miércoles, 5 de abril de 2017

EL PROGRESISMO, DESARROLLISMO Y OTROS DESATINOS

EL PROGRESISMO, DESARROLLISMO Y OTROS DESATINOS

Intitulo este análisis con el sufijo “ismo” agregado a las palabras progreso y desarrollo, para referirme a quienes adhieren a algún tipo de doctrina, sistema, praxis o teoría, que propicia el sustantivo que le precede. Es decir, para referirme a los partidarios del progreso o del desarrollo, esto es, quienes propician llevar las cosas de un estado a otro, a través de un procedimiento o de un derrotero. Quiero a través de mis palabras, hacer un examen crítico de aquellas conductas y de las recetas, procedimientos o derroteros que los progresistas y desarrollistas propician.
A menudo escuchamos a líderes de todo género y especie, hablar de progreso y desarrollo. Al profundizar sobre que quieren decir con ello, nos encontramos que las ideas que comportan esos conceptos son sorprendentemente vagas e imprecisas. Digo sorprendentemente, porque cuando tantos y tan notables líderes repiten un concepto tan habitualmente, asumimos implícitamente que ese concepto es preciso. Involucro ambos conceptos porque responden a una misma creencia a pesar que quienes usan estos conceptos se enfrentan, a veces severamente, respecto los métodos. En efecto, porque necesariamente el desarrollo debemos entenderlo como un medio del progreso.
La Organización Mundial de las Naciones Unidas, a la cual Chile ha adherido, ha definido los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), también conocidos como Objetivos Mundiales. Señala que estos ODS son un “llamado universal a la adopción de medidas para poner fin a la pobreza, proteger el medioambiente del planeta y garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad”. Estos ODS son 17 llamados, que como era de esperar en una asociación tan heterogénea como NU, no abordan de manera muy precisa muy claramente los objetivos y menos los medios para alcanzarlos. Con alguna mínima mayor precisión, lo hace el OCDE, asociación de naciones a la que Chile ha adherido luego de ser selectivamente invitado. La OCDE es una organización nacida del Plan Marshall que implementara Estados Unidos para recuperar a la Europa -controlada por esa potencia-, luego de la devastación que había producido la segunda guerra mundial. Se la moteja como “La ONU de los ricos”. Sus objetivos estatutarios son: Uno) Lograr la más fuerte expansión posible de la economía y del empleo; Dos) Aumentar el nivel de vida en los países miembros, manteniendo la estabilidad financiera y contribuyendo así al desarrollo de la economía mundial. Tres) Contribuir a una sana expansión económica en los países miembros y en los no miembros en vías de desarrollo y Cuatro) Contribuir a la expansión del comercio mundial sobre una base multilateral y no discriminatoria conforme a las obligaciones internacionales.
Como se puede constatar, todo lo señalado sobre progreso y desarrollo, son básicamente, declaraciones diplomáticas, que deben “decir cosas” y actuar, con gran cautela para mantener los equilibrios mundiales de poder; pero que carecen de definiciones de un objetivo preciso y un método o medio para alcanzarlo. Todo ello, como se estila en materia diplomática en toda la historia humana civilizada, desde Machiavelo en adelante.
Un concepto es un conjunto de ideas armónicas entre sí. Una idea deriva de un conjunto armónico de cosas o representaciones mentales que la explican. Kant intuyó que una idea, es el conjunto de condiciones que la hacen posible. La “critica”[1] kantiana apunta pues a desmenuzar la idea, en su conjunto de condiciones que la hacen posible. Si de ese ejercicio concluyésemos que todas esas condiciones son verdaderas, la idea es, como se dice en filosofia, plausible. Cuando se trata de un concepto, su “crítica” en el sentido kantiano, es un esfuerzo harto mayor, porque deberemos analizar la plausibilidad de todas y cada una de las ideas que el concepto contiene.
