Escribo estas letras para expresar ideas sobre un tema tan
antiguo como el hombre, pero en permanente actualidad: la educación. Lo hago
desde mi perspectiva del mundo, que, como lo dice implícitamente el sustantivo
que uso, no es la única ni puede serlo. No pretendo más que aportar al debate. Advierto
que no respeto rigores metodológicos que a menudo encorsetan al mundo académico.
Uso ideas propias, pero también ajenas que no siempre cito a pie de página.
Puede que en algún aspecto estas ideas no estén expresadas o desarrolladas con
suficiente profundidad en su análisis, o derechamente que estén equivocadas;
pero esta posibilidad afecta desde Aristóteles a Kant, pasando por el que
suscribe: a todos. Me he formado la convicción que la existencia humana es un
devenir, montados en un minúsculo y bello planeta, en la obscuridad del tiempo
y del espacio y esta comunidad de bípedos implumes a la que pertenecemos, de
breve existencia de menos de diez mil años de conciencia colectiva, es muy poco
lo que sabemos. Conjeturo que desde el analfabeto hasta el que escribe o lee
libros con lomo, no sabe casi nada; la ignorancia radical nos afecta a todos
desde el gañan hasta el erudito. En tal perspectiva, el tema que abordamos, así
como la vida humana en su origen y destino, es un nudo gordiano. Lo del
cuchillazo sobre ese nudo que ejecuta Alejandro el Magno, es la metáfora que
permite al hombre vivir sin la angustia de saberse radicalmente ignorante. Pero
no nos satisface la metáfora: Debemos intentar desenredar ese nudo. Es un
imperativo atávico de nuestra condición humana. El hombre es hombre, en tanto
busca develar el misterio de su existencia, aunque no lo logre.
En esta perspectiva he encontrado en mi modesto esfuerzo
intelectual, mayor sabiduría en el pensamiento oriental que nuestra tradición
intelectual occidental. La palabra dogma,
que haría sonreír amablemente a Lao Tze, los occidentales la inventamos. La
ilustración decimonónica pretende haberla eliminado de su edificio de
creencias, pero hoy sabemos que solo lo hizo para colgarse de sus dogmas
propios, nuevos, y quizá más obtusos de los que pretendía enterrar. Así las
cosas, escribo sin pretensiones que nuestras palabras e ideas sean las últimas,
ni que nuestro discurso desenrede problema.
QUE ES EDUCACIÓN.
QUE ES EDUCAR
La humildad es una virtud intelectual bastante soslayada por
quienes escriben y teorizan sobre la educación. Hay una especie de vehemencia
por tener la única y excluyente fórmula
del éxito. Esta arrogancia intelectual implícita, está permeada por un fenómeno moderno muy perverso, y estéril
cuando de solucionar problemas de la sociedad se trata: la super especialidad profesional. Se habla de educación, desde perspectivas muy encuadradas y el dialogo entre
especialistas se hace por ello muy limitado.
En efecto, economistas, políticos, pedagogos, filósofos,
antropólogos, científicos de ciencias de la naturaleza, matemáticos etc.; trazan
diagnósticos y soluciones para la educación, desde sus reducidas perspectivas
profesionales. Ortega nos lo advirtió al referirse a “la barbarie del
especialismo”[1]. Adicionalmente
la cuestión se torna caótica, cuando nos referimos a una entidad; “La educación”,
cuyas fronteras conceptuales no están ni medianamente delimitadas. En otras
palabras: no resulta claro de que estamos hablando cuando decimos educación; y cuanto se dice sobre ella,
se encuentra sesgado por la perspectiva limitada del emisor.
Se difunden entonces muchas ideas que sin ser
erróneas pasan a ser - permítaseme la rudeza - un desperdicio intelectual, por
cuanto dejan en el aire las causas radicales, que condicionan qué la educación,– este ente
insuficientemente definido- no sea la que intuimos debería ser. Es obvio que
las carencias de la educación no solo son, recursos económicos, sueldos dignos
para los profesores copagos o no copagos de los costos de la educación, número
de horas de clases etc. Y mucho menos destrezas finales del producto del proceso educativo. El
problema es mucho más profundo. La sensación de malestar y disconformidad que
gira en torno a la educación, da cuenta que debemos enterrar el arado hasta el
fondo, para poder traer claridad sobre el problema.
Adicionalmente, el extravío de consensos sobre la
educación, es un aspecto más de la pérdida global de los consensos que afecta a
nuestra sociedad contemporánea desde inicios del siglo IXX o quizá antes. La representación
que tenemos de las cosas – de la naturaleza, de la sociedad, de la humanidad-
han ido sufriendo una mutación cada vez más acelerada. Podríamos sostener que nuestra
cultura sufre algo así como una crisis permanente a consecuencia del quiebre de
las creencias basales en que vivieron nuestros abuelos o bisabuelos. Lo que
difusamente la Arendt ha dado en llamar, la pérdida
del sentido común, o según la metáfora de Baupman, la modernidad líquida.
Lo anterior determina que la solución correcta
o funcional al fin deseado, que se expresara hace una, dos o tres décadas, hoy
ya no tienen validez. Y la inconformidad sobre la educación, sigue siendo la
misma, desde principios el siglo XX hasta nuestros días.
Vivimos épocas en que los liderazgos institucionales,
e incluso los ejercidos por inteligencias superiores y espíritus profundos;
padecen una perplejidad crónica.
Y para mayor confusión, la modernidad y sus
premuras,- esto es, la aceleración exponencial de los procesos sociales-, ha
inducido deterioros en el sentido preciso de las palabras y los conceptos. Caminamos
sobre arenas movedizas conceptuales, que hacen posible una masiva confusión. Pareciera que nos
afectase la maldición con que Jehová castigó a los constructores de Babel: el
leguaje más nos confunde que nos permite entendernos.
Para traer claridad sobre el fenómeno de la educación,
debemos empezar por esforzarnos lingüísticamente, abandonando pedanterías y
superficialidades intelectuales, obligándonos a ser rigurosos en cada uno de
los análisis.
Hablamos de educación
con conceptos generados en un mundo en que no existía la radio, la televisión,
la publicidad, el rating, el internet, las redes sociales, los totalitarismos
políticos fácticos, la propaganda política. Mundo el de entonces en el cual el
poder del estado nacional, el poder de las empresas globales y de los poderes
políticos transnacionales; no existían, al menos en el grado que hoy existen.
¿Cómo abordar entonces el tema?: En mi concepto partiendo por
filosofar. Reflexionar amparado en la filosofía, como ciencia totalizadora que
abarca a todas las demás: teología, metafísica, ontología, epistemología,
filología. Las ciencias sociales, individualmente consideradas o la filosofía
positivista que solo pone el énfasis en los fenómenos y su causalidad, parecen ser
insuficientes para interpretar y entender una entidad tan líquida. Tampoco es suficiente un análisis exclusivamente histórico
sujeto a la cronología, porque es muy posible que el futuro y el presente
difieran grandemente, en las bases que sustentaban en el pasado a este fenómeno
social que identificamos como educación.
Y por ningún motivo recurrir a las ideologías; aquellos edificios intelectuales,
presurosos a darnos respuestas envasadas, en función de sus propias
prescripciones o deseos -posibles o imposibles- respecto del futuro; verdaderos
envases intelectuales, que son más causa de ocultamiento de la realidad que su
develamiento.
¿Para qué educamos o nos educamos? ¿Sobre qué; a qué fin? Por
lo general la discusión y el debate de los actores con prerrogativas en el
tema, tanto en nuestro país como en el resto de occidente, se restringen a la
periferia del problema; mayormente a cuestiones adjetivas y soslayan el fondo.
Creo yo, porqué el mundo contemporáneo es débil en convicciones colectivas en
torno a esas preguntas. Los detentadores del poder no parecen estar interesados
en abordar esas preguntas. La urgencia de sojuzgar voluntades; aunque fuere con
cinta de seda, es más fuerte. La publicidad comercial, la propaganda política y
los medios de comunicación de masas, fuente y herramienta del poder que
ostentan muchos actores del debate, más que traer claridad sobre el tema buscan
mantener el status quo, y atada en el cuello la cinta de seda para el logro de
sus fines propios.
UNA CUESTION PRELIMINAR; EL SENTIDO DEL
TIEMPO
La religión y los mitos, son un producto cultural que la
ilustración decimonónica creyó parte de un pasado intelectualmente oscuro.
Nuestra comunidad intelectual permeada por la ilustración y el racionalismo su
estandarte, han visto en las religiones del pasado el comodín de los ignorantes
que se niegan a la sabiduría racional.
Entre los logros más destacables de la ciencia ilustrada se encuentra la
astrofísica. Esta ciencia ha conjeturado con bastante y preciso fundamento, la
existencia de un punto inicial del universo. Pero al ser incapaz de develarnos
con la misma precisión, que pasó el día anterior al big-bang y sobre quien
apretó el botón que causó ese bang, quedamos
en la perplejidad basal de la existencia, condición que nos acompaña desde que
el hombre se irguió en dos pies. En efecto, la astrofísica no puede descartar
la posibilidad de que no exista el uni-verso, sino un multi-verso. Así de
perdidos estamos. Del mismo modo la física cuántica da cuenta que la materia se
descompone en partículas, y con esa información podemos conjeturar que la
materia en definitiva no sería una cosa en sí, sino un orden; donde algunas
asociaciones de partículas forman un cerebro humano y otras una roca de
cilicio. ¿Por qué? ¿Para qué ¿Quién lo ordena? La ciencia no tiene conjeturas
al respecto. Se basta asimismo en su esfera propia.
Ortega, cultor y admirador de la ciencia moderna, denunció
empero la pedantería racionalista y nos invitó a retornar a la filosofía para
traer claridad sobre lo único que tenemos certeza de su existencia: la vida;
nuestra vida. Las ideas para la vida, no la vida para las ideas.
Hago presente lo anterior para explicar porque me amparo en
una magnífica y clarividente metáfora; El mito de El Génesis de la Biblia. Ello
para ilustrar lo que los astrofísicos miden con tanta precisión pero que no
saben explicar en su radicalidad: El tiempo.
