lunes, 18 de diciembre de 2017

CRITICA DEL LIBRO DE C. PEÑA “LO QUE EL DINERO SÍ PUEDE COMPRAR”

CRITICA DEL LIBRO DEL PROFESOR CARLOS PEÑA “LO QUE EL DINERO SÍ PUEDE COMPRAR

LO BUENO

Mérito de don Carlos Peña es el -poco habitual- esfuerzo de los eruditos en ciencias sociales criollos, por atraer a los complejos tema abordado a la mayor cantidad posible de lectores -legos y profanos-, ejercitando en la medida de sus posibilidades, aquella gentileza exigida por Ortega a los filósofos, cual es la claridad. Su vocación de profesor y maestro diría yo, es lo más destacable. Así también, la ordenada formulación del problema, condición de posibilidad de que un problema sea resuelto o al menos clarificado. El esfuerzo de revelarnos en su obra, muchas fuentes para mí desconocidas y otras que pasé por arriba en mis lecturas universitarias y que a consecuencia de su obra comienzo a valorar; es un enorme aporte que se agradece, para quien como el suscrito, anda por ahí revolviendo letras para encontrar claridad en este laberinto obscuro que es la modernidad y sus fenómenos. Se agradece sinceramente. Doble merito y aporte, para quien lo hace desde la perspectiva de este minúsculo rincón del mundo que es Chile, donde la creatividad intelectual es escasa.

LO MALO

Su dualidad de profesor a la vez que líder de opinión, provoca una tensión, y a veces abierta contradicción, entre traer claridad sobre un fenómeno, con formar opinión sobre ese mismo fenómeno. Entrelazados en silogismos bien urdidos el autor vierte opiniones manifiestamente equívocas de ciertos fenómenos, que hacen perder peso a sus conclusiones. Solo me refiero con lo anterior, a algunos episodios del libro, cuando sus subjetividades hacen manifiestamente poco plausibles sus conclusiones. Lo mejor de su tarea, es dejar formulado el problema para que el lector agudice su atención en la búsqueda de las respuestas. No es que crea que el autor sea un vendedor de pomadas, pero a veces su naturaleza de líder de opinión lo traiciona.

Otro ripio a mi juicio son las formas verbales usadas para referirse a la bibliografía y transformar perspectivas sobre una realidad en criterios de autoridad: donde el autor dice evangélicamente “nos enseña fulano”; debe decir; “opina fulano”. Donde dice “la ciencia social nos revela”, debe decir “ciertos analistas dicen”. En fin. Quizá soy demasiado celoso de mi independencia intelectual, pero creo que a menudo el autor es algo jesuítico para referirse a temáticas muy discutibles.

MI CRITICA

En general el libro discurre por un carril ordenado, dando cuenta el autor, especialmente por las fuentes citadas, su pertenencia a una corriente intelectual y filosófica que es la que me apresto a refutar: el racionalismo. Y su consecuencia – a mi juicio- la inaptitud de la obra y de dicho método para traer genuina claridad sobre los fenómenos que aborda. Me explico:

El idioma y sus palabras son representaciones de la realidad y no la realidad misma. Aquello es obvio. El que busca traer claridad sobre los fenómenos debe empeñarse por usar palabras que encierren una realidad concreta y no muchas, a veces contradictorias entre sí. Todo ello a objeto que esa representación ponga, urbi et orbi, claridad sobre de que estamos hablando. Lo que digo parece trivial, pero para cualquiera que ejerce la lectura crítica, analítica y escéptica de filosofía o ciencias sociales sabe que no lo es. En esta obra hay una palabra que Peña deja – creo yo deliberadamente- en un ámbito vagaroso e impreciso. Es la palabra mercado.

¿Por qué digo que deliberadamente? No se entienda que lo acuso de ser un timador intelectual. Esta imprecisión en que incurre el autor es una constante entre los racionalistas que se encuentran forzados a encerrar la realidad en un modelo o idea, previamente conceptualizados. Vulgarmente se podría decir: un prejuicio. Pero es mucho más complejo que un mero prejuicio.

Hay un breve, pero a mi juicio sustancioso estudio de José Ortega y Gasset, que se denomina “Ni Vitalismo ni Racionalismo”[1]. En él, Ortega conceptualiza su crítica al racionalismo que cruza toda su obra. Partidario él de la razón como método, y del concepto como tabla a que aferrarse para todo aquel que quiera traer claridad sobre los fenómenos y circunstancias que rodean al hombre; reconoce paradojalmente en el racionalismo su gran enemigo. Dice Ortega que lo real es contingente (me refiero a lo que nuestro pobre entendimiento humano puede percibir racionalmente); lo contingente encierra un número infinito de razones. El supuesto arbitrario que caracteriza al racionalismo es creer que las cosas -reales o ideales- se comportan como nuestras ideas. Esta es la gran confusión y la gran frivolidad de todo racionalismo[2].

Aquella vieja creencia racionalista que, para traer claridad sobre un fenómeno social hay que ampararse en un modelo desde el cual pensarlo, trae por consecuencia necesaria, que las palabras y los conceptos, deben ser forzadas a reflejar lo que el modelo dice que son.

