lunes, 7 de noviembre de 2016

EL POPULISMO COMO EXPRESION DEL TANATOS EN LA SOCIEDAD PACIFISTA

EL POPULISMO COMO EXPRESION DEL TANATOS EN LA SOCIEDAD PACIFISTA

En un libro del filósofo y pensador alemán Ernst Jünger que intituló “Tormentas de Acero”, me impresionó el relato del primer capítulo, donde el autor describe el día exacto en que el Imperio alemán declaró la guerra, que el mundo conocería como, la Primera Guerra Mundial. La escena descrita se me ha quedado grabada. El autor era apenas un muchacho en edad de ingresar a la universidad. Disfruta del corto verano prusiano. Estaba ocupado en observar a un obrero que reparaba un tejado. La noticia llegaba de boca a boca dado que la radiotelefonía era entonces limitada. Retrata el momento en que la civilización occidental, cuyo centro era Europa, y uno de los núcleos de inteligencia de aquella Europa era precisamente Prusia; había alcanzado su cenit. La reacción colectiva que describe no puede ser más desconcertante. Aquellos hombres y mujeres, teniéndolo todo en el sentido humano – prosperidad, cultura, arte, ciencia, pacífica convivencia nacional-, hombres cultos y prósperos; a la voz de guerra y destrucción, masivamente salen a las calles exultantes de alegría. La guerra: Promesa de destrucción, muerte y desolación, los torna eufóricos. El obrero deja el martillo en el tejado y sonríe al ver la alegría de los jóvenes que pronto serían guiñapos de sangre y barro en medio de las trincheras.
Es aquella, la descripción de una emoción que los antiguos griegos ya habían bautizado: El tánatos. El instinto de muerte. Un apetito hacia un estado de tranquilidad total, que propicia retornar al estado inorgánico previo a la existencia. El supremo hastío con la vida cotidiana. “Paren que yo me bajo”, pareciera ser la descripción de esa emoción, que con su contrapunto; el eros, el instinto de vida; conformarían los dos instintos básicos de la humanidad y de la naturaleza toda.
Los sabuesos del análisis histórico reconocen que el inicio de la guerra que describe Jünger, marco un período de demolición de la modernidad y su cultura, demolición que termina a medias el año 1945 y que concluye con la caída del muro de Berlín. Un período donde hombres inteligentes estimaron que la forma de hacer prosperar a una parte de la humanidad, era la destrucción de la otra parte de la humanidad; del “enemigo”. Es dable conjeturar que esos “inteligentes”, explotaron consciente y deliberadamente, aquella emoción de las multitudes, a través de “técnicas de envilecimiento” que describe el filósofo Julián Marías. Esa emoción que llamamos, el tánatos o apetito de muerte.
Es tan vívida y chocante la irracional historia de los últimos 100 años, plagada de batallas donde máquinas trituraban a seres humanos y a toda naturaleza circundante; período donde estuvimos a un tris de que los líderes se llevaran por delante la vida entera del planeta, disparando miles de misiles nucleares; que una ola de pacifismo inundó los espíritus de nuestra post modernidad. La humanidad quedó harta de guerras y destrucción masiva.
Pero sucede que el hombre pacifista post moderno sigue siendo el mismo bípedo implúmido, y el espíritu del tánatos sigue incubado en el espíritu de los hombres y de las sociedades. Manifestación de ello es el terrorismo post moderno; fenómeno que encarna este “apetito de muerte”. No obstante que se han borrado los referentes ideológicos (Baden Mehinhoff, Brigadas Rojas etc.), el fenómeno ha buscado su justificación en la religión con la yihad.
Pero hay otro fenómeno, mucho más generalizado y potente que el terrorismo, que encarna el espíritu del tánatos en nuestro mundo contemporáneo. Se manifiesta este coherente con el pacifismo post moderno; y es por ello más masivo que el terrorismo. Es el fenómeno del populismo, o lo que se ha dado en llamar la rebelión de los necios.
