José Ortega y Gasset en su
obra Ideas y Creencias expresa grosso modo, que nuestras ideas y nuestra
representación del mundo, que es su consecuencia, se sustentan en una creencia,
de lo que es el mundo en sí. Para ilustrar esta tesis nos ofrece el ejemplo de
quien abre la puerta de su casa con la plena convicción que al otro lado de
ella está la calle, las veredas las plazas los edificios; en dos palabras, el
mundo. Y, por el contrario, tenemos la certeza que al abrir esa puerta no nos
encontraremos con un abismo o la nada. No
es que pensemos o tengamos la idea que el mundo está al otro lado de la
puerta. Nuestra convicción nace de una creencia.
Para convencer al lector que
esta tesis no es una galimatía o un juego de palabras, Ortega nos ofrece el
ejemplo de lo que ha sucedido históricamente en nuestra cultura occidental en
los últimos mil quinientos años, en que dos creencias sucesivas y en buena
parte antagónicas, la han acompañado.
La primera, el credo
cristiano con su fe en un Dios uno y trino, y su visión salvífica del alma
humana con un destino trascendental. El hombre occidental que vive desde el año
400 hasta Galileo y Newton (1564 nació el primero y 1727 murió el segundo), lo
hace bajo una convicción absoluta que le ayuda a construir un mundo sólido y
unitario, que reúne a las voluntades humanas y le permite al observador
descansar en la convicción que su prójimo se desplaza, en el tiempo-espacio de
la vida, por un camino idéntico al que lo hace él mismo. Santo Tomás ordena
estas creencias en una filosofía totalizadora que da respuesta plena a toda la
fenomenología conocida hasta entonces.
Inmanuel Kant (1724-1806)
amparado explícitamente en las ideas de la física de Newton, con germano rigor,
funda y ordena las ideas de la ilustración que ya habían perfilado sus
predecesores Descartes y Hume. Estas representan al racionalismo que es, como
devela Ortega, mucho más que un cuerpo de ideas. Explicita una creencia; desde
luego distinta a la anterior. La convicción que el mundo se desplaza infinitamente
en el tiempo y en el espacio, racionalmente, en base a causas y efectos,
explicables por las sólidas y aparentemente definitivas leyes físicas de Newton.
Este mundo sólido se ampara en leyes, que el hombre a través de su razón, como
expresa Descartes, le permitirán hilvanar causas con efectos hasta obtener la
maravillosa conquista del conocimiento total del mundo. El racionalismo triza la
creencia cristiana que le precede, y comienza a edificar un mundo que nos
acompañó hasta Albert Einstein (1879-1955), Edwin Hubble ( 1889-1953) y Max
Planck (1858-1947). El hombre, su mente, su espíritu; se regiría, según esta
creencia, por las mismas leyes de Newton desarrolladas y ordenadas en la
fenomenología humana individual y social.
Pertenecientes a la misma
generación de Ortega, Einstein con su teoría de la relatividad especial, Plank
con su descubrimiento que fundaría la Física Cuántica, y Hubble con la
confirmación que nuestra galaxia era una mínima porción del universo; han
trizado de una manera irremediable y definitiva la creencia racional. Tempranamente
Ortega intuye éste colosal descarrilamiento del tren de la humanidad occidental,
que discurría suavemente por los rieles del racionalismo, y que sostenía la
convicción en el orden y progreso.
La física de Newton ya no es capaz de explicar fenómenos empíricamente
comprobados y eso ha tenido y tendrá consecuencias relevantes en las ideas
filosóficas que sostienen nuestra representación del mundo.
Pero el mundo no es un cine
rotativo de barrio donde se proyectaban sucesivamente películas de distinto
género. En esos cines se cerraba la cortina de una historia de cow boys y luego
de un breve intermedio se daba inicio a la otra romántica. El mundo es
infinitamente más complejo. El racionalismo no desplazó de la noche a la mañana
la creencia cristiana en un Dios uno y trino, y el cristianismo no desplazó de
un día para otro, al desvencijado mundo de la Pax Romana que le precedió. Son
largos y a veces dolorosos procesos. La creencia desplazada tiene sus
defensores y se resiste a morir y crea trincheras de resistencia. La historia
del hombre no es precisamente pacífica. El hombre al decir de Ortega pertenece
al género de las fieras, y tiene la tendencia a defender sus creencias de una
forma bestial.
