Don Jorge Peña Vial ha de ser en
nuestro país, una de las más excelsas inteligencias humanistas, no solo por la
enseñanza de una vastísima bibliografía de autores modernos y clásicos, sino
por aportar él mismo, tesis y síntesis que agregan valor a la tradición
académica. Con su libro, según el autor refiere en su prólogo, ha querido reunir
el compendio de más de tres décadas enseñando Antropología Filosófica.
Más de 600 páginas que, a pesar de la viscosidad de los temas abordados, se
leen de forma ardua, pero amena y comprensible para el lector ordinario no
especialista. Cita autores interesantísimos, que están ordinariamente fuera del
radar del mainstreem académico global, que hoy, bien podría compararse con los
celadores de la Inquisición, por su imperativa tendencia a la clausura, de los
que no acaten las verdades oficiales.
Había intitulado estas letras pretendiendo
una crítica global a la obra. Pero al avanzar comprendí que era un exceso,
porque el libro contiene muchos temas, de modo que solo me resumo a una
fracción de la obra, basta e íntegramente interesante y provocadora.
El autor se fija una tarea:
derrotar la diáspora de conocimientos que padece la academia en particular y la
ciencia en general, debido a la super especialización, un fenómeno evidentemente
perverso del racionalismo tardío de nuestra época, que nos aproxima
peligrosamente a un primitivismo y masificación de las élites intelectuales,
económicas y gobernantes. Para hacerlo, desempolva la palabra conjunción,
en relativo desuso, pero atinente a lo que el autor pretende: sintetizar las
conclusiones de las especialidades de las ciencias de variada índole.
Siguiendo el anhelo ya expresado
en el siglo anterior por Husserl, por Ortega, por Juan Pablo II y por tantos
otros, propone Peña repotenciar a la Universidad como institución que provoque
esta síntesis, que cierre los múltiples dilemas morales que el avance de la
ciencia ha enfrentado los últimos casi cien años: límites de la ingeniería
militar, energía atómica, bio ética etc. La propuesta adolece a mi juicio de
realismo, toda vez que, la Universidad hoy por hoy, es parte del vicio
crematístico que inunda a la sociedad toda. En efecto, son las universidades contemporáneas
en Chile y el mundo, más bien terminales del poder crematístico, donde solo interesa
imponer relatos, verdades, preferencias, visiones del mundo etc. no por amor a
la verdad, sino como piezas y partes de maquinas políticas y económicas. Pero
es el autor un académico universitario y el peso de la nostalgia por lo “que no
fue”, tiñe su juicio.
La conjunción propuesta por
el autor, se construye en supuestos basales: una dignidad consubstancial al ser
humano, y una finalidad de la vida humana, en base a una teleología
aristotélico tomista[1].
No obstante que, para quienes ponemos en cuestión ambos supuestos -sin negarlos
a priori- el tejido lógico por el que discurre el autor, permite ordenar e
incrementar apreciaciones sobre la realidad.
No es Peña un teólogo que habla
de filosofía. Es un filósofo que, como todo hijo de mujer, funda sus ideas en
creencias basales que están más allá de la experiencia. Digo esto tan trivial
porque el positivismo racionalista y kantiano ha querido por más de dos siglos imponer
el dogma de la pureza del conocimiento racionalista, sin premisas a priori, y la
tendencia a descartar quienes revelan explícitamente esas premisas, supuesto
radicalmente falaz ya que toda ciencia se sienta en una creencia.
Volviendo a la propuesta de la conjunción,
el autor refiérela a la dualidad cultura-naturaleza. Podría
traducirse desde una perspectiva más amplia en el viejo dilema filosófico entre
sujeto-objeto del conocimiento. Y es aquí donde, a mí juicio, se percibe
la ausencia de una llave maestra que permita salir del laberinto y seguir, como
la mosca que golpea el cristal, batallando en una aporía sin fin.
Digo esto porque al hombre
moderno, lo que nos circunda de modo omnipresente y esculpe nuestra vida,
dentro de otras circunstancias, es la técnica. Me refiero a técnica en
un sentido amplísimo, como toda creación histórica humana que abarca desde el
idioma y la escritura hasta la mal llamada inteligencia artificial. Cosas que
nos formatean radicalmente como entes. Surge entonces la pregunta ¿es la
técnica parte de la cultura o de la naturaleza humana? El autor no formula este
dilema. Y cabe preguntarse por qué no lo hace. ¿Por qué pone en cuestión su
premisa teleológica? ¿Por qué le parece un dilema trivial y da por supuesto que
la técnica es parte de la cultura?