El Génesis, nos relata que el género humano, a través de nuestros
primeros padres, invadió una esfera que no le era propia y que habría estado
reservada para seres de otra categoría no humana. Habiéndolo prohibido el
Creador, Adán y Eva prueban el fruto del árbol del conocimiento. La
consecuencia la conocemos: los primeros padres son expulsados del paraíso que los
cobijaba. Ese paraíso tenía una condición que no siempre se destaca en toda su
radicalidad: les permitía a nuestros primeros padres encontrarse inmersos en la naturaleza intemporal que compartían
con el resto de la creación. A consecuencia de su expulsión, pasaron a tener
conciencia del tiempo y del devenir. El género humano entonces, se separa del
resto de la creación que no fue afectada por esta transgresión humana. Esta mini
introducción cosmogónica, la expreso para reflexionar sobre el fenómeno y
el sentido del tiempo en la vida humana; el sentido del devenir.
El hombre tiene conciencia de estar “cazado” en el tiempo. Sabe o pretende saber, o al menos tiene
conciencia; de la existencia; de su pasado, de su presente, y de su porvenir. Pero
estas categorías: pasado, presente y futuro, son de naturaleza bastante distinta.
Dada la instantaneidad del presente, este no se puede coger.
Tenemos presente así como lo tienen todos los seres de la creación. Lo que nos
distingue del resto de la naturaleza, es que el hombre de manera exclusiva,
tiene o puede tener, conciencia del pasado y pretensiones para con el porvenir.
El refrán dice; la
experiencia es la madre de la ciencia. Sin embargo, el espíritu humano no
encuentra certezas en base al puro conocimiento del pasado. Primero porque la percepción humana de lo
pasado es imperfecta, sea por limitaciones empíricas, o intelectuales-emocionales
inherentes a su naturaleza. El hombre individual y colectivamente se representa
lo que el pasado fue -colectiva o individualmente- mediante mecanismos
puramente intelectuales. Esos mecanismos intelectuales son la experiencia propia
o la referida por otros. La experiencia da cuenta de realidades que son
filtradas por una lente con diversos grados de nitidez o distorsión. En efecto,
lo que nos decimos a nosotros mismos que nos ha sucedido, y lo que el resto del
mundo nos refiere del pasado, no es la realidad misma sino una representación
de ella. Como el hombre no es un robot, esas representaciones están permeadas
por emociones y pueden sufrir distorsiones más o menos relevantes.
Un ejemplo de esta impericia intelectual propiamente humana,
de leer el pasado permeado de deseos y ver solo lo que queremos ver, son las
ideologías (que lamentablemente son las que “iluminan” hoy el debate). Modelos
intelectuales que pretenden construir y de-construir el pasado en función de sus
explícitas pretensiones respecto del futuro.
Pero incluso, suponiendo que nuestra representación del
pasado fuese la realidad perfectamente acaecida, igualmente el pasado no nos
ofrece certezas de lo porvenir porque se le impone fatalmente al hombre, que el pasado es intangible; esto es, no
se puede cambiar.
No quiero decir con esto que el pasado no sea relevante en la
existencia humana; lo es, y su influencia es basal en el devenir humano. Pero
obviamente, como pretérito que es, no es susceptible de cambiarse por la
acción. Los afanes humanos en su presente, referidos al pasado, son ideológicos,
intelectuales y no susceptibles per-se de influenciar ni menos brindar
certezas, de su porvenir.
En consecuencia de lo anterior, al hombre expulsado del
paraíso terrenal, fundamentalmente se le distingue del resto de la naturaleza,
porque lo afana el porvenir: se pre-ocupa.
¿Se acuerdan del juego infantil de la pieza obscura o de la
gallinita ciega? Sobrevenía un vértigo aterrador cuando a uno lo soltaban con
los ojos vendados para encontrar a los demás. Era la obscuridad absoluta. Así se
me figura, es el futuro para la conciencia humana.
Una canción medio cursi dice: estando juntos nos sentimos infinitos. Es probable que en la vida
hayamos tenido en alguna oportunidad de éxtasis, un sentimiento parecido. Pero
aquello es evidentemente pasajero y casi sobre humano. Lo normal para el género
humano, es nuestra condición de pre-ocupados.
Siempre me han intrigado las prescripciones de Jesús en Mateo
6 25, aprended de los lirios del campo
que no hilan ni tejen. Mi padre ingeniero de profesión y formado en el
rigor científico, cuando éramos adolecentes, a mí y a junto a mis hermanos, si
nos manifestábamos indolentes respecto del porvenir, se quejaba a mi madre “¡estos
niños son como los lirios del campo!”. ¿Qué nos habrá querido decir Jesús? ¿Qué
renunciásemos a nuestra naturaleza humana? En la parte final de ese evangelio
nos consuela un poco señalándonos, cada
día tiene su afán. Por lo menos –al menos literalmente- nos confiere el
beneficio de pre-ocuparnos de períodos de 24 horas. No es mi pretensión ser guasón
con las prescripciones evangélicas. Lo que quiero decir es que, aquella
prescripción es radicalmente opuesta a la naturaleza humana. Mi modesta opinión
teológica -materia sobre la que soy mayormente ignorante- es que el buen Jesús
nos notifica formalmente que somos de naturaleza caída; que estamos, o
podríamos estar, en un tránsito hacia otro estadio aparentemente superior; y
derechamente, si no somos capaces de superar nuestra condición, no conoceremos
el reino de los cielos.
Aquí mi primera
tesis: Lo
propiamente humano y que nos distingue como tales, es pre-ocuparse. Como seres
imperfectos y de naturaleza caída, nos afanamos en suprimir la temible obscuridad
que nos depara el futuro. Esa obscuridad que es EL PROBLEMA HUMANO con
mayúsculas. Problema del cual creo yo, se derivan casi totalmente el resto de
las disyuntivas humanas. Ajenas a esto pacen las vacas en los campos y vuelan
las abejas y las aves en el cielo. Sus afanes respecto del futuro (migrar,
hacer nidos, reproducirse y todo eso), hasta donde sabemos, lo hacen sin los
grados de conciencia y de pre-ocupación que tiene o puede tener el género
humano.
Esta obscuridad del futuro, somete al hombre consciente o
inconscientemente a una condición de precariedad. A mi juicio, desde los
confines de la historia humana, el quehacer individual y social del hombre se puede
definir como la pretensión de suprimir o al menos mitigar esa precariedad.
EL COMBATE A LA PRECARIEDAD QUE NOS
IMPONE EL FUTURO
¿Y qué medios ha usado el hombre para suprimir o mitigar esta
precariedad? ¿Cómo se las ha ingeniado para pretender iluminar esa boca de lobo que es el futuro?
Aquí mi segunda tesis: Evidentemente
cultivado la destreza física, la inteligencia y la técnica; pero cuando aquello
no es suficiente, lo ha hecho a través del poder; concretamente a través
de las relaciones de poder con sus semejantes. Ya no se contentó con la
prescripción paradisíaca de El Génesis “dominad
sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre
todo cuanto vive y se mueve”. Expulsado del paraíso, sometido a la
esclavitud del tiempo, debió extender ese afán de dominación sobre los de su
género. Hacer que mis semejantes hagan lo que mi voluntad propia desea. Así
pues nació la política, como un medio para mitigar la precariedad del futuro.
Las relaciones de dominación son pues una respuesta del hombre a su condición
de ignorante respecto al futuro y el medio que utiliza para brindar mayores
certezas a lo que esencialmente no conoce: el porvenir.
Los pensadores han dado muchas interpretaciones al por qué del poder. El realismo Aristotélico-Tomista
cree ver en la política el medio para alcanzar el bien común general. El idealismo
marxista cree ver en la política el juego de las estructuras de dominación para
concretar las dominaciones de clases. Quizá ambas visiones estén en lo correcto
y su divergencia esté en la perspectiva. Es decir, desde que lado observemos el
fenómeno. Desde el dominante o desde el dominado.
Pero el hecho concreto, es que, de capitán a paje, desde el soberano hasta el gañán, todos los
seres humanos compartimos la misma condición de precariedad respecto del
futuro. La condición humana está definida por antítesis a lo que Jesús nos
prescribe en Mateo 6 25 “No os inquietéis
por vuestra vida, por lo que habéis de comer o de beber, ni por vuestro cuerpo,
por lo que habéis de vestir”. Justamente esa es la condición humana. La de
inquietud.
El poder; esto es, hacer
que otros hagan lo que mi propia voluntad quiere, es el afán consubstancial
al hombre. ¿Es chocante ésta tesis? ¿Da cuenta del hombre como un lobo ávido de
dominar y someter a sus semejantes? ¿Nos impone una visión hobbsiana y perversa
del mundo? No lo creo necesariamente así.
No es el objeto de estas letras hacer un análisis del
fenómeno del poder. Lo que quiero decir es que, para el hombre precario,
atrapado en el tiempo, cuando su fuerza física y mental y los medios técnicos
de que dispone, le son insuficientes para mitigar esa precariedad, su siguiente
instrumento son las relaciones de dominación. Esto no es necesariamente “malo”
éticamente. Es cierto que la historia es prolífica en relaciones de dominación
perversas, tanto por sus fines como por sus medios. Pero también ha habido relaciones
de dominación al menos en cuanto a sus fines, que pudieran calificarse de
filantrópicas, que han permitido a los dominados aproximarse a una existencia
genuinamente humana. La salvación de las almas, la igualdad, la libertad, la
fraternidad, el bienestar económico, la seguridad social, etc. Reconozco que es
más difícil distinguir la “bondad” cuando se trata de los medios del poder. Ahí
la historia humana es prolífica en todo género de crueldades. Pero los fines en
sí no siempre parecen malos.
LA EDUCACION, LA POLITICA Y LA GUERRA
Pero ¿Qué tiene que ver lo expresado con la educación?
