Del foco con que observamos los
fenómenos depende si seremos capaces de entenderlos o de observar solo una
nebulosa de acontecimientos. El episodio de la pandemia del covid 19 nos tiene
a todos consternados. El martilleo de cerebros que hacen los gobiernos y los medios
de comunicación se enfoca a impedir la reflexión sobre el mismo o al menos a no
estimularla. Los foros parlamentarios democráticos en todo el mundo no debaten
respecto de la existencia o no de la pandemia, ni la pertinencia de las
impactantes medidas adoptadas. Por el contrario, existe una vehemente voluntad del
poder formal de formar opinión rápida, certera, unívoca, no basada en razones
sino en emociones. La consternación impide la reflexión. El sentido de estas
letras es hacer un esfuerzo de retracción; retirarse para enfocar, tal como
hacen los dibujantes y pintores con el espacio físico; mirar a distancia este
episodio para poder entender como hemos llegado a un disparate como este. Pido
a los que discrepan de esta calificación que hago tan tempranamente, y que aun
confían que todo este episodio se funda en la racionalidad, que hagan el
esfuerzo de leer estas reflexiones que partieron de doscientos caracteres y que
en el ejercicio reflexivo de retraerse más y más para enfocar las causas y
elementos que están en juego, ha terminado siendo un pequeño ensayo. No me
referiré al cuestionamiento científico, normativo ni estadístico del episodio
de la pandemia, sobre lo cual, basta abrir cientos de páginas y videos que
circulan por la web que cuestionan todos estos aspectos científicos, formales y
nominales de las decisiones de autoridad, recibiendo del poder formal, solo anatemas
de toda índole y nulas refutaciones desde esas perspectivas. Mi esfuerzo se
enfoca en comprender las causas de sumisión a una decisión de autoridad con tan
poco fundamento, con tan grave afectación a la libertad y a la vida económica
normal del planeta.
LA TECNICA
La niñez es un mundo paradisíaco
que vivimos los que tuvimos la suerte de vivirla como tal. El mito edénico del
génesis está replicado en miles de millones de vidas humanas a través de la
historia del homo sapiens. Cuando abandonamos la niñez, somos sometidos a esta fatal
expulsión de ese paraíso infantil, tal como Yahvé lo hizo con los primeros
padres. Vernos sometidos a esa dolorosa experiencia de dejar atrás la niñez, es
estar condenados a la temprana y desagradable obligación de ser libres. La
experiencia de la adolescencia se podría ilustrar con una metáfora: se asemeja ser
lanzados a un océano abisal donde debemos conectar todos nuestros talentos y
fortalezas para poder vivir una vida propiamente humana -que es la de los
hombres libres-. Se nos imponen radicales disyuntivas. Primero evitar hundirnos
usando nuestras extremidades - metafóricamente nuestra inteligencia-. Y en
seguida coger algún madero, bote o salvavidas para descansar en el – que representan
las creencias sobre cómo funciona el mundo; creencias que ordinariamente estaban
ahí cuando fuimos lanzados a la existencia-.
Y resueltas ambas iniciales disyuntivas, se nos impone una tercera; navegar o
simplemente derivar. En este punto es donde claudica un porcentaje inmensamente
mayoritario de la humanidad, y deciden simplemente derivar. Solo algunos
pretendemos dar un curso a nuestras existencias. Cual argonautas en busca del
país de los hiperbóreos, con dudas y temores al vacío existencial, nos abocamos
a la ardua tarea de navegar, sabiendo que una derrota náutica importa descartar
todas las demás. Algunos tienen la suerte de encontrar un capitán que resuelva
por ellos y los conduzca. Otros, nos encontramos sometidos a la desolada
experiencia de guiar nuestro timón sin más compañía que las estrellas. Lo que
Unamuno denominó, el sentido trágico de la vida.
Por lo que sabemos hasta ahora,
ninguna de las disyuntivas descritas, forman parte de la vida de los animales
quienes simplemente viven una existencia edénica. Nuestros antepasados de las
cavernas se distinguieron de la vida animal. Los simbolismos religiosos nos
ofrecen relatos como el de Prometeo robando el fuego de los dioses o de nuestros
primeros padres desobedeciendo a Yahvé y comiendo del árbol de la ciencia. En
los albores de la humanidad, el hombre libre viene experimentando el imperativo
de tener que decidir; y para poder hacerlo; para vivir de modo genuinamente
humano inventó la técnica.
