Las
palabras son como conejos que huyen de nosotros. Quienes buscamos expresarnos
con precisión debemos correr tras ellas para que no se nos arranquen. Si se nos
arrancan de sentido, las palabras comienzan a no expresar nada. Elvira
Roca
Me inspiró esta frase de la
mediática historiadora española citada, para referirme a dos palabras que nos
ayudan a encontrarle sentido al debate en nuestra vida contemporánea. Se dice
de una actividad que es inmanente a un agente cuando «permanece»
dentro del agente en el sentido de que tiene en el agente su propio fin. El ser
inmanente se contrapone, pues, al ser trascendente —o
«transitivo»— y, en general, la inmanencia se contrapone a la trascendencia.[1] En
palabras más simples, la perspectiva inmanente solo pone atención en la vida
humana desde el nacimiento hasta la muerte. Su sentido de vida es el bienestar
en este mundo; la perspectiva trascendente se pregunta cotidianamente por la
vida más allá de la muerte. Quien tiene una perspectiva trascendente vive montado
en la creencia que el mundo y la vida no es solo su existencia material. No es
necesariamente un dualismo entre teísmo versus ateísmo. Un creyente en Dios puede
tener una perspectiva estrictamente inmanente; como hoy los hay muchos.
Acaba de terminar la semana
santa. Quienes no tenemos el hábito de la piedad religiosa, nos apoyamos en la
música de Bach, Haendel, Mozart y otros genios, para ayudarnos a percibir el
sentido trascendente de la Pasión de Cristo, puntal de nuestra civilización
occidental. Aquel género de arte tiene una perspectiva trascendente. Autores
musicales contemporáneos como el norteamericano Samuel Barber y el estonio Arvo
Part, se han inspirado en la misma perspectiva trascendente de la realidad, pero
el mundo contemporáneo no reconoce en ellos esa perspectiva. Se les invoca como
música de relajación o de autoayuda. Algo así como la versión etérea del
inmanentismo materialista.
¿Por qué sucede aquello? Pues
porque nuestra época tiene una perspectiva estrictamente inmanente. Hasta la
religiosidad moderna es inmanente. Eso explica que la música religiosa que se
escucha en las parroquias católicas o en los templos evangélicos de nuestros
barrios, es más parecida a jingles de autoayuda para esta vida, que aquella que
inspira Bach o Haendel. El religioso contemporáneo está ocupado en esta vida; la
de aquí; la de la experiencia sensible y aquello se percibe en el formato de
las ceremonias religiosas.
El inmanentismo, elevado por Kant
al rango de virtud intelectual, nos regaló la ilustración. Pero tiene la fatal consecuencia
de reducir nuestra perspectiva del mundo. Así como lo hacen los pintores y
dibujantes, nuestro pensamiento opera con un punto de fuga[2].
El inmanentismo aproxima nuestro punto de fuga a nosotros mismos. Y extremando la
prescripción kantiana de agotar la búsqueda del conocimiento en la experiencia
sensible, la degradación del inmanentismo, reduce esa perspectiva hasta el
extremo de solo vernos a nosotros mismos, sin ser capaces de ver nada de lo que
nos rodea. Y esto, aproximar el punto de fuga a la punta de nuestra nariz, trae
a su vez como consecuencia el narcisismo. Narciso se enamoró de sí mismo no
solo porque se consideraba bello, sino porque era lo único que veía.
Y es sorprendentemente obvia la
razón de ello: solo somos capaces de amar aquello en lo que podemos poner
nuestra atención. El primer escalón descendente del inmanentismo kantiano es
poner solo la atención en la experiencia sensible. El segundo escalón descendente,
es reducir nuestra perspectiva - y nuestro punto de fuga- en nosotros mismos.
¿Qué caracteriza a esta
generación que ha conquistado el poder formal de la república? ¿Cuál es la
fuente de su extravío? A mi juicio la patética reducción de su perspectiva para
ver el mundo. Por lo demás, es un fenómeno global en nuestra cultura occidental
e ilustrada, hoy llevado al extremo.