Para ilustrar esta conducta permanente del racionalismo, me refiero a uno de sus excelsos cultores, quien edificara un enorme edificio ideológico amparándose en conceptos equívocos: Carlos Marx. Uno de esos conceptos por vía de ejemplo es proletariado. Marx reflejó en esta palabra una realidad concreta: un grupo social de desheredados de la Inglaterra proto industrial del siglo XIX que tenía condiciones y circunstancias muy precisas. Seguidamente edifica una idea sobre el comportamiento social y relaciones de poder en la sociedad humana que ve nacer ese grupo desheredado (la sociedad industrial inglesa de entonces). A continuación, construye una ideología donde grosso modo se concluye que la sociedad humana, desde siempre se ha conducido conforme a esa dinámica. Entonces, por la vía de la reducción, proletariado pasa a significar, cualquier tipo de desheredados en cualquier tipo de sociedad en cualquier estado del devenir humano previo a la entronización del régimen comunista que él propicia, tengan algo o nada en común con aquel grupo 
social de la Inglaterra del siglo XIX

Vamos a nuestro autor: ¿Qué es, el mercado? Pues un complejo conjunto de fenómenos sociales. Pero el autor lo trata como una idea univoca respecto de la cual, todos debiésemos estar perfectamente claros respecto su realidad ontológica. Cual ídolo que adorarían todos sus “partidarios” o puchimbol sobre el cual puedan golpear sus detractores. Ello en víspera de aproximarse a sus conclusiones o formulaciones respecto del problema. No es meramente una simplificación o error circunstancial. Es el clásico vicio intelectual que se encuentra en la raíz del racionalismo, y que forma parte de su método.

Entiéndaseme que esta crítica a la metodología racionalista del autor, no reduce el valor de la aguda tesis central: la modernidad como cambio cualitativo de valoraciones sociales, trae sobre los fenómenos que la hacen posible (la intensificación de los intercambios comerciales que conocemos como sociedad de consumo es una de ellas) un sentimiento ambivalente de amor-odio. La crítica a la sociedad de consumo entonces resulta, como acredita el autor, particularmente equívoca y ambivalente. Fundada implícitamente en una idealización arcádica de la sociedad pretérita, acompañada de una devoción por las consecuencias visibles de la sociedad capitalista actual.

Lo que nos queda debiendo el autor es cumplir la misión de todo filósofo o del analista social de rango superior: explicar y traer claridad sobre aquella ambivalencia y, lo más difícil, los cursos de acción para superarla. Y la razón de esa deuda radica, a mi juicio, en el método preferido por el autor para aproximarse a la realidad: el racionalismo.

¿Es demasiado lo que pido? ¿Es esta pretensión ambicionada por el autor? Desde luego, nadie dijo que era fácil llegar a conclusiones evidentes en un fenómeno (o conjunto de fenómenos) tan complejo dominado por la mutación y el cambio, y menos urdir cursos de acción para superarlos.
Diciembre 2017



[1]Ni Vitalismo ni Racionalismo”; Obras Completas Tomo III pagina 270
[2] El razonamiento completo de Ortega para llegar a esta conclusión, es muy agudo. Y se ampara nada menos que en uno de los apóstoles del racionalismo: Leibniz

martes, 21 de noviembre de 2017

LA MUSICA Y EL CRECIMIENTO ECONOMICO

LA MUSICA Y EL CRECIMIENTO ECONOMICO


Ricardo Lagos figura señera de la renovación socialista, durante la campaña presidencial se despachó el siguiente apotegma: “El crecimiento económico es lo importante; lo demás es música”.

En la derecha, Sebastián Piñera y las cúpulas partidarias, implícitamente coincidiendo con lo sentenciado por Lagos, centraron su discurso para acceder a la primera magistratura y a la mayoría en el parlamento, en crear las condiciones para retomar la senda del crecimiento, creando más y mejores empleos, tal y como la lógica del crecimiento dicta; mejorando las pensiones, y promoviendo la alegría que el confort y la prosperidad económica de las clases populares les prodiga. La alegría del mall, del automóvil propio, de las vacaciones en Miami. Arriba los corazones porque vienen tiempos mejores.

El discurso de José Antonio Kast, centrado en el derecho a creer en Dios y profesar esa creencia, en la justicia hacia los militares presos o en vías de estarlo a quienes se les ha negado ella sin fundamento, en la defensa del que está por nacer, en los contenidos valóricos de la educación, en la protección y promoción de la familia – la única que existe – formada por el matrimonio entre un hombre y una mujer, en enfrentar a quienes propician la descomposición de aquellos valores; fue calificada por varios personeros de la campaña de Piñera, como “darse un gustito”. La derecha debe ser inclusiva, declaraba el piñerismo. ¿Quieren casarse los homosexuales? Pues en que afecta eso el crecimiento económico. En nada y por ende ¿para qué oponerse? ¿En que afecta el crecimiento económico que la mayoría quiera el aborto y el homicidio del que está por nacer? En nada, pues hagámosle una verónica al tema a través de la principal funcionaria de Piñera, ahora en el Tribunal Constitucional, de manera de hacer posible que se legisle sobre esta modernización. ¿En que afecta al crecimiento económico que a los militares que participaron en la guerra subversiva hace más de cuarenta años se les persiga políticamente y se le niegue lo que todas las convenciones de derechos humanos le conceden a todos los habitantes del planeta? En nada. Por el contrario, el people meter apunta que la chusma aún quiere venganza, de manera que es funcional a ganar las elecciones, no solo aceptar esta miserable iniquidad, sino que promoverla con discursos superficiales y medias frases.

Todas esas banderías son música. No hay tiempo de convencer sobre la justicia de esos temas, al pueblo preocupado del auto propio, del mall, del acceso a las clínicas luminosas cuando se enferman y de la pensión de jubilación. Aquella que el oráculo, Carlos Peña, identificó como mayoría incontrastable. No hay tiempo para la música ni darse gustitos. Centrarse en lo importante: el crecimiento económico.

