sábado, 13 de julio de 2024

EL BUENISMO Y LA JUSTA IRA

 


Los mitos ideológicos, hegemónicos en occidente desde la revolución francesa en adelante, incluidos los regímenes genocidas del siglo XX, se encuentran desgastados. Evidenciadas sus falsedades, los que aun les defienden, rehúyen el debate y la deliberación de fondo. Para defenderse, han inspirado una equívoca ética de la corrección política que no razona, y que reacciona agresivamente contra quienes lo hacen. Ética inspirada en las taras emocionales e incluso físicas, que está provocando una sociedad ultra tecnologizada, que produce individuos frágiles y temerosos, alejándonos de lo que resulta esencial en el hombre: su radicación en el mundo, teniendo conciencia de sus limitaciones y potenciales miserias.

Esta ética[1] niega el mal como tal. Así, propicia la legitimidad de toda conducta, en la subjetividad infinita de las voluntades, libres de todo lo que las pueda limitar. Bombean oxígeno a este fuego que amenaza arrasar toda convivencia civilizada, en primer lugar los revolucionarios, cuyo imperativo ético es acicatear el conflicto y la discordia para la construcción de una sociedad nueva. Aquel unicornio[2] que en la historia ha significado irremediablemente muerte y destrucción. En segundo lugar y cual auxiliares de este proceso de demolición, tan eficientes como los revolucionarios, están los demagogos, empresarios de la alteración quienes hostigan a los hombres para que no reflexionen, y procuran mantenerlos hacinados en muchedumbres[3]. El objetivo de los demagogos, es sostenerse en el poder[4] aunque el barco de la historia naufrague. Aunque siendo distinto su objetivo al de los revolucionarios, es igualmente funcional a la revolución y/o al caos. Su tarea es mantener sosegadas a las masas para impedir su reacción. ¿Qué herramientas usan revolucionarios y demagogos para esta tarea de zapa?: El miedo, la estimulación de toda debilidad, el victimismo y el resentimiento.

Pero busquemos estimado lector, la balsa donde salvarnos de este naufragio y ayudados de un timón, logremos alcanzar una orilla que nos redima. Para ello propongo reflexionar sobre los conceptos deformados por esta seudo ética buenista:

La política es el método para imponer una voluntad hegemónica a través del convencimiento racional o de la disuasión. La guerra es el método para imponer una voluntad hegemónica a través de la supresión o quiebre de las voluntades que se le opongan. Así dicho parecieran ser conceptos claramente distintos. La fuerza coercitiva[5] se usa en ambos procedimientos con distinta intensidad. Pero esa frontera se puede diluir como señalaré en el siguiente párrafo.

Si la política usa solamente la disuasión y soslaya o suprime el convencimiento racional de los gobernados, la frontera entre la política y la guerra se hace difusa. En efecto, cuando la disuasión consiste no solo en suprimir la racionalidad del debate a través de lo que hoy se ha dado en llamar la cancelación, sino además controla todos los medios de difusión para que las opiniones disidentes no se oigan, ¿nos encontramos en el ámbito de la política o de la guerra? Tanto se habla de la perversión de los nazis, pero en cuanto a procedimientos de control de las voluntades, las llamadas democracias occidentales usan métodos que harían ruborizar al doctor Goebbels. Y ni hablar en las satrapías comunistas que aun sobreviven a duras penas gracias a la bota tiránica.

A quienes usamos el convencimiento racional invitando a las masas a dejar de ser tales, y reflexionar sobre el bien y sobre el mal, se nos cuelga el adjetivo de populistas, terraplanistas, fascistas, ultraderechistas y un sinfín de adjetivos estúpidos. Por ejemplo, todo el que cuestiona la racionalidad de la reacción ante la pandemia, la racionalidad del uso de las vacunas génicas experimentales, el absurdo del calentamiento global por causas antropogénicas (ahora rebautizado con el concepto carente de sentido de cambio climático que es como decir agua mojada), la mascarada absurda de la ideología de género; recibe una capotera de adjetivos violentísimos, cuando no somos suprimidos del espectro comunicacional operado por el mainstream.

