miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA SOCIEDAD MODERNA COMO FANAL



Un fanal es un artefacto que se había pasado de moda, pero últimamente lo he visto en algunas tiendas de departamento, como un elemento “retro” para decoración. Cuando no existían refrigeradores, los fanales eran populares y útiles. Consiste en una especie de campana de vidrio para la protección de alimentos, que permite mantenerlos libres de insectos y manos usurpadoras.

Este artefacto me permite imaginar analógicamente al mundo moderno, donde el interior del fanal es la sociedad en que nos ha tocado vivir: compleja, interdependiente, protectora, tecnológica, donde bienes y servicios están disponibles para todos; y el hombre moderno como residente beneficiario-prisionero dentro del fanal: aséptico, amparado y protegido de los peligros que acechan fuera de la campana de vidrio, pero evidentemente limitado a conocer el medio ambiente que se vive fuera.

Aunque de lo que se sabe, dentro del fanal se está más cómodo que fuera de él, las rebeliones contra el orden establecido, o contra el sistema, generalmente no vienen desde fuera del fanal, sino desde dentro.

Los revolucionarios post modernos aspiran a quebrar el fanal y respirar aire puro. Gozar de la libertad que se siente de ser dueño de su propio destino, denunciar y destruir  lo que les impide vivir más naturalmente. Pero paradojalmente, no existe mucha conciencia de cómo se vive realmente fuera del fanal, ni voluntad honesta de hacerlo.

Ejemplos de conductas que reflejan lo anterior hay muchas. Doy dos: La cruzada contra los llamados peyorativamente “cultivos transgénicos” y la cruzada por las “energías no convencionales”.

El esfuerzo de genetistas, agricultores, científicos y fabricantes de maquinarias agrícolas, permite hoy en el mundo y en nuestro país, que la población se alimente mejor. Y cuando digo mejor, digo; mayor consumo de proteínas y calorías per-cápita. El hambre que era hasta hace unas décadas atrás, compañero inseparable de una importante proporción de la humanidad, hoy se bate en retirada ¿gracias a quién?: A los odiados y vilipendiados alimentos transgénicos. En la opulenta Francia los activistas anti transgénicos dan curso a un populista e intransigente discurso, donde la imagen bucólica del buen primitivo que con su arado y sus bueyes proveía de lo necesario, quiere reemplazar a las malditas transnacionales productoras de semillas que nos privan de aquel maravilloso estilo de vida pretérito. Sostienen sin ningún asidero científico, que los transgénicos nos podrían estar envenenado o pudriendo nuestros genes. Si acaso el retorno de la añorada agricultura tradicional tiene por consecuencia el alza de precios de los alimentos, escases de los mismos y el hambre; eso ya no es problema de estos caballeros cruzados.

El fundamentalismo de las energías no convencionales en tanto - definidas jurídicamente con sorprendente arbitrariedad e imprecisión-, es algo que para Chile ha tenido consecuencias bastante más dramáticas. El ataque contra todos (digo todos) los proyectos de energías convencionales que han propuesto inversionistas a las autoridades nacionales en la última década, reviste el carácter de una ópera prima de opiniones sin responsabilidad ulterior para el emisor. Todo en un ambiente de fanatismo irreflexivo que le costará muy caro al País y bajo la premisa de; me opongo y la solución no es mi problema. Ataques contra el modelo de desarrollo sin proponer otro, festivales de opiniones sobre fuentes de energía sin ningún sustento empírico, son solo parte de esta verdadero “trastorno de la personalidad” colectivo.

Un par de ingenieros comerciales (que de energía saben tanto como de cohetería) tenían en venta un proyecto de central solar que bombearía agua de mar en Iquique y después la lanzaría desde las alturas para generar energía hidroeléctrica. ¡ pero cómo no se nos había ocurrido antes!! Otros hablan de las centrales de paso y no saben que es lo que son. Un candidato presidencial decía que él estaba por “la regulación de precios” de la energía sin que ningún entrevistador le recordara que los precios de la energía son regulados desde el gobierno del general Ibañez hasta hoy. En resumen: todos opinan y casi nadie entiende lo que dice.

Los conductores políticos, y los medios de comunicación, en vez de conducir a la opinión pública a la cordura, se dejan arrastrar por los “sentimientos” de los anti-todo, en aras de la no muy clara cosecha de votos y/o rating. Los jueces por su parte se dejan influir por visiones escatológicas y catastrofistas de los apóstoles del “me opongo”.

Lo que necesita el País es recuperar la capacidad reflexiva, la aptitud de escuchar razones y no compulsiones; dejar hablar a los que saben; reconocer que todas las decisiones que adoptamos en la vida desde que nacemos, se someten a la balanza de los costos y los beneficios. Si después de conducirnos de esa forma, llegamos a la conclusión que lo mejor es una sociedad autárquica y pastoril sin energía eléctrica, asumir en toda su extensión el costo que eso tendría.

Romper el fanal y vivir en estado de naturaleza, debería ser una decisión colectiva y no de elites seudo intelectuales. Si los que no quieren vivir bajo el fanal no son mayoría, siempre tendrán el derecho a vivir fuera de él, pero no tienen derecho a quebrarlo.  

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