La izquierda laguista por su parte, prisionera del pragmatismo y con discursos desgastados, agoniza. La democracia cristiana en la UCI. ¿Por qué? Pues porque irrumpe la tercera fuerza que extrae adeptos principalmente de esos sectores. El Frente Amplio. Un movimiento heterogéneo y disruptivo de los valores y procedimientos de la izquierda convencional. Una heterogénea conjunción de voluntades que quieren cambios no está muy claro de qué y hacia que lugar. Los partidarios del pearcing, de la estética confrontacional, de los grafitis chocantes, del feísmo, de la permisividad sexual sin límites; aquella que en España ha dicho podemos; la izquierda de los derechos sociales sin límites, aquella que apela a la letra de la música de Queen; “I want it all; and i want it now”. ¿Qué su relato no funciona porque la sociedad rápidamente se arruinaría? No señor; si se puede es su lema de combate. Es cosa de quitarle a los ricos para darle derechos a los que resienten de los valores de los ricos. ¿Es que los ricos ya no serán ricos o se llevarán su riqueza? Nada. ¡Vamos no más! Las cosas se arreglarán en el camino. Vivan las chicharras. Mueran las hormigas pareciera ser su lema. ¿Qué fue del proletariado y sus ansias de redención a través de la revolución socialista popular y proletaria? Son cosas del pasado. Ahora todos apelamos a derechos de hacer lo que se nos antoje. La política es música y no crecimiento económico. Una música harto disruptiva e inarmónica por lo que se puede apreciar.

¿Dónde está el error de Lagos, de Piñera y de Carlos Peña para interpretar este fenómeno? ¿Cuál es la o las emociones fundantes del español Podemos y del chileno Frente Amplio? ¿Por qué el activismo tipo lavinista y el aburrido, repetido y alegremente falso, discurso de Piñera, no concita apoyo ni el interés siquiera de quienes lo apoyan? ¿Por qué el dedo de Lagos ya no tiene efecto de emocionar a nadie? ¿por qué el partido socialista democráticamente se hizo el haraquiri privándose de su carta para ganar las elecciones presidenciales en primera vuelta con el apoyo incluso de toda la derecha económica?

Conjeturo dos causas que podrían traer luz sobre estas preguntas. La primera dice relación con el extravío del genuino arte de hacer política. La segunda con la existencia de una crisis de los deseos en el contexto de nuestras sociedades opulentas.

¿Qué es la política? Pues el arte de gobernar de modo que los conducidos hagan lo que la voluntad del conductor quiere. Las elites políticas chilenas -principalmente las de derecha- son culturalmente pobres en sus visiones del hombre abstracto y concreto, ni les ocupa formarse convicciones claras sobre el sentido de la existencia humana. Por eso los liderazgos reales son escasos en Chile y normalmente apabullados por la fronda apegada a sus superficiales aspiraciones. Fue la derecha la que inauguró la doctrina de supresión de liderazgos para ser reemplazados por figuras. Había que conducir el País como una empresa: por un gerente general con un perfil satisfactorio. Refiriéndome a los candidatos presidenciales como ejemplo que se replica hacia abajo; la primera figura fue Büchi. Luego fue Arturo Alessandri. Ambos sin liderazgo real. Seguidamente fue Lavín. Este último fue refinado en cuanto a su perfil de gerente general, se hizo atractivo y locuaz como hacedor de cosas y casi derrotó al líder por excelencia de la izquierda, Ricardo Lagos. La izquierda aprendió la lección y desde entonces solo se casa con figuras; no con liderazgos. Doña Michel se vistió de tanquista con su dulce sonrisa, y gobernó Chile durante 8 años. Ahora levanta al mediático lector de noticias Guiller. ¿Quién es el hombre Guiller? No interesa; conque apunte bien en las encuestas basta. Piñera en tanto, es el gerente general por excelencia. El Lee Giacoca chileno. El que sabe cómo se hacen las cosas en una empresa y un Estado no es más que eso: una empresa grande. ¿su visión del mundo y del hombre? No interesa. Y la que vagamente explicita no es congruente con su trayectoria de vida. Pero da lo mismo. Eso es música solamente como dice Lagos. Y además los temas trascendentes hay que eludirlos porque pueden restar votos. Aquello es ineficiente. Entonces pues, la derecha y la izquierda abandonan la política en sí. El arte de conducir; y lo reemplazan por el arte de ganar las elecciones. En base a matices y recetas más o recetas menos, proponen solo el anhelado crecimiento económico. La música los tiene sin cuidado.

Así las cosas, los dueños de Chile, (como los calificó la candidata del Frente Amplio en la noche de la elección, en un discurso que más pareció confidencias a su psicoanalista), han traicionado la esencia de la política entendida esta como el arte de conducir. ¿Conducir a quién?  No a un hommo economicus, sino a un ser dotado de una existencia trascendente del panne lucrando. ¿Y cuál es la consecuencia de este traicionar la esencia de la política? Pues el desafecto. El que quiere ser conducido a la hora de escoger a su conductor debe identificarle como un líder. Al líder se le tiene afecto porque le devela, le ilumina un camino que a al gobernado le es abstruso u obscuro. Piñera y Guiller no son amables en el sentido exacto de la palabra. Son un recetario de cosas demasiado triviales. Guiller un poco más conectado con la realidad antropológica que señalo, reconoce implícitamente no tener esa lámpara para iluminar el camino. Si fuere honesta su exhortación expresada en su discurso después de la elección de primera vuelta, donde convoca a todos para fijar el derrotero de su futuro gobierno estamos en graves problemas, porque querría decir que no se sabe muy bien hacia dónde va la micro. Todo en su discurso son adjetivos, y obviamente aquella convocatoria viola la ley de gravedad de la política: el líder conduce a los liderados y debe por ende conocer el camino y el objetivo anticipadamente. Lo que está diciendo Guiller a través de su convocatoria implícitamente es; no me importa por donde y a donde vamos, lo relevante es que yo vaya en el puente de mando.