A mi juicio, arroja alguna mayor claridad
sobre este dilema cultura-naturaleza, la perspectiva epistemológica de pensar
el mundo a través de la tríada, sujeto-objeto-circunstancia. Las circunstancias
más enormes para la vida humana son el espacio y el tiempo. Desde tal
perspectiva concebir entes (Dios y la conciencia humana) en ausencia de espacio
y de tiempo es legítimo y útil especulación metafísica. Ahora bien, sustrayendo
ambas circunstancias (espacio y tiempo), la teleología es problemática, por
cuanto no habiendo espacio-tiempo, no hay finalidad posible, porque toda
finalidad importa un principio y ambos conceptos se relacionan con el tiempo
que está amarrado a los entes inmanentes. Cualquier concepto que tengamos de
Dios, deberíamos concluir que es una entidad que no tiene tiempo ni espacio; y,
si concebimos la vida de la conciencia humana después de la muerte, aquella tampoco
lo tiene. Deseo, finalidad, tránsito; son conceptos válidos en categorías
temporales y espaciales.
Es relevante cuestionarse
aquello, porque a mi juicio la teleología introduce en filosofía una frontera
difusa entre la ontología y la ética; esto es, entre lo que el mundo es
y lo que la conducta humana debe hacer para que el mundo sea lo que debe
ser. Porque si “todo tiende a su perfección” ¿Cuál sería el sentido del
quehacer humano? Bastaría dejarse llevar por esta tendencia virtuosa y
alcanzaríamos aquel desiderátum. En alguna teología contemporánea jesuítica, esto
-que parece aberrante- se ha formulado como plausible. Un especie de doctrina
hippie[2],
que por cierto no comparte el autor.
Y lo dicho en el párrafo anterior
se relaciona con otra premisa problemática del autor: la dignidad ontológica intrínseca
de la persona humana, según él, como aporte histórico de la revelación del
Verbo Cristiano. La palabra dignidad tiene una etimología latina y viene
significando, merecedor de. A mi juicio la dignidad humana es un aporte
histórico de la revelación, pero ético; no ontológico. La dignidad humana se
adquiere. Es un imperativo relacional. Me explico: ¿La pecadora que es llevada a
la presencia de Jesús para que Él dictamine si merece o no la lapidación, es digna
o indigna? El mensaje de Jesús dibujando en el suelo, no está dirigido a la
pecadora. Jesús oblicuamente les hace saber a sus acusadores, no que ella es digna,
sino que es tan indigna como quienes la juzgan. La dignidad humana, es el
resultado -una conquista- del obrar humano y no del toque de una varita
mágica divina que le confiere a la creatura per se.
La cuestión se plantea a propósito
del aborto. Algunos defensores antiaborto fundan su posición en la dignidad per
se del nonato. A mi juicio, el aborto es
un crimen y un pecado, no porque la criatura sea digna, si no porque, proteger la
vida de un nonato es un imperativo para hacerse merecedor de la dignidad humana
de quienes están en la potestad de quitarle la vida. Con el equívoco de impugnar
el aborto en la dignidad del nonato, quienes cometen aborto, estarían en la
misma condición del soldado que mata en batalla al enemigo, lo que resulta
aberrante. La frágil moralina de los derechos humanos está contaminada por esta
confusión. El laissez faire moral hoy en boga, donde cualquier conducta es
lícita porque es el fruto de mi conciencia, se basa en este error de la
dignidad intrínseca del ser humano.
Es muy lúcida a mi juicio, la
crítica del autor a la llamada por la doctrina liberal roussoniana y kantiana,
de la autonomía de la voluntad como fundamento de la libertad, cuando
los ilustrados dicen que, solo es libre aquel que obedece las leyes que el
mismo se ha dado. Igualmente, lúcida es aquella definición de calidad moral de
la persona como, su disposición para rebasar la propia centralidad,
poner en paréntesis sus propios intereses y no concebir todo lo que le rodea
exclusivamente como medio para su propia realización o conservación. Aquello
representa un batatazo en las rodillas al credo liberal, y es la radical
condición de posibilidad, de la humanidad del hombre.
Sobre la concepción teleológica,
citando a Alejandro Llanos, sostiene que no es una teoría para proporcionar
explicaciones físicas concretas, según la cual la realidad es inteligible y
está dotada de sentido, aunque no siempre sepamos concretamente en qué consiste
esa naturaleza que confiere a cada cosa su fin. Robert Spaemann, sostuvo qué: si
el ser humano desteleologiza completamente el mundo, entonces se cumple lo que
dijo Pascal acerca del silencio de los espacios infinitos, que aterra
profundamente al hombre: Se ve a sí mismo como un solitario vagabundo en un
universo sin sentido. De ambas frases se desprende que, la teleología sería
un deseo para darle un sentido a la realidad, lo que es una honesta
confesión de aquel principio epistemológico postulado por Ortega en virtud del
cual, el deseo es el fundamento de toda teoría.
Citando al mismo Spaemann, el
autor señala que, el extravío de la ciencia moderna provendría de la desteleologización
de las concepciones de la naturaleza. El hombre habría inventado artilugios
técnicos que han sido capaces de tronchar su naturaleza humana (en lo que
coincido absolutamente) debido a un extravío de la idea de sentido de
finalidad del mundo. Esta genealogía de la comprensión del mundo, donde el
hombre tuvo una comprensión de la obra de Dios que luego perdió, me parece algo
naif. La experiencia nos indica que la naturaleza humana ha sido la misma a
través de la historia, y lo que hace, es porque puede hacerlo. Así como el gato
se acicala el cuerpo entero con su lengua, el hombre hace lo que es capaz de
hacer. Eso determina a mi juicio, que la batalla por el recto proceder, es
decir la ética, es un dilema eterno en el ser humano. La perspectiva que el
autor hace de R. Spaemann, tiene algo de ucrónico[3].
