DEMOCRACIA, CIUDADANIA,
VOLUNTARIEDAD DEL VOTO Y
JUICIO CRÍTICO DE LA
REALIDAD
El populismo y los sistemas cesaristas envueltos en
paquetes de democracia formal electoral, se han ido generalizando y se irán
propagando por todo el mundo en las décadas próximas. En la práctica este
fenómeno representa el gradual empobrecimiento de la soberanía popular. Y no
solo en naciones con carencias materiales se dará este fenómeno. Desde el
episodio de las torres gemelas en Nueva York, asistimos a la entronización del
cesarismo de hecho en los llamados países del primer mundo.
Las irrefrenables olas de migración de carenciados
desde países pobres hacia naciones opulentas, hará más “parejo” el mundo.
Carenciados y opulentos vivirán bajo un mismo techo en una relación que tiene
muy poco que ver con el mundo de clases sociales de proletarios y burgueses que
intuyo Carlos Marx en el siglo XIX. Las sociedades se harán progresivamente más
desiguales. No obstante que la bandera de la
igualdad pretende sintetizar de manera fácil e intuitiva el fenómeno, la superficialidad
de sus conceptos y la vocación populista de los soldados contra la desigualdad aseguran que este fenómeno se
seguirá agudizando y las políticas contra su propagación necesariamente
convergerán hacia su completo fracaso.
Las causas de este fenómeno son naturalmente complejas
y múltiples. Pero básicamente se podrían sintetizar en dos tendencias: El
facilismo de la vida cotidiana y la complejidad de la sociedad moderna.
Por facilismo me refiero a que, sin gran esfuerzo
personal, el hombre contemporáneo es capaz de sobrevivir donde el habitante de
siglos pretéritos desaparecía aplastado por las carencias. El alimento, el
acceso a la salud, el vestirse, el desplazarse; exigían al habitante del siglo
XVIII grandes sacrificios y esfuerzos. Hoy están a la mano.
El contrapunto de lo anterior es que la sociedad se ha
tornado mucho más compleja. Sus equilibrios más precarios; y la posibilidad de
los individuos de salirse de la red de interdependencia, se ha tornado
progresivamente más difícil. Vivimos con mayor comodidad que antaño, pero en
cierto sentido como los peces en una red de arrastre de esos barcos de pesca
industrial. La energía, la producción masiva de alimentos, las megalópolis, las
redes portuarias, el calentamiento global. Todos son fenómenos colosales que
requieren de control cesariano para su funcionamiento.
En esta circunstancia los espacios de la libertad
personal y de la soberanía popular se reducen. La democracia se reduce a elegir
a quienes no queremos elegir, porque son delegados de maquinarias de poder que
superan y soslayan la voluntad de los individuos. Los llamados movimientos sociales “espontáneos”,
son también la mayoría de las veces creaciones de las máquinas de movilización
de opinión.
¿Qué hacer para revertir esta tendencia? Propongo
algunas ideas enfocados a refinar los conceptos de ciudadanía para revertir o
mitigar el fenómeno del empobrecimiento de la soberanía popular. Por otra parte,
se trata de sincerar en la sociedad a las personas que tiene vocación de
gobernar sus vidas de aquellas que simplemente quieren pasar por la vida
guiados por los demás. De hecho resulta injusto que tengan idéntica potestad quien
no se interesa en gobernar y gobernarse, que el que si lo tiene. Todos deben
tener igual derecho a participar, Pero solo los que optan por hacerlo deben
tener la potestad.
El pensamiento, la voluntad y el juicio son las tres
actividades mentales básicas[1].
A mi entender las dos segundas son consecuencia de la primera si y solo si, la
intención del ser pensante es el conocer genuinamente la realidad. Por ello incluyo
en el título de la presente reflexión, el juicio crítico de la realidad.
Me refiero a “crítica” como la actividad de análisis
radical de un problema que impone la existencia. No me refiero al uso vulgar
del vocablo, cual es, actividad dialéctica orientada a la refutación.
Me
refiero a “juicio” tanto como como el
acto de distinguir y por lo tanto, también opinión, pensamiento, valoración
o ponderación entre ideas opuestas; como la facultad que hace posible ese acto.
Democracia, es un sistema de gobierno de una colectividad,
que se define como el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
Por “pueblo” debemos entender a los “ciudadanos”
definidos por la constitución, quienes se representarán personalmente y sin
derecho a las reglas de la representación estipuladas por el Código Civil.
Ahora bien, la circunstancia que la democracia sea el
gobierno “por” el pueblo, impone la
necesidad que ese pueblo quiera y pueda gobernarse. Si no es así, la
democracia como sistema de gobierno, no pasa de ser una parodia donde los
poderosos manipulan a las personas como números, simplemente para imponer su
voluntad propia.
Ejemplo vívido de democracias semánticas, son, no solo las
repúblicas “democráticas” de tinte totalitario, tales como la fenecida Alemania
Oriental y la aun sobreviviente República democrática de Corea del norte; también
esta parodia se hace presente en los regímenes populistas de cualquier sesgo, o
regímenes sostenidos en el culto a la personalidad. Parodias de elecciones de
voto popular se efectúan con el solo objeto de consolidar máquinas de poder que
tienen fines totalmente paralelos y a veces reñidos con la genuina voluntad
popular.