¿Cuál es la emoción que anima a los podemistas y frenteamplistas? Está descrita hace más de 90 años en los capítulos VI, VII y VIII de “La Rebelión de las Masas” por Ortega. Esa emoción no es inédita; fue la que animó París del 68. La perfección misma con que la modernidad ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida, es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar, y, al mismo tiempo, son insolidarias de las causas de ese bienestar[1] 
El reformismo frenteamplista no arranca de una épica destructora y necesariamente de reemplazo como lo fuera el marxismo leninismo. Se trata de apropiarse, ojalá pacíficamente, de los frutos edénicos que la modernidad ofrece. No hay una querella contra la modernidad ni necesariamente contra el capitalismo. Se trata de disfrutar la modernidad sin el tedioso y fatigoso camino de ganarse sus frutos. Y su eslogan no es absurdo ni imposible como creía Ortega. La modernidad y su técnica ha hecho posible la gratuidad del bienestar. La técnica del facilismo hace posible aquello. Por eso creo, el frenteamlismo y el podemismo español concita tanta adhesión. Cuando Ortega escribió La Rebelión, aquello era efectivamente un absurdo.

¿Pero cuál es a mi juicio el problema? Que la gratuidad, aunque hoy pudiera ser posible, afecta dos aspectos profundos de la arquitectura de la sociedad y de la interioridad del espíritu humano; hace necesaria la expoliación de algunos; y aquello, pónganle el nombre o el adorno que quieran, es coerción y violencia. Y según nos enseña Machiavello, causa de resentimiento imprescriptible. Y lo segundo, la gratuidad viola el principio básico que hace posible la mejora personal del hombre: ser gestor de su destino y amo de sus frutos. Hace dependiente e impotente al hombre para manejar su destino. No hay precedente de la utopía de la gratuidad universal, porque nunca fue posible a través de la historia. Hoy, si bien es posible, debe mirarse su posibilidad con recelo y evaluarse sus consecuencias que yo las creo antropológicamente devastadoras.[2]

Con relación a la crisis de los deseos, se conjuran dos vertientes para hacer que este fenómeno sea particularmente grave en nuestra cultura chilena: por una parte, una densidad culturar débil, fruto de una nación joven que nace como una sumatoria de mundos culturales diversos, como todas las naciones latinoamericanas; pero que en el caso particular nuestro, al ser nuestra colectividad algo más metódica que el resto de nuestros pares continentales, nos rodea una prosperidad que nos encumbra casi al nivel de nación “rica”. Entonces la crisis de los deseos se manifiesta como la describe a quien cito nuevamente; José Ortega y Gasset: Desear no es faena fácil. El nuevo rico no sabe tener deseos. En su secreto fondo advierte que por sí mismo es incapaz de orientar su apetito y por eso busca un intermediario que le oriente, y lo halla en los deseos predominantes de los demás.[3] Este fenómeno afecta vistosamente al mundo contemporáneo y en mayor medida de nuestro país por la señalada fragilidad cultural. La sociedad de consumo no representa para sus afectos una emancipación como pretenden sus inductores; es una esclavitud, no propiamente hedonista según la definición de Epicuro. Es la esclavitud de los deseos obligados por la carencia vital de deseos propios. Ortega va más allá: Si eso esto acontece en la órbita del desear que se refiere a lo que ya hay, imagínese hasta qué punto será difícil el deseo propiamente creador, el que postula desear lo inexistente, el que anticipa lo que aún es irreal.[4] En este punto es donde radica el desafecto hacia los liderazgos tradicionales de la política chilena: no hay convocatorias a deseos creadores de cosas y situaciones no existentes. Solo invitar a la prosperidad económica. Y eso obviamente no basta.

En síntesis, la rebelión de los necios -como se la ha motejado despectivamente en España- que representa la irrupción de los frenteamplistas, se explica fundamentalmente por carencias de los liderazgos tradicionales. Quienes lean la altura de los tiempos y propongan una misión congruente con nuestra condición de chilenos del siglo XXI, harán desaparecer estos liderazgos por omisión, que a mi juicio es la condición del Frente Amplio y de Podemos en España. La convocatoria y los niveles de adhesión de los cuadros frenteamplistas son muchísimo más débiles que la de los comunistas de los años 60, cuando aun la utopía de los socialismos reales estaba vigente.

Así pues, se equivocan Lagos, Piñera y Peña; lo que importa en política y concita adhesiones reales es precisamente aquello que despectivamente se le motejó como la música. Una música que concitare adhesiones que hagan desaparecer el feísmo frenteamplista y podemista, será una llena de armonía, que ponga en el centro, el verdadero ser del hombre y su relación con la armonía del universo, que creo yo, crea, inspira y permite Dios.

Noviembre 2017






[1] Capítulo VI “La Rebelión de las Masas” José Ortega y Gasset
[2] Reconozco que esta afirmación requiere dar razón para fundarla, pero es de tal extensión y complejidad que demanda un estudio aparte.
[3]Que es la técnica” José Ortega y Gasset
[4] Ibidem 2

