Algo pasó en
Chile – y al parecer en el mundo entero- que vivimos en una permanente
alteración emocional e intelectual. Lo que parecía indiscutible, hoy lo es. Lo
que parecía convenido, ya no lo es. Crisis, es un cambio profundo y de
consecuencias importantes en un proceso o en una situación; o en la manera
que estos procesos son apreciados. En tal sentido, existen crisis objetivas
y crisis subjetivas.
No es fácil
identificar “la causa” de esta alteración. Haciendo una comparación, al
contrario de lo que sucedió en nuestras crisis 1929-1932 y 1970-1973, aquellas
fueron causadas por urgentes carencias que afectaron a gran parte de la
población. La crisis actual, carece de causas objetivas indiscutibles. Hoy, la
pobreza extrema es casi un objeto de arqueología en nuestro Chile. Nadie
racionalmente lo puede negar. Los que conocimos la pobreza en Chile, sabemos de
lo que estamos hablando. Sin embargo, nadie racionalmente puede sostener que el
malestar no existe y que es una simple triquiñuela de conspiradores para mover
a las masas tras sus aviesos objetivos.
Si las
crisis del 1929-32 y 1970-73 tenían un sustrato objetivo en la cual se
fundaban, la solución, aunque difícil, era previsible. Las partes que se
disputaban el liderazgo creían tener recetas para su solución y confrontaban
esas recetas. La pregunta era; que hacer, para que las necesidades básicas de
la población fuesen satisfechas. Por el contrario, el
sustrato de la actual crisis, es fundamentalmente subjetivo. Por tal razón, difícil de precisar de manera univoca.
El hombre es
una excepcional creatura que se pre-ocupa. Los restantes seres vivos viven el
presente. El hombre se imagina lo futuro, tiene expectativas. Quiere
“fabricarse” una realidad futura. Desea, mas allá de lo puramente animal que es
comer, sobrevivir y reproducirse.
Pero el arte
de desear no es cosa tan simple. En nuestra sociedad compleja inaugurada en la
segunda mitad del siglo XIX y cuya magnitud de complejidad, hoy supera nuestra capacidad
de comprensión; se manifestó el fenómeno de la masificación del individuo. Las
personas cada vez menos desearon por si mismas. Respondieron al síndrome del
nuevo rico; desearon lo que alguien externo a ellos mismos les propuso desear.
Dicho esquemáticamente, han sido las élites las que desean cosas y las masas solo
les ha cabido optar por una u otra alternativa ofertada.
Dicho esto,
cabe preguntarse entonces, qué desean las élites. Y para ello es menester
distinguir en el arte de desear las opciones que te ofrece el mundo presente, y
las opciones de un mundo futuro. Porque desear lo que aún no existe, desear lo
futuro, es exclusiva y excluyentemente humano. Y en la calidad de ese futurismo
se manifiesta el genio o el demagogo. En un bloque de mármol, Miguel Angel
Buonarotti, vió dentro de él, al David.
Entonces
¿Qué desean las élites? ¿Qué mundo nos ofrecen como opciones para el futuro
nuestro y de nuestros hijos? Concretamente en Chile, ¿Cuáles son las opciones
que se nos ofrecen para el Chile futuro?
Hasta hace
veinte o quince años atrás, nos encontrábamos alineados entre colectivismo o
individualismo; opciones que, aproximadamente coincidían con lo que se llama
derecha e izquierda. La derecha individualista, la izquierda colectivista. Hoy
derecha e izquierda – al menos las representadas en el parlamento – se alinean
con el colectivismo. Hay consenso entre los actores políticos vigentes que más
de un tercio de nuestro trabajo individual debe ir al papá fisco, para que este
resuelva que hacer con nuestro esfuerzo acumulado[1].
Hay consenso entre nuestros honorables, que el Estado crezca y crezca para
“proteger” mejor a la población. Algo que le fascina a la izquierda y que los
que votábamos a la derecha nos repugna. Pero la solapada verdad en la degradada
política contemporánea no manifiesta un afán por el bien común, sino una
lucrativa carrera de demagogos, cuya “prosperidad” depende del crecimiento del
Estado protector.
Antaño, la
derecha era defensora de los valores tradicionales; patria, familia, honor,
responsabilidad personal con la consecuencia de sus actos. La izquierda se
manifestaba propicia a la plasticidad de esos valores, pero respetándolos a
grandes rasgos[2].
Hoy, somos
testigos como un gobierno elegido por la “derecha” -contra lo que explicitó en
un programa de gobierno, ejecuta una política global de despotenciamiento de la
familia a través de la confusa agenda de género. Agenda que tiene dos
pilares: propiciar la discordia por sobre la concordia entre los sexos y en
particular en el matrimonio; y promover las aberraciones sexuales, dándole una
supremacía moral a la homosexualidad. La misma derecha política ve con
“apertura de mente” planes educativos que hace 20 años llevarían a sus autores
a la cárcel por corrupción de menores. En efecto, se propone un plan que prescribe
“educar” a nuestros hijos y nietos en la tolerancia y promoción de diversas
especies de aberraciones sexuales. Todo esto en un gobierno de “derecha”.
