EL MIEDO, LA
LIBERTAD, EL CORONAVIRUS Y LAS CANASTAS DE VIVERES
El fundador de
la nacionalidad chilena, don Pedro de Valdivia, tenía un escudo de armas en que
se leía; “La Muerte Menos Temida da Mas Vida”. La interpretación progresista de nuestra historia
ha visto en los conquistadores a cafres ávidos de explotar a los nativos que vivían
en paz y prosperidad. Al menos don Pedro no parece ser de aquellos. Siguiendo el
adagio evangélico; “Por sus Obras los Conoceréis” su testimonio de vida revela
algo distinto. Todo indica que don Pedro honró el lema del escudo, arrostrando impávido
los peligros en función de un bien colectivo superior. Demostró que tenía un
propósito claro y una voluntad dispuesta a reprimir sus temores. El miedo,
aquella emoción que conturba y nos paraliza ante lo desconocido, don Pedro lo
habrá sentido igual que cualquier hijo de mujer, pero -como se dice en lunfardo-
se lo bancó para lograr sus propósitos; sin mucho éxito desde luego, pero eso
no es lo relevante.
Isaiah Berlín, en
un brillante ensayó, reflexiona sobre la libertad[1].
Propone que este concepto tiene un sentido negativo - seré libre
en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi
actividad- y un sentido positivo - Quiero que mi vida y mis decisiones
dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean
y quiero ser el instrumento de mí mismo y no de los actos de voluntad de otros
hombres-.
El episodio que
nos afecta; pandemia del covid 19; es inédito en la historia de la humanidad
conocida. Evidentemente no me refiero a las pandemias que sobradamente se sabe,
han asolado a la humanidad cíclicamente. Me refiero una pandemia, teniendo por
telón de fondo la capacidad, potencia y supuesta efectividad del Estado moderno
y sus agentes, para mandar, permitir y prohibir conductas a sus súbditos o
ciudadanos. Si bien el Estado moderno ya existía en los años de la gripe
española, su eficacia y la extensión de sus medios para el control de la
población no tenían la potencialidad de control contemporánea.
En el caso de
Chile, esta eficacia estatal va acompañada de circunstancias singulares. La una
positiva; prosperidad fiscal que le permite al ministro de hacienda obtener de
organismos financieros internacionales, a sola firma, préstamos que le hacen
posible encarar la difícil coyuntura. La otra negativa; una patética falta de
liderazgo político, donde las personas que ostentan cargos formales de
conducción de la Nación, en vez de replicar la figura paterna que aspira para
su hijo que este dependa de sí mismo para ejercitar su libertad, más asemejan niñeras
de chiquillos mal criados y caprichosos, que ceden a cualquier desvarío del
crio. Esto, lo negativo, ha sido posible debido a una progresiva degradación de
la función pública que nos tiene hoy mandados por una clase política y una
burocracia estatal, que vela más por sus privilegios, que por el bien común. De
esa degradación se deriva una lógica perversa: “conquisto o me perpetúo en el
poder, en la medida que abogo por los caprichos de las masas sean estos o no
propicios al interés general”.
Quienes mandan expresan
estar bajo una grave disyuntiva: encerrar a la gente en sus casas para impedir se
propague la pandemia, con la consecuente ruina para los ciudadanos que no pueden
ganarse la vida, especialmente de aquellos
que viven de su trabajo diario; o permitir que la vida económica continúe
normalmente y tolerar se expanda la enfermedad potencialmente letal. Así como
se formula, gravísima disyuntiva.[2]
El Estado ha
optado por prescribir el encierro. Para legitimar e inducir a la obediencia, el
ministro de salud ha usado el miedo. El miedo que induzca a las personas a
ponderar el peor escenario de la pandemia como consecuencia de desobedecer esta
difícil imposición: riesgo de muerte[3].
No lo critico a él por esto. El ejecuta una coherente política de Estado. Otra cuestión
es la repugnante conducta moral de los decadentes medios de comunicación de
masas, (decadentes digo porque están en vías de extinción) quienes llevan al
paroxismo la emoción del miedo para promover audiencias, avisajes, sueldos
millonarios de sus “rostros” haciendo alarde de una frivolidad irritante.
¿Qué ha inclinado
la balanza a favor de un riesgo impreciso y en contra de un daño cierto? El
juicio de los estadistas contemporáneos está teñido por la tendencia general de
legitimar la idea (ilusa cuando no falsa) del Estado protector desde la cuna
hasta la tumba.
