IZQUIERDAS Y DERECHAS o ANTIDERECHISTAS Y
ANTIIZQUIERDISTAS.
¿CUAL ES LA DISYUNTIVA REAL?
Nunca tuve talento para desempeñarme como atleta en el colegio. Lo digo con
congoja. En los torneos atléticos entre colegios y liceos de la capital, los
que padecíamos de esta condición de capiti diminutio, solo
participábamos en las barras que alentaban a los competidores. Para darnos
importancia entre la concurrencia femenina que admiraba preferentemente a los
competidores, a la edad propia de estos desvaríos, nuestra tarea ordinaria era
destruir las enseñas de los colegios y liceos “enemigos”; especialmente de
aquellos que ganaban más medallas. Esto daba lugar a grescas que permitían
llamar la atención de las féminas. Obviamente este ejercicio, no daba
dividendos en el torneo; incluso creo recordar que se sancionaba a los causantes,
restando puntaje al colegio agresor.
El foro democrático, cuando escasean los liderazgos reales, fatalmente cae
en estas conductas de los parias del atletismo. Los políticos buscan destacar,
quemando las enseñas del contendor, ante la incapacidad de mostrar sus propias
virtudes atléticas. Los cargos de representación popular, que debieran ser la
corona de laurel de líderes talentosos, infortunadamente los ocupan preferentemente
quienes reducen sus destrezas, a la maña para ganar torneos electorales y
demoler la imagen de sus contendores.
El liderazgo político útil, es aquel de hombres y mujeres que conocen y hacen propios los verdaderos
valores colectivos: la libertad, la justicia, la prosperidad, la sanidad, la
sabiduría, la ciencia etc. Además de conocer, cultivar y promover esos valores,
el líder debe estar dotado de la inteligencia para anticipar peligros y
acechanzas que las circunstancias deparan a la colectividad.
Los foros políticos en democracia se ordenan desde la asamblea francesa de
1789, en derechas e izquierdas. Los valores que representan estas tendencias han
sufrido a través de los años, mutaciones importantes. Esto se ha profundizado en
la política contemporánea. Por lo que no es ocioso preguntarse; que es
hoy en Chile, ser de derecha o ser de izquierda.
Patricio Aylwin, Ricardo Lagos, Alejandro Foxley, y muchos otros líderes
que cimentaron el Chile capitalista y de libre mercado, eran autores de libros
que abogaban por el colectivismo socialista, el proteccionismo arancelario, la
planificación central y criticaban el sistema capitalista de libre mercado.
¿Cómo fue entonces para que la centro izquierda gobernara durante desde
1990 hasta 2010 hiciera propios los valores del libre mercado, ayudando a
transformar a Chile, por primera vez en su historia en un país capitalista? Pues
que a fines de 1988 empezó a desmoronarse el socialismo en el mundo, y a fines
de 1989, era nada más que un montón de ruinas. En un brillante acto de travestismo político, se
olvidaron de su socialismo y lo que identificaba “ser de izquierda” se diluyó
en su repulsión por el gobierno militar con relato de éste, más o menos
novelesco, que lo igualaba al nazismo. Sumado a ello una tibia, pero muy tibia
agenda (anti) valórica progresista (que un principio no era consensuada por
católicos de entre sus filas).
¿Qué identificaba entre 1990 y 2010 “ser de derecha”? Aquí la tarea de
identificarse fue más difícil aún. La izquierda extra-sistema con luciferina
sabiduría, asesinó Jaime Guzmán, quien con sus defectos personales[1]
era sin duda un referente ideológico de la derecha. En principio casi todos los
parlamentarios electos, defendieron los valores que representó el gobierno
militar[2].
Con el transcurso de los años esta adhesión fue raleando al hacerse “odioso” defender
esos principios, frente a una izquierda beligerante; y “costoso” en la aciaga batalla
por los votos. Era demasiado onerosa la campaña anti-Pinochet, para gastar
recursos en su defensa.
Pero la razón más importante de la debilidad de la derecha estuvo basada en
las condiciones de posibilidad de la gran prosperidad capitalista, que absorbió
a una generación completa de talentos, quienes se dedicaron fundamentalmente a
crear riqueza a través de la iniciativa privada, dejando en manos de los menos
talentosos la tarea de hacer política. Lo mismo que décadas antes había
sucedido con la profesión pedagógica, con el clero y con la judicatura (tres
pilares de la República), sucedía ahora en la política.
¿Cuál fue el resultado? Que en un alto porcentaje se anotaran como
“líderes” de derecha, quienes solo tenían talento para ganar elecciones, pero
ninguna cercanía a conceptos abstractos de filosofía ni ciencia política. La
doctrina fue solo apuntar en las encuestas. La “política” para la derecha, pasó
a ser un sórdido esfuerzo por financiar campañas para ganar elecciones. La
política transformada en mercadotecnia. Se trataba de ganar como fuere. Paradójicamente
no necesariamente para cambiar; porque la izquierda hacía políticas económicas de
derecha y dada la ignorancia ambiental, con eso bastaba.
Siguiendo la primera ley de Lord Acton, (el poder corrompe) la larga permanencia
en el gobierno de la Concertación, trajo secuelas de corrupción que
desmejoraron su plataforma de apoyo electoral y
un candidato de derecha, “figura”[3]
(sin principios ni relatos explícitos) amagó a la perla de la corona de
la izquierda, Ricardo Lagos Escobar. Lagos, líder sólido e intelectualmente
dotado, superó solo por estrecho margen de votos, a la “figura” derechista.