El remedio a esta situación es posible y supone una colosal
revolución de las conciencias en la búsqueda de un mejor gobierno. ¿Parecen muy
desapegadas de la realidad contingente estas reflexiones? En absoluto. Tienen
una relevancia cotidiana y esbozo cursos de acción que podrían hacer operativas
estas ideas. La refutación escéptica dirá que la democracia genuina nunca podrá
hacerse realidad porque las personas se conducen ordinariamente de modo
inconsciente y que, particularmente en Chile casi nadie tiene cultura y menos
cultura cívica.
Se ha desarrollado en Chile debate sobre el voto voluntario o
del voto obligatorio. También se ha planteado la necesidad del financiamiento
público de campañas políticas y de partidos políticos. Todos estos temas se
relacionan con este tópico cual es la radicación efectiva de la soberanía en
las personas.
Querer gobernar los elementos y la propia
existencia, es una condición volitiva
de la esencia de la condición de ciudadano. No es una cuestión baladí o
abstracta. Es relevante para la calidad del resultado del ejercicio democrático.
Para explicarme hago una analogía:
Una de las cargas públicas que define la constitución, es que
los mayores de 18 años formen parte de la reserva militar de la Nación. La
cuestión es un poco “demodé” en un mundo de ejércitos con mecanismos operacionales
más tecnológicos que de tropa, y deviene de un atavismo de siglos anteriores en
que los ejércitos defensivos u ofensivos, requerían de gran cantidad de hombres
adultos en estado de portar armas, para el logro de sus fines propios. La
condición de “reservistas” de las fuerzas armadas se consuma, luego de la
instrucción militar, a través del juramento
a la bandera, por el cual el reservista pasa a ser parte de las fuerzas
armadas en dicha condición. El juramento a la bandera es la asunción de un
compromiso personal con la defensa física de la Nación.
Pues bien, siguiendo el ejemplo de dicha carga pública, propongo
que la condición de ciudadano se adquiera luego de un juramento o promesa de compromiso al ejercicio de ciudadanía. La
asunción de la condición de ciudadano debiera ser estrictamente voluntaria,
pero una vez ejercida la opción, y materializado el compromiso de ejercicio de
la soberanía, deberá imponerse a los ciudadanos, la estricta obligación de
participar en las cargas públicas que impone la democracia.
Pero señalábamos que para participar en el gobierno por el
pueblo, además de querer gobernar, hay que poder
gobernar. Aquello supone una condición
potestativa mínima.
Volviendo a la analogía de la carga pública de la reserva
militar, el reservista antes de prestar juramento a la bandera requiere adquirir
una destreza mínima en el arte de la guerra que en ese caso se adquiere por la
instrucción militar.
Otro ejemplo: para conducir un vehículo motorizado en la vía
pública, se debe obtener una licencia. Esa licencia se obtiene luego de un
examen de idoneidad de conocimientos mínimos. La exigencia es severa pero
justificada por cuanto el conductor de un vehículo pone en riesgo la seguridad
de los que transitan en la vía pública.
En el caso de la
ciudadanía, no se trata de que el ciudadano sea un Tallyerand o un Kissinger en
la comprensión del arte del gobierno del Estado. Se refiere a la condición
potestativa derivada de la condición volitiva de querer formarse un juicio de
la realidad en base al análisis crítico de la misma. En otras palabras, el
ciudadano debe ser una persona que está dispuesta a reflexionar sobre los
problemas en base a la realidad, y de esta manera desterrar el hábito perverso
que existe en la democracia moderna, en que las personas son “concientizadas”
al estilo orweliano en base a la propaganda enajenante. Más específicamente, se
trata de desterrar la democracia ofrecida como pasta dentífrica como sucede
cotidianamente hoy.
¿Cómo hacer realidad lo anterior?: Para poder gobernar se necesitan por un lado, conocimientos básicos,
sobre lo que es la constitución, los derechos y deberes fundamentales, las
instituciones básicas de la República y sus fines propios. Para adquirir la
condición de ciudadano, se debería imponer la exigencia de rendir un examen de
idoneidad básico sobre lo que es Chile, lo que es su sistema de gobierno y
respecto cuales son las instituciones que la rigen. Para ejercer la condición
de ciudadano el interesado debería contraer un compromiso formal, de formarse
juicios como fruto de un juicio crítico de la realidad, y evitar los prejuicios
formados y deformados por la propaganda enajenante.
Lo anterior permitiría desterrar la democracia de “las
figuras” o en base al people meter y recomponer la democracia de los liderazgos
reales. Una condición “activa” y no pasiva de los ciudadanos desterraría los
caciques y los liderazgos irracionales.
Adicionalmente, y relacionado con el reciente debate del
derecho a voto de los expatriados, estimo que la tercera condición de la ciudadanía debería ser en términos muy
amplios, pagar impuestos de
cualquier tipo en un período de tiempo reciente. Cualquiera que fuere incluso
el impuesto al valor agregado (tributo que afecta a cualquier consumidor en el
territorio nacional. Incluso sin obligación de declarar anual o mensualmente
ante la autoridad impositiva. Por el solo hecho de pagarlo. Quien no concurre
en el esfuerzo de recaudación fiscal, no le afecta el destino de la República.
Es absurdo tener un derecho sobre determinar el destino de la República, sin
que ello afecte en absoluto.
Noviembre 2014