedad humana hoy, mañana y siempre, ha estado y estará gobernada por los mejores. ¿Quiénes son los mejores? aquellos que con mayor inteligencia sagacidad o astucia, tienen el talento de posicionarse en los espacios de poder para que el resto de la sociedad obre conforme a la voluntad propia del poderoso. El que diga que los que mandan están ahí porque los eligió el pueblo dice una verdad a medias y una verdad a medias es una mentira a medias. La causa basal de que los que mandan estén donde están, es su capacidad y no la voluntad del pueblo gobernado.

Para que en la sociedad prime la justicia, la cuestión pues no es que haya personas mejores que otros, porque las habrá siempre. La cuestión es, para que una sociedad sea justa[2] (hoy día se dice una sociedad democrática) es preciso que los mejores se sometan ellos a limitaciones y se hagan cargo (nótese lo explícita que es la palabra cargo) de los gobernados, practicando con prudencia la justicia distributiva. La condición de posibilidad de una sociedad justa es que, la nobleza obligue.

La señora incumbente del sueldo extraordinario se ha defendido, y sus partidarios la han defendido, esgrimiendo argumentos pobres, carentes de profundidad, proyectando la idea que la libertad es para ellos la extensión sin límites de su voluntad personal. Exactamente lo contrario que se necesita para ser digno de mandar a los demás. Además, han abusado y despreciado la inteligencia de quienes pasivamente recibimos sus explicaciones. Traducido a los gobernados, sus explicaciones se perciben como: somos los zorrones, somos los winner y por eso debemos mandar sobre los demás, punto final.

Lo más lamentable y empobrecedor para la sociedad de este episodio, es el efecto demostración sobre los gobernados. La gran crisis contemporánea es una crisis de expectativas desfondadas y sin límites de los gobernados[3]. La gran tarea de los gobernantes es orientar esas expectativas para que ellas sean congruentes con el bien común general. La señora incumbente y sus partidarios han proyectado la idea que hay que aprovecharse de las circunstancias en beneficio propio, unlimited; hasta que duela. Esa actitud de los que mandan, en este y otros luctuosos episodios, se perméa hasta los insterticios más básicos de la sociedad, con fatales consecuencias. Porque, si no hay medida prudente de lo que a cada uno le corresponde, no podrá haber justicia distributiva; y si no existe la justicia distributiva y así obrásemos todos, aquello sería la muerte de la convivencia. Es un dos más dos son cuatro, que, en su vehemencia por alcanzar más poder, algunos no quieren comprender.

octubre de 2024

 

 



[1] José Ortega y Gasset. La Rebelión de las Masas

[2] Hoy se dice en lugar de la palabra “justa”, “democrática” lo que representa una evidente manipulación del idioma para mistificar la democracia, por ser un régimen político mucho más fácil de ser influido y permeado por los poderosos.

[3] Sobre el particular, véase https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2024/08/la-modernidad-y-la-crisis-de-los-deseos.html