martes, 23 de enero de 2024

EL DHARMA, EL KARMA, LA ACCOUNTABILITY EN LA REALIDAD CONTEMPORANEA

 

El cruce de culturas que nos abre la información que circula por la red -esta magnífica biblioteca disponible a quien posea un dispositivo conectado-, permite relacionar conceptos provenientes de muy diverso origen, en el afán de comprender la realidad contingente. Intitulo estas letras con tres palabras, dos de ellas provenientes de la cultura ancestral védica[1] y una de ellas de la cultura anglosajona y más concretamente norteamericana. Las tres palabras son difícilmente clasificables en categorías gramáticas de sustantivo-adjetivo-adverbio.

La palabra Dharma es de origen sánscrito, el idioma primitivo ancestral de la India remota. Puede entenderse como una realidad ontológica: el orden universal; o una realidad ética, que nos impone un deber de rectitud conforme a aquel orden universal. Así, el dharma sería la misión individual que tenemos en nuestras vidas que permita que el mundo mantenga el correcto orden y balance.

El karma es también una palabra proveniente del sánscrito y de la tradición védica. Aplicada a la vida humana social e individual representa un principio causal en virtud del cual, todo fenómeno y específicamente, toda conducta, tiene consecuencias. Toda acción impone una reacción. Nuestras conductas verbales, físicas y mentales son la causa de nuestras experiencias, independiente de nuestros deseos o nuestras representaciones mentales ilusorias.

Accontability es una palabra inglesa que es usada para reflejar aquella magnífica ética práctica norteamericana que prescribe, que todo individuo debe rendir cuentas, ante sí mismo y ante la sociedad, por sus conductas personales y, por ende, de la consecuencia que ellas tienen en sí mismo y en la comunidad. Una ética de la responsabilidad, desafortunadamente poco habitual en nuestra ética latina o mediterránea, originada en el paternalismo jesuítico que prescribe obedecer los preceptos de la autoridad y descansar en la providencia divina. También, desafortunadamente en Estados Unidos y en el mundo occidental de raiz protestante, este concepto está bastante olvidado.

El materialismo dialéctico, doctrina que inspira las obras de Hegel, Marx, Engel, Gramsci, Sartre y Foucauld, (por nombrar los más importantes) representa un contrapunto a estos conceptos cuando postula que la historia discurriría en una eterna dialéctica donde ideas y expresiones de la cultura contradictorias y conflictivas entre sí, encontrarían bajo el influjo de una especie de ley universal, una síntesis que daría a su vez lugar a contradicciones y así continuaría este ciclo eternamente dialéctico. Digo que representa un contrapunto porque conforme a esta especie ley universal, la conducta de cada individuo en nada influiría en el devenir dialéctico de la historia. Las voluntades individuales serían conforme a tal doctrina como hojas secas en un curso de agua, gobernadas por fuerzas que les trascienden y las superan. Además, en el caso del materialismo dialéctico, esta fatalidad importaría una relación conflictiva entre opresores y oprimidos. Idea que nace de una emoción, ya percibida en el libro de El Génesis, que identificó tal sentimiento en la persona de Caín, el homicida ancestral; alguien que no soy yo, es el culpable de mis frustraciones y fracasos mundanos. Aquello induce a una actitud y conducta de impotencia ética. De nada sirve mejorar el mundo desde el cultivo de las virtudes personales, cuando el mundo se mueve con una dinámica que soy impotente para detener o rencauzar.  

Este prisma dialéctico-victimista, en nuestra cultura mediterránea, ha caído en tierra fértil dada nuestra idiosincrasia permeada por los conceptos de pecado/penitencia y perdón/redención. Es evidente que aquellos conceptos religiosos en el pasado, e ideológicos en nuestro tiempo, no estimulan la ética de la responsabilidad. La cultura nor europea permeada por la reforma, al identificar la salvación como una tarea individual, ha resistido de mejor manera la contaminación de la cultura tradicional por esta doctrina victimista. Desafortunadamente hoy en gran medida esa ética que describe Max Weber[2] se ha diluido en victimismos de nuevo cuño, como lo es la ideología de género desarrollada en Los Estados Unidos especialmente.