¿Por qué se suprime el convencimiento racional como método político en las democracias occidentales? Porque estamos gobernados por el nihilismo: la nada en el horizonte. Lo que interesa es la imposición de la voluntad política revolucionaria unívoca para remodelar la naturaleza humana. El activismo político revolucionario-cultural de las ideologías transexualistas en boga, no tolera la disidencia, ni que le hablen de evidencias empíricas adversas a sus aberrantes conclusiones. Reaccionan con sibilina violencia, esto es, con una violencia disfrazada de pacifismo buenista. Pacifismo buenista que conculca y amedrenta la reacción justa.

¿Cómo se debe reaccionar ante esta supresión de la racionalidad institucionalizada por la prensa y el mainstream del cine, de la academia universitaria y de las instituciones del Estado coercitivo?

Es conveniente recurrir a la sabiduría de los viejos filósofos y en concreto a Santo Tomás a través de su teoría de las virtudes. Una de las virtudes cardinales es la fortaleza que induce a resistir la injusticia y a acometer en la búsqueda de la justicia. Y hay aquí un equívoco del pacifismo irreflexivo alentado por cierto enfermizo afán de seguridad burguesa. Si bien la paciencia es para Santo Tomás un ingrediente necesario de la fortaleza, es la paciencia entendida como la capacidad de padecer sin alterar el ánimo; aquello es algo radicalmente diverso de la irreflexiva aceptación de toda suerte de mal. Paciente es, no el que  tolera el mal, sino el que no se deja arrastrar por su presencia a un desordenado estado de tristeza. La verdadera fortaleza es amar y realizar el bien, aun en el momento que amenaza el riesgo de herida o de la muerte sin jamás doblegarse ante las conveniencias[6]. Es así como, la fortaleza no se agota en el resistir. La indignación ante la injusticia, es y debe ser pues, la causa del elemento activo de la fortaleza: el acometer.

En este Mundo Feliz de Huxley en el que vivimos, se me acusará de fascista, nazi, ultraderechista, inquisidor, populista y toda la naipada de insultos que condicionan a las masas bovinas a reaccionar en contra de quien esgrime la resistencia. Pero como dice el adagio jurídico, las cosas son lo que son y no lo que se dice de ellas.

Actualmente existe en el mundo, y en nuestro país, una aplicación práctica de la ideología LGBTQ+ consistente en experimentos médicos sobre menores tendientes a cambiar su sexo. Recordemos que el sexo, en la jerigonza de este Gran Salto Adelante, se le denomina género.

El Código de Nuremberg promulgado en 1947 a consecuencia de los aberrantes experimentos de los nazis en seres humanos, constituye un mandato a la ciencia médica y prohíbe experimentar con personas sin su consentimiento y tal consentimiento obviamente exige capacidad para consentir. Es decir, está prohibido experimentar con menores de edad.

Pero esta norma no ha impedido que, en occidente en general y en nuestro país en particular, los doctores Frankestein lo estén haciendo, experimentando en menores de edad en clínicas particulares o propiciándolo en el sistema de salud pública.

Existe un programa de gobierno orientado a esta afrenta a la naturaleza que recibe el nombre “amoroso”, de “Crece con Orgullo; Programa de Apoyo a la identidad de género”. Tal como lo hacía Mao Zedong llamaba a sus programas genocidas El Florecer de todas la primaveras, El Gran Salto adelante etc. los revolucionarios criollos pretenden rehacer la naturaleza humana[7] con estas bellas palabrejas. Todo bajo el amparo de las más “prestigiosas universidades”. Concretamente, la Universidad Católica de Chile y La Universidad Diego Portales. Explícitamente se ampara en una ley que permite el cambio de sexo registral, para sustentar un ilegal programa para el cambio de sexo fisiológico en menores.

Se materializa este eventual crimen de lesa humanidad, a través de drogar a menores en el afán de experimentar con inhibidores de los procesos naturales que fijan los rasgos sexuales. Esta aberración ha sido develada este año a la opinión pública europea e inmediatamente prohibida en casi toda la Europa septentrional.

Están castrando químicamente a menores de edad, es decir anulándole sus naturales desarrollos sexuales, sin siquiera el consentimiento de sus padres, bajo la justificación de un acompañamiento a la migración de un género a otro. Todo con el dinero y el poder del Estado. En nuestro país, cuatro mil criaturas sin capacidad legal de consentimiento, son víctimas de estos experimentos sobre seres humanos.

Toda evidencia científica induce a pensar que quedarán con secuelas adversas de por vida cuando no, con secuelas psiquiátricas que eventualmente podrían llevarlos al suicidio. Y aunque no quedasen con ninguna secuela adversa, sigue siendo un experimento violatorio de las prescripciones civilizadoras del Código de Nuremberg.

