La realidad contemporánea nos
confronta con veloces cambios tecnológicos que impactan la vida cotidiana. Las
maneras que teníamos de interactuar como sociedad y de entender el mundo como
individuos se ve alterada y trastocada. Conocer, ponderar y enjuiciar estos
cambios, es una condición necesaria para reordenar el mundo y conducirnos
individual y colectivamente de una manera recta y correcta. En su obscena y
grotesca soberbia, potenciada por las franquías que se le han aparecido en su
pacato horizonte, el hombre contemporáneo se comporta cual omnipotente y se ha
creído poseedor de una plasticidad infinita, donde lo recto, lo correcto, lo
bello y lo feo no existe, y pretende creer[1]
que todo está sujeto a su subjetividad infinita. La realidad con su parsimonia
y la regularidad de sus leyes lo violenta y lo irrita. El debate se torna agria
disputa.
Por tal razón, cuando las
circunstancias que nos rodean son de tal modo complejas, es conveniente volver
la atención hacia cierta metodología básica para expurgar fuentes de error
y confusión que nos precipitan a la discordia y al caos. A eso apuntan estas
letras.
La ciencia, el arte, la justicia, la cortesía, la religión, son órbitas
de realidad que no invaden bárbaramente nuestra persona como hace el
hambre o el frío; solo existen para quien tiene la voluntad de ellas[2].
Estimo, no puede haber comprensión ontológica de la realidad; digo,
capturar el ser de las cosas que nos rodean, sin echar mano a aquellas
sofisticaciones de la cultura humana como son las órbitas a las que apunta la
frase citada, y al decir de la misma, tener voluntad de ellas. Esta
actitud ética que le de sustento al correcto y eficaz conocer, no puede ser
cualquier conducta bárbara, rústica o meramente reactiva. Esa
conducta ética es la cordialidad.
La palabra cordialidad se proyecta del latín cordis y del griego kardia,
ambos se traducen como corazón, órgano al que atávicamente se le adjudica la
función de las emociones. Cordial es aquella persona afectuosa y nos habla de
un espíritu abierto a los demás. No he encontrado en ningún diccionario
etimológico su conexión con la palabra caridad, pero conjeturo que la
tiene.
Ofrezco una metáfora para entender el papel de la conciencia personal en
la inspiración de un sentido preciso de la palabra cordialidad: La conciencia
es como una lente a través de la cual se filtra la realidad. Los temores, los
dolores, el temor de una precariedad sin protección, la falta de una prudente
autoestima, o el amor desordenado hacia uno mismo, deforman, rayan u opacan esa
lente. La realidad se filtra opacada, deformada, dolorida o carente de claridad.
Aquello tiene remedio. Tal como el viejo Spinoza pulía las lentes físicas[3], a través de su sabiduría
pretendía hacer diáfana la comprensión del mundo para sus pares. Saint Exupéry
pone en boca de su personaje en El Principito, aquel apotegma que pocos
entienden: lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve con el corazón.
De ahí arranca el sentido de la palabra cordialidad, como señalábamos. A
la verdad solo se puede aproximar con un corazón abierto. Trayendo una palabra
de la cardiología, Ortega nos habla de la obliteración[4]
de las almas, una invasión de sarro en las vías venosas, que impide una
aproximación a la verdad que encierran las cosas. Susana Tamaro, novelista
italiana contemporánea, señala que las lágrimas que no brotan se depositan
sobre el corazón y con el tiempo lo cubren de costras y lo paralizan, como la
cal que se deposita y paraliza los engranajes de la lavadora. Se cuenta que
Santo Tomás de Aquino era un gordo feliz, que jamás fue capaz de resentimiento
alguno. Es probable que de ahí provenga la pureza de su lógica, que le permitió
legar a la humanidad una especie de manual del fabricante de la
naturaleza humana.
Y la palabra cordialidad se relaciona con aquella de fronteras tan
difusas que es amor. Nuestra Violeta Parra, desde su perspectiva poética
dice, que el amor es torbellino de pureza original. Coincido con lo
primero: es un torbellino. Cuando nos invade el amor verdadero, la realidad se
nos ilumina como por encanto. Pero no suscribo aquello de pureza original.
Siguiendo la cita de Ortega, solo existe para quien tiene la voluntad amatoria.
La pureza original nos conduce, por lo general a la entropía, es decir,
a la dispersión y al caos.
En los tiempos que corren, los factores de convivencia de la sociedad
que enumera la cita precedente: la ciencia, el arte, la justicia, la
cortesía, la religión, están empobrecidos o fenecidos todos ellos, por
encontrarnos bajo el influjo de las ideologías de la discordia y el
resentimiento. Estas ideologías las han disfrazado sus creadores en una confusa
y nunca aclarada lógica dialéctica. Son ellas las que sostienen a occidente
anclado bajo el agua, próximo a morir por asfixia. A mi juicio, son esas
ideologías, como lágrimas retenidas, las que bloquean los engranajes de la
cordialidad como señala la Tamaro, condición necesaria del reconocimiento del
ser del mundo.
Julio 2024
[1]
En rigor, no cree. Es como ese adolescente que,
en casa, para imponer su voluntad, amenaza a sus padres con irse de casa, sabiendo
en su fuero interno que no tiene el coraje de hacerlo. Así son las seudo
creencias de la modernidad, un amaneramiento carente de convicciones profundas.
[2] Cito a José Ortega y Gasset en su obra “Meditaciones
del Quijote”.
[3] Baruch Spinoza filósofo holandés fue expulsado y
defenestrado de su comunidad judía a la que pertenecía y para ganarse la vida,
pulía lentes para un fabricante de instrumentos ópticos.
[4] Estrechamiento de los conductos sanguíneos.
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