Entonces la izquierda encendió las alarmas: La política ya no demandaba
líderes. Demandaba figuras que apuntaran en las encuestas. La mercadotecnia
política, cultivada hasta entonces solo por la derecha, pasó ahora a ocupar
todo el espectro. La izquierda promovió entonces, por la sola circunstancia de
su vendedora imagen, con delantal blanco, estetoscopio al cuello o traje de tanquista,[4]
a quien carecía de los mínimos talentos y destrezas para detentar el cargo de
jefe del Estado.
A estas alturas de la historia; ¿Qué partido político se ocupaba de los
principios de los valores, que debieran ser los pilares de la República? ¿Qué
partido político se estaba ocupado de anticiparse a los peligros que nos
acechaban? [5] No había
tiempo. Demasiado tiempo y recursos demandaba la mercadotecnia ejercida en
ambos costados del espectro, para conservar el cargo y evitar que te
desembarcaran de la cómoda y rentable nave del poder político.
El resto de la historia es demasiado reciente para contarla como tal: La
derecha triunfa bajo los estandartes de un líder de derecha, que no es líder ni
de derecha; cuyo manifiesto objetivo era “ganar” como quien gana un remate en
la bolsa; y luego cuidarse las espaldas para disfrutar de un retiro plácido y
sin compromisos, negándose a ejercer las responsabilidades de la jefatura de
Estado. La izquierda concertacionista, acomplejada por su falta de principios,
aceptó gratuitamente al partido comunista en su coalición, con sus emblemas
genocidas y todo[6], sin
exigirles autocríticas de ninguna especie; y más grave aún, le pavimenta (le
regala para ser más exactos) el camino a referentes políticos, que más parecen
al bar de la guerra de las galaxias, quienes enarbolan las banderas de “la
rebelión de los necios”, cuya enseña es demoler todo y después veremos cómo
nos arreglamos.
El plato servido para que un minúsculo grupo de audaces violentistas, mínimamente financiados y carentes de una estructura militar formal, haya
puesto en jaque (¿mate?) a la República, sus instituciones su estructura de
represión y su judicatura. El agua se derrama por implosión espontánea: el vaso
se debilitó a tal punto que no puede contenerla.
Suponiendo que la igualdad es el
valor basal de la izquierda y la Libertad el de la derecha, ¿quién ha
profundizado sobre aquello a la luz del tiempo presente?
Los auto denominados think tanks (¡que nombre más siútico por Dios!) no
pasan de ser el puerto de desembarco de lugares comunes, narcisismos
intelectuales y plataformas de poder que responden a quienes los financian. La
academia universitaria ofrece mayor eclecticismo, pero anclada a lo que es su
mayor debilidad ancestral: ocupada de lo que ha sucedido y pensado en el
pasado, especialmente en otras latitudes, pero interpretando mínimamente el
presente y el futuro.
Un giro copernicano de la política es lo que nos sacará de este atolladero.
Con espíritu ecléctico sostengo: La república necesita una izquierda y una
derecha de verdad. Basada en valores, fundamentos con una visión e
interpretación del Chile contemporáneo. Los partidos deben hacer un mea culpa y
reclutar hombres y mujeres sabios y generosos que nos pueden re-conducir para
zafar de este atolladero.
Salir de este atolladero no será fácil ni pacífico. Debe pues las elites
políticas y judiciales abandonar ilusiones buenistas y pacifistas. La paz se
conquista, las más de as veces dolorosamente. No es la primera línea los
responsables de lo que sucede. Es la lenidad y estulticia de los políticos y
jueces la que ha hecho posible que esta implosión se manifieste. Coraje y
sabiduría es lo que el país les demanda ahora para derrotar a la subversión y
permitir la reconstrucción.
[1] Un grave defecto de Guzmán fue su intolerancia a talentos
de su estatura. Su criterio de reclutamiento no siempre fue de las mentes
brillantes, sino soldados disciplinados. Prueba de ello: la temprana e injustificada ruptura
del entonces partido único de derecha.
[2] Que sí se preocupó con militar pragmatismo
de declarar taxativamente sus principios y objetivos y honrarlos. Ver
documentos “Declaración de Principios” y “Declaración de Objetivos del Gobierno
de Chile”
[3] Joaquín Lavín
[4] Michelle Bachelet
[5] Nombro algunas 1) La virtual
disolución de la familia, sobre todo en las clases menos prósperas, núcleo
fundamental de la sociedad según la constitución;
2) la fatal debilidad energética del país y su crónica dependencia; 3) la falta
de talentos para crear tecnología; 4) La falta de productividad laboral; 5) La
fragilidad de los hábitos económicos que
inducen al consumo y al endeudamiento antes que al ahorro y la capitalización;
6) La fatal incomprensión lectora de la población que induce una capacidad
reflexiva casi nula.
[6] Lo de
los emblemas es un claro ejemplo de la superficialidad de la clase política. El
PC de Chile es el único fuera de Corea del Norte que tiene la desfachatez,
ignorancia y superficialidad de usar emblemas que son símbolo universal del
genocidio más atroz de la historia humana conocida. Lo hacen impunemente sin
que nadie (ni aliados ni detractores) se los saque en cara.