Don Carlos Peña debe ser hoy por
hoy uno de los ensayistas más prolíficos, ilustrados y creativos de nuestro
medio nacional. En la obra citada, pretende él hacer una apretada síntesis de
un fenómeno político muy amplio – quizá demasiado amplio y por ello difícil de
conceptualizar – que son los relatos de identidad, fenómeno que él postula
implícitamente como espontáneos y derivados de un estadio de la evolución de
las colectividades modernas, a mí juicio, artificiales creaciones académicas
cuya condición de posibilidad ha sido la auto demolición de las bases de
nuestra cultura occidental, demolición causada en gran parte por fenómenos moralmente
neutros como es la técnica contemporánea.
La cuestión abordada por el
profesor Peña tendría solo una relevancia académica, si no fuese porque los
conglomerados políticos que se apoderaron del proceso insurreccional chileno y
de la Convención Constituyente, buscan a través de la instalación de nuevas
reglas jurídicas de convivencia, provocar un cambio copernicano a la república
de Chile. En este sentido el ensayo debería ser el evangelio de los constituyentes
revolucionarios de la Convención, pese a que muchos de ellos desacrediten al
autor de amarillismo anti revolucionario por su pausada seriedad intelectual.
Para empezar, debo honrar la
potencia intelectual del autor que nos permite tanto a partidarios como a
detractores, tomar partido fundamentado del fenómeno. En la historia literaria
criolla, don Carlos creo yo, será el Valentín Letelier o el Barros Arana de
fines del siglo XX y principios del XXI. Un hombre que ha marcado huella.
La obra se inscribe en el género
del ensayo, pero a través de su amplia erudición, el autor efectúa un ejercicio
algo abusivo de las síntesis de variada gama de autores para inscribirlos o
argumentar en favor de la tesis central de la obra: Existe una
generalizada demanda por identidades de variada especie, que el futuro orden
jurídico debe recoger y reconocer. Tesis central que el autor empero,
para salvar su neutralidad intelectual y conservar las reglas del género de
ensayo, usa reiteradamente la forma verbal condicional (el fenómeno x estaría
demostrando que etc. etc.). Evidentemente la obra carece de neutralidad como
toda obra de hijo de mujer. Por debajo de todo razonamiento humano late una
intencionalidad emocional. Y el autor es un hombre de izquierda, admirador,
benevolente y acrítico, con las argumentaciones de las obras de Carlos Marx, de
Antonio Gramsci y de Ernesto Laclau.
¿Cuál es la gigantesca debilidad
de la obra? Su correlato histórico. Nada de lo que se argumenta como propio o
como idea o tesis de los autores citados, tiene o pretende tener, fundamento
histórico. La pueril pretensión de Marx de que su obra era la clave de todos
los tiempos pretéritos y futuros ha sido ampliamente desacreditada por su
ingenua ucronía y utopía. Por esa razón sus apologistas como el profesor Peña, evitan
la argumentación y fundamentación histórica. Y aquí es donde se encuentra el
flanco débil no solo del autor sino de todo el modernismo post marxista
constructivista y post constructivista; su voluntarismo subjetivo que me induce
a calificarlos de fabricantes de relatos. Se desprende de sus planteamientos
que no existe un ser de las cosas, una entidad del mundo. La realidad colectiva
e incluso algo tan duramente objetivo como el sexo, sería solo fruto de los
relatos de los opresores; y el futuro que se construirá, será ahora el
relato de los oprimidos y víctimas emancipadas. El mundo desde siempre (desde
Caín, padre fundador de las tesis victimistas)
se habría ordenado en base a relatos para fundamentar las relaciones fácticas de
dominación.
¿Es una caricatura abusiva la del
párrafo precedente? No si se analiza con cautela la obra de Peña a fin de salvar
los cazabobos dialécticos que, como huachis para cazar conejos, nos plantea en muchos
párrafos de su libro.
¿Cuáles son los cazabobos? Primero;
la manera de proponer las premisas. En su introducción se señala lo siguiente: La
tarea de la política no consistiría en leer el guion de la historia o de la
providencia sino en inventar uno que estabilice la vida social. Dos reflexiones.
