EL POPULISMO COMO EXPRESION DEL
TANATOS EN LA SOCIEDAD PACIFISTA
En un libro del filósofo y pensador
alemán Ernst Jünger que intituló “Tormentas de Acero”, me impresionó el relato
del primer capítulo, donde el autor describe el día exacto en que el Imperio
alemán declaró la guerra, que el mundo conocería como, la Primera Guerra
Mundial. La escena descrita se me ha quedado grabada. El autor era apenas un
muchacho en edad de ingresar a la universidad. Disfruta del corto verano
prusiano. Estaba ocupado en observar a un obrero que reparaba un tejado. La
noticia llegaba de boca a boca dado que la radiotelefonía era entonces
limitada. Retrata el momento en que la civilización occidental, cuyo centro era
Europa, y uno de los núcleos de inteligencia de aquella Europa era precisamente
Prusia; había alcanzado su cenit. La reacción colectiva que describe no puede
ser más desconcertante. Aquellos hombres y mujeres, teniéndolo todo en el
sentido humano – prosperidad, cultura, arte, ciencia, pacífica convivencia nacional-,
hombres cultos y prósperos; a la voz de guerra y destrucción, masivamente salen
a las calles exultantes de alegría. La guerra: Promesa de destrucción, muerte y
desolación, los torna eufóricos. El obrero deja el martillo en el tejado y
sonríe al ver la alegría de los jóvenes que pronto serían guiñapos de sangre y
barro en medio de las trincheras.
Es aquella, la descripción de una
emoción que los antiguos griegos ya habían bautizado: El tánatos. El instinto
de muerte. Un apetito hacia un estado de tranquilidad total, que propicia
retornar al estado inorgánico previo a la existencia. El supremo hastío con la
vida cotidiana. “Paren que yo me bajo”, pareciera ser la descripción de esa
emoción, que con su contrapunto; el eros, el instinto de vida; conformarían los
dos instintos básicos de la humanidad y de la naturaleza toda.
Los sabuesos del análisis histórico
reconocen que el inicio de la guerra que describe Jünger, marco un período de
demolición de la modernidad y su cultura, demolición que termina a medias el
año 1945 y que concluye con la caída del muro de Berlín. Un período donde
hombres inteligentes estimaron que la forma de hacer prosperar a una parte de
la humanidad, era la destrucción de la otra parte de la humanidad; del
“enemigo”. Es dable conjeturar que esos “inteligentes”, explotaron consciente y
deliberadamente, aquella emoción de las multitudes, a través de “técnicas de envilecimiento” que describe
el filósofo Julián Marías. Esa emoción que llamamos, el tánatos o apetito de
muerte.
Es tan vívida y chocante la
irracional historia de los últimos 100 años, plagada de batallas donde máquinas
trituraban a seres humanos y a toda naturaleza circundante; período donde
estuvimos a un tris de que los líderes se llevaran por delante la vida entera del
planeta, disparando miles de misiles nucleares; que una ola de pacifismo inundó
los espíritus de nuestra post modernidad. La humanidad quedó harta de guerras y
destrucción masiva.
Pero sucede que el hombre pacifista post
moderno sigue siendo el mismo bípedo implúmido, y el espíritu del tánatos sigue
incubado en el espíritu de los hombres y de las sociedades. Manifestación de ello
es el terrorismo post moderno; fenómeno que encarna este “apetito de muerte”.
No obstante que se han borrado los referentes ideológicos (Baden Mehinhoff,
Brigadas Rojas etc.), el fenómeno ha buscado su justificación en la religión
con la yihad.
Pero hay otro fenómeno, mucho más
generalizado y potente que el terrorismo, que encarna el espíritu del tánatos
en nuestro mundo contemporáneo. Se manifiesta este coherente con el pacifismo
post moderno; y es por ello más masivo que el terrorismo. Es el fenómeno del populismo,
o lo que se ha dado en llamar la rebelión
de los necios.