La técnica ha sido la cosa que le
ha permitido al hombre descansar de sus penosas obligaciones de supervivencia
animal para disponer de la vacancia, y así hacer posible vivir humanamente
resolviendo las disyuntivas descritas precedentemente. Acosados por el hambre,
el frio, las enfermedades, las discordias entre humanos, las pulsiones
sexuales, el peligro de las fieras, la vulnerabilidad de sus cachorros; el
hombre era incapaz de disponer de su libertad. Fue creando a través de la historia, cosas que
le han permitido descansar en ellas para poder ejercer esta singular potencia
de dibujar un plano de su existencia futura y resolver sobre los caminos que le
ofrece su vida. Digo cosas en un amplísimo sentido de la palabra, que
involucra artefactos como el cuchillo, la penicilina, el automóvil, los
computadores; e instituciones singularmente humanas como el matrimonio, el
comercio y el estado. Ninguna de esas cosas existe en la vida de los
animales.
Este - in crescendo - de la
técnica habitualmente se le denomina progreso. Pero progreso es
un concepto equívoco porque nos somete a una falsa creencia por asociación.
Esta creencia es que el progreso necesariamente importa una elevación, desde lo
bajo hacia lo alto. Cuestionando esta equívoca creencia se nos aparece el extraño
y simbólico relato de la Torre de Babel, Génesis 11- 4 a 8. En él, se nos revela
a un Dios creador indignado con sus creaturas porque construyen una torre con
la cúspide en los cielos; y que, con la facilidad que les proporcionaba a esas
creaturas usar una sola lengua, podían lograr eso y mucho más. Entonces el Dios
creador reflexiona: Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible.
Decide, a fin de evitar esta indeseada circunstancia, bajar y una vez allí
embrollar
el lenguaje de todo el mundo y desperdigarlos por toda la faz de la tierra.
¿Por qué la Biblia da cuenta de esta esta extraña voluntad divina de evitar el
progreso humano?
Cierto positivismo obtuso ha
considerado con liviandad intelectual que la religión y los relatos religiosos son
caprichos literarios de quienes quieren dominar a otros por la ignorancia. A
las preguntas; ¿es este pasaje del Génesis un puro desvarío literario?; ¿da
cuenta simplemente de una divinidad caprichosa y vengativa? Si ejercitamos la
racionalidad conceptual ramplonamente como lo hace cierto pensamiento positivista,
reduciendo la realidad a un limitado número de variables controlables por sus
creaciones conceptuales, solo veremos una arbitraria conducta divina. Mi
perspectiva ha migrado desde aquella visión positivista. He observado a través
de la especulación filosófica que la identidad simbólica que demuestran esos
relatos religiosos, da cuenta del profundo conocimiento de los rincones y
pormenores de la naturaleza humana y ello me induce a ponderarlos como instrumentos
para obtener respuestas racionales a aporías filosóficas.
El título de esta reflexión, Aporías
sobre la técnica, da cuenta de una dificultad lógica que presenta esta
circunstancia omnipresente que denominamos la técnica; aporía que
resulta de constatar que las cosas técnicas creadas por el hombre para su
franquía y señorío sobre el mundo paradojalmente han devenido en su esclavitud.
Me refiero a la técnica,
entendida en términos amplios, como el conjunto de cosas, materiales e
inmateriales, ideadas y creadas por el hombre, para facilitar su franquía y
disponibilidad del tiempo para desarrollar su humanidad propiamente, y para
dotarse de certezas respecto de su futuro. El hombre crea cosas para descansar
en las certezas que esas cosas le proporcionan. Es ese el nativo y basal
sentido del quehacer técnico del hombre. La filosofía idealista le llamaría la
naturaleza de la técnica. Porque el hombre vive irremediablemente
prisionero del espacio y del tiempo, es vulnerable a esa radical circunstancia.
Su afán en consecuencia, es dotarse de un arsenal de cosas que le proporcionen
certezas de que el espacio con sus peligros no lo aniquilará; y que el futuro
estará discurriendo por carriles previsibles para él donde podrá cumplir con
sus planes.
¿Qué sucede cuando el hombre en
su incontinencia creadora rebasa ese sentido que tiene la técnica y crea cosas
que están fuera de ese sentido radical? A mi juicio dos especies de
desviaciones que la desnaturalizan. En el plano individual, lo que los estoicos
le llamaron luxuria. Una circunstancia artificial que desconecta
al hombre con su ser. Las cosas técnicas en el estado de luxuria ya no son para
un fin. Son un fin en sí mismas. En el plano colectivo la técnica es usada por
el poder como mecanismos de dominación a través de sustraer del individuo y de
los colectivos intermedios entre él y el Estado la soberanía que les es propia.