¿Qué actitud debemos adoptar ante esta aberración como ciudadanos y como contribuyentes? ¿Resistir pasivamente este agravio criminal contra seres humanos concebidos por una ideología estúpida y carente del más básico sentido común? ¿Hacer cómo hicieron los ciudadanos alemanes cuando sabían qué Hitler cometía crímenes atroces contra judíos, gitanos y personas con deficiencias mentales en Alemania, aun antes de la guerra? ¿Ser “pacientes” en sentido de huir de esta realidad y encerrarnos en nuestras madrigueras? ¿Todo para no incomodar y no “empeorar las cosas” tolerar que unos dementes ideologizados resentidos con el orden del mundo, cumplan su “programa de gobierno”?

Lo verdaderamente virtuoso es acometer, dominados por la justa indignación para poner fin a estas aberraciones. Los parlamentarios debiesen acusar constitucionalmente a los ministros involucrados en estos programas criminales, y el Ministerio Público ejercer a través de la persecución penal, las responsabilidades penales a médicos que se encuentren participando en estas aberraciones, como autores de los delitos tipificados en el artículo 395 396 y eventualmente 393 del Código Penal. No hacerlo los hace partícipes de este crimen.

En nombre de la virtud de la fortaleza: señores, ¡basta!

julio de 2024



[1] Cuando digo la palabra ética la uso como sustantivo y no como adjetivo. Si la usase como adjetivo debiese decir seudo ética.

[2] Ser inexistente fruto de la fantasía.

[3] El Hombre y La Gente; José Ortega y Gasset.

[4] La versión contemporánea de esta dañina especie humana, la representa hoy en Chile la llamada centro izquierda y la derecha política.

[5] Quieras o no lo quieras…

[6] Las Virtudes Fundamentales; Josef Pieper, citando a Santo Tomás

[7] https://www.dipres.gob.cl/597/articles-212572_doc_pdf1.pdf

MAO ZDEDONG Y LAS NUEVAS IDEOLOGIAS DE LA DISCORDIA

 

Siendo el hombre un animal político, esto es, un ser al que solo le es posible vivir en comunidad, la forma de hacer posible la vida es aunar[1] voluntades. Y es preciso que esas voluntades no apunten hacia cualquier fin. Deben apuntar al fin de hacer posible la vida y la necesaria convivencia donde cada uno pueda apuntar hacia su propio bien sin frustrar el bien del resto de la comunidad. Es una ecuación compleja. Conducir el barco de la historia en ese sentido, exige el cultivar las virtudes políticas: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. El extravío que sufrimos en el mundo contemporáneo se relaciona con el olvido de esta idea.

El materialismo dialéctico es una doctrina cuyo nombre le adjudicó el pensador ruso Gueorgui Plejanov y encierra en ella y desarrolla con mayor amplitud, el pensamiento de Carlos Marx y Federico Engels. Nuestra compatriota Marta Hanecker adquirió fama continental, al escribir un opúsculo bajo el título Conceptos elementales de Materialismo Histórico, donde desarrolla los conceptos de Plejanov. Leí a la Hanecker en mi lejana juventud y me sedujo su contundente lógica. En la juventud domina la pasión por sobre la racionalidad, y estas ideas, por su superficialidad son fácilmente digeribles por los jóvenes ávidos de un sentido del mundo. La dinámica moderna demanda ideas simples y cortas, a través de las cuales podamos ordenar en nuestra mente el caos de la realidad contingente que cambia a gran velocidad. Estas ideas, que parten de premisas muy simples e intelectualmente muy primitivas[2], cubren esa demanda por claridad, y tienen para el joven la ventaja de no exigirle moderar sus pasiones, lo que sí demanda la ética tradicional. El cultivo de las virtudes sería así, un atavismo burgués disfuncional a esa arcadia que es la revolución, palabra usada cual talismán mágico para justificar toda conducta. Por el contrario de las virtudes, es el resentimiento, una pasión perversa, la que esa ideología debe estimular porque es el combustible para hace rodar la historia.