Para superar el
efecto perverso del encierro; la carencia de medios de sustentación y ruina de
las empresas productivas, el Estado ha diseñado complejas ayudas financieras
amparadas en lo que fuera hasta antes de la pandemia, la prosperidad fiscal. En
el caso de quienes en tiempos normales viven de su trabajo diario, ha diseñado
o pretendido diseñar una red de entrega de canastas de víveres para evitar el
hambre de los desamparados. Hasta ahí todo bien pensado.
Bien pensado en
el contexto de racionalismo ilustrado que obliga a bien-pensar en términos
abstractos respecto de la capacidades y bondad del Estado, y de la buena fe de
los pobres ciudadanos desamparados. Pero como la realidad anda por el mundo
insumisa a someterse a los racionales conceptos de los bien-pensantes, conjeturo
que los resultados de estas medidas no solamente serán ineficaces, sino que
tendrán además perversos efectos.
El Estado
pretende garantizar la salud. Pero si ponderamos racionalmente esta proposición,
concluiremos que es lógicamente absurda. Nadie nos puede garantizar la vida ni
la salud. Menos aún sustraernos de lo que es nuestro destino radical: la muerte.
Aquella pretensión del Estado – cuidarnos o salvarnos - es una ficción que difunde
para legitimar su acción. Aquello además de falso, legitima en la psiquis
colectiva, la expansión ilimitada del poder del Estado que llega a
prescribirnos hasta lo más íntimo.
Obviamente la
decisión de encerrar a los ciudadanos afecta la libertad negativa que menciona
Berlín. Pero el miedo afecta algo más grave; la libertad positiva. Nos somete a
una emoción que nos paraliza y genera una niebla que impide observar la
consecuencia profunda de ser forzados al encierro y a la impotencia. El Estado
de Chile y los Estados que han optado por la estrategia del miedo, están causando
un daño que hasta ahora no se ha ponderado suficientemente.
No me refiero solo
al devastador efecto económico que es ponderable y predecible. Me refiero a la
condición de dependencia a que condena a los súbditos (ya no los llamaré
ciudadanos) del Estado. La sociedad libre funciona en base al esfuerzo personal
e individual de las personas que se relacionan en todos los ámbitos, buscando su
bien particular. Esa es la condición humana normal cuando no está coaccionada
por un poder externo y superior al individuo. Pero la eterna tentación del
poder estatal es decirle al individuo “no te dejaré hacer lo que tu crees
que es tu bien porque yo conozco tu bien mejor que tú. Entonces te llevaré
obligado hacia tu propio bien”. Axioma de todo totalitarismo.
La entrega de
alimentos a familias – además del bono marzo, el pituto municipal, el subsidio estatal
a la cesantía, la pensión de los torturados, de los exonerados, el fogape etc.
etc. etc. superficialmente puede considerarse un bien, para que las personas no
sufran carencias. Pero no hay que ser muy agudo para darse cuenta lo que
realmente es: clientelismo de caciques políticos, puro y duro. Herramientas que
someten a los individuos a la esclavitud de la dependencia que tanto agrada a
los plutócratas que cooptan los cargos de elección popular y la burocracia
estatal. Relega al tercer patio la dignidad humana esencial: la libertad de
labrarse uno mismo su propio destino.
Suscribo el lema
del primer Capitán General: la muerte menos temida da más vida, y por
consecuencia, la muerte más temida da menos vida; es decir, le quita su razón
de ser radical. Pido a Dios que ilumine los espíritus, especialmente de los
jóvenes para que perciban esta peligrosa evidencia: El Estado moderno ha creado
una red (sustantivo muy ilustrativo) de dependencia de los súbditos, que impide
la libertad positiva y negativa del individuo. Ha cruzado la línea roja del
totalitarismo. Aspiro a que se desencadene la reacción. Aspiro recuperemos al
individuo. Aspiro a que la juventud vuelva a creer en su propia capacidad para
velar por su futuro y hacerse responsable de sus decisiones. Aspiro a que los
chilenos volvamos los ojos y el corazón al lema del fundador de la nacionalidad
y rechacemos toda tutela.
[1] Dos
Conceptos de Libertad; Conferencia Universidad de Oxford 1958.
[2] En todo
caso la ruina económica no es una posibilidad: es una certeza. En tanto que el
riesgo de muerte por Covid 19 no se encuentra estadísticamente comprobado.
[3] Que como
señalo no se encuentra acreditado con certeza ni siquiera mediana.