Lo que Osvaldo Spengler bautizó como el cesarismo.
Quienes leen superficialmente el
Genesis 11 solo ven una divinidad primitiva que no se interesa en el bien de
sus creaturas, sino en impedir que amaguen su condición de plenipotenciario del
universo. Abriéndonos su sentido simbólico se nos devela la radicalidad de la
naturaleza humana, y se nos manifiesta precisamente alumbrando la aporía
mencionada. El creador no busca la simple sumisión de las creaturas. Mas bien
pareciera velar por su bien y perfección según intentaré relacionar.
LAS CREENCIAS; EL
PROGRESISMO Y EL TRANSHUMANISMO
Señalé que el hombre, para
superar este vértigo abisal de estar rodeado de lo desconocido, se aferra a
creencias y discurre su devenir en el mundo montado en esas creencias. Es
menester explicar esta afirmación orteguiana que no se relaciona directamente
con la kulturkampf o guerra cultural de los siglos XIX y XX entre los
autoproclamados religiosos y librepensadores. Con una metáfora pretende
el filósofo ilustrar esta afirmación ¿Qué sucedería si al abrir la puerta de
nuestra casa nos encontrásemos, en vez de la calle con un abismo, el vacío, la
nada? Simplemente no saldríamos de la casa; y no saldríamos de casa porque no
sabríamos a qué atenernos. Porque creemos que al abrir la puerta de la
casa nos encontraremos con la calle, la ciudad y el mundo, es que somos capaces
de abrir esa puerta. La vida humana y su devenir en el espacio-tiempo requiere
de certezas. El hombre asociativamente a través de la tradición ha compartido
entre sí su representación del mundo. El perro no se pregunta ¿qué mundo hay
tras la verja de mi casa? Al perro no le angustia no saberlo. El hombre si se
pregunta; y aunque no conozca presencialmente lo que existe al otro lado de la
verja de su casa, se da así mismo una representación de ese mundo, una
respuesta a lo que su espíritu le demanda; una creencia de lo que es el mundo.
Su capacidad de conocer presencialmente el universo es muy limitada, pero su
espíritu no lo es (como lo es el del perro). Para superar esta limitación
abraza las creencias. El hombre piensa montado en una creencia. No puede vivir
humanamente si no lo hace. Creencia como señalé, es algo más radical,
más basal que lo que se ha dado en llamar weltanschauung
en alemán, o cosmovisión para el castellano. La cosmovisión es un desarrollo
conceptual del mundo. Las creencias, en el sentido que Ortega les da, discurren
debajo de las cosmovisiones. Son lo que las sostiene y en oportunidades lo que
las inspira. Es, como en el ejemplo, aquella intima convicción que al abrir la
puerta de la casa nos encontraremos con el mundo; no con la nada. Las
conceptualizaciones se ordenan a las creencias que son las representaciones
basales que nos damos del mundo.
Pero no se crea que las creencias
o representaciones basales son un puro desvarío irracional. Ellas a su vez
están montadas en descubrimientos.
Y son esos descubrimientos los que por lo general fracturan las creencias
basales precedentes y abren espacio a nuevas representaciones del mundo.
Así sucedió con el cristianismo en el mundo romano, así sucedió cuando Galileo advirtió
la falacia del geocentrismo y la mecánica de Newton creó las condiciones de
posibilidad del positivismo científico y la ilustración. Así también en el
siglo XX ha comenzado una irreversible fractura de las creencias ilustradas. Los
descubrimientos del siglo XX de Albert Einstein, Max Planck y de Edwin Hubble
son causa de fractura del progresismo y del positivismo científico aun dominante.
Los descubrimientos de esas mentes brillantes nos han abierto a la evidencia de
la inconmensurable cantidad de variables que condicionan el universo. Las
perplejidades del tiempo presente se fundan en el quiebre de los tiempos que
vivimos. Es este quiebre quizá más profundo que el que gatilló Galileo al
descubrir que la tierra no era el centro del universo. Lo que la física moderna
ha fracturado, es el antropocentrismo con que hasta ahora a través de
las creencias pretéritas nos habíamos representado el universo.
Dicho lo anterior es preciso
señalar que las creencias no cambian como quien cambia el modelo de un automóvil.
Esta metamorfosis de la perspectiva humana es lenta y a veces dolorosa. Las
creencias superadas se defienden. Conviven y conflictúan con las creencias novedosas
que quieren imponerse.