La palabra “populismo” ha servido para describir una serie heterogénea de manifestaciones de un fenómeno que no es nuevo. Lo describe de manera bastante completa y orgánica, Ortega y Gasset en su obra cumbre “La Rebelión de las Masas”.  Fenómeno que en Europa desde que lo denunció Ortega, hasta el año 45, entró en hibernación por efecto de la guerra española primero y después por la Segunda Guerra mundial. El facilismo tecnológico, que describe Ortega como una de sus causas, se ha elevado a la potencia en la la época contemporánea. Así las cosas, la ilusión de gratuidad de los deseos, se instala en las masas, de manera mucho más potente que cuando Ortega describiese ese fenómeno.
Hay toneladas de libros y artículos que describen el fenómeno del populismo desde distintos puntos de vista. No es el tema de estas letras. Lo que pretendo develar, es que tal fenómeno contiene en sí una emoción autodestructiva, y es un atajo -superficialmente pacífico y aséptico de violencia-, que el espíritu tanático ha encontrado como opción, para manifestarse en un mundo pacifista. El populismo es un sustituto de la guerra en un mundo “en que no pasa nada”. El 68 de París fue una expresión proto populista, aunque teñida de las ideologías en boga contendientes de la guerra fría. Pero es un primer atisbo de este fenómeno, hoy en pleno curso.
La cuestión es relevante porque hay suficientes evidencias para presumir que, si las tesis populistas triunfasen, el caos –y la violencia que es su consecuencia necesaria- se desencadenaría sobre la sociedad. Lo paradójico es que los liderazgos populistas son tigres con dientes de goma: muchas veces no quieren conquistar el poder formal, por cuanto al ejercerlo, vislumbran que les sucederá el fenómeno Bachelet. El pueblo al constatar que sus propuestas eran ensoñaciones demagógicas, los derribarán de los altares; y de bestiales pasarán a ser bestias.
Si el lector ha comprendido y aceptado como evidencia que en el individuo y en la sociedad humana existe el tánatos, y que esa emoción convive siempre con el eros, la disyuntiva que planteo es, como proceder desde el punto de vista de la conducción política, para conservar la convivencia y domar ese espíritu tanático en un ambiente de justicia distributiva. Intentemos pues buscar la solución o morir en la aporía del intento.
Podemos conjeturar que el hombre ideal de la democracia; racional, empático, previsor, respetuoso de las minorías, cultor del orden familiar, trabajador y amante de la paz, no comporta ese espíritu obscuro que nos depara el tánatos. Novelistas de la talla de Flaubert, Wilde, Thomas Mann, David Foster Wallace, Hollebeck; describen el colapso del espíritu de sus personajes, cuando el orden, la normalidad, y el aburrimiento los rodean como un enemigo pone sitio a una ciudad amurallada. Ambiente espiritual que los impulsa a conductas destructivas o auto destructivas. El cine de ficción también es pródigo en testimonios de tal naturaleza.
En un mundo domesticado, que quiere instituir cárceles que sean centros de “reinserción” de los delincuentes; mundo donde los transgresores sociales son considerados enfermos que deben ser sanados, donde la pena de muerte se le considera un crimen social; los conductores de la sociedad, pasan a ser algo así como una aburrida autoridad materna que impide explotemos todas nuestras potencias; la proliferación de la delincuencia periférica, las barras bravas del fútbol, el carrete nocturno, el consumo de droga en la juventud, el armamentismo en Norteamérica, el wal-mapu, los indignados de España, los pingüinos de Chile, los que abogan no a las hidroeléctricas, no más AFP etc. etc. etc.; son manifestaciones imperfectas de “respiro” ante la asfixia que este mundo maternal ideal, de ciudadanos buenos, trabajadores y empáticos; va generando. Las masas entonces son solo capaces de emocionarse con los transgresores. Su alienación es relativa. Su conducta es alienada de razones, pero tiene emociones que conocen una causa. Es que su aburrimiento de la cotidianeidad los hace afectos a emociones inspiradas por el tánatos. Son estas expresiones no necesariamente de la pura estolidez de las masas. No porque no tenga explicación razonable carece de causa explicable. En la marcha no a las AFP, la encabezaba un letrero que decía SOMOS LOS QUE SOBRAN.
