MARCOS TEORICOS
PARA INTERPRETAR
LA FENOMENOLOGIA
SOCIAL
Y LOS PORFIADOS HECHOS
Algún analista por ahí por los
años 70 teorizó sobre " el fin de las ideologías". En su obra que se
constituyó en best seller, Gonzalo Fernández de la Mora denunció la beatería
ideológica marxista, y creyó ver el derrumbe de aquella manera de analizar la
realidad que se traduce en reducir los hechos reales a pre juicios sobre la
fenomenología de la historia “descubierta” como la causa basal de todo lo que
acontece.
Pero los porfiados hechos han
desmentido a Fernandez de la Mora porque el mundo intelectual sigue 30 años
después de su libro El Crepúsculo de las
Ideologías, apegado a perspectivas de la realidad que nos presiona a
"alinearnos" con algún modelo teórico para luego reducir todos los
acontecimientos sociales a dicho modelo teórico. Paradojalmente además por
importante que sea el fenómeno de relevancia social, si no se explica en el
marco teórico, se le olvida.
El resultado es que cada vez
la elite intelectual, incluida la de los cenáculos universitarios, es menos capaz
de interpretar y dar a entender una realidad que se le escapa como jabón
mojado, de sus formulaciones teóricas.
Se señala que esa actitud
intelectual nació con el filósofo alemán Hegel. Fernandez de la Mora lo sindica
como el culpable fundador del ideologismo, a Hegel. Yo creo que esta verdadera atrofia
intelectual de Occidente, se enraíza mucho antes de Hegel. La propia filosofía
escolástica nos somete implícitamente a aquello de que “si la realidad no se ajusta a la teoría pobre realidad". De
modo que este afán de dar vuelta la
espalda a la realidad evidente, para consultar primero al
"modelo", es una conducta intelectual que nos acompaña desde hace
varios siglos.
La metodología intelectual
descrita, no solo induce a conclusiones equivocadas de los fenómenos
analizados. También se produce como una ley del silencio, para abordar
fenómenos que resultan inexplicables para el modelo. Así entonces esos
fenómenos no se analizan.
Voy a poner un ejemplo de
fenómenos sociales que por no “encajar” en los modelos teóricos de análisis de
la realidad simplemente se soslayan o se les da una lectura que resulta a veces
ridículamente falsa o desorientada:
Primer ejemplo: la píldora
anticonceptiva. Me atrevo a afirmar, que es el descubrimiento científico, que
ha provocado el cambio social más inédito e importante de la historia de la
humanidad. Debemos reconocer que la Iglesia Católica identificó cabalmente que
este invento era el gatillo que dispararía cambios profundos en la familia y en
la sociedad toda; en todas las latitudes y longitudes del planeta. Trató en
vano de neutralizar este invento, pero su capacidad de influencia en la
sociedad había mermado entonces, arroyada por el progresismo imperante; en la
práctica ha agiornado su posición de
rechazo y se ha dejado llevar por la marea del cambio social implícito a este
descubrimiento.
Las ideologías progresistas,
no atinan con este cambio social. La izquierda revolucionaria según la entendió
Luis Emilio Recabarren, pretendía proteger a la familia popular nuclear. Pero
esta realidad social producida por la píldora se le ha venido encima, y para
ponerse a tono ha querido entender en el cambio social que se manifiesta en la
disolución del núcleo familiar que conocemos como consecuencia de este invento,
una “evolución”. La lectura que el progresismo propone, sobre los cambios de
hábitos de la mujer; es que aquello representa un quiebre de estructuras de
dominación derivado de la dialéctica que se suscitaba en el hogar. Es este
fenómeno u “progreso” de la pretérita supuestamente desmejorada condición de la
mujer. Aquello simplemente choca con la realidad, tanto por sus causas como por
sus efectos.
Sucede que la mentada
liberación no se habría producido en la sociedad si la píldora anticonceptiva
no hubiese existido. Y tampoco se ha generado la supuesta mejoría de la
condición de la mujer ya que el 80% de la población femenina trabajadora del
mundo occidental, se ha visto sometida a nuevas obligaciones cotidianas que
antes no tenía, debiendo mantener empero sus antiguas responsabilidades y su
calidad de vida objetivamente se ha deteriorado. Antes el hombre era el
exclusivo proveedor. Hoy la mujer debe ser proveedora y dueña de casa. El
resultado evidente: el núcleo familiar, base de la formación de los niños se ha
deteriorado, se encuentra fracturada la familia, cuando no quebrada.