Es menester preguntarse entonces,
cual es la creencia que sostiene al hombre moderno. Es notorio que la creencia
en un Dios uno y trino, creador desde la nada y enjuiciador para después de la
muerte que sostuvo a la generalidad de los occidentales hasta el siglo XVII, no
es la creencia que sostiene a la humanidad del siglo XXI. La creencia del
hombre moderno, aunque fracturada, es precisamente el mito del progreso. Este
mito, si bien trizado y en proceso de descomposición, se resiste a retirarse y
sus profetas adornan las creencias para mantenerlas con vida.
Yuval Noah Harari ensayista israelí
ha vendido en los últimos cinco años, millones de libros haciendo la
prospectiva que el hombre moderno desea escuchar al amparo del mito del
progreso: Nada cuanto se proponga el hombre le será imposible es
su apotegma. En los mismos años las reflexiones religiosas de colosos del
pensamiento como Benedicto XVI, no tienen igual número de lectores. El hombre
solo está abierto a leer y escuchar lo que reafirma sus creencias.
Pero las creencias tienen su
ciclo, y los pretendidamente novedosos conceptos de Harari, nacen precisamente
cuando el progresismo como creencia comienza su ocaso. Los órdenes de magnitud
universales del número de variables develados por la astrofísica, nos permiten
colegir que los órdenes de magnitud de los pormenores que influyen en el
funcionamiento de los órganos biológicos en general y en los que influyen en el
espíritu humano en particular, rebasan largamente los que pondera el
positivismo científico que articula la prospectiva de Harari. Lo que inspira a Harari
es el mismo concepto que inspira a un desarrollo tecnológico depredador del
medio ambiente. Con el síndrome del Aprendiz de Brujo de Goethe, en base
a prueba y error se degradan el medioambiente y el alma humana. ¿Por qué? Porque
la ciencia contemporánea pondera para tomar sus decisiones las variables que
puede manejar y le tiene alergia a lo desconocido. Su apertura a la realidad se
ve opacada por el imperativo de alcanzar y formular las pequeñas verdades.
Desde las antípodas intelectuales
de Harari reflexiono que, la frase de Yahveh en Genesis 11-6 adquiere actualidad,
relevancia y sentido, en el escenario de la técnica moderna y su inédita
magnitud sobre la vida colectiva y personal del hombre moderno. Digo sentido por
cuanto conjeturo que Yahveh, lo que pretende con su proceder, no es una
vendetta contra los progresistas de la edad de hierro sino precisamente el bien
del hombre. El hombre en tanto estime que nada cuanto se proponga le será
imposible, en vez de separarse de su animalidad, deteriora su humanidad.
En vez de elevarse, se desnaturaliza y se degrada.
En este punto de la reflexión cabe
refutar la asertividad y optimismo pueril, de Harari que nos habla del
transhumanismo ad portas a través del desarrollo científico tecnológico. Basándose
en la potencialidad de las computadoras cuánticas, serían las máquinas quienes
gobernarán dada su mayor inteligencia. Los aparatos nos dirían que
hacer, cuando hacerlo y como relacionarnos. Pueril no en el sentido que aquello
no sea posible que lo es, sino referido a dos pronósticos infundados y
erróneos: uno que esta tendencia es fatal; es decir se produciría de todas
maneras. Y dos, que esta circunstancia redundará en un hombre mejor, más
conectado a sus semejantes, caritativo y empático.
La pronosticada fatalidad del
transhumanismo es una consecuencia de las ideas progresistas que la han parido.
Uno de los dogmas del progresismo fundado por Augusto Comte, es que hay un
necesario ascenso en el progreso que nada ni nadie puede detener. Basta
profundizar en estudios arqueológicos para saber que civilizaciones completas,
algunas con mayores méritos que la nuestra, se fueron como el agua por el
desagüe de una bañera, a tal punto que han desaparecido hasta sus vestigios.
Nuestra civilización es incluso más precaria e inestable que de ordinario,
precisamente por ser más sofisticada e interdependiente. En un abrir y cerrar
de ojos puede colapsar mañana, en un siglo o en dos mil años más.