Antaño, la
izquierda era protectora de la llamada clase trabajadora, y de la
participación creciente de esta en la distribución de la riqueza. Fuimos
testigos empero, en el último gobierno de izquierda liderado por la líder
global Michelle Bachelet, como a espaldas de sindicatos, trabajadores y clases
populares, se ejecutó entre gallos y medianoche, una mega operación de
ingeniería social para “instalar” ciudadanos extranjeros incalificados,
pulverizando el mercado laboral en perjuicio de esa clase trabajadora. Todo
ello trasgrediendo de manera sórdida, las normas legales y constitucionales que
regían la materia.
El gobierno
de “derecha” del actual mandatario, se hace eco de una agenda global sanitaria,
que literalmente pulverizará la prosperidad económica adquirida tras largos
años de esfuerzo, basada en un virus que existe como existe cualquier gripe, pero que no es enfermedad porque no mata a las
personas por sí mismo, sino que mata a los que morirían sin la concurrencia del
virus. En otras palabras, se hace eco de una tramoya destinada al control de la
población global, a costo de la pobreza y ruina de la población local.
Los
fenómenos descritos se resumen como sigue: Todo lo relevante que hacen los
gobiernos en Chile los últimos diez años, todas las decisiones gubernamentales
que nos cambian la vida y afectan radicalmente nuestro futuro y el de nuestros
hijos, se debe a decisiones tomadas en sordina, a espaldas del pueblo,
legitimadas por el voceo de los medios de comunicación de masas, pero sin
consulta previa a los ciudadanos. Vivimos un totalitarismo de facto, y lo que
deseamos los ciudadanos no tiene ninguna relevancia. Peor aún; si observamos lo
que sucede en otros países a lo largo y a lo ancho del mundo, resulta de una
asombrosa y escalofriante identidad. Sucede exactamente lo mismo.
Las masas
deseaban las cosas que deseaban las élites. Pero ¿Qué desean hoy por sí mismas
las élites? A riego de ser “atropellado” con calificativos por parte de la
nomenclatura comunicacional leal al globalismo[3],
mi apreciación es que las élites han sido cooptadas por un poder global. Es
verdad que siempre existió influencia imperialista en naciones pequeñas como la
nuestra. Los actores de la segunda guerra mundial y después de la guerra fría,
se disputaban influencias sobre diversos sectores políticos locales. Pero en un
orden de magnitud muy inferior al que hoy día se observa.
Hoy el
imperialismo como lo conocimos en el siglo XX no es el que se manifiesta. Los
llamados imperios también son sujetos pasivos del fenómeno. Existe hoy un poder global para-estatal, que concertado, concentra miles de billones de dólares, superando el
gasto fiscal de las potencias más ricas de la tierra. Con una fracción menor de
esos billones, financian y “premian” (con la técnica zanahoria y garrote) a
universidades, medios de comunicación de masas, agencias de publicidad y de
medición (encuestas), partidos políticos, políticos individualmente y sus
familias, artistas, líderes de opinión, programas de post grado, P.h.d,
doctorados, post doctorados, campañas de protección de los pobres, de la
ecología, de los pájaros, de los
mamíferos, de los dinosaurios, oenegés de homosexuales, travestis y un
larguísimo listado de etcéteras.
¿Cuál es el
origen de su poder? ¿Acaso el contenido de su agenda? ¿Acaso la visión
explícita y transparente de su “ideales” respecto de la humanidad? Porque todos los seudo ideales globalistas;
lucha entre sexos, gay frendly, ecología verde etc., son de una superficialidad
tal, que no resisten el escrutinio racional. El
origen de su poder y enorme capacidad de penetración e influencia es el dinero. El dinero gastado a raudales que “compra amistosamente” voluntades.
Nuestras
élites de derecha y de izquierda entonces, no solo no tienen ningún “ideal”
indiscutido que mostrar, sino que deben ocultar sus agendas por impresentables.
Por ejemplo, Bachelet no salió en cadena nacional para explicarle al País por
qué y con que objetivo haría la operación de migración de haitianos. El tráfico
humano más numeroso de nuestra historia, y con un impacto negativo para los
jóvenes cesantes chilenos, por la cual, personas de otra raza y que hablan
otro idioma, ocuparían sus potenciales puestos de trabajo. El diputado de la
UDI Bellolio no explicó de cara a sus votantes, por qué razón vota a favor de
la educación llamada ambiguamente “de género” contra los principios de su
partido. Todo en las grandes esferas se hace en sordina; pa´callao. También En
el ámbito extra estatal, universidades católicas pontificias (así se presentan)
tienen una formación doctrinaria (no descriptiva sino prescriptiva) contraria a
los mandatos de la iglesia de Roma. También en sordina. Podría nombrar un
larguísimo listado de ejemplo lo que excede el relato de este artículo.
