El
cruce de culturas que nos abre la información que circula por la red -esta
magnífica biblioteca disponible a quien posea un dispositivo conectado-,
permite relacionar conceptos provenientes de muy diverso origen, en el afán de
comprender la realidad contingente. Intitulo estas letras con tres palabras,
dos de ellas provenientes de la cultura ancestral védica[1] y una de ellas de la
cultura anglosajona y más concretamente norteamericana. Las tres palabras son
difícilmente clasificables en categorías gramáticas de sustantivo-adjetivo-adverbio.
La
palabra Dharma es de origen sánscrito, el idioma primitivo ancestral de
la India remota. Puede entenderse como una realidad ontológica: el orden
universal; o una realidad ética, que nos impone un deber de rectitud conforme a
aquel orden universal. Así, el dharma sería la misión individual que tenemos
en nuestras vidas que permita que el mundo mantenga el correcto orden y balance.
El
karma es también una palabra proveniente del sánscrito y de la
tradición védica. Aplicada a la vida humana social e individual representa un principio
causal en virtud del cual, todo fenómeno y específicamente, toda conducta,
tiene consecuencias. Toda acción impone una reacción. Nuestras conductas
verbales, físicas y mentales son la causa de nuestras experiencias,
independiente de nuestros deseos o nuestras representaciones mentales ilusorias.
Accontability
es una palabra inglesa que es usada para reflejar aquella magnífica ética
práctica norteamericana que prescribe, que todo individuo debe rendir
cuentas, ante sí mismo y ante la sociedad, por sus conductas personales y, por
ende, de la consecuencia que ellas tienen en sí mismo y en la comunidad. Una
ética de la responsabilidad, desafortunadamente poco habitual en nuestra ética
latina o mediterránea, originada en el paternalismo jesuítico que prescribe
obedecer los preceptos de la autoridad y descansar en la providencia divina.
También, desafortunadamente en Estados Unidos y en el mundo occidental de raiz protestante, este
concepto está bastante olvidado.
El
materialismo dialéctico, doctrina que inspira las obras de Hegel, Marx, Engel, Gramsci,
Sartre y Foucauld, (por nombrar los más importantes) representa un contrapunto
a estos conceptos cuando postula que la historia discurriría en una eterna
dialéctica donde ideas y expresiones de la cultura contradictorias y
conflictivas entre sí, encontrarían bajo el influjo de una especie de ley
universal, una síntesis que daría a su vez lugar a contradicciones y así
continuaría este ciclo eternamente dialéctico. Digo que representa un
contrapunto porque conforme a esta especie ley universal, la conducta de
cada individuo en nada influiría en el devenir dialéctico de la historia. Las
voluntades individuales serían conforme a tal doctrina como hojas secas en un
curso de agua, gobernadas por fuerzas que les trascienden y las superan. Además,
en el caso del materialismo dialéctico, esta fatalidad importaría una relación
conflictiva entre opresores y oprimidos. Idea que nace de una emoción, ya percibida
en el libro de El Génesis, que identificó tal sentimiento en la persona de
Caín, el homicida ancestral; alguien que no soy yo, es el culpable de mis
frustraciones y fracasos mundanos. Aquello induce a una actitud y conducta
de impotencia ética. De nada sirve mejorar el mundo desde el cultivo de las
virtudes personales, cuando el mundo se mueve con una dinámica que soy
impotente para detener o rencauzar.
Este
prisma dialéctico-victimista, en nuestra cultura mediterránea, ha caído en
tierra fértil dada nuestra idiosincrasia permeada por los conceptos de pecado/penitencia
y perdón/redención. Es evidente que aquellos conceptos religiosos en el pasado,
e ideológicos en nuestro tiempo, no estimulan la ética de la responsabilidad.
La cultura nor europea permeada por la reforma, al identificar la salvación
como una tarea individual, ha resistido de mejor manera la contaminación de la cultura
tradicional por esta doctrina victimista. Desafortunadamente hoy en gran medida
esa ética que describe Max Weber[2] se ha diluido en
victimismos de nuevo cuño, como lo es la ideología de género desarrollada en Los Estados Unidos especialmente.