Respecto al supuesto ascenso
humano consecuencia de este fenómeno, el progresismo también sostiene el dogma
de cambio es igual a mejora. Así el habitante de las megalópolis modernas
sería un príncipe comparado con el villano (habitante de la villa) del
medioevo. La extensión de la edad promedio de ambos tipos humanos le sirve al
progresismo para reafirmar su idea; el citadino de las megalópolis de occidente
vive en promedio 80 años y el villano medioeval 50 o 40. Pero la cuestión no es
tan simple. Vivir más o menos tiempo es una variable; hacer algo realmente
humano con el tiempo de vida que dispones es otra variable. No parece razonable
ponderar la valía de una vida humana por extensión sino por intención. Ahora
bien, el hombre rodeado por aparatos e instituciones que lo someten ¿es
necesariamente una mejor persona que el campesino o villano medioeval? La
cuestión es muy basta, discutible y tiene miles de pormenores sobre los que
podría escribirse una enciclopedia. Lo que sí es posible de pronosticar es que,
a mayor control de las máquinas sobre la vida humana, el señorío; esto es la
potencia del hombre para definir su destino personal, se va angostando. Esta
visión buenista del hombre más feliz en la sociedad trans humana, es
simplemente una utopía sin sustento y una nueva manifestación del dogma;
cambio=mejora. En este orden social pronosticado, que yo califico de distopía,
es dable conjeturar que los espacios de libertad personal se verán reducidos. Federico
Nietzsche, a mi juicio más poeta que filósofo, en su genial metáfora de El Último
Hombre de su Zaratustra, refleja este estado mental de la modernidad
contemporánea.
DESVIACIONES DE LA TECNICA
Como señalé, la técnica tiene dos
tipos de desviaciones. En el plano de la vida singular, degenera en luxuria
comprometiendo la libertad positiva del hombre.
La luxuria distrae al hombre de sus fines. Lo desentona de su plan
vital. Lo compromete a una ramplonería vital que lo empobrece, su vitalidad
languidece por estar rodeado de un mundo muelle y cómodo; la técnica en dicho
estado deja de tener un sentido instrumental y pasa a tener un sentido en sí
misma. En el plano colectivo, la técnica puede constituirse en un instrumento
del poder para sustraer la libertad negativa del hombre;
el cesarismo. El Estado moderno y sofisticado, dotado de medios
tecnológicos de control y coerción, se transforma en aquella jaula que pronosticó
Max Weber. Estado que conculca nuestra libertad negativa, porque nos quiere
cuidar. En base a su atávica incontinencia, el poder jamás deja de crecer y
de capturar espacios que precedentemente le pertenecían al individuo hasta el siempre
fatal colapso de las estructuras de control y dominación. El estado como medio
al servicio de la colectividad básica y funcional al individuo, va degenerando
imperceptiblemente en gigantismo que impone una red de dependencia, en que lo
colectivo se va tragando espacios de soberanía individual.
La política es el arte de
gobierno. Este arte confiere la capacidad de una voluntad conductora para
inducir a voluntades conducidas, ajenas a la voluntad conductora, a comportarse
conforme al deseo de la voluntad conductora. En el desarrollo de la técnica y
en el estadio que nos encontramos que yo denominaría de omnipresencia de la
técnica, la política se vale de la técnica como mecanismo de dominación
para el logro de sus pretensiones. Es este el segundo extravío de la técnica
para su función radicalmente humanizadora que ilustrará el fenómeno analizado
en esta reflexión; la pandemia.
El transhumanismo en política
determina que la voluntad conductora podría llegar a ser la de las máquinas y
la voluntad conducida la de los seres humanos. Se postula que esto sería más
equitativo por cuanto las máquinas, carentes de pasiones y emociones, basan sus
decisiones en estricta racionalidad. La cuestión no es un mero pasatiempo
intelectual de ciencia ficción. Ni tampoco es un evento futuro remoto y
eventualmente inalcanzable. La virtud del debate sobre la exacerbación del
dominio de los computadores sobre los seres humanos es revelarnos que, en un
grado menor aun, el transhumanismo de la técnica ya está entre nosotros.
Las cuestiones a que nos somete este fenómeno son dos: En qué grado ese dominio
de la técnica se ha impuesto sobre las voluntades humanas conculcando su
libertad y señorío; y si esta sumisión enaltece o degrada la condición humana.
A mi juicio, la funcionalidad
liberadora de la técnica sobre la libertad humana ha rebasado los límites funcionales
y ha manifestado esa degradación que el estoico Séneca definió como luxuria;
ello naturalmente matizado con la mayor complejidad que tienen los pormenores
de la vida moderna. También se manifiesta la segunda degradación, el cesarismo;
aquella que le permite al poder estatal y global, sustraer soberanía desde los
individuos, aprovechándose de su condición de usuarios de la técnica, tal como
los opiómanos lo son de ese alcaloide.