La palabra “populismo” ha servido
para describir una serie heterogénea de manifestaciones de un fenómeno que no
es nuevo. Lo describe de manera bastante completa y orgánica, Ortega y Gasset
en su obra cumbre “La Rebelión de las Masas”. Fenómeno que en Europa desde que lo denunció
Ortega, hasta el año 45, entró en hibernación por efecto de la guerra española
primero y después por la Segunda Guerra mundial. El facilismo tecnológico, que
describe Ortega como una de sus causas, se ha elevado a la potencia en la la
época contemporánea. Así las cosas, la ilusión de gratuidad de los deseos, se
instala en las masas, de manera mucho más potente que cuando Ortega describiese
ese fenómeno.
Hay toneladas de libros y artículos
que describen el fenómeno del populismo desde distintos puntos de vista. No es
el tema de estas letras. Lo que pretendo develar, es que tal fenómeno contiene
en sí una emoción autodestructiva, y es un atajo -superficialmente pacífico y
aséptico de violencia-, que el espíritu tanático ha encontrado como opción,
para manifestarse en un mundo pacifista. El populismo es un sustituto de la
guerra en un mundo “en que no pasa nada”. El 68 de París fue una expresión
proto populista, aunque teñida de las ideologías en boga contendientes de la
guerra fría. Pero es un primer atisbo de este fenómeno, hoy en pleno curso.
La cuestión es relevante porque hay
suficientes evidencias para presumir que, si las tesis populistas triunfasen,
el caos –y la violencia que es su consecuencia necesaria- se desencadenaría sobre
la sociedad. Lo paradójico es que los liderazgos populistas son tigres con
dientes de goma: muchas veces no quieren conquistar el poder formal, por cuanto
al ejercerlo, vislumbran que les sucederá el fenómeno Bachelet. El pueblo al
constatar que sus propuestas eran ensoñaciones demagógicas, los derribarán de
los altares; y de bestiales pasarán a ser bestias.
Si el lector ha comprendido y
aceptado como evidencia que en el individuo y en la sociedad humana existe el
tánatos, y que esa emoción convive siempre con el eros, la disyuntiva que
planteo es, como proceder desde el punto de vista de la conducción política,
para conservar la convivencia y domar ese espíritu tanático en un ambiente de
justicia distributiva. Intentemos pues buscar la solución o morir en la aporía
del intento.
Podemos conjeturar que el hombre
ideal de la democracia; racional, empático, previsor, respetuoso de las
minorías, cultor del orden familiar, trabajador y amante de la paz, no comporta
ese espíritu obscuro que nos depara el tánatos. Novelistas de la talla de
Flaubert, Wilde, Thomas Mann, David Foster Wallace, Hollebeck; describen el
colapso del espíritu de sus personajes, cuando el orden, la normalidad, y el
aburrimiento los rodean como un enemigo pone sitio a una ciudad amurallada.
Ambiente espiritual que los impulsa a conductas destructivas o auto destructivas.
El cine de ficción también es pródigo en testimonios de tal naturaleza.
En un mundo domesticado, que quiere
instituir cárceles que sean centros de “reinserción” de los delincuentes; mundo
donde los transgresores sociales son considerados enfermos que deben ser
sanados, donde la pena de muerte se le considera un crimen social; los
conductores de la sociedad, pasan a ser algo así como una aburrida autoridad materna
que impide explotemos todas nuestras potencias; la proliferación de la
delincuencia periférica, las barras bravas del fútbol, el carrete nocturno, el
consumo de droga en la juventud, el armamentismo en Norteamérica, el wal-mapu, los
indignados de España, los pingüinos de Chile, los que abogan no a las
hidroeléctricas, no más AFP etc. etc. etc.; son manifestaciones imperfectas de
“respiro” ante la asfixia que este mundo maternal ideal, de ciudadanos buenos, trabajadores
y empáticos; va generando. Las masas entonces son solo capaces de emocionarse
con los transgresores. Su alienación es relativa. Su conducta es alienada de
razones, pero tiene emociones que conocen una causa. Es que su aburrimiento de
la cotidianeidad los hace afectos a emociones inspiradas por el tánatos. Son estas
expresiones no necesariamente de la pura estolidez de las masas. No porque no
tenga explicación razonable carece de causa explicable. En la marcha no a las
AFP, la encabezaba un letrero que decía SOMOS LOS QUE SOBRAN.