Este fenómeno de trincheras
de las creencias desplazadas, empieza a manifestarse en nuestro mundo
contemporáneo. Al mismo tiempo este desfonde de creencias genera
inestabilidades que se extienden por muchos años. Tiempos recios que contrastan
con aquellos dulces períodos de consensos universales.
Siguiendo la tendencia del
racionalismo de reducir ideológicamente los fenómenos del mundo a leyes
particulares, Carlos Marx, economista y filósofo, escribió a fines del siglo diecinueve,
una colosal obra que pretendió sintetizar el devenir de las sociedades humanas
a leyes que, el creyó, las definitivas. Su maestro Hegel había estimado lo
mismo respecto de su obra también colosal.
Las utopías marxianas
probaron ser un completo, absoluto y definitivo desastre. El mundo no
funcionaba como Carlitos decía; el valor del trabajo no era lo que él consideró,
la utopía no existía, el orden total impuesto no cambió las expectativas ni las
conciencias de quienes eran sometidos a este paraíso soñado por Marx. El
resultado de la praxis marxista fue, pobreza, violencia, guerra, muerte y
ningún fruto positivo para la historia de la humanidad, surgió de esos
malhadados ordenes sociales.
Paradójicamente, el final
de esta tragedia wagneriana del comunismo (o socialismos reales como elegantemente
se les bautizó), sucedía en los mismos años en que físicos, astrónomos,
químicos y biólogos empezaban a comprobar la validez de las teorías de Einstein
y Plank, y la expansión exponencial de nuestros conocimientos del universo
sideral derivadas de las evidencias acreditadas por Hubble. En cada uno de esos
campos, descubrimientos colosales afectaron radicalmente nuestra representación
del mundo. Algo pues olía mal en esta Dinamarca utópica del
racionalismo filosófico. Las teorías perfectas, los modelos, las utopías; todas
fracasaban y no cumplían sus pronósticos. Y para peor, la base de sustento del
racionalismo le entraba agua por la sentina. La materia, ahora lo sabemos con
certeza, no existe como unidad. El tiempo es relativo al observador; las
partículas se comportan de diferente manera conforme a la perspectiva del
observador, nuestro universo tiene dimensiones elevado a la potencia, de lo que
hace 100 años dábamos por definitivo. Entonces el racionalismo materialista que
miraba con desdén a la religión y a la metafísica como parte de un pasado
primitivo y cerril, ha resultado ser tan imaginario e insubstancial como
cualquier concepción religiosa o metafísica.
En el año 1000 de nuestra
era, no sobrevino la parusía ni el fin del mundo; pero los milenaristas no
abandonaron sus ideas escatológicas por ese solo hecho. Los fieles de la utopía
del marxismo y del socialismo utópico no
han cambiado su fe, a pesar de los más de 100 millones de muertos que han
causado y de la tragedia humana que desencadenó su creencia; todos hechos tan empíricamente
comprobables como que el año mil el planeta siguió girando.
Pero el hombre no se
conduce racionalmente, cuando de creencias se trata. Muy pocos tienen el coraje
de abandonar sus creencias, porque hacerlo te somete a un vértigo abisal: te
quedas sin suelo bajo los pies en sentido espiritual. A la angustia y ansiedad
que provocan estas percepciones de falta de solidez en sus creencias, el hombre,
individual y colectivamente, reacciona a veces con violenta porfía.
El materialismo dialéctico,
que es la arcilla que creó el Totem del comunismo utópico, es el mismo material
con el que está moldeado nuevos inventos ideológicos del siglo XXI. La ideología
de género es una especie de diablada fabricada con esta arcilla.
Conjeturo que algún eugenista debe considerar esta ideología funcional a
ingenierías sociales de reducción de la población humana. Pero al contrario del
materialismo dialéctico que ofrecía algún razonamiento plausible, carece de
todo dato sólido, siendo imposible sostenerlo en un debate académico racional,
sin la concurrencia de procedimientos coercitivos de fuerza, tales como funas,
expulsiones de académicos, anatemas, y otros procedimientos similares a las
quemas de brujas en el tardío medioevo. Se sostiene en base a una repetición de
mantras ideológicos que contienen majaderas falsedades. También fabricadas con
esta arcilla surgen, creencias aún más cerriles, como el veganismo, asimilable
a las devociones de santos menores en el medioevo tardío, donde devotos engreídos
se conducían con extrema violencia y debían ser reprimidos y anatemizados por la
autoridad eclesiástica.
