Un fanal es un artefacto que se
había pasado de moda, pero últimamente lo he visto en algunas tiendas de
departamento, como un elemento “retro” para decoración. Cuando no existían
refrigeradores, los fanales eran populares y útiles. Consiste en una especie de
campana de vidrio para la protección de alimentos, que permite mantenerlos
libres de insectos y manos usurpadoras.
Este artefacto me permite imaginar
analógicamente al mundo moderno, donde el interior del fanal es la sociedad en
que nos ha tocado vivir: compleja, interdependiente, protectora, tecnológica,
donde bienes y servicios están disponibles para todos; y el hombre moderno como
residente beneficiario-prisionero dentro del fanal: aséptico, amparado y
protegido de los peligros que acechan fuera de la campana de vidrio, pero
evidentemente limitado a conocer el medio ambiente que se vive fuera.
Aunque de lo que se sabe, dentro
del fanal se está más cómodo que fuera de él, las rebeliones contra el orden
establecido, o contra el sistema, generalmente no vienen desde fuera del fanal,
sino desde dentro.
Los revolucionarios post modernos
aspiran a quebrar el fanal y respirar aire puro. Gozar de la libertad que se
siente de ser dueño de su propio destino, denunciar y destruir lo que les impide vivir más naturalmente. Pero
paradojalmente, no existe mucha conciencia de cómo se vive realmente fuera del
fanal, ni voluntad honesta de hacerlo.
Ejemplos de conductas que reflejan lo
anterior hay muchas. Doy dos: La cruzada contra los llamados peyorativamente
“cultivos transgénicos” y la cruzada por las “energías no convencionales”.
El esfuerzo de genetistas, agricultores,
científicos y fabricantes de maquinarias agrícolas, permite hoy en el mundo y
en nuestro país, que la población se alimente mejor. Y cuando digo mejor, digo;
mayor consumo de proteínas y calorías per-cápita. El hambre que era hasta hace
unas décadas atrás, compañero inseparable de una importante proporción de la
humanidad, hoy se bate en retirada ¿gracias a quién?: A los odiados y
vilipendiados alimentos transgénicos. En la opulenta Francia los activistas
anti transgénicos dan curso a un populista e intransigente discurso, donde la
imagen bucólica del buen primitivo que con su arado y sus bueyes proveía de lo
necesario, quiere reemplazar a las malditas transnacionales productoras de
semillas que nos privan de aquel maravilloso estilo de vida pretérito.
Sostienen sin ningún asidero científico, que los transgénicos nos podrían estar
envenenado o pudriendo nuestros genes. Si acaso el retorno de la añorada
agricultura tradicional tiene por consecuencia el alza de precios de los
alimentos, escases de los mismos y el hambre; eso ya no es problema de estos caballeros
cruzados.
El fundamentalismo de las energías
no convencionales en tanto - definidas jurídicamente con sorprendente
arbitrariedad e imprecisión-, es algo que para Chile ha tenido consecuencias bastante
más dramáticas. El ataque contra todos (digo todos) los proyectos de energías
convencionales que han propuesto inversionistas a las autoridades nacionales en
la última década, reviste el carácter de una ópera prima de opiniones sin responsabilidad ulterior para el
emisor. Todo en un ambiente de fanatismo irreflexivo que le costará muy caro al
País y bajo la premisa de; me opongo y la
solución no es mi problema. Ataques contra el modelo de desarrollo sin
proponer otro, festivales de opiniones sobre fuentes de energía sin ningún
sustento empírico, son solo parte de esta verdadero “trastorno de la
personalidad” colectivo.
Un par de ingenieros comerciales
(que de energía saben tanto como de cohetería) tenían en venta un proyecto de
central solar que bombearía agua de mar en Iquique y después la lanzaría desde
las alturas para generar energía hidroeléctrica. ¡ pero cómo no se nos había
ocurrido antes!! Otros hablan de las centrales de paso y no saben que es lo que
son. Un candidato presidencial decía que él estaba por “la regulación de
precios” de la energía sin que ningún entrevistador le recordara que los precios
de la energía son regulados desde el gobierno del general Ibañez hasta hoy. En
resumen: todos opinan y casi nadie entiende lo que dice.
Los conductores políticos, y los
medios de comunicación, en vez de conducir a la opinión pública a la cordura,
se dejan arrastrar por los “sentimientos” de los anti-todo, en aras de la no
muy clara cosecha de votos y/o rating. Los jueces por su parte se dejan influir
por visiones escatológicas y catastrofistas de los apóstoles del “me opongo”.
Lo que necesita el País es recuperar
la capacidad reflexiva, la aptitud de escuchar razones y no compulsiones; dejar
hablar a los que saben; reconocer que todas las decisiones que adoptamos en la
vida desde que nacemos, se someten a la balanza de los costos y los beneficios.
Si después de conducirnos de esa forma, llegamos a la conclusión que lo mejor
es una sociedad autárquica y pastoril sin energía eléctrica, asumir en toda su
extensión el costo que eso tendría.
Romper el fanal y vivir en estado
de naturaleza, debería ser una decisión colectiva y no de elites seudo intelectuales.
Si los que no quieren vivir bajo el fanal no son mayoría, siempre tendrán el
derecho a vivir fuera de él, pero no tienen derecho a quebrarlo.
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