Ante esta disyuntiva nos veremos tentados en
proponer el remedio fácil y que nos inspira nuestra manera reflexiva de encarar
las disyuntivas:
·
Si el hijo del jefe de la barra brava
del colo colo o de boca juniors, recibiera una buena educación…
·
Si
explicamos con buenas razones que
educación gratuita y de calidad para los universitarios es objetivamente
injusta para los desamparados, los indignados que lo demandan desistirán.
·
Si desincentivamos a ese trasgresor
con leyes penales severas, actuará como inhibidor de aquellas conductas en sus
seguidores.
Todos sabemos que eso no sucederá,
con la primera receta sencillamente porque ese miembro de la barra brava lo es
por libre convicción; con la segunda porque ese indignado que demanda
gratuidad, le importa un bledo lo que le suceda a los pobres; con el tercer
remedio, la transgresión solo se mitiga con la coerción.
¿Cuál pues es la solución? ¿debemos
esperar los hombres racionales que nos conducimos y gobernamos nuestras vidas,
conforme a pautas de conducta empáticas, ser avasallados por los trasgresores?
El liberalismo y la socialdemocracia,
es decir la derecha y la izquierda moderada; debe asumir una realidad: es
menester asumir lo que la sociedad es – el ethos social-, desechando la
visión mirífica de lo que desearía que fuese.
Ortega y Gasset en su obra, “La
Historia como Sistema”, señala que la sociedad es tan
constitutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más atroz
insociabilidad, y no es en ella menos normal que la beneficencia, la
criminalidad. El Estado es siempre y por esencia presión de la sociedad sobre
los individuos que la integran. Consiste en imperio, mando; por tanto, en
coacción, y es un «quieras o no».
¿Y que tiene que ver esto con nuestro
tema? Pues todo. Son los trasgresores sociales, el elemento masculino del
colectivo, que desafía al conservadurismo femenino de las instituciones
políticas miríficas que hoy nos rigen o pretenden regirnos. Esto porque los
trasgresores administran el tánatos social. Son los dueños del mismo.
Debemos invertir esta cuestión para
evitar que la insociabilidad sea la dueña de la calle. El poder jurídico del
Estado debe ser dueño y administrador del tánatos.
El llamado “movimiento social” es la
tolerancia del aparato jurídico estatal a que ese movimiento exista. Si no se
tolerase no existiría. Si los demagogos fuesen presos no estarían en el
hemiciclo del parlamento. El éxito que han tenido en sus destinos personales
incentivará a miles de inadaptados patéticos para embarcar a las masas
ignorantes en decenas y después centenas de iniciativas de destrucción del
tejido social. El Estado, el poder jurídicamente constituido, debe recuperar su
rol del “papá” de la sociedad.
No podemos suprimir el “espíritu de
muerte y destrucción” latente en la sociedad porque está en la íntima y
profunda naturaleza humana. En esta administración debemos usar de todo el
poder coercitivo del estado
Aquí la lucha no es por ideas. Porque
los demagogos se niegan a dar razón sobre sus propuestas. Esta lucha es por quien
se erige en el perro alfa de la sociedad: Si es el orden o es el caos.
Esta actitud meliflua y mirífica del
poder político formal, nos tiene de cabeza. ¿Mi propuesta? La PAX republicana.
Resucitar el respeto sagrado por la ley escrita. Amenazar y castigar a los
transgresores. Desempolvar instituciones como la prevaricación. Castigar a los
jueces y funcionarios públicos que han sido parte de este espíritu tánatico de
la sociedad, que han dejado de aplicar. Recuperar para el Estado el MONOPOLIO
DE LA VIOLENCIA Y DE LA FUERZA. Convencer a las masas, que ese monopolio es su
salvación. (de hecho, es la única salvación de los débiles).
Esta “receta” no es nada nuevo. Los
romanos la aplicaron durante 500 años que duró su civilización. Los chinos la
aplican hoy. Singapur del mismo modo. Es cuestión de tiempo. Cuando el Karma
del caos se acumule, la sociedad retomará violentamente su orden. Mi propuesta
apunta a racionalizar la reacción y hacerla precisamente menos violenta.