Pues bien, aquí expreso
mi tercera tesis: la educación, como la conocemos, es un medio de control
de voluntades. Es una extensión de la política. Así como Von Clausewitz definió a la guerra como una mera continuación de la política
por otros medios, podríamos decir que el fenómeno social que conocemos como educación, es la continuación de la política pero
por otros medios, naturalmente distintos a los de la guerra.
Esto me parece muy importante tenerlo meridianamente claro
para que el debate sobre la educación no derive hacia idealismos
insubstanciales que nos confunden. Porque en el debate del espacio público se
discute sobre la educación como hecho
social, donde unos son educadores y otros educandos. Pero por educadores no
debemos entender exclusivamente a los cuerpos docentes. Los docentes son algo
así como la guardia pretoriana de la sociedad[2];
delegados o diputados, tal como lo son los policías para sostener el orden
público.
Estimo pues, que la educación como hecho social tendrá por
fin el control de voluntades. Y así será mientras el hombre individual y/o
colectivamente no supere su naturaleza -que la teología cristiana sindica como
naturaleza caída-, y le haga caso a Jesucristo en aquello de parecernos a los
lirios del campo. La sociedad integrada por hombres, expulsados del paraíso
terrenal, desean generar el mayor rango posible de certezas respecto del futuro
propio y de la sociedad, dentro de otros medios, a través de educar la voluntad de los demás
hombres.
Probablemente contra esta tesis levantará refutaciones de
diversa índole. Me dirán que educar es una actividad intrínsecamente noble; que
la
palabra educar viene de la raíz latina compuesta por el prefijo ex y el
concepto ducere; y comprende entonces guiar o conducir hacia afuera;
esto es sacar de la obscuridad hacia la luz del conocimiento. Podrá también
interpretarse dicha etimología ontológicamente, señalando que se trataría al
educar, sacar afuera lo mejor del educando; sus virtudes cardinales por de
pronto. Todo aquello puede ser verdad. Incluso yo lo suscribo relativamente. Pero
no me parece suficiente para refutar lo que señalo precedentemente. Insisto en
el punto: Para asegurar su futuro
el educador – esto es toda la
sociedad- requiere moldear la voluntad del educando.
Debemos entender lo anterior en un sentido existencial radical. No
quiero decir que el educador quiera directamente y necesariamente
“aprovecharse” del educando en un sentido cotidiano. Digo que un imperativo radical del educador
(entendido como entidad colectiva obviamente porque hablamos de la educación
como hecho social), muy probablemente subconsciente, lo lleva a instar para que
las voluntades de terceros (educandos) se conformen en un cause deseado-
conocido o pretendido- por él y por la colectividad humana a la que su
actividad es funcional. Y aquella normalización
de la conducta de los educandos, proporcionará mayor grado de certeza de lo que
el futuro será.
Es muy interesante detenerse en lo que observa Ortega -a quien citaré reiteradamente en estas letras –sobre la relación individuo y sociedad; observación que me permite ilustrar el fundamento de mi tesis precedente. La acción educativa que se impone desde el principio consiste en hacer posible que quienes se reúnen en una agrupación social, coincidan por una previa comunidad intelectual, en un sistema de opiniones veraces y relativamente profundas. La sociedad cosifica al individuo. La cosificación de la vida humana consiste, precisamente, en una de las funciones de la sociedad: fosilizar la vida humana personal y despersonalizarla para poder conservarla. El individuo es el que potencialmente vive auténticamente, pero la condición de posibilidad de la vida individual propiamente humana, es precisamente la sociedad. Parece una contradicción, pero no lo es. La adhesión que la sociedad le exige al individuo a sus usos y valores, es el tributo que este debe pagar, para que su vida alcance el nivel propiamente humano.
En cualquier caso, reconozcámoslo ontológicamente; no siempre se educa para el bien. Educa el mafioso de la camorra al aprendiz de sicario cuando le enseña a asesinar y a hacer desaparecer los cadáveres de los enemigos; tanto como educa el superior del monje trapense al novicio en las dulces virtudes de la oración, del ayuno y de las obras pías. Ambos educadores, buscan algo hacia el futuro que supone una eliminación de sus incertezas para con el devenir. ¿A través de quién?; de la voluntad encausada de un tercero: el educando
Estoy seguro que en la historia, muchos sabios no han estado de acuerdo conmigo sobre los fines que se persiguen en la educación. Sócrates aparentemente estimó que la educación era para liberar al hombre de la caverna obscura que intuía su discípulo Platón, y no para el servicio de los poderosos de Atenas. Estos, desde luego no estuvieron de acuerdo con él y lo obligaron a beber cicuta. Si se pudiere resumir el litigio de Sócrates versus los poderosos de Atenas, se diría que el pequeño filósofo ponía en cuestión las bases que sustentaban el orden social ateniense. Su educación, no resultaba funcional. Estimo que esta es la causa basal de su condena a muerte. Hay varios casos como éste en la historia; el monje Savonarola y sus Iluminattis en Florencia, los cristianos en la Roma imperial, etc.
Alguien me podría volver
a acusar de fatalismo ¿Es que no podremos entender que la educación
sirva, no para dominar voluntades, sino para que, por el contrario, las
personas sean libres? Hago una precisión; No creo que sea un medio de dominar
voluntades sino de encausarlas. Además no le confiero a la palabra libertad un
valor intrínseco. Quiero decir que cuando hablamos de libertad a secas, pecamos
de grave imprecisión. Si el Dios del Génesis no le hubiese dado la libertad a
Eva, estaríamos gozando del paraíso terrenal. La libertad en sí, no es ni buena
ni mala sino la referimos a un propósito.
También se me podría representar de que este concepto – la
educación como la sumisión del educando a pautas de conducta que le son ajenas-
es contradictorio con el título de estas
letras: “Educación para el Señorío”. El
título rebela que el autor propicia una educación que busque liberar a los
individuos y hacerlos señores de sus destinos; ¿Cómo puedo sostener que la
educación es el fruto de una relación de poder?
El tema es problemático. Trataré de explicar por qué no creo
que exista esta aparente aporía.
En un célebre
ensayo el pensador ruso-británico Isahia Berlín ordenó lo que él denominó Los dos conceptos de Libertad. La Libertad Negativa se definiría en la
siguiente frase, soy libre en la medida
en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad.
La Libertad Positiva en tanto, se resumiría desde el punto del sujeto
activo de ella, en querer que su vida y sus decisiones dependan de sí mismo, y
no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean. Querer ser el
instrumento de sí mismo y no de los actos de voluntad de otros hombres. Querer ser
sujeto y no objeto; querer ser movido por razones y propósitos, conscientes y
propios, y no por causas que le afectan desde fuera. Decidir por sí; dirigirse
a sí mismo y no ser movido por la naturaleza exterior o por otros hombres como si
fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de representar un papel humano.
Es decir, concebir fines y medios propios y realizar acciones a dichos fines.
Si bien la
formulación de Berlín no es perfecta, nos aproxima al menos a superar esta
aporía. Y no es perfecta porque los suyos son conceptos y como todo concepto
son frutos de una abstracción; algo así como una fotografía estática de una
realidad dinámica.
El Señorío que es
ideal de la educación, según mi punto de vista, se engarza con la libertad
positiva, y adiestra al educando a renunciar a la libertad negativa en función
de la alteridad de la vida humana; esto es, en que la vida, para ser
propiamente humana no basta una vida biológica de una bípedo implume: Para ser
humana la vida, debe ser social y por consecuencia estar limitada por los espacios
espirituales que ocupan los demás.
También se me podría refutar señalándome que la educación
responde a un instinto pre humano y meta humano; Proteger a los cachorros para
perpetuar la especie. Esto en realidad no controvierte mi tesis por cuanto este
instinto, en el caso del hombre, se expresa por asegurar el futuro. De modo que
llegamos pues a lo mismo: Asegurar el futuro; mitigar la angustia que provoca
su desconocimiento.
Von Clausewitz, teórico de la guerra, puso la frontera a ésta
y a la política en los medios. Si logré persuadir al lector y aceptamos
entonces que la política se diferencia de la educación básicamente por los
medios, cabe pues preguntarse cuáles son los medios propios de la educación que
la distinguen de la política y de la guerra. Podríamos decir en tal sentido que
la guerra desea suprimir las voluntades enemigas; la política desea dominar,
las voluntades de los gobernados, en tanto que la educación desea encauzar
las voluntades de los educandos.
Ahora bien, me parece a mí que es un desafío implícito en el
arte de gobernar y conducir a la sociedad política hacia el bien de las
personas, el alejar la guerra de la política y el alejar la política de la
educación. Cuando la política se iguala a la guerra y cuando la educación se
iguala a la política, los espacios de libertad personal se restringen y podemos
empezar a hablar de tiranía. Tenemos en el primer caso regímenes cesarianos
amparados en la fuerza, y en el segundo caso regímenes opresores al estilo
orweliano en su novela 1984. Clásico ejemplo de una invasión de la política en
la educación, fue la famosa y tristemente célebre ENU, Escuela Nacional
Unificada; plan del gobierno de la Unidad Popular intentada el año 1972 en
nuestro País. Época en que imperaba en los gobernantes el optimismo marxista
leninista en que “todas las formas de lucha” nos aseguraban “construir” una
sociedad socialista a la que la historia nos dirigía necesaria y fatalmente.
Desvarío ideológico que no está lamentablemente completamente superado.
Debemos empero reconocer que la educación en el contexto
social, debe ser funcional a la sociedad política. Si no al educador le pasa lo
que le pasó a Sócrates. Pero siendo la educación funcional a la sociedad
política, no puede ser vasalla de esta. Y aquí sospecho, está la raíz de la
desconformidad medio irracional medio emocional de los educandos, expresada a
través de su visceral rechazo la educación formal tal como se les presenta hoy.
La rebeldía estudiantil percibe sin precisión discursiva, que la educación
formal únicamente se orienta a meterlos en cajitas que la sociedad política les
tiene diseñadas, y el alma juvenil intuitivamente percibe esa sociedad política
como algo reñido con su sentimiento de justicia, de libertad y de esperanza de
un mundo mejor.