domingo, 13 de agosto de 2017

GIRO COPERNICANO EN LA POLITICA

GIRO COPERNICANO EN LA POLITICA

En la introducción a su Crítica a la Razón Pura, don Inmanuel Kant da cuenta que su obra representa un “giro copernicano” en la perspectiva de la filosofía. Con esta metáfora el genio de Könisberg da cuenta de una enorme confianza en si mismo. Los que hemos visto siempre al mundo desde la perspectiva del escepticismo seguro habremos fruncido el ceño ante esta frase, preguntándonos a nosotros mismos; ¿que se ha creído este alemán pedante? El mismo Kant en subsiguientes párrafos se hace cargo ese sentimiento que pudieran generar estas palabras.
Por ello pido disculpas de antemano por la presunción del título de estas letras. Soy un convencido de que la realidad de las cosas, gira lenta y perseverantemente en el universo, y que los seres humanos somos, temporales medusas rodeadas de un océano de ignorancia y obscuridad, que intentan otear lo que les rodea y a veces presumen de hacerlo, como el autor de estas letras.
La política es el arte de gobernar voluntades. Es una palabra que representa el afán de provocar, que voluntades ajenas a la mía propia, se conduzcan de la forma que mi voluntad propia quiere que se conduzcan. En el contexto de la condición gregaria del hombre, la política es un quehacer colectivo, donde una voluntad gobernante pretende prescribir hacia donde deben dirigirse las voluntades subordinadas.
En el arte de la política; el querer, la finalidad, el destino, o estado deseado del gobernante para con el gobernado; es el centro del debate de la política. Se supone que, derechas e izquierdas, conservadores y liberales, revolucionarios y reaccionarios, capitalistas y socialistas; quieren cosas o estados deseados, diferentes los unos de los otros. Es preciso reparar en lo equivocas y aparentes que son estas diferencias. A mi juicio todos esos actores de un polo y otro, comparten puntos de vistas comunes que son los puntos de nuestra común cultura occidental.
Los alemanes, siempre tan seguros de si mismos, bautizaron estos deseos, como inspirados en diversas weltanschauung -visones del mundo-. Y bautizaron a la diversidad de estos deseos sobre el porvenir como kulturkampf -la guerra cultural- (¡Tan categórico que es el idioma teutón! Los argentinos deberían hablar alemán).
Nietsche el epítome de esa pedantería filosófica alemana, criticando al hombre moderno señala que, es aquel que ya no sabe que hacer. Con su metáfora nos ilusiona, qué en un estado pretérito, el hombre si hubiese sabido que hacer, y ese saber lo hubiese extraviado en algún punto del camino por la historia. En su Zaratustra se mofa del “último hombre”, aquel melifluo personaje que él desea superar a través del ultra-hombre. Pero desde mi perspectiva de humilde y escéptico huaso chileno me pregunto, si realmente hubo un primer hombre, o si este se diferencia en algo de ese último hombre, implacablemente caricaturizado por don Federico. Dese luego creo que el über mensh, no pasa de ser un desvarío de don Federico, camino a su insania final.
Mi tesis, expresada con muchísima mayor humildad intelectual, es que el hombre histórico y prehistórico, ha deseado ni más ni menos, lo que le ha sido posible desear según sus circunstancias; y reconociendo lucidamente esta condición menesterosa para formarse un cabal juicio de la realidad, ha abrazado los mitos y religiones que le proporcionaban al menos una aproximación de esa escurridiza realidad.
Todos deberíamos coincidir que el hombre se ha permitido mínimamente controlar sus circunstancias por los conocimientos adquiridos y acumulados generación tras generación tal como pisamos sobre el suelo de estratos geológicos. Con el tesoro de tales conocimientos, su vida cotidiana se ha hecho menos difícil y ha ido mutando sus expectativas y estados deseados hacia el futuro. Gracias a este conocimiento acumulado, ha expandido esas expectativas y ha ido olvidando la ontológica condición menesterosa de su existencia.
Este fenómeno se ha bautizado como “ilustración” y que don Inmanuel Kant lo definió como una actitud: “sapere aude”, atrévete a pensar. Fue así como, en algún estadio de este devenir de la historia, fundamentalmente inspirado por el hombre europeo de 1790 en adelante, la humanidad como decimos en Chile, “se creyó la muerte”. Se olvidó y se mofó del saber mítico y religioso como perteneciente a un mundo oscuro y primitivo; y comenzó un camino más o menos extraviado respecto de su visión de si mismo, llegando a creer en los tiempos que corren, que no tiene límites. El control físico de las circunstancias a través del impresionante (-para mentes débiles como las nuestras-) desarrollo de la tecnología, le ha dado coraje para creer que su menesterosidad existencial quedó atrás, y algunos delirantes han llegado a sostener que podrá, más temprano que tarde, derrotar a la muerte. La polémica ideología de género, que hoy llena casuísticamente el debate público, se inscribe en esta actitud.
Así las cosas, en la política se han establecido desde la perspectiva ilustrada, ebria de entusiasmo por los logros tecnológicos, los estados deseados que animan la política moderna. Progreso y desarrollo son hoy ídolos ante los cuales la humanidad debe postrarse. August Compte, fundador del positivismo filosófico los traduciría en su lema “orden y progreso”; que inspiró la fundación de la república del Brasil, con cuya frase estampada en su bandera presumía dejar atrás el “oscurantismo” del ancien regime que sustituía.
Hace no más de tres décadas – vamos tan acelerados que ya se le olvidó al imaginario colectivo- los imperialismos estuvieron a un tris (exactamente a un tris) de hacer desaparecer a la humanidad con una guerra atómica, en nombre del progreso, desarrollo, libertad, igualdad, fraternidad y quien sabe que otra estúpida palabra vacía de sentido real. Creo que el progreso tecnológico tiene límites, pero por desgracia lo que no tiene límites es la imbecilidad humana. ¿Qué hizo posible tamaña indeseada posibilidad? Precisamente lo que yo llamaría, la imbecilidad ilustrada. Esta misma imbecilidad ilustrada es la que ha hecho posible que Estados Unidos haya denunciado el acuerdo de Kioto y de París sobre reducción de emisiones de gases efecto invernadero, los soviéticos secado el mar de Aral, los pesqueros depredado los mares transformándolos en basureros globales etc. etc. Seremos los campeones del cementerio, pareciera ser el lema de la imbecilidad ilustrada y progresista.
A pesar de la evidencia, progreso y desarrollo siguen siendo estados deseados que los poderes gobernantes inspiran como los estados deseados a las masas gobernadas. Y este hombre masa, -ilusamente- a través de los medios tecnológicos, se ha sentido liberado de ataduras y empoderado. Por tal razón ha perdido conciencia de su evidente condición menesterosa y se ha rebelado, como nos describe Ortega en su célebre obra La Rebelión de las Masas. Y se viene conduciendo desde hace más de un siglo, de manera insumisa. Y mientras más débil sea el sustrato cultural que le inspire una contención de sus apetitos, más insumisa es su actitud. La doctrina de los derechos humanos, ahora evolucionada hacia los derechos sociales, ha cooperado como una suerte de opio del pueblo, para el olvido de su condición mortal, menesterosa intelectual, atada al tiempo, al espacio y a sus circunstancias; limitaciones que son precisamente las que definen su condición humana.
Pero como señalé, este desear hacia el futuro o estado deseado, que anima a la política, tiene un límite: Solo se puede desear lo posible. Y digo lo posible desde un punto de vista muy trivial: lo posible para que sigamos vivos, para que las generaciones futuras hereden la vida que les podamos brindar permitiendo la sobrevida del único planeta conocido donde podemos vivir.
Y esto es lo que en mi perspectiva está sucediendo: la visión ilustrada, progresista, desarrollista de la sociedad y de la política, ya no da para más. Ya no es posible desear lo que el hombre ilustrado ha deseado hace más de 300 años. A causa del progreso y del desarrollo, se han juntado en el mismo planeta que cobijó a los dinosaurios, 5,7 billones de seres humanos, más que todos los homo sapiens que la han poblado en toda la breve historia de su presencia en el planeta. Multitud de bípedos implúmidos se siguen conduciendo en sus expectativas, de la forma que lo hacíamos cuando éramos menos de 1 billón. El resultado es una locomotora a 100 km/h en posición de colisión en contra de una montaña. No solo somos una cantidad potencialmente inviable dentro del planeta conforme al estilo de vida a que desempeñamos. Lo peor resulta de constatar que estos 5,7 billones se conducen, inspirados por las élites, de la manera que Ortega describe en le Rebelión de las Masas: insumisos y creyendo que todas las cosas que le rodean son como bienes edénicos gratuitos y sin costo; con lo cual el problema se agudizará día a día.