La ilustración Kantiana “descubrió”
la inmanencia como fuente de poner atención en lo importante; este
mundo. El hombre occidental de este modo desarrolló la técnica moderna y esta
técnica, que tanto nos ha aportado, ha tenido también la indeseable
consecuencia de ir progresivamente reduciendo la perspectiva humana, tal como
Ortega y Gasset lo denunciara hace casi cien años en su libro La Rebelión de
las Masas. Pero el proceso no se ha detenido donde Ortega lo retrató. Ha
continuado ese acercamiento del punto de fuga. Porque el hombre contemporáneo
se apoya en los extraordinarios medios facilitadores de la vida que la técnica
le proporciona; paradójicamente no para expandir su mundo, sino para reducirlo.
A mi juicio, Chile hoy es un
laboratorio social de este fenómeno, quizá el ultimo estadio -ojalá así sea- de
este proceso de degradación de la perspectiva inmanentista, y que tiene por
consecuencia dos “ismos”: El feísmo y el narcisismo.
Nuestras ciudades están saturadas
de gráfica fea. La belleza pareciera que les repugna a los feistas. Quieren
invadirlo todo de cosas feas. Las redes sociales están saturadas de coprolalia.
El parlamento y la convención constituyente está saturado de individuos zafios,
incultos, groseros y narcisistas. Pocos han reparado en el daño que el feísmo
causa a la convivencia colectiva y a la esperanza de quienes salen a vivir la
vida sin haber conocido otra cosa que lugares y objetos feos. Nadie ha invocado
el derecho a la belleza de los espacios y de la vida pública. Sin
embargo, su ausencia daña de un modo aun inconmensurable la vida colectiva.
Así como en la teletón tenemos el
niño símbolo positivo de la superación de los defectos corporales, quien
detenta el cargo de Presidente de la República, Gabriel Boric Font es el niño
símbolo del feísmo y del narcisismo. Su aspecto y sus actos son deliberadamente
antiestéticos y rupturistas. Su descuido del marrueco abierto, del paso
cambiado en las ceremonias protocolares, de su camisa afuera con el ombligo al
aire, es deliberado. ¿Por qué? Pues porque quiere exhibirse como quien desdeña
todo orden protocolar, estético y formal, que represente la sacralidad del
poder. ¿Por qué? Pues porque le tiene antipatía. ¿Por qué? Porque representa
una generación que no entiende su simbología porque ya no es capaz de mirar más
allá de su nariz ni entender esa sacralidad del poder político. Es más, sus
intentos por proyectar una actitud de amistad cívica resultan afectados y
artificiosos, tal como cuando niños nos decían, salude a la tía. Lo hace
de contrapelo.
Esta generación de seudo
políticos es narcisista. No saben mirar otra cosa que sí mismos. Es lo único
que pueden amar genuinamente y sin afectaciones. Son seudo políticos porque
solo son capaces de observar a los que son iguales a ellos. No tienen
perspectiva histórica ni social.
Boric representa el narcisismo de
las postrimerías. Es la encarnación del Último Hombre, aquella metáfora
genial del Zaratustra de Nietsche; ¿Quién quiere aun gobernar? ¿Quién aún
obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas[3].
El problema de ser laboratorio de
ingeniería social del mundo, tal como lo fuimos en el año 1970 y lo somos ahora,
es que la línea por donde discurre la paz social y la convivencia es sumamente
delgada y precaria. Todos esos aspectos que Boric ridiculiza del poder, son en
última instancia lo que sostiene la convivencia.
Creo, sine ira et studio, que el
actual gobierno y su portaestandarte, la Convención Constituyente actúan
deliberadamente para destruir esas reglas de convivencia que hacen posible la
vida en común, sin proponer nada viable a cambio. Pero también creo que
fracasarán en su intento en el corto o mediano plazo.
Pero eso no será un triunfo si no
somos capaces de cambiar el rumbo de nuestra sociedad desde esta fatal
tendencia de la reducción de la perspectiva hacia la expansión de esta. Esa es
la verdadera tarea. Es posible. Los medios están. Vivimos rodeado de datos y de
sabiduría gracias a los fantásticos medios de comunicación. Cada niño tiene en
su teléfono, además de toda la bazofia y coprolalia con que actualmente son
alimentados, toda la historia de la sabiduría y belleza de la humanidad. Es
cuestión de disponerse a ver el horizonte donde lo hicieron los pintores del
renacimiento italiano.
Abril de 2022