Vivimos pues en occidente un
mundo líquido según lo bautizara Sygmund Baupman, donde se han debilitado a tal
punto las convicciones, tanto cristiana como del racionalismo ilustrado, que
los hombres que buscan entender el mundo, no saben a qué atenerse. Poderosas
razones y descubrimientos alimentan esta fragilidad. Pero occidente aún no ha
creado o concertado una fe sustituta.
Como hecho sobreviniente al
fenómeno de desintegración de las creencias; la inédita prosperidad económica
que ha conocido el mundo desde 1945 en adelante, ha generado formidables bolsones
de riqueza cuyas condiciones de posibilidad han sido dos: La gigantesca demanda
de bienes de capital y de consumo de un mundo enriquecido, y la sofisticación
de los sistemas financieros. Lo primero ha hecho posible que personas que han
tenido el talento y oportunidad, sea de inventar esos bienes de consumo masivo
o de mediar en su comercialización, han podido obtener una enorme riqueza. Lo
segundo ha hecho posible que, con bastante seguridad jurídica, hayan podido
acumular esa enorme riqueza.
Ambos fenómenos han hecho
posible que determinados “filántropos” hayan conformado estructuras de poder, sustraídas
casi completamente del poder de los estados nacionales. En efecto, sea para
acrecentar sus fortunas o para participar en el vértigo del poder político, algunos
millonarios de muchos ceros, han creado fundaciones supuestamente
filantrópicas, que tienen la capacidad operativa y financiera para someter los
procesos políticos de naciones completas a su voluntad, desdeñando y
superponiéndose incluso, a la voluntad democrática de sus ciudadanos o de sus
gobernantes.
También los organismos
internacionales creados a partir del año 1945, que originalmente respondían a estructuras
burocráticas que se sometían con exclusividad y de manera excluyente a la
voluntad los Estados miembros, son hoy financiados en parte por estos
ricachones. Estas ONG (el solo nombre nos debería poner en alerta) supuestamente
“cooperan” con los objetivos de las organizaciones internacionales formales,
pero sus agendas, intereses e intenciones propios están explicitadas solo
someramente en la letra grande de las actas de sus fundaciones; en tanto que, sus
objetivos contingentes están en la letra chica, que, es dable conjeturar,
no conoceremos a menos que seamos sus soldados.
Lo expresado no es teoría
del complot ni nada parecido. Es una realidad política
bastante transparente. Como fenómeno político que es, representa un hecho nuevo
e inédito que se da solo en las postrimerías del siglo pasado y en el XXI.
Naturalmente el fenómeno
resulta incómodo para quienes valoramos la libertad personal y creemos e
instamos para que, la soberanía nacional, sea solo una delegación de los
individuos al Estado, Porque, si el Estado es susceptible de ser sometido a los
dictados de un ricachón que no conocemos, que queda para los individuos.
Y en este contexto de irracionalidad
racionalista surge la reacción a una supuesta pandemia asesina llamada
covid 19. Los criterios de autoridad y poder, desdeñando la ciencia empírica y
el interés de los “pacientes”,
hace varios años se han venido utilizando en la medicina pública. Son conocidos
por todos que la salud pública es un negocio que mueve cifras de muchos ceros y
que a menudo el bienestar de la salud humana real queda sometido a una
verdadera tiranía.
Pero el episodio de la supuesta
pandemia, ha develado que la racionalidad como método de escrutinio de la
realidad, se encuentra en franca decadencia. Todas las evidencias científicas demuestran
que el examen de PCR con el cual se toman decisiones de orden público, no
tienen valor predictivo de una supuesta enfermedad, y qué en la inmensa mayoría
de los supuestos infectados, no se enferman realmente. La Organización Mundial
de la Salud sigue dando instructivos contradictorios que develan que los
burócratas que la gobiernan carecen de la mínima capacidad. El mundo se suicida
lentamente al amparo de esta racionalidad irracional.
¿No les parece esto como
las discusiones de el sexo de los ángeles en las postrimerías de la edad media?
¿Será el signo del colapso de una fe? Conjeturo que algo hay de eso.
Febrero 2021
Marxianos se autodenominan la última falange de defensores de las ideas de
Marx, para diferenciarse de los “marxistas” que serían los que aplicaron de manera práctica sus ideas, quebrando
el jarrón que contenía el elixir ideológico, traicionando la “pureza” de esas
ideas.
Algunos detentores del poder estatal como Putin en Rusia
o el Partido Comunista de China, han dispuesto lo necesario para neutralizar
esos poderes. Vladimir Putin ha prohibido la existencia de ONGs financiadas
desde el exterior de Rusia