Los autores mencionados no son muy citados hoy por los “ismos en boga”: feminismo, ideología de género, animalismo, LGBTQ+ etc. Hacerlo supone develar la íntima raíz genealógica común con el comunismo y sus conocidos fracasos. Pero basta escarbar un poco para darse cuenta que, es el materialismo dialéctico el sustento teórico del progresismo contemporáneo. Así, estos ismos de nuevo cuño tiene en común con las ideologías del siglo XX, la peregrina idea que es el conflicto el partero de la historia, y que, gracias al conflicto y la discordia, las sociedades “progresan”, sin señalarnos taxativa o aproximadamente siquiera, hacia donde progresan.

Aparte de todas sus premisas refutables, la arcadia del comunismo teórico según su propia ideología basal, el materialismo dialéctico, es imposible. La ecualización de los conflictos, equilibrio o paz social, sería imposible porque si el conflicto genera una nueva síntesis, aquella es la fuente de un nuevo conflicto. En términos empíricos, el resultado práctico de esta aberrante idea, campeona en el siglo XX y lo que va del actual, han sido al menos, ciento cincuenta millones de muertos causados por su praxis sin contar los millones de criaturas asesinadas antes de nacer a través del aborto “civilizado”.

Mao Zedong fue un ejecutor riguroso hasta la náusea de esta receta y no se compró aquello del fin de la historia con la conquista o síntesis dialéctica. Su apuesta teórica es el conflicto permanente. Cuando se consolidaba la revolución comunista en China, él quebró el jarrón chino atacando y enseñando a los jóvenes a odiar aquella teórica síntesis y ecualización social comunista. No contento con asesinar a 45 millones de inocentes de hambre con su programa “El Gran Salto Adelante”, ideó la satánica Revolución Cultural, fenómeno que aún no ha sido demasiado estudiado por el bloqueo y manto de silencio con que el régimen comunista actual lo cubre, seguramente para cubrirle las espaldas a miles de genocidas que hoy se sientan en los curules del Partido Comunista chino.

¿Por qué es importante estudiar este satánico fenómeno social? Porque sí se analiza en detalle, encontraremos en el ideario maoísta, un enorme parecido con la ideología de género en boga: el Estado ya no debe estar interesado en reformar las estructuras productivas. La nueva fase del conflicto se materializa invadiendo las esferas más concéntricas: la ciencia y la familia.  Se trata de introducir en esas esferas cuñas verticales y horizontales. En el caso de la familia conflicto hombre/mujer y conflictos padres/hijos. En el caso de la ciencia, transformar las evidencias científicas fácticas en cuestiones susceptibles de deliberación como el sexo, para lo cual se le ha cambiado el nombre por género, y así hacerlo un sustantivo maleable.

El aderezo con que se acompaña esta nueva aplicación práctica del materialismo dialéctico que violenta los espíritus, es el pacifismo buenista. Una falacia que conculca como violación a los derechos humanos la ira justa contra las aberraciones que nos involucionan a niveles subhumanos y que echan por la borda las conquistas de la civilización. Es el buenismo el que irrumpe en el horizonte sosteniendo la enseña de los derechos humanos funcional a la revolución maoísta en curso.

Julio 2024



[1] Poner juntas, armonizar (Diccionario de la Real Academia)

[2] Dentro de otros “cabos sueltos”, el materialismo dialéctico nunca definió que es materia. Hoy la ciencia empírica ha desfondado ese concepto.

sábado, 6 de julio de 2024

LA CORDIALIDAD COMO PRESUPUESTO DEL ENTENDER

 


La realidad contemporánea nos confronta con veloces cambios tecnológicos que impactan la vida cotidiana. Las maneras que teníamos de interactuar como sociedad y de entender el mundo como individuos se ve alterada y trastocada. Conocer, ponderar y enjuiciar estos cambios, es una condición necesaria para reordenar el mundo y conducirnos individual y colectivamente de una manera recta y correcta. En su obscena y grotesca soberbia, potenciada por las franquías que se le han aparecido en su pacato horizonte, el hombre contemporáneo se comporta cual omnipotente y se ha creído poseedor de una plasticidad infinita, donde lo recto, lo correcto, lo bello y lo feo no existe, y pretende creer[1] que todo está sujeto a su subjetividad infinita. La realidad con su parsimonia y la regularidad de sus leyes lo violenta y lo irrita. El debate se torna agria disputa.

Por tal razón, cuando las circunstancias que nos rodean son de tal modo complejas, es conveniente volver la atención hacia cierta metodología básica para expurgar fuentes de error y confusión que nos precipitan a la discordia y al caos. A eso apuntan estas letras.