A fuer que me consideren tan pedante como don Inmanuel, propongo la superación de esta perversa dinámica a través de un giro copernicano de la política que, -esta vez si- marcaría un antes y un después. Propongo dejar atrás la era de los derechos, para iniciar la era de los deberes. Hay pueblos que ya lo están haciendo. Los japoneses son un ejemplo. Una nueva era donde el presuntuoso lema de Kant Sapere Aude, fuese sustituido por el más antiguo; Memento Mori, acuérdate que eres mortal.

martes, 30 de mayo de 2017

RAZONES, INTUICIONES, EMOCIONES, OPINIONES Y DEMOCRACIA

RAZONES, INTUICIONES, EMOCIONES, OPINIONES Y DEMOCRACIA

El racionalismo es una creencia que básicamente relata, que la realidad es susceptible de reconocerse a través de la razón. El presupuesto del racionalismo supone que todo fenómeno tiene su causa. René Descartes decía que el ser de las cosas, lo “descubriríamos” hilvanando causas que a su vez tienen causas y que a su vez tienen causas; hasta que llegaremos a la esencia de las cosas. Otro de los padres del racionalismo, Gottfried Wilhelm Leibniz, nos hizo saber que este método tenía un pequeño gran defecto que lo hacía un ídolo con pies de barro. A menudo en el ejercicio de buscar las causas de los fenómenos, nos encontramos con entidades que resulta imposible entenderlas a través de la razón humana. Dos ejemplos clásicos de este género de entidades, son el tiempo y el espacio, los cuales por empeño que le pongamos e inteligentes que seamos, nuestra razón humana es incapaz de concebir. Se me refutará diciéndome que científicos han dicho muchas cosas sobre el espacio y el tiempo. Es verdad que han dicho muchas cosas, pero esas cosas que han dicho, son fundadas no en la razón pura, sino en un mecanismo discursivo llamado intuición. Una intuición es plausible, esto es “nos hace sentido”, cuando no es falsa; es decir, cuando no es posible refutarla por una razón, vale decir, hasta que descubramos por medio de algún razonamiento, que no es verdadera sino falsa. Así pues, el sustrato, la base, o la viga maestra de todo conocimiento racional – incluso la matemática- es la intuición.

Pero los seres humanos nos aproximamos a la realidad, no solo a través de la razón y de la intuición plausible. Hay otra cuestión que impulsa nuestra conducta; y esta es la emoción. Somos seres racionales, hasta por ahí no más. Y la emoción, es una pulsión que puede o no estar orientada por la razón, pero esencialmente es no racional, esto es, no proviene de la medición causal de los fenómenos. Nada más “se nos viene encima” y nos ilustra la realidad.

Y aquí viene algo que el existencialismo y el inmanentismo moderno a menudo olvida: las decisiones que adopta la voluntad humana tienen un resultado, un efecto, una calidad intrínseca: son más o menos buenas o malas, idóneas o inidóneas, para el logro de los fines de los individuos y de las colectividades. Y es por ello que la escolástica, hace ya muchos siglos atrás ofreció claridad sobre como conducirse. Las virtudes cardinales. Y esto no es solamente para irse al infierno o al cielo según la creencia cristiana. El ejercicio de las virtudes cardinales tiene un resultado también contingente. Por ejemplo; si ahorras podrás tener una pensión de retiro digna; bueno. Si no ahorras, en tu ancianidad serás una carga para alguien; malo. ¿y a que nos invitan las virtudes cardinales? Básicamente a que ordenemos nuestra conducta mayormente a la razón moderando las emociones.