Mi primera tesis respecto al título de este análisis es la siguiente: Sostengo que la crítica filosófica[2] al concepto de progreso y desarrollo no es un ejercicio que encuentre muchos adeptos. Es decir, a pesar de que lo que se quiere decir con progreso y desarrollo, es manifiestamente vagaroso e impreciso, pocos están dispuestos a reconocerlo y develarlo. No hay demasiada bibliografía al respecto ¿Por qué razón? Porque progreso y desarrollo, además de concepto, es una creencia . Las personas y las comunidades de personas, piensan desde las creencias. Y cuando a una persona o comunidad le quitas la plausibilidad de su creencia, su existencia tiembla completa, porque, en definitiva, lo que cuestionas y pones en duda es su edificio de ideas; su asidero a la existencia; el suelo donde pisa.
En su ensayo “Ideas y Creencias” José Ortega y Gasset propone la intuición, que las personas piensan desde una creencia. La creencia es la base en que el pensador apoya su ejercicio de pensar. Las personas se entienden y se desentienden cuando aceptan o refutan ideas. Pero ese ejercicio es posible desde una creencia común. Discutir con personas que no comparten tus creencias radicales, es muy difícil por no decir imposible. Es por eso que en la modernidad contemporánea las discusiones sobre ideas son tan escasas: porque la condición de posibilidad de una contienda de pensamientos, se hace desde una creencia común. Y lo que ha perdido la modernidad contemporánea, es la comunidad de creencias.
En el concepto creencia, Ortega no se refiere a lo que, la religión, particularmente la religión cristiana, llama fe, o creencia en Dios. La fe en Dios, la fe en la iglesia, es, en nuestra modernidad contemporánea, la adhesión personal volitiva, al conjunto de ideas contenidas en el mensaje de Cristo, y adicionalmente, a las prescripciones del magisterio pontificio. Los musulmanes modernos del mismo modo, a través de la repetición de la frase Al·lahu-àkbar Dios es el más grande- , manifiestan básicamente una adhesión. No tengo los elementos lingüísticos para afirmarlo con toda certeza, pero intuyo que la palabra fe, se vincula más a fiducia, que a creencia.
Digo esto en términos relativos a la modernidad contemporánea, porque la fe en Dios uno y trino, fue en la edad media, efectivamente una creencia; esto es, una plataforma desde donde se pensaba. Esta intuición – que la fe en Dios es hoy por hoy, menos que una creencia, una adhesión-, fue la que le acarreó a Ortega una enorme hostilidad de la Iglesia Católica en general y de los jesuitas en particular, quienes fustigaron duramente toda su obra filosófica.
Por creencia entonces, Ortega se está refiriendo a aquella certeza material infranqueable para la interioridad radical de la persona. Yo camino porque creo en la fuerza gravitacional de la tierra. Doy un paso con la plena convicción que no saldré volando hacia el espacio sideral. Yo bajo las escaleras de mi casa, y abro la puerta de calle y creo que al otro lado de la puerta me encontraré con la calle. El asiento, la base de toda idea es una creencia.
Decíamos que el progreso antes que un concepto, es una creencia, creencia que se asienta en el dominio que la humanidad adquiere sobre algunos elementos que le rodean. La técnica moderna, desde los galeones del siglo XV, hasta los smartphones del siglo XXI, se ha hecho posible, a raíz de esta creencia. Es la creencia en el progreso, una de las condiciones de posibilidad de la tecnología que nos rodea. La creencia en el progreso reza que la humanidad avanza de manera más o menos mecánica hacia un estadio de mejoría permanente. Lo que señalo -la inversión en la causalidad entre creencia y técnica-; es decir que la causa del “tipo” de técnica, se basa en una creencia, y no viceversa como se intuye habitualmente, es una idea intuida por Ortega que tiene enormes consecuencias para entender el mundo.