No resulta congruente con un razonamiento que pretende valor de verdad usar formas
verbales condicionales. Lo honesto intelectualmente es decir; fulano
sostiene que; o derechamente sostener la tesis en presente perfecto; la
manzana es una fruta. La negación del ser de las cosas por la vía de
someter las realidades a una existencia etérea a través de las formas verbales blandas,
nos introduce en el mundo al cual el autor y la variada gama de post marxistas
nos llevan: el que Milán Kundera definió en el título de su célebre novela como
la insoportable levedad del ser. En este caso ¿Cómo vamos a avanzar en el
razonamiento del tema tratado sino sostenemos que es la política? Porque si la
forma verbal de esta introducción fuese La política consiste en inventar una
realidad, saltan los tapones como cuando hacemos un cortocircuito eléctrico
y se nos corta la luz. El lector es advertido hacia donde camina el
razonamiento. Roger Scrutton citando a Edmund Burke sintetiza el problema al
señalar que lo que nos separa del socialismo son las premisas básicas sobre lo
que es la política. Para todos los autores qué sostienen el razonamiento del
profesor Peña,
la política es un instrumento para reinventar la realidad. Para toda visión
ecléctica madura y que pondere la historicidad del hombre, la política es la herramienta
de los individuos para mantener la paz; y el estado de derecho son las reglas
previas a las conductas para que esta convivencia no se salga de control y
aplaste al individuo -como el socialismo históricamente lo ha hecho-. La
cuestión sería un diferendo trivial si no fuese por las consecuencias que esta
manera de entender la política ha tenido a través de la historia. Los jacobinos
en la revolución francesa quisieron dibujar una realidad nueva artificialmente
creada (cambiaron hasta las estaciones del año y el calendario) y para ello
estimaron legítimo provocar la matanza generalizada de los disidentes. La
revolución bolchevique lo mismo. No tan lejos, la reforma agraria en Chile
significó la ruina del agro y el destape de las reglas de convivencia que
motivaron un baño de sangre al cabo de corto tiempo. Antonio Escohotado en su
crítica al socialismo lo sintetiza señalando que las visiones constructivistas
socialistas desprecian la realidad, y en concreto, las inconmensurables causas
que los fenómenos sociales tienen, reduciendo la realidad a un número
ficticiamente controlable de variables. El constructivista y utopista reduce la
realidad para dar valor de verdad a sus propuestas y diseño futuro de esta
sociedad inexistente. El resultado es y ha sido siempre el mismo; la
destrucción del tejido social y su necesaria consecuencia: el imperio de la
fuerza por sobre la razón.
Segundo caza bobo intelectual son las
reiteradas falacias del hombre de paja, y de autoridad que introduce en el
desarrollo de la obra. En el caso del hombre de paja que es asignarle a tu contendor
intelectual conductas y reflexiones sacadas de contexto para desacreditarlo. En
el caso de las falacias de autoridad, es citar filósofos contemporáneos de Marx
en adelante, adjetivando sus virtudes e ilustración para inhibir las críticas y
examen desapasionado de sus productos intelectuales, muchas veces una sopa de
galimatías sin ningún valor para develar la realidad, sino que aportantes de piezas
y partes para el constructo de la realidad utópica que se pretende.
Dicen que el camino al infierno está
plagado de buenas intenciones. En este caso don Carlos Peña pavimenta, suaviza
y legitima conductas políticas de la extrema izquierda presente en la
Convención Constituyente. Su objetivo intelectual pareciera ser fundamentar
intelectualmente posiciones políticas voluntaristas e irreflexivas en la praxis,
de muchos indigenistas, LGTB, feministas radicales etc. proporcionándoles los
insumos ideológicos que esa “primera línea” carece.
En el epílogo el autor aboga por la
supervivencia del régimen de igualdad ante la ley y primacía de los derechos
humanos, ambos principios que serían arrasadas a sangre y fuego, si las tesis de
Ernesto Laclau sobre la primacía de las identidades se impusieran como
pretenden la mayoría de los actuales miembros de la Convención Constituyente. Cuando
hablamos en plural de los derechos humanos, o se respetan todos los derechos
humanos o no existen como bases de convivencia. Entonces ¿Qué ha pretendido el autor con su
obra? ¿darle bencina a una máquina infernal que destruirá la convivencia?
¿quedar bien con dios y con el diablo? ¿O es como dicen los envases de
productos o cláusulas de un contrato de seguros, sin ulterior responsabilidad
para el fabricante?
Y entonces surge la cuestión a la
responsabilidad de los intelectuales; los de Neruda y Sartre con sus apologías al
carnicero Stalin; los de un Heidegger y su soporte y legitimación del
nacionalsocialismo y sus monstruosidades.
La fabricación de relatos para que “todo
cuadre” sin correlato histórico, no solo es un error. Legitimar a través de un
razonamiento sesgado un proceso revolucionario que ha triunfado y pretende a
través de una constitución a proponer, violentar la realidad y la convivencia,
hace responsable al intelectual de los vasos y platos que se quebrarán. Quienes
analizan con espíritu crítico a los hijos de mujer y sus conductas a través de
la historia sabemos que el paraíso no existe en el mundo. Pero de ahí a promocionar
intelectualmente el infierno, hay un paso que los intelectuales no deberían
dar.
Enero de 2022