¿Puede ser? Reconozco que esta tesis es bastante alambicada
por cierto, pero no me parece que éste tan extremo ambiente de disconformidad
de algunos alumnos, sea únicamente fruto de que le pasan mal las matemáticas o que
sus expectativas de acceder a la educación superior son escasas. Creo que el
problema es harto más complejo. En los espíritus más sensibles y perceptivos
–condición más presente entre los jóvenes-, existe una marcada sensación de malestar
y desconfianza, de estar siendo manipulados por fuerzas que se les imponen y
que los enredan en una red social que los educandos perciben como indeseable.
En otras palabras, la rebelión juvenil contra la educación formal no se
solucionará o encontrará la conformidad, con mejores infraestructuras, con
profesores mejores pagados, con horas laborales de los profesores mejor
distribuidas, ni con mayor presupuesto de gastos. Todo eso ayuda pero no es la
raíz del problema.
Un ex sacerdote, antropólogo social llamado Ivan Ilich,
teórico cuasi anarquista, criticó la educación formal norteamericana en los
años 70, la cual se tragaba anualmente ingentes cantidades de recursos
financieros, sin ser capaz de mejorar en nada la condición de los educandos y
su comprensión del mundo y de sus respectivas existencias. Pienso que
lamentablemente los esfuerzos de una tecnocracia economicista a cargo del
ministerio de educación, desafortunadamente apunta a lo que Ilich denunció por
allá por los años 70 en Estados Unidos como un enorme esfuerzo por suma cero.
Estamos ad portas de repetir errores.
El reciente gobierno socialista[3]
que llevó a cabo la reforma (palabra talismánica) educacional creo yo, por
múltiples fisuras por donde se cuela la luz de sus intenciones ha pretendido el
vasallaje de la educación a la política. En su discurso ha declarado su
búsqueda de un Shangri-La llamado igualdad;
un verdadero talismán ideológico indefinido e indefinible ontológicamente, que
a mi juicio surge de una reacción emocional de quienes, sin racionalizar
demasiado el fenómeno, ven en el mundo de hoy a los ricos demasiado ricos y a
los pobres demasiado pobres; sin preguntarse siquiera que es la riqueza y que
es la pobreza. Siendo desde luego una educación igualitarista una pretensión
falaz, totalitaria y supresora de las individualidades. Es decir hacer política
desde la educación. Además cuando a los socialistas les toca gobernar, surge la
sospecha de algún ideologismo totalitario como puchero recalentado de
revoluciones fallidas, medio pasado de moda y probadamente fracasado, que
pretende “dibujar” a la sociedad desde la concientización de los educandos. Moralinas
basadas en visiones dialécticas tal como la llamada ideología de género, mal
fundadas en antropologías cojas y simplonas. Es decir más vasallaje de la
educación a la política, cuestión que con seguridad generará en el natural el
espíritu libertario juvenil, un rechazo más visceral aún que el actual.
Sostengo además, un juicio crítico muy personal respecto la
educación católica, la que ha sido muy relevante en nuestra historia colonial y
republicana. Para ello imposible no referirme al devenir histórico de la
Iglesia, referencia que excede el objeto de estas letras, pero que es
insoslayable para explicar mi crítica.
La Iglesia Católica Romana nació para difundir el mensaje
salvífico de los evangelios para la salvación de las almas. Las almas son las
de cada uno; por tanto conceptualmente y canónicamente la Iglesia ha debido
siempre relacionarse con los individuos para hacer su labor apostólica.
Haciendo abstracción de la historia previa la iglesia romana, es un hecho
inconcuso, que se vio políticamente amagada por la reforma protestante. ¿Qué
quiere decir “políticamente” amagada? Que Lutero y sus seguidores, comprometían
la integridad y existencia de su liderazgo apostólico. Surgió entonces desde
sus filas la idea de enfrentar la reforma a través de lo que se denominó la
contrareforma, liderada por una orden religiosa que desde entonces ha influido
cuando no, gobernado, el devenir de la Iglesia romana: Los jesuitas.
Los jesuitas son, dentro de otras cosas, la respuesta
católica a la modernidad emergente, desde el renacimiento. ¿Cuál es la novedad?
Se busca ya no solamente evangelizar al individuo para su salvación. Se
pretende influir y controlar el orden social, estructurando una sociedad al
servicio de la Iglesia y su misión. Es decir hacer que la sociedad haga lo que
la iglesia de Roma quiere y le conviene para facilitar su tarea primigenia. En
eso los jesuitas se distinguen de otras órdenes religiosas. No son solamente necesariamente
sumisas a la autoridad papal. El jesuitismo permea la iglesia toda,
especialmente sus cuadros dirigentes, adaptándolos a la naciente sociedad de
masas que emergerá con la modernidad. En síntesis, el jesuitismo transforma el
gobierno de la iglesia, desde su tarea evangélica orientada al individuo, a una
política orientada a la sociedad y a la influencia sobre los estados
nacionales, creación propia de la modernidad. Hubo una tímida reacción a la
influencia jesuita que se llamó el Jansenismo, denominada así por su inspirador
Cornelio Jansenio, que propiciaba una iglesia más en línea con la visión
salvífica individual y menos política. Pero fue declarada herética y
desapareció.
Antes de la contrareforma la iglesia mantenía básicamente establecimientos
para la educación de sus cuadros. Después de la contrareforma, la educación de
las élites sociales y posteriormente de todas las capas sociales pasa a ser la
principal tarea de la Iglesia, liderada por colegios y universidades jesuitas.
La educación católica inspirada por la Compañía de Jesús,
desde siempre, ha concebido una educación “formadora”. Así planteado parece
algo normal y razonable “formar a quien no está formado”. Pero aquello implica
negar muchas veces la libertad positiva que habla Isahia Berlín. A mi juicio la
docencia jesuítica marcadamente ha pecado de pretender manipular las
conciencias de sus educandos. Pareciera que el espíritu jesuita pretende, en
última instancia, suprimir las voluntades juveniles Ad Maiorem Dei Gloriam, más que encauzarlas.
Otra tendencia pedagógica emergente con la modernidad
capitalista ha sido el conductismo creado y desarrollado en el siglo XX en las
universidades norteamericanas. El conductismo ha tenido su “receta” para la
educación. Una educación marcadamente funcional al sistema capitalista. Se
buscaba optimizar los talentos. Agregar valor a la sociedad a través de
individuos funcionales al sistema. Se trataba de dibujar la sociedad al estilo american way of life; buscando el
desarrollo económico y el progreso, definido grosso modo (demasiado grosso
modo) como la satisfacción de todas las necesidades económicas presentes, el
incremento del consumo de la población y la creación de crecientes necesidades
que a su vez hay que propiciar su satisfacción. Es decir un mundo donde la vida
de los futuros hombres y mujeres, hoy educándose en las escuelas, será como una
alegre y gigante rueda de hamsters en cuya rat
race buscan alcanzar una “felicidad” ojalá dentro de la mayor opulencia
posible. Y estos también quieren usar a la educación institucional, “midiendo”
los resultados para propiciar esta eficiencia. Una condición deseada para la
sociedad, que permítaseme la rudeza, no es capaz de visualizar ontológica y existencialmente
hablando, ni la punta de sus zapatos. Aquí en Chile estos ideólogos propician
copiar el “gran resultado educacional”
de japoneses, noruegos, finlandeses; pueblos cuya vida cotidiana, creo yo, es
un verdadero bodrio; pretendiendo hacernos creer que estos pueblos son algo así
como la recreación de los atenienses de la época de Pericles. Remedio para la
educación: más matemáticas, mecánica, física y todo aquello que sea funcional a
esta enorme rueda de hamster. No existe en la mente de estos teóricos, como
señalaré más adelante, la educación para el ocio. Solo la educación para el
negocio. Es pues otro tipo de vasallaje de la educación a la sociedad política,
según los cánones de estos otros ideólogos.
El expresar estas críticas no quiero que se confunda mi
planteamiento con una técnica dialéctica más o menos típica y muy manida: echar
en una bolsa negra a todos los que no piensan como yo, darle de palos, y
rematar con “mi receta”. No quiero expresar una receta; quiero inspirar una
actitud sobre el problema. En los casos expresados hay agregación de valor para
la sociedad en algunos aspectos. Lo que señalo es que pecan de ideologismo,
cuando “usan” al encauzamiento de voluntades inherente a la educación, al
estilo de la acción política: dominar las voluntades para asegurar un
resultado.
FRONTERA DE LA EDUCACION EN LA
SOCIEDAD DE LAS COMUNICACIONES
Teniendo pues presente que el fenómeno social (por social
incluyo el familiar) que conocemos por educación es un intento de terceros
(educadores) por influir en la voluntad de quienes son objeto de la educación
(educandos), si aceptamos esta hipótesis, nos surge un problema enorme: el
abanico del fenómeno educación se
abre enormemente.
Y aquí expreso mi cuarta
tesis sobre
el problema: Creo
que una de las mayores razones del nudo gordiano que representa el tema de la
educación hoy por hoy, es que las instituciones jurídicas y sociales en Chile y
en occidente, cuando hablan de educación, se refieren a ella en los límites
conceptuales de una sociedad pastoril. Platón, Sócrates y Santo Tomás la
habrían conceptualizado igual. De suerte tal que el sentido que le dan las
instituciones jurídicas y sociales hoy por hoy, resulta caduco y superando en
el contexto de la sociedad de la información masiva.
Dicen los matemáticos que un problema esta medio solucionado
cuando está bien planteado. Lamentablemente, lo que percibo en el debate de la
educación institucional, da cuenta que el problema no está debidamente
planteado y por consecuencia necesariamente no encontraremos la solución.
Hay preguntas que la educación institucional no se responde
de manera categórica, y si se responde no lo hace integrando unas respuestas
con otras de manera que haya la debida correspondencia y armonía entre esas
respuestas; Comienzo: ¿Las fuentes de la educación están solamente en el hogar
y en las aulas de clases; o en qué porcentaje lo están allí? ¿Se debe educar
solo al niño y al joven o también al adulto? ¿Concientizar es educar?