 Ante esta disyuntiva nos veremos tentados en proponer el remedio fácil y que nos inspira nuestra manera reflexiva de encarar las disyuntivas:
·         Si el hijo del jefe de la barra brava del colo colo o de boca juniors, recibiera una buena educación
·         Si explicamos con buenas razones que educación gratuita y de calidad para los universitarios es objetivamente injusta para los desamparados, los indignados que lo demandan desistirán.
·         Si desincentivamos a ese trasgresor con leyes penales severas, actuará como inhibidor de aquellas conductas en sus seguidores.
Todos sabemos que eso no sucederá, con la primera receta sencillamente porque ese miembro de la barra brava lo es por libre convicción; con la segunda porque ese indignado que demanda gratuidad, le importa un bledo lo que le suceda a los pobres; con el tercer remedio, la transgresión solo se mitiga con la coerción.
¿Cuál pues es la solución? ¿debemos esperar los hombres racionales que nos conducimos y gobernamos nuestras vidas, conforme a pautas de conducta empáticas, ser avasallados por los trasgresores?
El liberalismo y la socialdemocracia, es decir la derecha y la izquierda moderada; debe asumir una realidad: es menester asumir lo que la sociedad es – el ethos social-, desechando la visión mirífica de lo que desearía que fuese.
Ortega y Gasset en su obra, “La Historia como Sistema”, señala que la sociedad es tan constitutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más atroz insociabilidad, y no es en ella menos normal que la beneficencia, la criminalidad. El Estado es siempre y por esencia presión de la sociedad sobre los individuos que la integran. Consiste en imperio, mando; por tanto, en coacción, y es un «quieras o no».
¿Y que tiene que ver esto con nuestro tema? Pues todo. Son los trasgresores sociales, el elemento masculino del colectivo, que desafía al conservadurismo femenino de las instituciones políticas miríficas que hoy nos rigen o pretenden regirnos. Esto porque los trasgresores administran el tánatos social. Son los dueños del mismo.
Debemos invertir esta cuestión para evitar que la insociabilidad sea la dueña de la calle. El poder jurídico del Estado debe ser dueño y administrador del tánatos.
El llamado “movimiento social” es la tolerancia del aparato jurídico estatal a que ese movimiento exista. Si no se tolerase no existiría. Si los demagogos fuesen presos no estarían en el hemiciclo del parlamento. El éxito que han tenido en sus destinos personales incentivará a miles de inadaptados patéticos para embarcar a las masas ignorantes en decenas y después centenas de iniciativas de destrucción del tejido social. El Estado, el poder jurídicamente constituido, debe recuperar su rol del “papá” de la sociedad.
No podemos suprimir el “espíritu de muerte y destrucción” latente en la sociedad porque está en la íntima y profunda naturaleza humana. En esta administración debemos usar de todo el poder coercitivo del estado
Aquí la lucha no es por ideas. Porque los demagogos se niegan a dar razón sobre sus propuestas. Esta lucha es por quien se erige en el perro alfa de la sociedad: Si es el orden o es el caos.
Esta actitud meliflua y mirífica del poder político formal, nos tiene de cabeza. ¿Mi propuesta? La PAX republicana. Resucitar el respeto sagrado por la ley escrita. Amenazar y castigar a los transgresores. Desempolvar instituciones como la prevaricación. Castigar a los jueces y funcionarios públicos que han sido parte de este espíritu tánatico de la sociedad, que han dejado de aplicar. Recuperar para el Estado el MONOPOLIO DE LA VIOLENCIA Y DE LA FUERZA. Convencer a las masas, que ese monopolio es su salvación. (de hecho, es la única salvación de los débiles).