En el plano individual, la
batalla por ser libre se reduce al desarrollo de la autoconciencia; disyuntiva
a la cual el hombre ha estado sometido desde que es homo sapiens. Una educación
que estimule el señorío ayudará, pero la decisión de sostener su conciencia
personal libre de errores, pasiones y coerciones que perturben el camino que un
individuo decide darle a su vida, siempre será una disyuntiva personal. ¿Algunas
condiciones de posibilidad que orienten esta opción? A mi juicio en la
educación humanista clásica que impone la necesidad que jóvenes y adultos
conozcan esa batalla por la libertad que ha dado la humanidad, que Aristóteles,
Platón, Kant y muchos otros, han liderado a través de los siglos. La libertad
es como un órgano físico; si funciona mal o le falta algún insumo, todo el
órgano espiritual funciona defectuosamente. La ausencia total de libertad
negativa según la define Isahia Berlín, no suprime la libertad. Solzhenitzyn
describe esa irreductible voluntad de libertad en su personaje, prisionero en Siberia,
en su novela, Un Día en la Vida de Ivan Denisovich. Para ejercer la
soberanía personal, la libertad positiva, invirtiendo aquel españolísimo adagio,
Salamanca debe prestarnos lo que natura no nos da. Existe un arsenal de
conocimientos teóricos, sin los cuales el poder opioso de la técnica moderna se
tragará la libertad y soberanía personal de los individuos.
En el plano colectivo y en el uso
de la técnica por parte de este Ogro Filantrópico,
el peligro del trans humanismo es más complejo aún. El hombre, así como está condenado
a ser libre, también está condenado a ser político. Es decir, miembro de
una colectividad que está dotada de normas, sociales, morales y jurídicas. El problema
a que nos somete el transhumanismo con el gobierno tecnológico y racional
de las máquinas es que por definición es totalitario y obtuso. Es totalitario
por cuanto las máquinas para adoptar decisiones utilizan un enorme número de
variables, pero por muy extensa e intensa que sea su programación, su dotación
es finita, y esa finitud no acepta pormenores ni matices que estén fuera de los
datos que maneja. La máquina gobernante consideraría todas las variables
involucradas en un problema; las ponderaría racionalmente y decidiría de una
manera pura, sin contaminaciones emocionales. Pero carecerá siempre de
una condición necesaria del gobierno de la res pública: la virtud de la
prudencia. La política es un quehacer esencialmente prudente. Siempre
abierto a lo desconocido, a lo que no se había ponderado inicialmente. El
totalitarismo siempre parte de una visión total del mundo que no acepta
matices. Las máquinas son por definición totalitarias.
En su obra Eichmann en
Jerusalén o la Banalidad del Mal, Hannah Arendt nos explica cómo se
articulaban las decisiones del régimen nazi que derivaron en lo que ella
bautizó como matanzas administrativas. Todo sometido a un orden estrictamente
racional, con variables prestablecidas. Eichmann incluso, personalmente
estimaba a los dirigentes sionistas y dialogaba con ellos. Pero para él, la
lógica burocrática estaba por sobre toda consideración humana. El comunismo
soviético estuvo también sometido al mismo orden racional. Así testifica
Alexander Solzhenitzyn en su escalofriante obra Archipiélago Gulag. Eran
los protocolos de funcionamiento los que determinaron que las unidades de
la Checka estalinista, debían producir cotidianamente flujos de
condenados para alimentar las prisiones del Gulag y así
justificarse ante el régimen y cumplir sus directrices.
Esta analogía con regímenes
opresivos podría refutarse en razón que las super computadoras actuales serán alimentadas
con datos racionales y de respeto a los derechos humanos. En consecuencia,
esas monstruosidades no podrían ocurrir. Pero eso no es así. Hasta el irrestricto
respeto de los derechos humanos puede llegar a ser inhumano, si no está
gobernado por la prudencia, virtud exclusivamente humana que solo se puede
ejercitar cuando el hombre no se encuentra sometido a las técnicas de envilecimiento
a que nos somete el totalitarismo. La iniquidad y la estupidez son primas
hermanas; siempre son posibles cuando los negocios humanos no se encuentran
sometidos a la ponderación prudencial del arte de la política.
Los dos últimos capítulos de la Rebelión
de las Masas de Ortega y Gasset se denominan; La Barbarie del
Especialismo, y El Mayor peligro; El Estado. Hace casi un siglo Ortega sintetizó
como se conjugarían estos dos fenómenos modernos para demoler el orden social. Sus
prevenciones son de una sorprendente vigencia. En el fenómeno de la
burocratización de la vida moderna se conjugan estos dos fenómenos perfilados
por Ortega de manera nítida. El gigantismo burocrático importa un
desplazamiento de la racionalidad de las decisiones inspirado por los expertos.