¿Sensibilizar -usar los medios de difusión de información para emocionar a la
sociedad- es educar? ¿Informarse a través de los medios de comunicación de
masas, es educarse? ¿Existe un proceso de deseducación hoy en la sociedad; esto
es, de enajenación de la conciencia personal de los individuos?, si existiere,
¿es deliberado? ¿A la educación como
proceso social institucional deliberado, le es neutra la labor de
concientización y enajenación de la propaganda política y de la publicidad
comercial? ¿Cuál es la frontera entre educación y deseducación? ¿La educación debe
liberar al individuo o solo lo encapsularlo en las conductas funcionales al
sistema social?
En otras palabras; somos testigos cotidianos que la educación
institucional (ministerio, profesores, sostenedores, apoderados de los
educandos) constatan su fracaso en inspirar y encauzar conductas de los
educandos. Y la causa de ello es tan evidente que me sorprende que los actores
sociales soslayen su análisis: Es manifiesto, evidente y cotidiano que
existen otros fenómenos sociales divorciados de la educación institucional, que
encausan las voluntades de los educandos – y de toda la sociedad -de una manera
mucho más potente que lo hace la educación institucional. Hay agentes
sociales que las encauzan en un sentido distinto y a veces contrario al deseado
por la educación institucional.
Sé que aquí se alzaran voces que sindiquen esta visión como
totalitaria. “Este quiere el control de los medios de comunicación” “Un
atentado contra la libertad de prensa”. La superficialidad con que se trata
este problema sorprende: Si hay un concepto que no resiste ningún análisis
ontológico es el de libertad de prensa.
Lo de la prensa no es libertad; es la pretensión de un gremio o grupo de
interés, a gozar de una prerrogativa por sobre el poder político republicano.
Aquello es tan obvio que no requiere siquiera explicación. Es como que yo tengo
automóvil y alego por la libertad de subirme a la vereda. Esta defendida prerrogativa
de la prensa muchas veces es saludada por quienes amamos la libertad, porque es
un medio idóneo para derrotar a las tiranías modernas. Pero los medios de
comunicación de masas deben ser funcionales a la educación en la sociedad y a
las prioridades que la sociedad democráticamente se ha fijado respecto de ella,
y no pueden por ningún motivo ser contrarios a esas prioridades y objetivos.
En este aspecto debe estar sometida a la soberanía popular expresada a través
de las instituciones republicanas. No debe la publicidad ser un vehículo de la
estupidez humana y de la perdición de las prioridades humanas. La publicidad comercial,
la propaganda política, y la mayor parte de la comunicación de masas, hoy
deseduca. Lo hace conscientemente. Aviva los apetitos bajos del hombre y sobre
todo de la mujer. Aquello no puede ser soslayado por una política educacional.
Esto no es control represivo de las voluntades. Eso es poner los bueyes delante
de la carreta de la sociedad. Todo esfuerzo de la educación institucional, por
sacar la inteligencia y la nobleza del espíritu de los educandos se verá
frustrada si otra entidad social, deseduca sistemáticamente.
Y hago un paréntesis sobre la dicotomía libertad y control
social: No es que sea partidario de
la democracia o de la libertad humana; no es que sea partidario de un régimen jurídico que la respete y la promueva. No
es que me declare enemigo de un orden
totalitario. Lo que creo es que la naturaleza humana es democrática y
libertaria. Me explico: el llamado orden
totalitario no es más que una apariencia de orden impuesta a viva fuerza
por uno o más necios que no logran entender la esencial naturaleza humana. Es
una ficción. No es de verdad. Los miembros de la santa inquisición que
condenaron a Cervantes, no pudieron detenerlo en la creación de El Quijote; Mao Tse Dong con “El Gran Salto Adelante” su delirante
plan económico con el que mató a 30 millones de chinos de hambre, no pudo
suprimir la laboriosidad y creatividad con que los chinos décadas después han
creado el orden económico más notable que se tenga registro en la historia
humana. Puede que alguna mente febril recree fácticamente en la historia, la
novela 1984 de Orwell y esta se lleve a cabo en la realidad; pero será una
ficción. La supresión de las libertades públicas será una apariencia. La
libertad seguirá viva en quienes pretenden ser dominados. Si la Alemania nazi
hubiese ganado la guerra, a los pocos años se habría desintegrado de la misma
forma que lo hicieron los llamados socialismos reales de cuño contrario. La
libertad es el cauce normal del hombre. Y esto lo señalo para que no se me
sindique de totalitario por lo que señalaré adelante.
La sociedad debe darse prioridades. Y esa prioridad se llama
educación. ¿Por qué? Porque existe creo
yo, consenso unánime en la sociedad política, respecto del silogismo siguiente:
Premisa uno; La paz, armonía
e integración social, la prosperidad y seguridad económica de los individuos,
es el objetivo de todas las políticas públicas. Premisa dos; la base de la armonía social, de la
prosperidad, de la paz, está en la educación; la evidente deducción es: la prioridad de toda acción social y política
es encauzar las voluntades a través de la educación.
Entonces, insisto a riesgo de ser calificado de totalitario
por los que se sientan afectados en sus negocios, creo que LA POLITICA
EDUCACIONAL, así con mayúsculas, no puede soslayar o dejar sin influencia lo
que se dice, se inspira se proyecta como socialmente deseado en los medios de
comunicación de masas. Sin prohibir la publicidad, pero denunciando los
antivalores que ella inspira. Soy de la idea que debe haber libertad para
fumar, para drogarse para emborracharse y para tragar publicidad y revistas del
corazón etc. etc. etc. Pero así como el Estado con su poder coercitivo no es
neutro con el cigarro y nos muestra rostros desfigurados por el tabaquismo, ni
con el alcohol reprimiendo conductas dañosas, no puede ser neutro con la
publicidad y la estupidez de la televisión, de la prensa y de la radio. Si
prohibimos el cigarro en espacios públicos para no contaminar los pulmones de
los inocentes, como no vamos a poder reglar la publicidad y los medios de
comunicación de masas de entretenimiento,
para no contaminar la mente de los inocentes. No puede ser que el enorme
esfuerzo por educar efectuado por la educación institucional se vea
neutralizado cuando no demolido por los medios de comunicación de masas que van
en un sentido a veces exactamente contrario al deseado por la educación.
No resulta razonable que a los profesores de aula se les
exija una coherencia con el idioma, con el razonamiento y en general excelencia
académica por la influencia que estos tienen en los niños; y nadie exige que periodistas,
noteros, opinólogos, lectores de noticias etc. de radio y televisión, que son
tan influyentes como los profesores en la mentes inocentes, se les permita
entrar, ya no digo en el aula; ¡en el
hogar de los niños y de las personas de mentes inocentes! e influir en ellos, a través de la pose, del
mal idioma, de la superficialidad intelectual, de los apetitos
autodestructivos, de la sistemática incapacidad por entender y relacionar
fenómenos básicos de la sociedad. Si hay una academia de profesores, debe haber
una academia de periodistas y comunicadores sociales que impida que cretinos,
influyan y expandan su cretinismo en las mentes inocentes, y eso no forma
parte por añadidura de una política educacional: es la médula de la misma.
Imagínense que sería de la educación formal, si los profesores estuviesen
controlados por el pupil meter. ¿Da risa? Pero es que no es para la risa,
porque el cretinismo de la televisión y de la radio influye en las mentes
inocentes y está gobernado por el pupil meter.
Se me tildará de paternalista al referirme a “mentes
inocentes”. Quiero aclararlo: el discernimiento es un ejercicio intelectual
fruto de un esfuerzo. Nadie discierne sin esforzarse. Ni la mente más brillante.
Además, el conocimiento se construye por estratos. Comúnmente para conocer el
fenómeno B ha sido necesario conocer el fenómeno A. Entonces pues, el
conocimiento es fruto del discernimiento, esto es, un esfuerzo complejo y por
etapas. Según Kant, lo habitual en el hombre es la pereza intelectual y es por
ello las personas mayoritariamente se guían por las opiniones de otros más que
por el discernimiento personal. Cuando hablo de mentes inocentes no me refiero
a quienes sean necesariamente menores o de poca capacidad de discernimiento. Por
inocentes me refiero a quienes por su actitud pasiva intelectual son fáciles de engañar.
Existe el derecho a no discernir ni reflexionar. Pero no puede existir el derecho
o prerrogativa a idiotizar masivamente a las mentes inocentes. O más bien; una
política educacional debe proscribir la inducción deliberada a la estupidez y a
la depresión del discernimiento colectivo.
El espectro de la radio y de la televisión, que es una
concesión estatal por prerrogativa constitucional, debe estar al servicio de la educación y no
puede estar en contra de ella. ¿Qué esto afectará negocios que forman parte
relevante del PIB? Si se trata de argumentos economicistas; ojo que a todos los
empresarios y personas que pagan impuestos les afecta en sus negocios y vidas
cotidianas que les cobren impuestos para poder financiar la educación de los
que menos tienen. ¿Qué tal les parecerá entonces a estos empresarios y personas
que exista un verdadero Quasar de estupidez que se trague todo ese esfuerzo
material y moral que importa la educación, por la imbecilidad cotidiana de la
publicidad, de la televisión y de los restantes medios de comunicación de
masas?
Insisto; esto no es una posibilidad; es una fáctica realidad
cotidiana; El
esfuerzo desplegado por la sociedad a través de la educación institucional para
que las voluntades de los educandos se encaucen a conocerse a sí mismos y
conocer el mundo que los rodea, encauzando sus conductas a aquellas que son
socialmente funcionales al bien común, se ve neutralizado por gran parte de los
medios de comunicación de masas. Remamos con un remo para un lado y con otro
remo para el otro.
EDUCACION PARA EL OCIO Y EDUCACION
PARA EL NEG-OCIO
La palabra negocio en un sentido pre-moderno, no es más que
la negación del ocio, es decir, todo el tiempo que no está dedicado al ocio,
está dedicado al negocio. La palabra ocio en un sentido pre-moderno, es aquel
espacio de tiempo que el hombre reflexivo dedica a la comprensión de sí mismo y
de las realidades físicas y espirituales que lo rodean. El negocio es aquel
espacio de tiempo a que el hombre está obligado para permitir el ocio.