La ciencia, el arte, la justicia, la cortesía, la religión, son órbitas de realidad que no invaden bárbaramente nuestra persona como hace el hambre o el frío; solo existen para quien tiene la voluntad de ellas[2].

Estimo, no puede haber comprensión ontológica de la realidad; digo, capturar el ser de las cosas que nos rodean, sin echar mano a aquellas sofisticaciones de la cultura humana como son las órbitas a las que apunta la frase citada, y al decir de la misma, tener voluntad de ellas. Esta actitud ética que le de sustento al correcto y eficaz conocer, no puede ser cualquier conducta bárbara, rústica o meramente reactiva. Esa conducta ética es la cordialidad.

La palabra cordialidad se proyecta del latín cordis y del griego kardia, ambos se traducen como corazón, órgano al que atávicamente se le adjudica la función de las emociones. Cordial es aquella persona afectuosa y nos habla de un espíritu abierto a los demás. No he encontrado en ningún diccionario etimológico su conexión con la palabra caridad, pero conjeturo que la tiene.

Ofrezco una metáfora para entender el papel de la conciencia personal en la inspiración de un sentido preciso de la palabra cordialidad: La conciencia es como una lente a través de la cual se filtra la realidad. Los temores, los dolores, el temor de una precariedad sin protección, la falta de una prudente autoestima, o el amor desordenado hacia uno mismo, deforman, rayan u opacan esa lente. La realidad se filtra opacada, deformada, dolorida o carente de claridad. Aquello tiene remedio. Tal como el viejo Spinoza pulía las lentes físicas[3], a través de su sabiduría pretendía hacer diáfana la comprensión del mundo para sus pares. Saint Exupéry pone en boca de su personaje en El Principito, aquel apotegma que pocos entienden: lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve con el corazón. De ahí arranca el sentido de la palabra cordialidad, como señalábamos. A la verdad solo se puede aproximar con un corazón abierto. Trayendo una palabra de la cardiología, Ortega nos habla de la obliteración[4] de las almas, una invasión de sarro en las vías venosas, que impide una aproximación a la verdad que encierran las cosas. Susana Tamaro, novelista italiana contemporánea, señala que las lágrimas que no brotan se depositan sobre el corazón y con el tiempo lo cubren de costras y lo paralizan, como la cal que se deposita y paraliza los engranajes de la lavadora. Se cuenta que Santo Tomás de Aquino era un gordo feliz, que jamás fue capaz de resentimiento alguno. Es probable que de ahí provenga la pureza de su lógica, que le permitió legar a la humanidad una especie de manual del fabricante de la naturaleza humana.

Y la palabra cordialidad se relaciona con aquella de fronteras tan difusas que es amor. Nuestra Violeta Parra, desde su perspectiva poética dice, que el amor es torbellino de pureza original. Coincido con lo primero: es un torbellino. Cuando nos invade el amor verdadero, la realidad se nos ilumina como por encanto. Pero no suscribo aquello de pureza original. Siguiendo la cita de Ortega, solo existe para quien tiene la voluntad amatoria. La pureza original nos conduce, por lo general a la entropía, es decir, a la dispersión y al caos.

En los tiempos que corren, los factores de convivencia de la sociedad que enumera la cita precedente: la ciencia, el arte, la justicia, la cortesía, la religión, están empobrecidos o fenecidos todos ellos, por encontrarnos bajo el influjo de las ideologías de la discordia y el resentimiento. Estas ideologías las han disfrazado sus creadores en una confusa y nunca aclarada lógica dialéctica. Son ellas las que sostienen a occidente anclado bajo el agua, próximo a morir por asfixia. A mi juicio, son esas ideologías, como lágrimas retenidas, las que bloquean los engranajes de la cordialidad como señala la Tamaro, condición necesaria del reconocimiento del ser del mundo.

Julio 2024



[1] En rigor, no cree. Es como ese adolescente que, en casa, para imponer su voluntad, amenaza a sus padres con irse de casa, sabiendo en su fuero interno que no tiene el coraje de hacerlo. Así son las seudo creencias de la modernidad, un amaneramiento carente de convicciones profundas.

[2] Cito a José Ortega y Gasset en su obra “Meditaciones del Quijote”.

[3] Baruch Spinoza filósofo holandés fue expulsado y defenestrado de su comunidad judía a la que pertenecía y para ganarse la vida, pulía lentes para un fabricante de instrumentos ópticos.

[4] Estrechamiento de los conductos sanguíneos.