FUTURO,
CONFIANZA Y LIDERAZGO
La mente y el espíritu humano están
condicionados por el tiempo. Nuestra condición humana nos impone ser
conscientes de la existencia del tiempo sin haber experimentado el futuro. Desde
el día que nacemos, derivamos por el tiempo hasta el día de nuestra muerte. Sabemos
o tenemos impresiones de lo que nos ha sucedido en el pasado; pero no podemos
tener certezas absolutas sobre el futuro. Nuestro radar espiritual y mental, da por sentado que el futuro existe;
entonces aspiramos a estar presentes y conscientes cuando dicho futuro llegue,
y aspiramos a disfrutarlo y no sufrirlo.
Las opciones son tres, y dos de
ellas nos angustian: O creemos que el futuro nos depara algo bueno, o creemos
que el futuro nos depara algo malo o no sabemos ni creemos nada concreto sobre
lo que nos depara ese futuro. Tanto la certeza del mal futuro, como la incerteza
absoluta sobre el mañana, generan angustia en cualquier humano medianamente
consciente de sí mismo. Y como consecuencia de esa angustia, fluye el sufrimiento. Si bien es posible
adormecer esa angustia por los placeres mundanos, con las vanidades humanas,
con “los cuentos” que nos contamos de nosotros mismos; esa incerteza, como un
cáncer espiritual, soterradamente va carcomiendo por debajo nuestro espíritu, y
nos deteriora con neurosis más o menos manifiestas.
La fe cristiana y el budismo,
conforme sus dictados, pretenden suprimir esta incerteza del futuro, pero como
dijo el buen Jesús, si tuviéramos una
fe, tan pequeña como una semilla de mostaza, podríamos decirle a un árbol
frondoso: arráncate de raíz y plántate en el mar, y nos obedecería. Lamentablemente
no conozco a nadie que haya logrado esa proeza.
En este contexto cabe preguntarnos ¿para
qué existen los liderazgos sociales, políticos, religiosos, sindicales,
gremiales y de todo tipo? ¿Cuál es su razón de ser?; ¿Acaso para
satisfacernos gratuitamente una necesidad actual o futura?; ¿Acaso para
asegurarnos la entrada al paraíso después de nuestra muerte? ¿Quizá para
asegurarnos que tendremos trabajo remunerado en el futuro?; ¿Acaso para
asegurarnos buenos momentos y situaciones, independientes de nuestra conducta? La
respuesta que yo me doy a esta pregunta es harto más modesta: Los liderazgos
existen para brindarnos las certezas en el futuro, que nosotros mismos no somos
capaces de darnos.
Entonces pues, la relación nuestra
con el liderazgo es una relación de confianza. Les creemos a los líderes en
cuanto a tales. Y los creemos capaces de brindarnos mayores certezas a nuestras
existencias, con relación al futuro.
A propósito del estado actual de
los liderazgos (religiosos, políticos, empresariales, sindicales), queda en
evidencia que algo muy nocivo está pasando en la realidad nacional. Se
percibe una desconfianza multilateral, de todos hacia todos, especialmente a
los liderazgos y en especial hacia los líderes políticos en carrera electoral. Los
medios masivos de comunicación social, por regla casi general, buscan enervar esas
desconfianzas e incluso crearlas cuando no existen. La desconfianza pasa a ser
la regla. Todos los líderes sociales son objetos de implacables escrutinios e
implacables críticas. A esa conducta muchas veces desordenada y sin fundamento
legítimo, se le ha bautizado como empoderamiento social, y casi todos dicen
celebrarlo, como si fuese algo muy positivo y “evolucionado”.
Desde el lado de quienes pretenden
liderazgos sin tener méritos para ello, se estimulan a tambor batiente
desconfianzas en fulano o en zutano, en tal o cual grupo o referente social. Su
premisa parece ser pisar espaldas para saltar al estrellato. En una ciudadanía receptiva
a la mirada hostil, el suelo es fértil para esta semilla de maldad. Se pregona
que todo lo que se ha hecho está mal y hay que cambiarlo. El cambio y la
demolición del presente es la llave para un futuro esplendor. Por ejemplo, hubo
una candidata presidencial “testimonial” (como hoy se le llama a quienes no
tienen ningún liderazgo real), que si creyera ciertas la mitad de las cosas
negativas que pregonaba, desde luego ya se habría suicidado. El discurso
deprimente es la fórmula para conquistar voluntades deprimidas.
Es interesante relacionar este
fenómeno de desconfianza, con la conciencia de la incerteza humana respecto del
futuro, referida en estos primeros párrafos. Leí por ahí un pensador del siglo
pasado decía; en el siglo XVIII se creía
en Dios; en el siglo XIX se creía en la razón. En el siglo XX no se cree en
nada. Algo de eso hay en el fenómeno descrito.
Decíamos que los liderazgos existen
para brindarnos las certezas en el futuro, que no somos capaces de darnos por
nosotros mismos. Y en la última parte de esa frase está la clave. La gran parte
de las certezas que uno requiere en la vida para poder seguir viviendo con un
mínimo de sanidad espiritual y mental, se los tiene que brindar uno mismo. Y es
ahí, creo yo, donde está la explicación de la disconformidad casi generalizada de
los ciudadanos, feligreses, y miembros de entes colectivos, con sus respectivos
líderes. Les piden a los liderazgos un volumen de certezas imposibles de
obtenerlas externamente. Certezas que los mismos individuos tienen la
obligación de darse a sí mismos. Al ser imposible para los liderazgos brindar
esas certezas, entonces sobreviene la rebelión.
La modernidad cuajada de
“indignados” y “empoderados”, como el escorpión se ataca asímisma con su
aguijón de ponzoñosas frustraciones. ¿El remedio? Definitivamente no está en
dañar y reñir lo que en el mundo genuinamente funciona. El remedio está en volver
sobre sí mismos, en un esfuerzo de comprensión de los por qué de las
existencias y expectativas personales; aventurarse en los cursos de acción para
conseguirlas. Nadie puede salvarse desde la inconsciencia. Una sociedad de
inconscientes, es una sociedad de esclavos. Y en esto nada tiene que ver la
riqueza. Conozco esclavos ricos.
Esta “american way of life” en la que se ordena la vida moderna me parece
que nos ha alejado las viejas relaciones de vecindad, de familia, de
matrimonio, de pareja, donde cada uno crece a partir del otro pero no a costa
del otro; No le pidamos a los líderes lo que los líderes no nos pueden otorgar,
y quienes aspiren al liderazgo no ofrezcan lo que son incapaces de entregar. El
bienestar personal no lo entrega el
Gobierno, la Iglesia o el Estado; se lo labra cada uno.
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