Propongo alguna idea para salir
de esta aporía: A mi juicio, la creación de Dios tiene complejidades y
dimensiones que, el enanismo intelectual de la ilustración y del positivismo, pretendieron
reducir a una envergadura de causas y efectos comprensibles y controlables. El
hombre no entiende las cosas, porque piense en ellas. El proceso epistemológico
es más complejo que aquello: el hombre capta el mundo, desea transformarlo, luego
piensa como fundamentar esa transformación y finalmente genera un relato
abarcativo de la realidad tal como la desea. Tomando prestado un
concepto de la física, los ordenes de magnitud de la realidad son tales,
que resultan inabarcables para la inteligencia humana. La ciencia no es más que
un fragmento ínfimo de inferencias y relaciones causales sobre esa realidad. No hay tal edad aurea en que el hombre
comprendía el mundo y luego, porque surgió la ilustración, dejó de hacerlo.
La referencia de Spaemann a
Pascal representa un reconocimiento que en las weltanschauung o cosmovisiones
(dentro de las cuales está la teleología aristotélico-tomista) flota un deseo
de no encarar el terror vacui provocado por el silencio de los espacios
infinitos Pascaliano. El idioma es una herramienta para ubicarse en el
mundo, pero una herramienta imperfecta, y las referencias de la teleología de
que el mundo tiende, al bien, a la belleza y a la verdad, a mi juicio, nos
deja donde mismo. Mejor resistir el terror vacui y descansar en la perfección
presente de la obra y creación (permanente como se dirá) de Dios.
El autor describe la creación,
como una noción no solo religiosa, sino metafísica. Respecto de la hipótesis del
big bang, sostiene que la creación es algo mucho más profundo que un hecho
circunscrito como lo sería aquel evento. Es el origen, no el comienzo; y
condiciona la estable y eterna dependencia de las criaturas respecto su
hacedor. Trae a colación la abrumadora evidencia de la puerilidad del
evolucionismo radical. Tampoco es la creación un golpe de taco a una bola de
billar. Según el autor, la creación es contemporánea con todas las fases del
proceso evolutivo. En otras palabras, el creador está permanentemente creando
el mundo, idea que me parece a mí esclarecedora y luminosa para encarar una
crítica efectiva a la técnica moderna.
Me explico: ordinariamente, en
filosofía de la ciencia, se habla del principio de responsabilidad para referirse
críticamente a invenciones que manifiestan un peligro demasiado evidente, tal
como la energía atómica. Pero cuando se concibe la creación como un proceso
permanente, se debe cautelar que ella siga su curso, y prevenir que cualquier
artilugio humano la altere. Cuando el hombre inventa normas, procesos, cosas;
que potencialmente alteran la naturaleza humana, se deben ponderar
prudentemente todos sus efectos. Porque los efectos pueden ser, y de hecho han
sido algunos, devastadores.
Y no me refiero solo a grandes inventos
tecnológicos. Ivan Ilich, antropólogo social hacía ver el efecto devastador que
sobre los escolares tenía la presencia de un guardia que les indicaba a los
escolares cuando cruzar la calle y cuando no hacerlo. Aquello era potencialmente
capaz de generar monstruos carentes de toda responsabilidad social y personal[4].
¿No es acaso la omnipresente anomia contemporánea el fenómeno más devastador de
la sociedad de masas? Con mayor razón cabe preguntarse pues, ¿Cuántos y cuáles
son los efectos negativos de la píldora anticonceptiva, del automóvil moderno,
del smartphone etc.? Muy probablemente se levantarían airadas voces para
rechazar hasta la pregunta, por quienes estiman que los cambios se legitiman
conforme a la ley de la oferta y la demanda. Pero el dedo no tapa el sol, y los efectos de
cada uno de esos artilugios están ahí, reformateando la naturaleza humana; a
veces mejorándola, a veces deteriorándola. Estas preguntas, que son tan
antiguas como el hombre, el progresismo moral y tecnológico las invisibiliza
bajo la premisa que todo cambio es progreso y todo progreso es bueno.
Masticar intelectualmente
este aspecto de la conjunción propuesta por el autor, no solo es muy
importante para no errar en el futuro, sino también para salir del brete en que
el progresismo nos tiene prisioneros.
Marzo 2024
[1] El
concepto teleología tiene variado género de acepciones y es polémico. En el
concepto tomista sería la ciencia del fin de las cosas del mundo atendida la verdades
aportadas por la revelación divina.
[2] En
la película de “El Rey Leon” el jabalí y la suricata representan este ideal: Hakuna
Matata.
[3] Reconstrucción
de la historia sobre datos hipotéticos.
[4] La
sociedad desescolarizada; Iván Ilich