Pero sucede que el mundo, la realidad manifiesta, en donde el hombre es “lanzado a la existencia” – el Dasein Heideggeriano-, es mucho más compleja que el simple abrir la puerta y encontrar la calle; o constatar que la fuerza gravitacional existe. Lo problemático y enigmático de la realidad que le rodea, obliga a los hombres a abrazar creencias radicales de sus respectivas existencias; creencias que son más o menos complejas.
El análisis de la historia de la humanidad conocida, permite constatar que esas creencias radicales, han ido mutando. Esta mutación desde la perspectiva que hoy domina el pensamiento contemporáneo gatilla el enorme error de la intuición progresista: el hombre y la historia avanza de las tinieblas hacia la luz y lo hacen de una manera mecánica. Esta premisa es fácilmente refutable. Basta una desapasionada exégesis histórica para concluir que esta mutación de las creencias radicales no necesariamente va de menos a más ni de la obscuridad hacia la luz. Ortega ve en esta conducta un gravísimo peligro[3].
 Durante la vigencia histórica de la creencia en un Dios uno y trino que ordenó a la civilización europea, desde el año 400 DC hasta la reforma, surgieron muchas disidencias que fueron consideradas herejías y reprimidas por el poder político. Esas herejías no alcanzaron a quebrar la creencia; menos aún, se basaban en la misma creencia básica. Pero luego de la reforma, lo que se ha dado en llamar la cristiandad, se quebró; y se abrió un espacio de mutación en la historia en que una creencia sustituta fue reemplazando a la creencia en el destino celestial o infernal del hombre después de la muerte. La técnica que cambia al través de la historia, no necesariamente fue la causa de esta mutación de creencias. Más bien la evolución de la técnica ha sido la respuesta a la mutación de las creencias. El hombre se “ocupa” de crear una nueva técnica (de inventar cosas) como una respuesta al cambio de su perspectiva respecto al mundo que le rodea.
El equilibrio o desequilibrio de una etapa histórica, es una condición que se deriva de la aceptación unívoca o dispersa de una creencia. Con equilibrio no me estoy refiriendo a la paz y ni siquiera a la prosperidad que acompañe a una determinada época. El orden romano alcanzó su máxima prosperidad material, cuando sus creencias basales estaban fracturadas. En el caso de hegemonía de la cristiandad en Europa, en época de Pipino el Breve, la prosperidad era muy menor que en la época de Luis XIV de Francia. Pero en la época de Luis XIV la creencia de la cristiandad, ya se encontraba fracturada.
En nuestra modernidad contemporánea, la sociedad se encuentra gravemente desequilibrada, por cuanto la creencia en el progreso y el desarrollo; ese cuerpo de creencias, que han sido el oxígeno de la modernidad, se encuentra hoy fracturada. Se perdió la fe univoca en el progreso. Al igual que la época imperial romana y la de Luis XIV en Francia, es una época opulenta, donde en general, reina la paz. Pero nos acompaña una innegable intuición de caducidad.
Los foros; lo que hoy se denomina el espacio público, no son un lugar de dialogo; no por mala voluntad ni estulticia de los posibles dialogantes.  Simplemente no están presentes las condiciones de posibilidad del dialogo, cual es, una creencia unívoca respecto del futuro.
Ante esta carencia, el progresismo, opta para mantenerse vigente, crear ideas para movilizar a las masas, que son antilógicas, esto es que no respetan ni demandan dar razón de sus fundamentos: la ideología de género, el igualitarismo, antes el racismo, etc. etc. Como no son “buenas ideas” en el sentido que no son capaces de resistir la crítica que develaría su falta de plausibilidad, rehúyen el dialogo y se busca su imposición sin dialogo, a fuer de repetirlas y reprimir a sus críticos.
El desarrollismo se ampara en conceptos como el crecimiento económico, sin reparar ni permitir criticar, los efectos reales de dicho crecimiento. Centrándolo en la obtención de resultados estadístico-financieros, sin cuestionar si aquel derrotero nos conduce hacia algo mejor. El mundo según los desarrollistas se traduce en una enorme rueda de hámster, con un estado deseado muy trivial: que la rueda siga girando.