Vivimos un extravío crónico por cuanto la elite formal e informal, la élite política, religiosa, económica y judicial y la gran mayoría de la masa del pueblo, no tienen conciencia de la existencia de un Dharma; esto es, de un orden universal. Obran y se conducen sin medir ni tener cabal conciencia de la reacción y consecuencia de sus conductas, y no se sienten obligadas por una ética de la responsabilidad. Nuestra cultura occidental se debate entre un narcisismo suicida y una especie de abandono ético de “todo da lo mismo”. Los medios tecnológicos (el dinero, el ahorro, el transporte, los medios de comunicación etc.) inducen a una vida premunida de una ilusoria seguridad y control del espacio y del tiempo. Resulta amanerado y ridículo que políticos y líderes de opinión se manifiesten escandalizados por la promoción y expansión de una antiética y seudo arte que mistifica el robo, el tráfico de drogas y otras conductas antisociales, en circunstancias que, los que ocupan los espacios de liderazgo se conducen con los mismos valores de los rateros y de los narcotraficantes. Y no es un decir. En nuestro país, ministros y altos empresarios participan de sórdidas reuniones, donde con certeza casi absoluta se transan sobornos explícitos o implícitos. La clase política está ocupada casi exclusivamente en batallas campales impúdicas para conservar prebendas, sinecuras y beneficios, ilegítimos a todas luces. Y desde todos los sectores políticos, empresariales y religiosos, se manifiestan defensas de autoridades sorprendidas en flagrantes latrocinios, solo porque son “de los nuestros”. ¿Por qué la conducta del bajo pueblo debería ser distinta? No se puede sembrar maleza esperando que crezca el trigo.

También resulta grotesco manifestar escándalo y rasgar vestiduras por parte de políticos y líderes en general, por el lamentable estado de la educación escolar. Algunos en el paroxismo de la imbecilidad, se quejan de que los educandos no administran destrezas para el logro del aumento de la productividad económica. Como si aquello tuviese alguna importancia en una sociedad conformada por individuos sin carácter, que no respetan la ley ni al prójimo, donde la institución de la familia ha dejado de tener relevancia social simplemente porque hacer familia es muy costoso y los priva de la gozadera de los bienes de consumo. La perspectiva crítica de la educación, enfocada a que los educandos sean piezas y partes de una máquina productiva, da cuenta con total precisión de la completa ignorancia de la naturaleza humana que expresan esos críticos. Además, aquellos que se manifiestan conturbados por esta realidad deprimente, en la tarde sintonizan Netflix para ver las producciones cinematográficas que sistemáticamente transforman a delincuentes, narcisistas y depravados, en héroes.

Chile, al igual de lo que alguna vez denominó occidente cristiano, es una colectividad conformada por individuos que no se sienten obligados por lo colectivo y que no saben de donde vienen, hacia donde van; y que peor aún, no manifiestan ansiedad por aquellas carencias. Solo expresiones superficiales de conturbación por las consecuencias manifiestas de este mal.

¿Dónde está el remedio? Un retorno a la ética de la responsabilidad que se puede resumir en tres puntos: 1) Retomar el Dharma, es decir la conciencia que la creación de Dios es un orden complejo susceptible de ser desordenado por el demiurgo humano, y por ello es preciso retomar la conciencia del Dharma en la vida individual y obrar a fin de conservar ese orden y promoverlo. 2) Obrar ejercitando la prudencia a fin de que, las consecuencias de nuestros actos -nuestro karma- sean virtuosos y no viciosos. Las cuatro virtudes cardinales de nuestra tradición occidental son una buena herramienta para ello. Por último, 3) obrar respondiendo cotidiana y permanentemente de la consecuencia de nuestros actos ante nosotros mismos y ante la comunidad.

Pero este remedio no es gratis. Importa ejercitar el derecho a rebelión contra una plutocracia corrupta que hoy nos gobierna. El sopor espiritual al que han sido sometido el hombre masa contemporáneo, lo hace muy difícil. Pero la humanidad tiene acceso a una energía misteriosa que nuestra tradición occidental denomina la Gracia Divina. A ella debemos invocar en estos tiempos de obscuridad.

Enero 2024



[1] Cultura védica es aquella que inspiraron los Vedas, conjunto de libros de sabiduría y mitología ancestral india. Vedas quiere decir en sánscrito, sabiduría.

[2] En su obra La Ética Protestante y El Espíritu del Capitalismo