Esos expertos son los especialistas a que se refiere Ortega. Es la
esclerosis de la técnica.
EL FENOMENO DEL COVID 19
COMO MANIFESTACION DE LA DESVIACION DE LA TECNICA
A mí juicio, el ejemplo más
evidente y palmario de lo que el gobierno trans humano ya está entre nosotros,
es el episodio en curso de la supuesta pandemia, y del confinamiento mundial
prescrito por las autoridades para su erradicación. En efecto; el gobierno trans
humano con este episodio ha hecho su debut totalitario en gloria y majestad,
con poderes totales e indiscutibles en la política global trans nacional y para
estatal. Las máquinas, con sus protocolos han suprimido de un plumazo la
libertad negativa de todos los habitantes del orbe, usando y abusando de la pulsión
básicas de los hombres y mujeres de todo el orbe, el miedo a la muerte. Y los
programadores de esas máquinas son los burócratas expertos que encarnan la
super especialización moderna.
El escudo de armas del fundador
de nuestra nacionalidad don Pedro de Valdivia contenía el lema La Muerte
Menos Temida, Da Más Vida. A contrario sensu, la muerte más temida nos
priva de la vida genuinamente humana. Es eso lo que han hecho de manera
sistemática los protocolos operativos de la Organización Mundial de la Salud. A
través de la campaña del terror funcional a los fines de los protocolos, se ha
encantado a la humanidad como el flautista hiciera con los ratones de Hamelin, obstruyendo
deliberadamente el discernimiento a la población del planeta. La mayoría han
renunciado a su libertad positiva y negativa de buen talante. Los regímenes
políticos mayoritariamente vigentes en occidente denominados democracia, se han
paralizado y sometido a la omnipresente y autoritaria burocracia internacional
orquestada por los medios de prensa generosamente subsidiados. Las mega
burocracias de los órdenes políticos modernos representan al ogro
filantrópico que nos quiere sanos y felices, pero a costa de nuestra
libertad y discernimiento.
Estos órganos jurídicos creados por
el hombre inicialmente para hacer posible la franquía y libertad de los hombres,
son hoy los gestores de la supresión de la libertad personal más eficiente de
la historia de la humanidad. Estos enormes órganos dotados de gigantescos
recursos, qué por su misma complejidad y tamaño, viven sometidos a una
cotidiana coerción: deben auto justificarse ante el mundo opulento que los
alimenta. La cuestión es de una trivialidad patética, pero quien haya
desempeñado funciones en la burocracia, entenderá emocionalmente lo que esto
significa. El burócrata internacional vive encerrado en una jaula dorada
acosado por el temor de la inanidad de su desempeño. Durante años los
burócratas de la Organización Mundial de la Salud y de otras
organizaciones burocráticas gubernamentales y no gubernamentales, han
desarrollado modelos matemáticos a través del uso de computadoras, que les
respondan cómo reaccionar ante surgimiento de enfermedades reales que puedan
aniquilar a una parte de la humanidad, como ya ha sucedido históricamente. Es
el síndrome de los bomberos o de los soldados de frontera retratados en la
brillante novela de Dino Buzzati El Desierto de los Tártaros.
Nos resulta difícil
representarnos que instituciones mega burocráticas, dotadas de funcionarios
expertos, que han ascendido luego de estrictas pruebas de suficiencia de
conocimientos y que manejan una nomenclatura compleja, equipamiento, reuniones
en edificios elegantes; puedan cometer errores propios de un oligofrénico. Pero
basta mirar la historia para darse cuenta qué esto ha sucedido, no una, sino varias
veces. El alto mando alemán, conformado por brillantes especialistas estrategas,
ascendidos en la jerarquía militar gracias a sus excepcionales dotes de
inteligencia, el año 1914 conspiraron para desencadenar una guerra que en cosa
de meses los haría dueños de todo Europa según todos los cálculos y
prospectivas. El resultado de la sesuda decisión de estas mentes brillantes
fue la demolición de Alemania, de la cultura alemana de la faz de la tierra, y
de paso de la cultura y hegemonía de la cultura europea sobre el mundo. Su
calculada decisión hizo además posible años después, que Alemania fuese
gobernado por un individuo patético como Hitler que concluyó esa tarea
demoledora. Hanna Arendt nos relata en su libro citado, como el exterminio de
millones de seres humanos era adoptada por individuos que intelectualmente no
podrían haber superado un test básico de inteligencia; circunstancia que
bautizó como la sorprendente banalidad del mal.