En ambos casos, acompañado de un ambiente de opulencia económica que permite el facilismo, esto es, un estilo de vida que hace posible la sofisticada técnica contemporánea, en que resulta posible, sin correr ningún riesgo personal o colectivo inmediato, sostener cuanta imbecilidad se me venga a la cabeza, aunque carezca completamente de soporte con la realidad. Ideas necias que son sostenidas con vehemencia y que después de unos años se olvidan. Ideas desechables
Un ejemplo de ideas desechables, fue el psicodelismo propiciado por Timothy Leary, quién apoyado por los medios de comunicación de masas, fundo una cultura del LSD en California en los años 70 del siglo pasado. Ya todos se olvidaron que, lo “políticamente correcto” entonces, era darle crédito a ese individuo patético que puso en jaque los pilares de la sociedad norteamericana. Como contrapunto, Richard Nixon, tosco líder republicano que desde la gobernación de California y desde la presidencia de los Estados Unidos, combatió a Leary, paso a ser entre los progre, el malo de la película.
Hoy, la llamada ideología de género, que es una confusa y heterogénea amalgama de ideas desconectadas entre sí, que propicia, desde que las mujeres no sean golpeadas por los hombres, hasta la creación, en un laboratorio o en un quirófano, de un tercer sexo. Es el nuevo sicodelismo que recibe amplio crédito en los medios de comunicación de masas. Idea que no tiene un sustento discursivo plausible, pero que a fuer de repetirse, “pega”, como se dice en jerga de los mass media. No pasarán muchos años para que esta “cruzada” sea desechada como uno de esos pesados envases que enviamos a la basura.
Habrá detectado el lector que estos conceptos, progresismo y desarrollismo, son los que se enfrentan en la arena política contemporánea, con el título de izquierda y derecha. En su prólogo a los franceses, de su obra La Rebelión de las masas, Ortega señala que, ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral
El objetivo de estas letras es propiciar la reflexión crítica de estos conceptos “progreso y desarrollo” sin hemiplejias morales. Si la comunidad humana no posee comunidad de creencias radicales, aquello no debe ser impedimento para reflexionar y debatir eclécticamente, sobre el devenir de la sociedad. Son muchos quienes, de buena fe, se compran los conceptos de progreso y desarrollo, como una vagarosa idea de bien-estar o de un correcto devenir de la sociedad. Lo que debe estar proscrito en este espacio público, es el mesianismo de los necios, que se arrogan una superioridad moral por ser partidarios de la última idea desechable en boga.
Abril de 2017



[1] Crítica en el sentido etimológico del término, es decir, como análisis y reflexión
[2] Por “critica filosófica” me refiero a análisis del concepto con rigor racional que persiga dilucidar las raíces del concepto. Los análisis que se hacen en los organismos internacionales mencionados son serios, pero no tienen rigor filosófico por cuanto dan por entendidos de manera unívoca, conceptos, como los analizados, que como veremos no tienen necesariamente una percepción unívoca.
[3] Ortega, en La Rebelión de las Masas, señala: “El liberalismo progresista y el socialismo de Marx, suponen que lo deseado por ellos como futuro óptimo se realizara inexorablemente, con necesidad pareja a la astronómica. Protegidos ante su propia conciencia por esa idea, soltaron el gobernalle de la historia, dejaron de estar alerta, perdieron la agilidad y la eficacia. Así, la vida se les escapó de entre las manos, se hizo por completo insumisa, y hoy anda suelta sin rumbo conocido”. En su ensayo sobre la técnica expresa: “La idea del progreso, funesta en todos los órdenes, cuando se la emplea sin críticas, ha sido aquí también fatal. Supone ella que el hombre ha querido, quiere y querrá siempre lo mismo, que los anhelos vitales han sido siempre idénticos y la única variación a través de los tiempos ha consistido en el avance progresivo hacia el logro de aquel único desiderátum”.