En nuestra pubertad, nuestro sistema endocrino impulsa bruscos cambios corporales que generan perplejidades en nuestra conducta. Todos quienes hemos
llegado a la edad adulta hemos conocido esa condición. Y la adolescencia y
juventud son etapas peligrosas de la vida. Surge en ella, la expansión desordenada de expectativas
de toda índole (sexuales, de independencia de nuestros padres etc.) la que nos
hace propicios a caer en los fraudes o caminos fáciles para superar las
resistencias que opone la existencia. La omnipresente delincuencia en nuestro
país, demuestra que son los jóvenes pre y post adolescentes, quienes más fácil descarrían
el camino hacia conductas transgresoras y despreciativas del orden social y de las
conductas empáticas y respetuosas hacia la convivencia.
El cine, que induce conductas de
las mentes más débiles, hace varios años viene a través de la ficción o a
través de la historia de hombres perversos, haciendo apología de conductas
delictuales y antisociales. No escuchado a ningún político o centro de estudios
dedicado a la criminología, denunciar este elefante que tenemos dentro de la
pieza y que nadie ve.
Incluso, tenemos ocupando el
cargo de Jefe del Estado, a un individuo que ha llevado muy mal su adolescencia
y se ha convertido en su edad adulta, en un hombre descarriado que ha hecho
alarde de su voluntad y conducta disruptiva, con la sexualidad y la convivencia
social, que son nada menos, los pilares sobre los cuales construimos
nuestra personalidad y nuestro ethos social.
¿Por qué digo esto? Pues porque ha
manifestado histéricamente su solidaridad con quienes desprecian el orden público
y con individuos y organizaciones perversas. Recordarán Ud. distinguido lector cuando se le “ocurrió” la "buena
idea", de solidarizar con un individuo terrorista, visitandolo cuando se encontraba en un proceso de extradición en París; o cuando se comprometió a defender el
legado de una banda de asesinos terroristas[1].
Es pues en la etapa de los
bruscos cambios cuando somos más propicios a caer en fraudes, engaños, en
soluciones mágicas que eliminen las resistencias que nos opone la realidad, por
arte de magia.
Mi análisis apunta a destacar que
la convivencia social de nuestra modernidad tardía, se encuentra afectada,
como los adolescentes, por bruscos cambios de paradigmas o formas de
relacionarnos entre quienes integramos la polis o colectividad. En efecto, la
irrupción en muy pocos años de la tecnología de las comunicaciones nos tiene en
un estado de perplejidad que se manifiesta en dos efectos: 1) las expectativas (como
en el caso de los adolescentes) de cosas que deseamos individual y
colectivamente se ha desordenado. Esas expectativas se han elevado cualitativa
y cuantitativamente de modo exponencial y la ansiedad por las resistencias que
opone la realidad para satisfacer esas expectativas, torna la convivencia
social, conflictiva y eventualmente violenta. 2) La sociedad toda se encuentra
en un estado propicio a creer en los fraudes de las
soluciones fáciles y mágicas inspirados por demagogos: los derechos sin deberes
correlativos y el largo etcétera que se deriva de esa simple fórmula.
Los problemas de Chile no solo se
expresan en estar gobernados por un individuo y grupo demoledor de los valores
que hacen posible la convivencia. Nuestro problema se manifiesta en las razones (o más bien pulsiones), que han hecho posible llegase a la primera
magistratura de la nación un individuo de tal calaña por la vía
democrática. Demuestra con ello el nivel de extravío de nuestro Chile, que, como nación
relativamente pequeña en el concierto mundial, desde hace una centuria es campo
de experimentación de ingenierías sociales varias.
Volver la voluntad de un
adolescente al riel de lo posible, es la agotadora tarea de los padres. El
problema es que esta colectividad humana llamada occidente cristiano, no tiene
padre ni madre. Nuestra cultura occidental tenía una madre que era la Iglesia
Católica. En los días que corren, esperar que la Iglesia nos oriente, es como pedirle peras al olmo. La Iglesia Católica, no
es capaz por ahora, de orientar a nadie.
Para devolver a Chile al carril
de la convivencia es menester hacerlo retornar al camino de lo que es posible. ¿Por dónde
empezar?
Lo primero, desalojar
del poder político y judicial a la zalagarda[2]
de payasos, demagogos e individuos moralmente descarriados. ¿Cómo? 1) Hacerlos
pagar las consecuencias legales de sus latrocinios y prevaricatos; 2) Volver al
respeto de la ley jurídica y moral que nos legaron las generaciones que nos
precedieron; 3) Denunciar y castigar la demagogia de políticos y jueces que
mienten y prevarican para hacerse populares frente a una masa de individuos con
expectativas descarriadas, masa que se conduce de una manera que hace imposible
la convivencia social. El lema debiese ser: nadie tiene derechos legales mientras no cumpla con sus deberes
legales. Nadie tiene privilegios morales mientras no se conduzca moral y empáticamente.
Lo segundo, siendo la
política el arte de lo posible, es preciso que los líderes nuevos que surjan,
obren de buena fe e induzcan conductas de los ciudadanos que vayan en congruencia
con nuestra realidad, intelectual, moral y económica. Por consecuencia de
lo anterior, que erradiquen la demagogia omnipresente en los estrados del poder
político.
Si usted estimado lector ha
tenido hijos adolescentes y ha tenido la experiencia de orientarlos, inhibir sus
conductas autodestructivas, hacerles saber que las resistencias que mundo les
opone son ineludibles y que ellos son los únicos que pueden superarlas; le hará
sentido lo que señalo. Chile necesita liderazgos paternales y maternales. Como se ve, no
resulta nada fácil.
diciembre de 2024
[1] En noviembre de 2018 el diputado Boric y la diputada
Orsini, viajando a costa de todos los chilenos, visitaron en Paris al asesino
de Jaime Guzmán, Ricardo Palma Salamanca para expresarle su solidaridad.
El 3 de enero de 2018 en las afueras del congreso nacional, Gabriel Boric manifestó
a la prensa su voluntad de defender el legado del grupo terrorista Frente
Manuel Rodriguez.
[2] Zalagarda es una pendencia fingida de individuos de
mala vida acompañada de griterío y estruendo. Eso es en general el debate
político hoy: una simulación fingida de reyerta, cuyos pendencieros están, en
el fondo, de acuerdo en sus latrocinios.