Jean Francois Revel ensayista francés fallecido hace pocos años, era un convencido en las bondades de la democracia. Escribió un libro crítico de lo que en la modernidad se entiende por democracia, que se titula “El conocimiento inútil”. En él, se despacha el siguiente apotegma que me parece una síntesis genial: “La democracia se suicida si se deja invadir por la mentira, el totalitarismo si se deja invadir por la verdad”.

No una, sino muchas veces, he escuchado a políticos, sociólogos, economistas y periodistas decir que la opinión forma realidad. Aquella afirmación es un evidente sofisma porque es manifiestamente equívoca. Si yo digo cuatro es igual a dos más dos, la frase es verdadera y mi opinión “forma” es una realidad; pero si yo digo cinco es igual a dos más dos, mi opinión deforma la realidad; no crea realidad alguna; crea una mentira.

Hay un fenómeno contingente que tiene patas arriba a nuestro sistema democrático:
Las religiones y los partidos políticos, son entidades que por esencia están llamadas a formar opinión. Es decir, su tarea es orientar a los feligreses y ciudadanos respectivamente, sobre lo que la comunidad humana y los individuos humanos deberían hacer con sus vidas, en aras de una convivencia más justa y una vida humana individual más plena. Pero sucede que muchos ministros de la religión, y la casi totalidad de los políticos, lo que hacen, es tratar de leer la opinión de la gente para decir lo que la gente dice. Porque -como dicen sesudos analistas- la opinión forma realidad. Y la razón de eso es harto evidente, la mayoría de quienes se dedican a la política viven del aplausómetro y de los votos y secundariamente les interesa que la realidad discurra por un carril determinado. Por otra parte, muchos ministros y pastores religiosos, privilegian que los templos vuelvan a llenarse de gente, como sucedía antaño y profesan opiniones políticamente correctas.

Por otra parte, los medios de información masivos no solo informan, y algunos casi no informan – es cuestión de sintonizar los noticiarios de la televisión por la noche-. Principalmente lo que hacen, es formar opinión. Y más grave aún; existen entidades que han surgido como un floreciente negocio, y que – por lo que se dice hasta ahora- gozan de gran legitimidad y credibilidad: las empresas de medición de opinión. Estas entidades nos invaden con encuestas y mediciones de opinión, a través de metodología compleja y sofisticada, creada supuestamente en base a criterios científicos, reflejándonos supuestamente la prístina y pura realidad.

Pero sucede que medios de comunicación y empresas de medición de opinión; estos supuestos “espejos” de la realidad, son un negocio. Negocio que está al servicio de sus clientes. Y esos clientes tienen una opinión, y – algo menos prístino y un poco sórdido - tienen un interés e intención para con la realidad. ¿Quiénes son estos clientes? Principalmente el gobierno de la república y sus poderes públicos (que remuneran jugosamente a los medios de prensa y a las empresas de encuestaje con nuestros impuestos), los partidos políticos y las empresas de consumo masivo.

Entonces pues, invadidos por informaciones tendenciosas, orientadas a formar opinión, a la vez que asfixiados por encuestas que “reflejan” la opinión pública; se forma opinión; y como repiten sesudos sociólogos y economistas, con la opinión se crea realidad. Pero esta creación de opinión, para que sea fácil, debe fundarse básicamente en lo que primero aflora en el ser humano: las emociones. Para los ejercicios racionales, el people meter es ineficaz. Hay que “picar cebolla” para que la idea pegue”. Entonces como time its money, formemos opiniones emocionales que normalmente y casi por regla general son de baja calidad y de precario apego a la realidad de los fenómenos.

Sucede que, solo la opinión correcta, forma realidad; y la opinión incorrecta deforma la realidad. Y aquello de deformar la realidad, es algo que podría tener sin cuidado a los poderes públicos a los partidos políticos y a las empresas de consumo; cuando aquello significa a los poderes públicos consolidarse en el poder, a los partidos políticos subir su popularidad y a las empresas de consumo masivo, aumentar su facturación.

¿Todos ganan entonces? No; hay un gran perdedor: la democracia; aquel sistema político de los hombres libres que pretenden expandir su soberanía personal ejerciendo sus fines propios en congruencia y armonía con los intereses y fines de la comunidad humana que les rodea. La realidad deformada es la mentira, que como nos señala Revel, es el suicidio de la democracia.

Chile; 