Vivimos
un extravío crónico por cuanto la elite formal e informal, la élite política, religiosa, económica y judicial y la gran mayoría de la masa del pueblo, no tienen
conciencia de la existencia de un Dharma; esto es, de un orden universal. Obran y se
conducen sin medir ni tener cabal conciencia de la reacción y consecuencia de sus
conductas, y no se sienten obligadas por una ética de la responsabilidad.
Nuestra cultura occidental se debate entre un narcisismo suicida y una especie
de abandono ético de “todo da lo mismo”. Los medios tecnológicos (el
dinero, el ahorro, el transporte, los medios de comunicación etc.) inducen a una vida premunida de una
ilusoria seguridad y control del espacio y del tiempo. Resulta amanerado y
ridículo que políticos y líderes de opinión se manifiesten escandalizados por
la promoción y expansión de una antiética y seudo arte que mistifica el robo,
el tráfico de drogas y otras conductas antisociales, en circunstancias que, los
que ocupan los espacios de liderazgo se conducen con los mismos valores de los
rateros y de los narcotraficantes. Y no es un decir. En nuestro país, ministros
y altos empresarios participan de sórdidas reuniones, donde con certeza casi
absoluta se transan sobornos explícitos o implícitos. La clase política está ocupada
casi exclusivamente en batallas campales impúdicas para conservar prebendas,
sinecuras y beneficios, ilegítimos a todas luces. Y desde todos los sectores
políticos, empresariales y religiosos, se manifiestan defensas de autoridades
sorprendidas en flagrantes latrocinios, solo porque son “de los nuestros”.
¿Por qué la conducta del bajo pueblo debería ser distinta? No se puede sembrar maleza
esperando que crezca el trigo.
También
resulta grotesco manifestar escándalo y rasgar vestiduras por parte de
políticos y líderes en general, por el lamentable estado de la educación
escolar. Algunos en el paroxismo de la imbecilidad, se quejan de que los
educandos no administran destrezas para el logro del aumento de la
productividad económica. Como si aquello tuviese alguna importancia en una
sociedad conformada por individuos sin carácter, que no respetan la ley ni al
prójimo, donde la institución de la familia ha dejado de tener relevancia
social simplemente porque hacer familia es muy costoso y los priva de la gozadera de los bienes de consumo.
La perspectiva crítica de la educación, enfocada a que los educandos sean
piezas y partes de una máquina productiva, da cuenta con total precisión de la completa
ignorancia de la naturaleza humana que expresan esos críticos. Además, aquellos
que se manifiestan conturbados por esta realidad deprimente, en la tarde
sintonizan Netflix para ver las producciones cinematográficas que sistemáticamente
transforman a delincuentes, narcisistas y depravados, en héroes.
Chile,
al igual de lo que alguna vez denominó occidente cristiano, es una colectividad
conformada por individuos que no se sienten obligados por lo colectivo y que no
saben de donde vienen, hacia donde van; y que peor aún, no manifiestan ansiedad
por aquellas carencias. Solo expresiones superficiales de conturbación por las consecuencias
manifiestas de este mal.
¿Dónde
está el remedio? Un retorno a la ética de la responsabilidad que se puede
resumir en tres puntos: 1) Retomar el Dharma, es decir la conciencia que la
creación de Dios es un orden complejo susceptible de ser desordenado por el demiurgo
humano, y por ello es preciso retomar la conciencia del Dharma en la vida
individual y obrar a fin de conservar ese orden y promoverlo. 2) Obrar
ejercitando la prudencia a fin de que, las consecuencias de nuestros actos
-nuestro karma- sean virtuosos y no viciosos. Las cuatro virtudes cardinales de
nuestra tradición occidental son una buena herramienta para ello. Por último, 3)
obrar respondiendo cotidiana y permanentemente de la consecuencia de nuestros actos
ante nosotros mismos y ante la comunidad.
Pero
este remedio no es gratis. Importa ejercitar el derecho a rebelión contra una
plutocracia corrupta que hoy nos gobierna. El sopor espiritual al que han sido
sometido el hombre masa contemporáneo, lo hace muy difícil. Pero la humanidad
tiene acceso a una energía misteriosa que nuestra tradición occidental denomina
la Gracia Divina. A ella debemos invocar en estos tiempos de obscuridad.
Enero
2024