Esta “receta” no es nada nuevo. Los romanos la aplicaron durante 500 años que duró su civilización. Los chinos la aplican hoy. Singapur del mismo modo. Es cuestión de tiempo. Cuando el Karma del caos se acumule, la sociedad retomará violentamente su orden. Mi propuesta apunta a racionalizar la reacción y hacerla precisamente menos violenta.

SOBRE EL PROBLEMA DE LAS AFP Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL

SOBRE EL PROBLEMA DE LAS AFP Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL

Quienes presumimos de monitorear el devenir social, hemos sido sorprendidos por una enorme convocatoria popular en Santiago y en ciudades de provincia, que “exige” el fin de las Administradoras de Fondos de Pensiones. No pretendo con esta reflexión entrar a los aspectos técnicos y jurídicos de la administración de los fondos destinados a jubilación de las personas, ni a la absurda pretensión de las masas que se manifiestan -y de los demagogos que las articulan- de reducir el problema, para dar una sensación que, basta la pura voluntad para solucionarlo. Mi intención es referirme a fenómeno que subyace a esta voluntad difusa expresada por los manifestantes.

Vivimos en un mundo inédito en la historia de la humanidad. Por ello, para interpretarlo, la historia como magister vitae, no nos es muy útil y esclarecedora. Ello por cuanto la sociedad contemporánea vive una era del facilismo, que no tiene precedentes conocidos en el devenir humano en el planeta.

¿En que se manifiesta el facilismo contemporáneo? El entorno en que nos desenvolvemos humanamente, es un complejo de facilidades y dificultades para la satisfacción de nuestra voluntad para con ese entorno. Resulta útil hacer un reconocimiento comparativo de las circunstancias que nos rodean ahora, con la que rodeaba al hombre de otros tiempos.

El alimento diario, si bien hay que ganárselo, las unidades de esfuerzo que el hombre contemporáneo debe desarrollar para obtenerlo, son minúsculas comparadas con el que agobiaba al hombre de otros siglos. La sexualidad, con la píldora anticonceptiva y ahora último con el viagra, es una necesidad fisiológica que ha perdido gran parte de la complejidad que tuvo antaño, encerrada en normas rígidas de conducta, e instituciones jurídicas como el matrimonio. Las enfermedades que asolaban a la humanidad, hoy son reducidas a la mínima expresión. Las distancias del espacio físico, que obligaba al hombre de antaño, a migraciones riesgosas para su vida e integridad, viajes costosos y tediosos; hoy se reducen a un viaje al aeropuerto y las “molestias” de embarcarse en un enorme tubo de acero que en pocas horas nos deposita al otro lado del planeta. Y así, suma y sigue; cualquier aspecto problemático del hombre de antaño, es hoy una cuestión sorprendentemente trivial.

Pero este facilismo, nos enfrenta a otras disyuntivas a las cuales el hombre no estaba acostumbrado: la vida física se extendió de una manera inédita. Vivimos hasta los 90 años o quizá en un futuro, más aún. Por otra parte, la cantidad de “cosas” que ofrece la modernidad a disposición de quien pueda comprarlas, produce una diferenciación, entre las personas que tienen, y las que no tienen tanto; que hace agudas y llamativas las desigualdades y hasta genera segregación social. En el siglo doce, la vida cotidiana de un rey con la vida de un siervo de la gleba, era muy parecida. No porque el rey fuera solidario con el ciervo de la gleba, sino porque simplemente existían pocas cosas que los diferenciaran.

Así pues, las expectativas se extienden exponencialmente, a poseer una cantidad de cosas que nos brindan facilidades en la vida; cosas que los hombres de antaño no necesitaban porque no existían. Y adicionalmente tenemos el problema que necesitamos estas cosas por muchos años, porque nos encontramos que nuestra proyección de sobrevida se extendió en el tiempo.

Pero como contrapartida – o consecuencia- de este facilismo, el hombre contemporáneo ha visto deteriorada progresivamente su capacidad de gobernar su propia vida. Capacidad que el hombre pretérito disponía en mayor grado. En el aspecto económico y de las certezas respecto del futuro, una sociedad más básica o menos compleja; permite a los individuos un mayor grado de autarquía y los obligaba a un mayor grado de integración. La vejez se enfrentaba en un contexto mayormente integrado con otros individuos. Los seres humanos se desenvolvían con las naturales angustias respecto de los que les sucedería en el futuro, pero esas incertezas, no eran tan severas y explícitas como las que inspira el mundo contemporáneo. En esto también hay un alto grado de subjetividad. El hombre pretérito estaba más familiarizado y era más tolerante con las naturales incertezas que proyecta el futuro en la mente humana. El individuo contemporáneo crece y se desarrolla en un mundo que marcha como reloj suizo. Las incertezas lo angustian entonces mucho más.