Con respecto a la pandemia, ya se
comienza a despejar una evidencia que causará estupor colectivo en los próximos
meses, y que querrá ser silenciada por las burocracias y centros de poder
mundiales: Ante la existencia de un supuesto virus supuestamente letal, se
reaccionó conforme a estrictas pautas y protocolos de procedimiento, diseñados
por complejos modelos matemáticos. Esta voluntad trans humana visualizó que el
temor de la población a la muerte era el factor que aseguraría la eficacia. El
resultado será desastroso. No solo habrá afectado la economía mundial. También destruirá
las redes de convivencia e incluso la salud pública.
Nos despertaremos próximamente de
una pesadilla y constataremos en la nueva vigilia que la estructura económica
del mundo ha sido diezmada a causa de la decisión de burócratas que poseen una
inteligencia prudencial muy limitada. Se comprobará que ni siquiera han podido
constatar que existe el virus que combaten con todo su arsenal de protocolos y
modelos matemáticos. Seremos sorprendidos al constatar que hemos enajenado
nuestra soberanía nacional y nuestra libertad individual en manos de individuos
de calificación intelectual menor solo adiestrados a manejar una
problemática en base a un número sorprendentemente limitado de variables,
soslayando todos los, colateral damages, que su obtusa conducta nos han
causado y nos causarán. Y lo peor será constatar que su conducta no existe,
sino que la conducta es la de los maxi computadores, modelos matemáticos,
protocolos, reglas y procedimientos. Es decir, de nadie humano. Igual que
Eichmann y sus matanzas administrativas.
Por la misma razón que los
pronósticos de toda utopía revolucionaria han fallado, esta distopía sanitaria transhumanista
estimo causará daños infinitamente mayores que toda su predicción de beneficios.
La razón de esta mega comedia (o
tragedia) es sorprendentemente trivial: la respuesta la encontramos en un
concepto matemático que nos habla de los órdenes de magnitud considerados
en las estimaciones predictivas de esas utopías y distopías. La realidad en
general y la vida humana en particular está condicionada por N
circunstancias. Llevar N a un número real e identificar cada una de esas
circunstancias, ha sido desde siempre la titánica tarea de físicos, filósofos, sicólogos,
siquiatras, antropólogos, sociólogos etc. Las prospectivas ideológicas fundadas
sobre el positivismo científico que dominan hoy la burocracia mundial de la
salud han pecado de una irritante puerilidad en ese cálculo, considerando
solamente las circunstancias que son capturadas por el relato racional desde
una perspectiva limitada; y en el propósito atrevido de pretender abarcar la
realidad en las estructuras conceptuales, obviando todas las demás variables
que no coinciden con el modelo, la ideología o el sistema de pensamiento.
Pero lo más obtuso, es el
abandono del arte de la política como quehacer esencialmente prudencial. El
verdadero político, el que cultiva la virtud de la prudencia intuye los órdenes
de magnitud de la naturaleza humana. Intuye que las colectividades humanas son
órganos vivos en desarrollo, sometidos a innumerables pormenores y variables.
El político prudencial jamás abandonaría el periscopio de la prudencia en manos
de un modelo matemático predictivo, porque sabe que ese modelo está
alimentado de un número ínfimo de las variables que condicionan el destino
humano.
Ese es el estado de
descomposición de la política en el mundo contemporáneo: las democracias han
degenerado en burocracias que operan con la arrogancia propia del burócrata que
cumple ordenes, protocolos, instructivos etc.
Tengo la esperanza que este mega
desatino de la pandemia del covid 19, tendrá un fruto. Y ese fruto debería ser recuperar
la democracia de manos de la burocracia, recuperar la soberanía nacional
delegada a órganos burocráticos transnacionales, recuperar la política como el
quehacer prudencial que siempre ha sido, redefinir la tecnología al nivel
funcional humano que requerimos. El gigantismo estatal, burocrático global,
empresarial, militar etc. es un suicidio colectivo. Urge reducir las
estructuras. Confiar y tolerar un caos controlable por los eternos principios
de la prudencia y de la justicia. Así como los navegantes portugueses del siglo
XV desterraron la creencia en monstruos marinos devoradores de navegantes
allende el horizonte, así después de este experimento global del Covid 19
debiésemos desterrar definitivamente la fe en el transhumanismo de los modelos
matemáticos para el gobierno de las colectividades humanas. Deberíamos
enjuiciar la inconveniencia de la super especialidad que es promesa de barbarie.
Septiembre de 2020