El liberalismo economicista
aplaude la integración de la mujer al “mercado” laboral, fenómeno posible
gracias a la píldora anticonceptiva. Mientras más manos, más producción y más
productividad; más espacio para rentar los negocios. Se aplaude y se promueve
la imagen de la mujer “liberada” del hogar. Cuando la evidencia señala que
aquello es perfectamente y empíricamente falso: La mujer antes que liberarse
del hogar se esclaviza en el trabajo externo al hogar porque debe hacer ambas
cosas.
¿Se ha beneficiado o se ha
perjudicado la sociedad con la píldora anticonceptiva y con la liberación
sexual que ella produjo? La sola pregunta hace surgir voces que lo someten al
que la hace al silencio o al abucheo masivo. La píldora y su consecuencia,
la liberación sexual, hoy son un tabú. Cuestionar sus consecuencias, un
pecado contra el progreso. Las elites intelectuales actúan como si el fenómeno
no existiese. Es sorprendentemente estúpida su actitud. La raíz de una cantidad
de fenómenos (buenos y malos) de cambio social está en este descubrimiento, y
nadie habla de él.
Segundo Ejemplo: El aumento
de la productividad económica. Cada vez menos personas y empresas producen
más y mejores bienes y servicios. El almacén es reemplazado por el
supermercado; la siembra tecnificada con insumos y semillas caras y
sofisticadas, arrasa con la producción agrícola de pequeño agricultor; el
artesano desaparece bajo la competencia de la mega industria. Nunca antes en el
mundo se habían producido tantas proteínas y calorías y de tanta calidad; nunca
antes la logística de distribución había sido tan eficiente para poner esos
bienes y servicios masivos a disposición de los consumidores; como nunca antes
hay a disposición de los consumidores bienes de capital y de consumo, baratos y
eficientes. ¿La consecuencia? Muchas. Pero hay una que es hoy considerada una
pandemia que hay que combatir: La desigualdad.
Se ha producido en todo el
mundo una inédita brecha entre los que tienen más y los que tienen menos. Y
digo los que tienen más y los que tienen menos porque hablar de pobreza y
riqueza es equivoco. Ello porque son categorías evidentemente relativas. Yo
conocí la pobreza en Chile de que hablaba el Padre Hurtado. Según los cánones
de entonces hoy nadie es pobre si se compara con el nivel de supervivencia de
esos años. Aquí en Chile, en América en el primer segundo y tercer mundo.
Entonces la Iglesia, la
izquierda progresista y la derecha economicista hablan y hablan de la desigualdad
y de la brecha económica, cada vez más aguda; la critican, se desesperan por
ella. Se habla de atacarla a través de medidas absurdas y conocidamente
ineficaces. Pero nadie se refiere a sus causas que están ahí; a la vista y
paciencia de todos. Todos saludan el aumento de la eficiencia
económica-productiva; todos alaban la acumulación de riquezas; pero nadie
evalúa sus consecuencias reales sobre el hombre real; el de carne y hueso. Del
mismo modo que el fenómeno de la píldora, el aumento cualitativo de la
eficiencia económica es tabú.
En el medioevo la vida de un
rey no se distinguía grandemente de la de un siervo de la gleba. Hoy el
potentado se transporta en helicóptero y el menos dotado en el metro o
microbús: Gran brecha social. La codicia desenfrenada que provoca la existencia
de las comodidades al servicio de los poderosos ha desencadenado oleadas de
corrupción sin precedentes: La nación de la honesty, Estados Unidos fue
arrollada (y casi arroyó al mundo) con la llamada eufemísticamente “crisis sub
prime” la cadena de corrupción más grande de la historia del país del honestísimo
Lincoln. Hoy Brasil y Chile se encuentran vergonzosamente aprisionados por las
denuncias de codicia y falta de probidad. Italia, Bélgica, Rusia, China, la
India etc., son también presas de la fiebre de, “manotazos a la caja”.
Entonces ¿Cuánto se ha
beneficiado o cuanto se ha perjudicado la sociedad con el aumento de la
productividad exponencial y sus consecuencias, la riqueza y la brecha entre la
condición de los seres humanos más y menos dotados? La pregunta también es tabú
Estos son los “porfiados”
hechos que no se ajustan ni son explicados por los “modelos” o “marcos
teóricos”. Y cuando los quieren explicar son de una puerilidad absurda que da
vergüenza ajena.
Progreso es una palabra
talismán. De manera irracional se hace una asociación de ideas radicalmente
falsa: Es bueno el progreso (primera premisa falsa) El cambio es progreso
(segunda premisa falsa). En consecuencia el cambio es bueno,(conclusión falsa)
Propongo ponderar las
novedades del “progreso” poniendo en una balanza sus beneficios y sus costos.
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