Se suma a
esta orquesta la televisión y la radio pública, cooptada por los grandes
referentes mundiales de comunicación social, quienes han dejado su tarea
informativa para ser aleccionadora de la fracción más dócil de la población.
Goebels es un niño de pecho comparado con el martilleo cerebral que desarrollan
donde “comunicadores” con ínfulas de intelectuales, dan cuenta de una irritante
superficialidad y carencia de elementos de juicio, en la tarea de imponer
verdades y combatir la disidencia a esas verdades oficiales. En Chile, las
radios FM y canales de TV pública se encuentran en poder de 4 o 5 manos
controladas en gran parte de ellas por referentes comunicacionales
transnacionales, obsecuentes cuando no partes mismas del concierto globalista. También
los medios de información participan en estrategias de desinformación,
ocultando los fenómenos más impresentables del globalismo. Cualquier referente
de la comunicación social que se quiera “pasar de listo” es inmediatamente
“reeducado” expulsado o anatemizado.
Como señalé,
en el siglo XX el sustrato de este orden de cosas, fue la docilidad de las
masas, acostumbradas a desear lo que les digan que deben desear. En nuestro
siglo se ha llevado al extremo esta dinámica de masas. Pero lo novedoso es que
ahora son las élites los “ositos de feria” que saltan las argollas que pone el
domador.
Este
malestar difuso pero intenso, ha servido para que comunistas y otros
revolucionarios de segunda hornada, que aun beatamente creen en la revolución
al estilo asalto del palacio de invierno, canalicen mediante un narco
lumpen su sueño afiebrado de edificar la nueva sociedad socialista. Mala
noticia para ellos es que el malestar camina por otro lado. Tiene su origen en
la carencia de objetivos y de claridades de vida sobre los cuales las nuevas
generaciones puedan caminar sobre suelo firme. Estamos, creo yo, próximos a una
fractura de la sociedad de masas que ordenó al mundo post 1945.
Este
escenario lejos de ser apocalíptico representa un regalo del cielo; una gran
oportunidad para quebrar la dinámica de la sociedad de masas. Se respira una
saturación entre las personas que buscan ser dueñas de sus destinos, y observar
el mundo y formarse juicios sobre él, desde su perspectiva personal. Kant
estaría fascinado, porque esta situación nos ha abierto las puertas para el sapere
aude. No hay posibilidad alguna de
colgarse de los deseos de las élites porque estas no existen como tales, o no
tienen deseos en absoluto. De la aristofobia colectivista de los años 1960, deberíamos
migrar a la aristofilia. En vez de odiar a los elegantes y distinguidos en el
profundo sentido de esas palabras, la juventud incómoda de la tutela del Big
Brother, buscará la distinción. Nos aproximamos a la disyuntiva donde no habrán
medias tintas. O te resignas a ser un cordero obtuso y obediente de los
matinales de la TV, o te dedicas a observar el mundo, fijar tus objetivos
personales y familiares por ti mismo y conducirte genuinamente como un
individuo (alguien no dividido sino uno mismo). Se prestigiarán solo aquellos
que aporten verdad y claridad. En la única comunidad humana existente de verdad:
la que comparte experiencias vitales reales, quienes aportan claridad (la aletheia
filosófica) con su palabra, su pensamiento y su perspectiva del mundo, serán
los nuevos referentes. Aquella sociedad humana de ayer y de siempre, que valora
la experiencia de la comunidad hombre mujer, la que respeta, acoge y protege,
la experiencia de sus antepasados para proyectarlas en sus hijos hacia el
futuro, la que estudia para saber y no solo para trepar socialmente, la que
respeta las creencias en un Dios creador y ordenador del caos.
La coyuntura
nos ofrece la posibilidad inédita de quebrar el huevo de la masificación social
y salir a la luz de las verdades vistas por nuestros propios ojos físicos y
espirituales. Jóvenes: no crean la visión apocalíptica de que estamos
condenados al “progreso” y que prontamente máquinas, drones, y computadores
cuánticos gobernarán vuestras vidas. No será así en la medida que salgamos del
letargo masificador. La libertad humana tiene un orden de magnitud que los
soldados del globalismo y de la corrección política no prevén. Tiene tantos y tantos matices y pormenores que las máquinas no la doblegarán.
La estrella
de la mañana alumbra en plena oscuridad. Hoy soy optimista. Quiero gritar en
medio de la mayor obscuridad, el que le escuché a Mieli, economista argentino: ¡Viva
la libertad carajo!!
[1] Distribuyéndolo
en una “agenda social”, que todos sospechamos (los que votan a la izquierda y a
la derecha) que las más de las veces es más una agenda de consolidación del
dominio de las élites. Pero esa es otra historia que la que anima estas letras
[3] Nacionalista, racista, machista, homofóbico, alucinado
con las teorías de la conspiración etc. etc. etc.