Nosotros, en tanto hombres desenvueltos en el contexto de la
modernidad, entendemos por ocio y por negocio, cosas harto distintas a las
descritas precedentemente, donde resalta el sentido desdoroso del ocio. El
sentimiento que implica la palabra ocio, hace a ésta prima hermana cercana del
pecado de la pereza. La palabra negocio en cambio, nos inspira un sentimiento
del deber a cumplir; apunta a algo para lo cual estamos hechos y que tiene un
sentido finalista en sí mismo.
Aunque no me gustaría hacerlo para no desvirtuar el tema
central de esta reflexión, en este apartado debemos involucrarnos en las
profundidades cenagosas de la crítica[4]
radical a la modernidad. Quien ha hecho una síntesis brillante de las ideas
basales de la modernidad es el padre de la sociología moderna, Max Weber. Se
produce un curioso contrapunto con las ideas de Aristóteles, cuando Weber
analiza el trabajo versus el ocio. Según Weber, el hombre necesita el ocio para
poder trabajar. Según Aristóteles, el trabajo es necesario para poder tener
ocio. A mi juicio la definición weberiana[5]
sintetiza como el hombre moderno visualiza esta dualidad ocio-trabajo.
Sin duda el tema es algo más complejo que esas simples frases.
En términos conceptuales la educación institucional se debe empeñar en ilustrar
a los educandos para conocerse a sí mismos y entonces conocer el mundo, y a la
vez se debe ilustrar a los educandos para que conozcan la mecánica del mundo
natural, social y físico para hacerlo funcional al hombre individual y social;
sistema social que hace posible que exista una educación institucional. ¿Qué es
primero? ¿Adiestrarlos para que el mundo siga funcionando? ¿Adiestrarlos para
la crítica reflexiva que permita conocer las realidades físicas y espirituales
del mundo que les rodea y cambiar el mundo para mejor?
El ya citado en precedentes párrafos,
Ivan Ilich, propone un desmantelamiento institucional de la educación[6]:
desescolarizar la educación. Su crítica social apunta a la sociedad de consumo,
a la que califica de un orden social ineficiente y progresivamente
deshumanizador, sociedad de consumo que se hace posible desde la lógica de la
educación institucional escolarizada bajo las premisas modernas de; a) a los
niños les corresponde estar en la escuela; b) los niños aprenden en la escuela;
y c) a los niños puede enseñárseles solamente en la escuela. Sostiene que las
escuelas se fundan en la hipótesis espuria de que el aprendizaje es el
resultado de la enseñanza curricular. Observa que un futuro deseable dependerá
de la deliberada elección de una vida de acción en vez de una vida de consumo
como la actualmente vigente, y que engendremos un estilo de vida que nos permita
ser espontáneos, independientes y sin embargo relacionarnos uno con otro.
Todos quienes vemos el mundo desde la crítica, nos hemos emocionado alguna vez con las visiones revolucionarias que pretenden sacarle el hueso clave al esqueleto del mundo para que este se desplome y podamos reconstruirlo, escribiendo sobre una tabla rasa un mundo mejor. Sin embargo la, a veces tediosa parsimonia y madurez intelectual, nos permite razonar sobre el mal implícito que la visión revolucionaria generalmente contiene; por cuanto soslaya que las cosas llegaron a estar donde están no de puro errados y malos que son los que las trajeron aquí, sino por una más compleja cantidad y cualidad de causas.
Y me refiero, para sustentar la refutación precedente a la revolución pretendida por Ilich, a mi tesis original: la educación institucional es uno de los medios que tiene la sociedad para mitigar la precariedad de la existencia humana, donde hay un futuro desconocido al que queremos dotarlos de certezas mínimas. Hacer tabla rasa con la educación institucional escolarizada, muy probablemente acabará con la sociedad de consumo, pero además acabará con bastantes cosas más, que hoy son previsibles y deseables respecto del futuro. Y la historia está plagada de aventuras revolucionarias fracasadas por soslayar esta realidad y entrar en la historia como entra el buey en la cristalería, haciendo añicos lo que no se quería afectar.
En cualquier caso, ponderando la crítica revolucionaria de Ilich desde una perspectiva ecléctica, enfocada a la dualidad ocio-negocio que es tan importante en una mejora de la educación actual, deseo reflexionar sobre una paradoja del mundo moderno que es a la vez trágica, pero quizá prometedora de un futuro mejor; La eficacia de la tecnología moderna determina que los bienes y servicios son más y mejores; y son producidos masivamente con progresivamente menos empleo de seres humanos. Es decir, se necesitan menos seres humanos, al servicio de una producción más eficaz que beneficia a más seres humanos.
El portugués Saramago fue galardonado con el premio nobel de literatura cuando retrató en una novela[7], la trágica historia de una familia de artesanos de su natal Portugal, que se ven desplazados por los avances del mega capitalismo comercial e industrial. El progreso y el cambio económico no solo los arruina económicamente; lo peor es que los aniquila existencialmente, transformándolos en parias. Sus productos artesanales son caros y de inferior calidad que los que la cadena de supermercados trae desde China. Resumen de la novela: ruina y dolor; El sistema deshumanizado.
Porque los he citado, debo decir mi opinión sobre Saramago e Ilich: No adhiero a la visión nihilista subyacente en la obra de Saramago y que inspiran las emociones que provoca su novela. Tampoco creo ni en la posibilidad ni en la conveniencia de una revolución anti institucional como la que propicia Ilich. Pero recomiendo muchísimo ambas lecturas, por cuanto desnudan y rebelan realidades cotidianas que la cultura oficialmente aceptada se encarga de ocultar implícita o explícitamente.
Más sobre ocio-negocio: En 1516 Tomás Moro publicaba el primer libro de su obra en la que describe un país imaginario llamado Utopía, en el que sus habitantes dividen el día y la noche en veinticuatro horas justas, dedicando y asignando sólo seis horas al trabajo. Todo el tiempo libre de que disponen entre las horas de trabajo, sueño y comida, cada hombre es autorizado a distribuirlo como mejor guste dedicando el tiempo bien y provechosamente en cualquier otro que hacer que les plazca y que tienden a la libertad y al cultivo de la inteligencia: dedicación a las letras, música, conversación y juegos instructivos. En 1516 la visión de utopía era una delirante fantasía. Actualmente empero, en buena parte del mundo, esa “utopía” es una realidad. La comunidad mundial con más lentitud en algunas partes del planeta que en otras, se aproxima o ha superado la utopía descrita por Tomás Moro.
Y aquí viene mi cuarta tesis: Debemos equilibrar la educación institucional para hacerla funcional tanto a la educación para el negocio como lo está hoy día, así como enfocada al ocio. Pero debemos previamente redescubrir el ocio en el sentido clásico y pre-moderno.
Redescubrir el ocio es definirlo en términos clásicos no como una inactividad sino como una actividad que no busca nada fuera de sí misma. La creatividad está asociada al ocio. El tema es muy apasionante porque, como ya señalábamos el mundo se mueve bajo nuestros pies y el cambio tecnológico posibilita y a la vez impone, que un margen progresivo del tiempo cronológico de la humanidad toda, esté compuesto de lo que la modernidad llama “tiempo libre”. Recomiendo ensayo citado a pie de página[8]. El ocio enfocado a mejorar la calidad de las decisiones de las personas, donde una mayor proporción de discernimientos de las personas, estén basados en el pensamiento racional, limitando las emociones al espacio que deben tener en nuestras vidas; sin suprimirlas pero propiciando un gobierno de la vida de cada uno por la razón y la crítica en sentido clásico de la palabra; (análisis reflexivo).
Si no lo hacemos, es probable que el totalitarismo cultural se cierna sobre la sociedad. Y lo digo porque el espacio de ocio será progresivo, querámoslo o no lo queramos, provocado por la organización moderna para la producción de bienes y servicios; dada su mayor eficiencia que la que se puede dar una sociedad pastoril, en el contexto de un mundo que debe satisfacer las necesidades de seis mil millones de habitantes. Así las cosas, si el ocio no es un quehacer individual donde el individuo busca el ser de las cosas y descubre el mundo físico y psíquico que lo rodea, el ocio lo manipulará el poder, y el hombre será en general, menos libre.
Una excelente caricatura de lo que podría ser un mundo de “ociosos” manipulados por el poder, lo ofrece la película infantil de Pixar y Disney que se llama Wall-E. Los seres humanos se han transformado en aquel mundo futuro imaginado, en unos enormes obesos mórbidos, cuyos espacios de alegría y tristeza, son manipulados por los entes electrónicos.
Nos encontraremos en el mundo de hoy, con una cultura oficial que es como sol de invierno: brilla pero no calienta. Los educandos perciben estar siendo manipulados y redoblan su resistencia a los valores sociales. Perciben que el mundo no es una rueda de hámster que sigue el ciclo de formar parte del engranaje de la producción eficiente de bienes y servicios, y usar del tiempo libre de las obligaciones del trabajo para producir y servir entonces de carbón para que la caldera de la rueda gire. En palabras de la Arendt, el hombre descubre que los grandes pilares que sostenían su mundo y le otorgaban una cierta estabilidad estaban empezando a derrumbarse. Las grandes certezas que habían ido fraguándose durante el medievo se estaban viendo debilitadas por los descubrimientos de la nueva ciencia moderna. El hombre moderno encuentra ante sí un mundo desconocido y extraño, para el que los viejos valores han dejado de ser útiles. Por este motivo se produce un desajuste entre el hombre y el mundo, dejando éste de sentirse como en casa para pasar a sentirse un extraño. Se abre así una brecha entre el pensamiento y la acción, entre el pasado y el futuro, que desemboca en la retirada del hombre del mundo para refugiarse en su propia individualidad.[9]
La educación al ocio bien orientado, permitirá a los educandos redescubrir su individualidad y que la sociedad de masas es un espejismo. La educación al ocio bien orientado permitirá redescubrir lo que son realmente las necesidades económicas reales y cuáles son aquellos bienes y servicios que son meros espejismos que ha creado la cultura totalitaria dominante para manipular a los individuos. La educación al ocio bien orientado permitirá redescubrir la precariedad humana y re-hacernos las radicales preguntas metafísicas hoy olvidadas; de dónde venimos antes de la vida, hacia donde vamos después de la muerte. Una conciencia colectiva de la precariedad humana radical, permitirá que la sociedad sea más humana o al menos, menos deshumanizada. El re-conocer esta precariedad podrá disolver las ilusiones e ideología de la seguridad, que a mi juicio, perturban hoy la libertad espiritual y física del hombre. El individuo al reconocerse radicalmente precario debería tener mayor apertura a la cooperación y a complementar esta representación del mundo que la modernidad ha creado como un mundo de derechos, con el necesario, lógico e insoslayable mundo de los deberes. Esto último es lo que la teología ha denominado el santo temor de Dios; aquel reconocimiento de nuestra precariedad radical.