Volviendo a nuestros días: El dinero es un invento técnico. Se trata de disponer un medio universal de medición de valor. El hombre contemporáneo ha sofisticado este invento, luego de grandes fracasos, como la depresión del 29 o la estagflación de los años 60. El rico contemporáneo, no es como el rico del evangelio, que lo era por la cantidad de trigo que acumulaba en sus graneros. Ahora la medida universal de valor es el dinero. Para mitigar o suprimir las incertezas que el futuro nos depara, debemos pues, acumular dinero. En este aspecto las AFP, ideadas y creadas en Chile, han sido la herramienta más sofisticada del mundo, para que los individuos acumulen dinero al menor riesgo posible. Eso es indiscutible. El que niegue esta evidencia, se sustenta, o en datos falsos, o en datos equivocados de contexto.

¿Cuál es el problema entonces y la razón de la condena? La razón hay que encontrarla en que las AFP son una herramienta idónea que funciona eficientemente solo, para los cotizantes que tienen el talento de hacerse ricos.

Sucede que una mayor proporción de la humanidad – y de los chilenos, por cierto- no dispone de talentos para “hacerse ricos”; ¿a qué me refiero con “ricos”? A disponer de bienes -en la cantidad y calidad que se usa hoy- que le permitan vivir cómodamente sin la obligación cotidiana de trabajar y proyectar esa condición hasta el fin de sus días.  ¿A qué me refiero con talento para “hacerse” rico? A circunstancias de la vida -meras circunstancias-, sean estas destrezas de la inteligencia, de la voluntad o facilidades/dificultades, fisiológicas, geográficas, sociales, familiares o de cualquier tipo; que hayan permitido al que las posee, ahorrar ordenadamente y acumular un patrimonio suficiente al efecto señalado.[1] El enumerar la causalidad, la justicia, la naturaleza endógena o exógena de esas circunstancias, da para escribir diez tratados. Para nuestro tema, baste decir que son meras circunstancias las que condicionan que una persona sea rica o pobre (según la conceptualización precedente).

Entonces pues, tenemos que un mayor porcentaje de la población -no solo en Chile sino en gran parte del planeta- que no ha tenido talentos para hacerse ricos, que sufragan sus necesidades con su trabajo diario, que vivirán hasta los 90 años o más, y que, en el peor de los casos no son capaces de sobrevivir sin trabajar, y que, en el mejor de los casos, no dispondrán suficientemente de los bienes que hacen cómoda y grata la vida, así como se entiende la vida cómoda en la modernidad.

A la hora de ofrecer soluciones surgirán los demagogos siempre dispuestos a “caer simpáticos”, con propuestas de “sistemas” o “modelos” que solucionarán el problema mágicamente sin sacrificio para nadie, solo con “purgar” a la sociedad de los perversos y opresores sistemas, que son la causa del fenómeno descrito.

El llamado sistema de reparto que es “el otro modelo” previsional, consiste grosso modo que los trabajadores activos, esto es, las personas que se encuentran en el mercado laboral formal en actual ejercicio, provean a la manutención de los pasivos, esto es, a las personas en edad de jubilar o jubilados. Parece una mala broma proponer la resurrección del sistema de reparto, como medio de solución. Basta averiguar que pasó en Chile con ello y saberse las cuatro operaciones aritméticas, para concluir que aquello no solo no sería una solución, sino que afectaría fatalmente el desarrollo económico y la formalización del mercado laboral activo, generando un problema de carencia de ahorro, progresivo y mayúsculo.

La multitud de personas que se manifestó, condenan sin juicio previo a las AFP, como la personificación de un futuro paupérrimo que los angustia, para un número importante de afiliados y no afiliados. Una idea que se funda en el sentimiento de miedo y abandono para “los que sobran” -como se leía en un lienzo de la manifestación pública-. Para esos “que sobran”, ver en derredor tanta prosperidad y compararla con la realidad que se aproxima, de ser un pensionado que solo tendrá un ingreso de 200 dólares, estimula la rebelión contra el “sistema”. Los demagogos estimulan este sentimiento con la falsa idea que, alguien se quedó con lo que les era propio, y ahí está la causa de su futuro paupérrimo.

