Ortega dentro de su
abrumadoramente prolífica e inacabada obra, nos ofrece un opúsculo o monografía
intitulada “El Ocaso de las Revoluciones”. En ella propone que la era
de las revoluciones había sucumbido en Europa de post guerra y lo que
irrumpía era la era del aburrimiento, de la desconfianza en los valores y
principios, y del individualismo. Las revoluciones nos señala, no son los
estallidos de violencia, tomas de la bastilla o asaltos al palacio de invierno.
Aquellos son la consecuencia de estas. Las revoluciones no se dirigen ni
sostienen cuando la causa de esos estallidos de violencia, son los abusos. Dice
Ortega, las revoluciones se dirigen contra los usos, no contra los abusos.
Y se dirigen contra los usos porque son los usos la base, el suelo sólido desde
donde se sostiene un concepto de mundo. Por ejemplo, los ilustrados liberales y
positivistas creen estar pisando un suelo sólido de creencias y de ahí se
proponen destruir el antiguo régimen de la tradición europea. Algo similar
sucede con el hijo tarado del liberalismo, que fue la revolución marxista.
Pero el ímpetu revolucionario se
va desinflando, va perdiendo confianza porque la realidad se le viene encima
desnudando sus contradicciones, errores y sinsentidos. El desengaño en la fe
revolucionaria va a producir el desgano, aburrimiento de sus monsergas, la
desconfianza en los valores predicados y finalmente el encierro de los
individuos en un ensimismamiento que de mantenerse por varias generaciones va
resultando corrosivo para la convivencia.
Conjeturo que ante esa realidad
post 1945 que retrató Ortega, hubo un intento de darle oxígeno o esteroides a
la revolución marxista anquilosada, pretendiendo recrear una revolución a través
del movimiento de la primavera de París de 1968 o lo que se predica o relata de
ella. Amparados en un refrito de comida recalentada reciclaban una ideología
basada en un materialismo dialéctico seudo científico, justo cuando Einstein y
Planck nos develaron que la materia no es más que energía en movimiento. Así el
inmanentismo materialista de los Erick Fromm, Marcuse, Foucault, escuela de
Frankfurt, Sartre, Beauvoir etc. nace como la fe que tenían los milenaristas[1]
en el año mil, predicando que el fin del mundo se produciría el año mil, y éste
– todos se daban cuenta - no se produjo. Entonces, para sostener la fe en sus
creencias, el materialismo contemporáneo ha debido progresivamente apartarse
más y más del foro, del debate, del ejercicio crítico y del alegre intercambio
de experiencias vitales, encerrándose en ostracismo de violencia verbal y
física. Su enseña ha sido la cancelación, la violencia y en el extremo, como Marco
Vinicio en la novela Quo Vadis, asesinar al mensajero.
¿Qué queda del delirante proyecto
milenarista de la tía picachu y de la falsa doctora y falsa mapuche señora
Loncón, rechazado por el pueblo soberano? Bueno, sucede que el insano que ocupa
el sillón de O´Higgins dictaminó que el pueblo soberano no estaba preparado
para entender tamaño portento solo comprensible para intelectos poderosos como
el de vuecencia. ¡No hay salud! diría mi madre.
Sostengo que, la batalla más
importante se da en el relato – lo he sostenido antes en estas columnas-. Y el
peor enemigo para levantar las banderas de un nuevo orden de justicia que no es
más que la paz del orden, es el hastío, el aburrimiento, el señorito satisfecho
de las redes sociales que aspira a ser auditor espectador y disparar likes sin
arriesgar nada. Nietzsche lo retrató dramáticamente en el discurso de El Último
Hombre en su Zaratustra.
Chile, esta creación dura,
difícil que ha costado sangre sudor y lágrimas de conquistadores que se
abrieron paso a sangre y espada para someter a los demonios del caos, colonos
que resistieron tres levantamientos generales de indios, de emancipadores republicanos
que resistieron la soberbia de la burocracia borbónica durante la reconquista, de
agresiones foráneas sofocadas en dos guerras que trajeron los pabellones ensangrentados
y victoriosos, de agricultores que resistieron la reforma agraria inicua y
destructora, de hombres y mujeres que resistieron el intento mutilador de la Unidad
Popular: Ahora, desde hace cinco años hemos estado bajo ataque por demonios que
pretenden su destrucción para fundar una entelequia inhumana e inmoral.
En esas batallas pretéritas
tuvimos referentes culturales y morales. Ya no tenemos a la Iglesia Universal
salvífica ordenando y orientando las conductas. Los referentes culturales de
Europa y de Estados Unidos de Norteamérica declinan sin retorno. Occidente se
asfixia en un inmanentismo suicida. ¿Qué tenemos para orientarnos? Chile es una
entidad huérfana de pretensiones que movilicen los espíritus. Estamos obligados
a escarbar en la tradición de occidente para construir la convivencia de
espíritus libres. Un nuevo acuerdo social que ponga el énfasis en la calidad de
las conductas de los miembros de nuestra comunidad, en las obligaciones, en la
bondad de las intenciones y actos, en la belleza de las obras. Insisto: no
tenemos referentes.
Tenemos la historia como magister
vitae. Debemos nosotros construirlo todo, como lo hicieron un puñado de patricios
romanos que luego del colapso del imperio se congregaron en un delta barroso del
Véneto, para levantar una ciudad Estado que duró ochocientos años: la
Serenísima República de Venecia. Ahí hay un ejemplo.
Pero la historia es solo eso,
historia. Entonces, ¿cuál es el remedio o más bien el tónico para despertar esa
energía? Quizá una dosis de sufrimiento le vendría bien a un Chile de masas saturadas
de comodidades y de gratuidades. Lo decía San Alberto Hurtado: El dolor es una
forma de visita del Señor.
Octubre 2025
[1] El verdadero milenarismo – no el que describe
torcidamente la irreligiosidad contemporánea que le confunde con escatología
trascendental- es la fe que tenían quienes creían que el año mil sobrevendría
la segunda venida de El Mesías.
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