Si no colisiona un meteorito nuestro planeta o alguna cosa por el estilo (los creyentes decimos, “si Dios no lo quiere”), la humanidad seguirá progresando en su manejo de la electrónica y consecuentemente, de la automatización y robotización, lo que redundará en mayores desequilibrios entre la capacidad de las economías para crear puestos de trabajo y absorber mano de obra, y las disponibilidades de personas necesitadas e interesadas en ganarse el pan a través del trabajo. Esto generará dos problemas que van por carriles separados: un problema económico y un problema moral. Primeramente, los desplazados no tendrán su salario que se obtiene del trabajo. Deberá pues ser incrementada una necesaria y compleja red redistributiva de recursos para proveer esas carencias. Esto genera una enorme tentación del poder político o de quien maneje esta red redistributiva, por manipular los espíritus a través de esta tuición. El segundo problema es un problema moral: El desplazado cuando no tiene un sustento cultural se percibe como un estorbo y pierde el sentido de su existencia. La educación institucional debe velar a través de la educación del ocio ofrecerle las herramientas al individuo para cultivar el señorío, al que me referiré y que le ha dado el título a mis desordenadas ideas.
EVALUACION COLECTIVA VERSUS EVALUACION INDIVIDUAL DE LOS RESULTADOS DE LA EDUCACION INSTITUCIONAL
En la cultura dominante, los análisis de partidos políticos, de académicos, economistas, sociólogos, medios de comunicación masivos, fundaciones, think tanks, organismos de la burocracia internacional, etc.; cuando se refieren al estado deseado de la sociedad, es decir, hacia donde deberíamos discurrir en nuestro devenir colectivo, pecan a mi juicio de grave superficialidad. Con datos más o menos insustanciales y a veces bien poco respetuosos del rigor científico, se pretende encontrar variables macro económicas o sociológicas, que marquen la diferencia que percibimos en las llamadas sociedades “altamente desarrolladas”. Principalmente el foco recae en la tenencia de bienes de capital y de consumo, llegando a veces a la grosera conclusión, que el ingreso per-cápita es un dato fundamental para definir el acceso a este verdadero Shangri-La que es la calificación de país o sociedad desarrollada. Otros confunden también herramientas jurídicas con objetivos finalistas: Se habla de disponer lo necesario para profundizar la democracia, para referirse al deseo que la sociedad sea un mejor lugar donde vivir. Se habla de integración social para referirse a una sociedad más respetuosa de sí misma. Esto último no deja de tener un tufillo a totalitarismo por cuanto presumo que los pretendidos integrados, quizá no quieran estarlo. Otros ponen el foco en la igualdad, como factor de desarrollo sin preguntarle a los pretendidos iguales si quieren o no serlo. Incluso este último ideal se cruza con el novísimo ideal de respeto a la diversidad, lo que en términos estrictamente lógicos, es contradictorio a la igualdad. Metodológicamente se crean índices e índices de desarrollo que integran todo o parte de lo señalado pero que no son capaces de interpretar de manera genérica la intuición que la crítica reflexiva percibe como el estado deseado de una colectividad humana en los tiempos que nos ha tocado vivir.
Reitero lo señalado anteriormente: no pretendo meter en una bolsa negra a todos quienes no opinen como yo en el enjuiciamiento de los fenómenos, darle de palos y rematar con mi receta. Es más, creo que los esfuerzos descritos precedentemente para conceptualizar el estado deseado de las sociedades humanas modernas, contienen muchos aportes para entender el problema. Mi refutación apunta menos al contenido y más al foco del problema. Creo que los análisis sobre el “desarrollo” de la sociedad en su mayor parte están desenfocados. Están desenfocados del individuo. Se mide la calidad de una sociedad en base a la calidad de variables colectivas. Creo que la calidad de una sociedad se debe medir por la calidad de sus individuos. Y en esa pérdida del foco, la educación institucional ha sido también arrastrada: La educación institucional está centrada en los educandos como entes colectivos y no en el individuo.
Cuando intuimos por mera observación doxa, que una sociedad está en una condición o estado que quisiéramos para la nuestra, estamos observando una sociedad donde los individuos que la integran son de mejor calidad humana. ¿Cómo medimos la calidad humana individual? Es difícil pero no imposible. Yo diría que esta se define básicamente (es una definición base que requiere enorme reflexión) por la calidad de las decisiones que las personas adopten en función del bien propio y del bien de las personas que le rodean. Me dirá el lector que esta definición es un cajón de sastre conceptual, pero ya dije que solo quiero proponer bases para reflexionar, más que sentar cátedra.
Lo intento: El ser humano, desde que tiene “uso de razón” (casi en plena infancia) tiene la potestad de tomar decisiones; así, en su vida cotidiana opta entre un camino u otro. Cada una de sus decisiones tiene consecuencia, y grados diferentes de relevancia para el condicionamiento de su vida futura; pero todas ellas van enhebrando causas que derivan en efectos que a su vez tienen consecuencias. El Psicoanálisis se dedica precisamente a desentrañar esa causalidad en los individuos para explorar los por qué de sus conductas. Pues bien; en cada una de sus decisiones la persona tiene circunstancias que la condicionan (el escenario de su vida) y un motor físico y psíquico al que debe echar mano para resolver la cuestión; “que debo hacer, como debo optar”. Bajo la premisa que las condiciones nos influyen, se podría decir que la libertad de los individuos es irrenunciable. Siempre está. Su motor psíquico se ordena a estímulos sensoriales que impactan su emoción y su razón, y que le indican como debe obrar; y al obrar, opta, es decir decide una cosa y no otra. Esto es válido, tanto para el rey del mundo, como para el presidario, el esclavo o el proletario sometido a la más extrema explotación. Obviamente las circunstancias del rey del mundo, determinan que su soberanía es más amplia que la de Ivan Denisovichy, personaje de Solzchenitzyn[10]. Pero el personaje del literato ruso, presidario en una remota prisión de la estepa siberiana, tiene su soberanía. Opta todos los días. Y sus decisiones influyen en su porvenir.
Ahora bien, teniendo presente que cada una de las decisiones de un individuo van enhebrando su destino, debemos preguntarnos pues, ¿hacia dónde se dirige o debe dirigirse en los límites de sus circunstancias? Las reflexiones de Aristóteles en su Ética a Nicómaco nos sugieren que el individuo se orienta a su bien buscando la felicidad, cuestión de una enorme dificultad ontológica que superó al estagirita, y obviamente nos superará a nosotros. Pero sus reflexiones tienen una gran fuerza intuitiva que bien vale la pena tener en cuenta. Señala Aristóteles al comienzo de su obra citada; “cuál es el fin de las humanas acciones, porque entendido el fin, fácil cosa es buscar los medios para lo alcanzar; y el mayor peligro que hay en las deliberaciones y consultas, es el errar el fin, pues, errado éste, no pueden ir los medios acertados”[11]
Me refutarán señalando que las condiciones objetivas de vida generan un fatum del que el individuo no puede sustraerse. Precisamente ahí está el punto de inflexión que separa a las ciencias sociales de la filosofía. Las primeras estudian e infieren de dichos estudios, las relaciones causales que rodean al hombre: sus circunstancias. La filosofía en tanto, luego de profundizar en el estudio de las circunstancias, siempre concluirá reconociendo que el individuo tiene un yo soberano que se impone o se puede imponer, a cualquier circunstancia. El Yo es una potencia que interactúa con las circunstancias, pero es en el Yo, y no en las circunstancias, donde está la soberanía radical del hombre.
Es posible para el individuo condicionado “empujado” por la educación, cuando la educación está bien orientada, reconocer su bien personal y ordenar sus acciones para que ese bien personal se haga realidad. Es esa y no otra la función de la educación. No a través de un conductismo ciego sino a través de la mayéutica socrática. ¿Cuál será genéricamente ese bien? En mi opinión su libertad. El señorío del educando, deberá ser el objetivo permanente y constante de la educación.
Por señorío quiero dar a entender, el dominio y libertad en el obrar, sujetando las pasiones a la razón. No obstante que la educación institucional es funcional a un objetivo social, no necesariamente individual, la calidad de sus resultados se mide naturalmente por el grado de señorío de sus individuos. La tarea de propiciar el señorío en los educandos, exige una visión global de la educación institucional que abarque todos los agentes de socialización como señalé precedentemente al referirme a los medios de comunicación. Si no es así remaremos con un brazo para delante y con el otro para atrás.
Mayor dificultad tendremos al reconocer la condición indiscutible e irrefutable del hombre cual es, su carácter social. La condición natural del ser humano es ser social; vivir entre sus semejantes. En consecuencia “sus” decisiones afectarán aparte de sí mismo, a sus próximos. Y afectarán en consecuencia las circunstancias en que sus próximos ejercerán sus respectivas decisiones. Las acciones humanas en cuanto sus efectos, podrían diferenciarse en las que afectan exclusivamente al individuo que las produce, otras que tienen su efecto tanto en el individuo gestor como en la comunidad humana que lo rodea, y por último acciones del actor que solo tendrán efectos perceptibles exclusivamente en sus prójimos.
