CAMBIO, REVOLUCION, Y PERPLEJIDAD
Leía en un matutino de la capital, una columna de doña Pilar
Romanguera, decana de la facultad de educación de una universidad de nuestro
país, en la cual, da cuenta del enorme, e insondable aun, cambio que se “nos
vino encima” en materia de educación universitaria, con motivo de la irrupción
de las tecnologías de la información. Su conclusión es que la educación y sus
instituciones y conductores, como hoy le conocemos, probablemente cambien
radicalmente en los próximos años si es que ya no lo han hecho. Qué estudiar,
donde estudiar, como calificar y valorar los grados académicos; resulta una
incógnita a futuro.
Este fenómeno en la educación, extrapolable a cualquier
ámbito de la vida moderna, digo “se nos vino encima”, para ilustrar que ningún
líder, tendencia política, filosófica o religiosa lo ha motivado, y lo que es
más inquietante; nadie en particular lo ha previsto con mediana precisión.
Existen profesiones o disciplinas que su función es prever lo que sucederá en
adelante; militares, futurólogos, economistas etc. Casi nadie de esas
disciplinas puede leer algún pronóstico de más de diez años de antigüedad, que
le dé en el clavo con el mundo que nos está tocando vivir, y que le
corresponderá vivir a las generaciones venideras. Por allá por los años 80
Alvin Toffler y su libro la Tercera Ola, intuyó algunos aspectos del mundo que
hoy vivimos. Pero las conclusiones de quien algunos en esa década calificaban
de lunático extravagante, resultan francamente pueriles para ponderar la
envergadura del cambio real.
Desde la revolución francesa hasta la caída del muro de
Berlín, existió el consenso intelectual, que los cambios en la sociedad los
articulaban los teóricos de la revolución y los ejecutaban los líderes
revolucionarios. Así lo aprendimos en el colegio quienes hoy pintamos canas. Todo
ello marcaba la senda del progreso al
que la iluminación racional nos
congregaba. Al decantarse la polvareda que causan las revoluciones, y con las
perspectiva de lo que ha sucedido después de la caída de los llamados
socialismos reales, parece pueril y presumida dicha teoría del cambio social.
Sorprende constatar que el cambio social, normalmente no ha
sido causado por quienes han querido cambiar la sociedad. Los revolucionarios
de todo color, nacionalidad, ralea mueven sus manitos como pequeños pigmeos que
la historia se va tragando, algunos sin digerirlos siquiera. Tampoco hay lugar
para los reaccionarios; aquellos que quieren volver al pasado bajo la facilista
conclusión de que todo tiempo pasado fue
mejor. La tromba de la historia también los arroya.
El cambio social en sí, no es ni bueno ni malo. O bien, puede
ser bueno o malo. Nos ofrece potencialidades magnificas para la toma de
conciencia de las personas, pero ha generado la posibilidad del egoísmo sin
límites para los individuos. Socialmente ha permitido el desarrollo de una
sociedad más amigable con el hombre de paz, pero también ha generado herramientas
de dominación aterradoras en manos de quienes no son dignos de conducir a la
humanidad; que permitirían a un Hitler o Stalin del siglo XXI, efectuar
fechorías como estos ni se soñaron.
El internet y el acceso a la información que contiene, es
como una biblioteca de Alejandría elevada a la potencia, instantánea y al
alcance de todos, que permite este vértigo de cambios. Los medios de
transporte, a disposición de casi todos, empequeñecen el mundo físico. El
control de la natalidad, ha hecho a las personas teóricamente dueñas de sus
respectivas historias, que pueden planificar a voluntad. Los términos de
relación entre sexos han cambiado.
¿Y qué le ha ocurrido a consecuencia de esto al individuo,
como yo, como usted, como todos?: Estamos perplejos. Es decir, dudosos, inciertos, quizá irresolutos, tal vez confundidos. La
perplejidad desde el punto de vista filosófico es un estado de conciencia deseable,
porque es lo que precede a las conclusiones nuevas. La perplejidad en
sicología, es un estado de conciencia indeseable que nos lleva a la ansiedad y a veces a la infelicidad.
Aquí
no hay opciones. Es el tiempo que nos tocó vivir. No valen esas
pretensiones poéticas al estilo Tolstoi:
“detengan el tiempo que yo me bajo”.
Todos los que lo han pretendido hacer han fracasado. Estamos condenados a vivir nuestro tiempo. Y lo
que representa un imperativo categórico;
estamos obligados a hacer a nuestro maltratado planeta, mejor y más apto para
la humanidad del hombre.
¡Perplejos
unidos, jamás serán vencidos!
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