Purguemos el debate de los demagogos y de los iluminados que ofrecen recetas y modelos que solucionarán por arte de magia el problema. Reconozcamos que en el juicio público subyace un problema que, no es económico. Y no es económico porque la sociedad opulenta que nos rodea es capaz de sufragar la manutención de los pasivos, de una forma que antes no pudo hacerlo. Si se dispara contra el sistema de mercado paradojalmente se dispara contra la gallina de los huevos de oro que permite disponer de esos medios para costear la mantención de los pasivos. Si destruimos el sistema de AFP destruimos uno de los mecanismos de esta gallina de los huevos de oro, mecanismo que ha permitido la capitalización individual y colectiva de la sociedad chilena.

Ataquemos el problema real. Usemos el poder del Estado y de sus políticas para hacerlo. El problema es cultural. Y por cultural quiero referirme, a que sus causas se derivan del tipo de vida que el hombre moderno prefiere y opta, y de las expectativas que se generan. La causa está en una cuestión muy profunda y violenta: la arquitectura de la vida contemporánea.
Estimo que, en el paradigma cultural contemporáneo en que Chile se desenvuelve, las reales y racionales opciones para encarar el problema desde el punto de vista económico nos conducen a una aporía que nos enfrenta a una perplejidad sin solución.  ¿Por qué sin solución? Pues porque si la vida de los past 60 se vive con el estilo ordinario que viven los sub 50, no hay recursos que la hagan sostenible. Necesitamos tal cantidad de cosas y situaciones sofisticadas y costosas, que para disponer de ellas hasta los 90, requeriríamos una riqueza y ahorro que no disponemos y conjeturo que jamás dispondremos.
La solución no es fácil porque solo se encuentra en un cambio de la cultura de la tercera y de la cuarta edad. Volver a lo simple. Volver a lo básico para la existencia, mirar el mundo desde la perspectiva humilde de quienes nos acercamos al fin o a al tránsito hacia otra vida -según sea la creencia de cada cual- Moderar los apetitos y hacerlos congruentes con un planeta que está cansado de soportar la presión que sobre él ejerce el género humano. Sabiduría, moderación, progresivo desapego. La salud corporal, que se ha hecho sinónimo de hospitales, prestaciones médicas, traslados, asistencias de terceros etc. se puede conservar y promover con una vida sana que sea el efecto de una mente sana y desapegada. Si hemos sido neuróticos hasta los 50, los past 60 son los años de desprenderse de dichas neurosis que son grandemente la causa de los achaques físicos.
Copiarle al poeta Machado; “y cuando esté al partir la nave que nunca a de tornar, me encontrareis a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, como lo hijos de la mar
Para esa vida digna, pacífica, desapegada, la comunidad organizada en el Estado, deberá ofrecer a los que no disponen de lo propio, hogares colectivos en el norte del país con dotaciones de medios para hacer alegre y humanizadora la existencia de la tercera y cuarta edad.
Me refutarán que aquello no es posible por cuanto aquello de cultural es una decisión individual y soberana. Contra dicho argumento observo que todos los días la publicidad nos machaca para que sintamos necesidad de cosas que no necesitamos ¡y terminamos necesitándolas!! Eso lo reconoce cualquier analista. La publicidad de la deshumanización resulta -it work-. ¿Por qué no ha de funcionar la publicidad que humaniza? Ahí tienen el ejemplo del combate al tabaquismo. Ha funcionado.
Propongo un cambio cultural provocado por política de Estado desde dos puntos de vista: Hacia los no viejos (sub sesenta): Sacralizar la vejez a través de un impuesto a la tercera edad para subvertir soluciones colectivas. Hacia los viejos (past sesenta): Moderar las espectativas de lo que es el "buen pasar" y ser receptivos a ofertas del Estado de soluciones colectivas de manutención.





[1] Andrés Bello con su prurito por la precisión conceptual, en el capítulo de las guardas del Código Civil, señala que podrán excusarse de ser guardadores, los “pobres”, esto es dice el código, las personas que viven de su trabajo diario.