Así entonces, la educación institucional deberá promover la empatía y la liberalidad de los individuos. Valores añejos pero siempre necesarios para que una comunidad humana pueda existir y proyectarse.
La empatía es, lo que de mejor manera identifica a las sociedades que percibimos como superiores. Empatía es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. Es un concepto que implica el mandato evangélico de amar al prójimo como a uno mismo. El señorío sin empatía, da lugar al pecado de la soberbia. Me observarán que los genios no son siempre empáticos. Es posible que así sea pero el enfoque de la educación institucional nos impone la necesidad de medir y decidir en base a la generalidad y al promedio. La empatía es un ideal más que un requisito, y eso porque es inmedible. La educación entendida como una función social tendiente a mitigar la precariedad humana, debe tender a que los individuos sean progresivamente más empáticos.
Haciendo un contrapunto de lo expresado, alguien “descubrió” tiempo atrás, a raíz del movimiento de los indignados en España, que una fórmula de la evolución social, era que los individuos se “empoderarán” individualmente y desafiaran los colectivos en base a su natural “indignación” de que las cosas no discurrieran por los causes que los “empoderados” desean. Algo así como la sumatoria de los caprichos individuales igual evolución colectiva. Esos “ideólogos” o forman parte de una conspiración que pretende usar a las masas caprichosas para sus fines propios, o bien, demuestran un desconocimiento de la naturaleza humana francamente patético. Fue a través de fenómenos similares, indignados más indignados menos, como empezó la guerra de los treinta años en Europa entre los años 1618 y 1648, o la primera y segunda guerra mundial entre los años 1914 a 1945. A estos “ideólogos” opongo la empatía como valor universal.
La liberalidad
es la virtud
moral que consiste en distribuir alguien generosamente sus bienes sin esperar
recompensa. Inspirar la generosidad y desprendimiento en los educandos deberá
ser un fin de la educación. El hombre es más hombre en cuanto incrementa la liberalidad
de espíritu y reprime el egoísmo que le es natural. El heroísmo y la santidad
son las expresiones cúlmines de la liberalidad. Esta verdad eterna, elemental y universal, hoy es suprimida,
cuando se habla de incrementar la competencia entre los seres humanos como un
valor en sí. El buen Jesús nos decía sed como los niños. Y eso porque los niños
ven al mundo en un sentido puro e inocente y no deformado por los temores de
los adultos. ¿Qué surge en el espíritu del niño o joven educando cuando le
dicen aquella falacia que reza, que el objetivo de la educación es para
prepararlos para la competencia en el mundo? Creo que en forma inmediata la
reacción es angustia. Angustia derivada de que el mundo se proyecte como un
lugar tan poco atractivo. Pero además en forma mediata, desconfianza.
Desconfianza porque la inocencia juvenil intuye que aquello no es así, y que la
condición humana está definida más por la liberalidad que por la competencia.
Lo propiamente humano es compartir y no competir. Si el género humano se deja
arrastrar por los temores y angustias que le impone el futuro desconocido, se
cierra a su prójimo y debe enfrentarse a él; competir con él. Si el hombre a
través del pensamiento y del juicio crítico se posesiona de su existencia, se
hace dueño de ella y entiende de mejor manera su tránsito a través del
tiempo-espacio; se torna liberal y caritativo. La competencia es el resultado
de la ignorancia y del temor; la liberalidad es fruto de la reflexión y de la
sabiduría. Los “héroes” de la american way of life por lo general son los
competidores exitosos: Los Donald Trump, Bill Gates, Steve Jobs. Es decir, los
magnates. Los magnates ordinariamente son los anti-héroes. Porque heroísmo es
por definición generosidad, y para llegar a ser un magnate es muy difícil ser
generoso.
En consecuencia, creo que el acta fundacional de la educación institucional debe fundarse en el individuo educando, propiciando incrementar en este su señorío, su empatía y su liberalidad. Solo así la calidad de las decisiones de los individuos de nuestra sociedad mejorará y posibilitará mejoras en las personas y la sociedad que les rodea.
ESTADO, DEMOCRACIA Y AUTONOMIA DEL JUICIO REFLEXIVO
Precedentemente me he referido a las fronteras entre política y educación, y la inconveniencia que esas fronteras se diluyan; o más bien dicho, que el poder político instrumentalice a la educación para sus propios fines de dominación de voluntades. Como contrapunto, me he expresado críticamente de aquellos que ven a la educación desde una perspectiva idealista y desconectada de la sociedad, por cuanto la educación es un instrumento de la sociedad y para la sociedad.
Hay un concepto que vincula tensamente a la educación con la política y el poder, y es la autonomía del juicio. Voy a poner ejemplos:
Hace algunos años atrás, existían colegios católicos en los cuales se prohibía a los educandos que leyeran la biblia. Se estimaba que eran tantas las posibilidades de error que separaran al educando de la simple lectura de la biblia, y de su reflexión crítica sobre ella, que era mejor que sus conductores la leyeran por los educandos y le señalaran lo que ella decía. Era mejor suprimir el juicio reflexivo sobre lo que decía la biblia, e inspirar conductas por criterios de autoridad o por consideraciones emotivas.
La publicidad comercial desarrolla estudios de sicología conductista para lograr con mensajes, imágenes y otros gatillos emocionales, cortos y concisos, desarrollar conductas en el consumidor, que son absolutamente estúpidas o reñidas con el bien propio del mismo, pero funcionales al que genera la publicidad. Se llegó al extremo en los años 40 de intercalar imágenes para inspirar irracionalmente conductas de consumo. En resumen; la publicidad deliberadamente y en forma genérica, trata de eliminar o sustituir el juicio reflexivo, por las reacciones emotivas derivadas normalmente de apetitos primarios.
La propaganda política proyecta imágenes, casi todas ellas, enfocadas a provocar reacciones emocionales. Generalmente se pretende suprimir y a veces reprimir psicológicamente el juicio crítico reflexivo sobre los problemas públicos, sustituyéndolos por “calugas” muchas veces falacias absurdas. A la propaganda política no le interesan los reflexivos. Le interesan los ilusos. En poco tiempo, la idea es gobernar voluntades: ambas cosas; gobierno y rapidez, están reñidos con el espíritu crítico.
Las irrefutables conductas descritas, ¿son justificadas? ¿Son justificables? Yo creo que sí. Todas ellas son funcionales a cada una de las áreas sociales que me he referido. La tensión surge cuando reconocemos que la función radical de la educación es precisamente encauzar la voluntad de los educandos. Pero en base a qué ¿a la pura emocionalidad? ¿A los temores? ¿A los puros afectos? Precisamente no. La educación debe encauzar la voluntad de los educandos en base a la reflexión crítica. Esto es; al juicio de la realidad. ¿Todos los educandos lo lograrán? Quizá no. Pero es esa su irrenunciable función.
Y aquí relaciono este concepto con la democracia. Todos sabemos que la palabra democracia ha dado a través de la historia, y particularmente de la historia reciente, para un barrido y un fregado. Todos los llamados demócratas quieren que el pueblo gobierne, en la medida que el pueblo diga, haga, sienta y reaccione, como los poderosos quieren que el pueblo diga, haga, sienta y reaccione. Entonces para la mayoría de los actores, democracia es articular la voluntad de las mayorías, para que estas hagan lo que yo quiero. Así las cosas, para la mayoría de los actores, el juicio crítico de la realidad, es un fantasma atroz al que hay que suprimir.
El dinero para la modernidad es una herramienta tan importante, que la legislación constitucional, ha creado una voluntad autónoma de la voluntad de los gobiernos para que administre el dinero. El Presidente del Banco Central tiene la potestad constitucional de negarse a emitir dinero que el poder político de turno desee. Todo ello en función del bien común general.
El orden jurídico de la sociedad debería crear una especie de super ministerio de educación, poder autónomo del poder político, comercial y religioso que garantizara que el juicio crítico de la realidad, es un derecho inalienable imposible de ser manipulada por los poderes cotidianos. Así como no se puede emitir dinero que no tiene un correlato de riqueza real, deberá existir una institución que vele para que no se pueda suprimir el juicio crítico de la realidad en la sociedad. Una institución que prohíba hacerlo. Una institución que sancione al vendedor de ilusiones y falacias. Lo que señalo no es un desvarío ni mucho menos. La tecnología de las comunicaciones determina que el poder político tendrá en sus manos la potestad de transformar a la sociedad en una manada de corderos, cuando y como lo desee un pequeño grupo de audaces que coopten el poder para sí. Lo estamos viendo cotidianamente. Lo vimos en el siglo XX con los totalitarismos. Hoy bajo el manto de la democracia, el totalitarismo se cierne sobre la sociedad. La educación del juicio crítico es la única defensa perdurable al totalitarismo.
EPILOGO
Los puntos de vista relacionados, no tienen más propósito de provocar alguna reacción intelectual. Se aceptan y agradecen todo tipo de refutaciones. El tema sin embargo no está para demoras. La degradación de ciertos procesos sociales que demandan mayor cantidad y calidad de inteligencia, es urgente. ¿Dónde se puede promover socialmente la inteligencia? Por lo general y principalmente en las aulas. Por eso el tema apremia.
Invierno y primavera 2014
[1]Capitulo XII de La Rebelión de las Masas
[2]
Sociedad..
esa entidad de límites difusos que Ortega y Gasset aspira a definir y sus
contornos se le escapan como un pez gelatinoso en su obra EL hombre y La Gente
[4] La
palabra “crítica” en el sentido de análisis reflexivo; no en el de demolición conceptual.
[5] La
Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo.
[6]En
su libro La sociedad desescolarizada
[7]En
su novela La Caverna
[8]
Gaspar Rul-Lan Buandes http://ddd.uab.cat/pub/papers/02102862n53/02102862n53p171.pdf
[9] La
pérdida del Sentido Común en Hanna Arendt; citada por Pilar Pereila Martos
[10]
“Un día en la Vida de Iván Desinovich”. Alexander Zolzchenitzyn.
[11] Ética a Nicómaco
No hay comentarios:
Publicar un comentario