otoño 2017

lunes, 15 de mayo de 2017

EL DINERO, LA TÉCNICA Y EL SEÑORÍO

EL DINERO, LA TÉCNICA Y EL SEÑORÍO

Pretendo sintetizar en el papel, algunas ideas relacionadas con los medios y los fines de nuestra vida personal referidos a la técnica en general y al dinero en particular, siguiendo las ideas de José Ortega y Gasset expresadas en sus ensayos, “Que es la técnica” y “El Hombre y la Gente”. Me he detenido a reflexionar sobre el dinero, y el error común que se deriva de la omnipresencia de esta artificial entidad, que nos induce a confundirla con las circunstancias naturales que acompañan la vida humana.
Es el dinero una creación técnica, fruto del ingenio humano. Sus cualidades son muy singulares si las comparamos con otras técnicas. Se trata de una complejísima entelequia convencional, en que no basta para su uso, la voluntad humana enfrentada con meras cosas, carentes de voluntad; tal como la pala, el automóvil, etc. En el caso de esas cosas, la voluntad humana actúa sobre algo pasivo. El dinero también es una cosa, pero demanda para su funcionalidad, la concurrencia de múltiples voluntades, en distintos rangos de decisión. Por una parte, requiere de una autoridad coercitiva – por lo general jurídicamente sancionada - que impone su función y propicia estabilizar su valor de cambio; pero también, requiere de la voluntad los usuarios, que le deben conferir la credibilidad necesaria para cumplir su objetivo. El soporte subjetivo que el dinero tiene para ser un medio técnico útil y efectivo para quienes lo usamos, -es decir para casi todos los seres humanos del planeta- demanda complejos conocimientos técnicos y relaciones de poder, siempre susceptibles de tornarse inestables.
¿Qué es, esta cosa que se llama dinero? Encontraremos muchas y sofisticadas definiciones en tratados de economía. Al fin de nuestro análisis, podemos decir taxativamente, que es un medio de cambio de bienes económicos, comúnmente aceptado (y en lo posible, universalmente aceptado), que permite acumular valor y/o esfuerzo humano, del modo más efectivo posible.
Ha sido plausible el esfuerzo, que a través de la historia – sobre todo la reciente- han desarrollado economistas y estadistas para darle la mayor fiducia y eficiencia al sistema monetario, a fin que el dinero represente el espejo más nítido posible, de los esfuerzos individuales y sociales que crean riqueza. Siempre me ha llamado la atención, la frivolidad de los juicios críticos que se hacen en nuestro mundo, sobre la eficacia de los sofisticados medios técnicos inventados por el ingenio humano. He visto un grupo de pasajeros transformarse en energúmenos que reclaman airadamente, al suspenderse un vuelo en que debían embarcarse para cruzar el atlántico, porque hubo un fallo técnico que le impedía volar a la aeronave que debían abordar. Sin embargo, nunca he visto a nadie que se abrace ni vitoree al piloto o al gerente de la línea aérea, cuando se produce el logro sorprendente de que ese avión despegue. Con respecto al dinero hago un esfuerzo personal para sorprenderme cotidianamente, porque, el esfuerzo que realicé ayer, mañana tendrá un valor económico, gracias a que lo traduje a una medida de valor que es -nada más y nada menos- el dinero. A mi juicio, el dinero como medio técnico, es un logro de la inteligencia, más sofisticado incluso que los circuitos integrados o los logros de la electrónica moderna. La electrónica es pasiva. Por una sola vez el inventor constató la reacción de los elementos físicos, en sentido de estímulo-consecuencia donde los elementos físicos son esclavos del estímulo. El dinero en tanto es un invento móvil y mutante que demanda la prudencia de los gobernantes y la fiducia de los usuarios, y puede verse afectado cotidianamente por la subjetividad humana. Deben los expertos y autoridades monetarias, estar permanentemente confirmando y sofisticando los conocimientos adquiridos para conservar la fidelidad de quienes lo usan en una realidad social y económica mutante. Nuestra, ahora centenaria, cantora y poetisa Violeta Parra, nos recuerda agradecer a la vida, cuando somos testigos del fruto del cerebro humano.
Pero, ¿Qué es genéricamente “la técnica”? o más bien; ¿en qué sentido hablamos de técnica en esta reflexión? Ortega se ayuda en Kant para señalar que, una cosa es, ante todo, la serie de condiciones que la hacen posible. Entonces cabe hacerse la pregunta; ¿qué hace posible que exista la técnica?
El hombre podría vivir sin la técnica tal como lo hacen los animales. Estos viven para sus necesidades de subsistencia. Pero el hombre posee una potencia singular en el reino animal: puede ensimismarse; esto es, retirarse de la contingencia exterior y conversar consigo mismo; reflexionar en abstracto sobre el mundo y proyectar un impacto sobre ese mundo. Fruto de esta potencia, lo que proyecte, puede mutar el devenir. El animal también puede cambiar el porvenir: un elefante puede arrancar un platanar, devorar los plátanos y terminar la vida de ese vegetal; pero lo hace sin un plan preconcebido. Es solo el hombre, quien, gracias a su posibilidad de ensimismarse, tiene la posibilidad de planificar su acción sobre la circunstancia, lo hace, pero en función de un fin preconcebido por él que no es el fruto de una mera pulsión como les acontece a los demás miembros de la creación, tal como lo hace una tórtola cuando fabrica un nido.
Nos dice Ortega que esta capacidad, no es cosa que se le dé al hombre sin esfuerzo. Nos señala; El hombre ha tardado miles y miles de años en educar un poco —nada más que un poco— su capacidad de concentración. Lo que le es natural es dispersarse, distraerse hacia afuera, como el mono en la selva y en la jaula del Zoo.[1] Esta idea matriz de Ortega, nos lleva a la siguiente cuestión: ¿Este atributo humano de ensimismarse, es una cuestión volitiva o meramente potestativa? En otras palabras; ¿el hombre nativamente tiende a ensimismarse y crearse este mundo interior, o es esta una decisión propia personal? Lo que más adelante intentaré definir como el señorío ¿es un atributo nativo o solo conquistado por quienes deciden hacerlo? ¿existe en nuestra especie humana un estrato ocupado en exclusivo por el hombre superior y otro por los hombres elementales? ¿estamos todos hombres y mujeres llamados al señorío?
Sin perjuicio de abordar a continuación los cuestionamientos precedentes, podemos constatar que, el hombre o bien, algunos hombres; porque pueden ensimismarse, aspiran a hacerlo; y para ello la historia nos enseña que se han inventado las cosas técnicas; a fin de que sean estas cosas las que se ocupen de facilitar la subsistencia humana, y brindar mayores certezas a su devenir. El hombre inventa la técnica para que sean las cosas las que satisfagan sus carencias; porque aspira a la vacancia que le permita ensimismarse para continuar influyendo sobre su circunstancia. Esta potencia, exclusivamente humana que deriva, intuye Ortega, de un ejercicio afectado y artificial; salirse del mundo -a través del ensimismamiento- para crear un mundo que le sea mejor para sí.
Se diferencia pues el hombre del animal, donde este último se ocupa directamente de su subsistencia. El hombre en cambio, se ocupa de crear cosas que se ocupen de su subsistencia. Esta idea resulta basal para sustentar lo que paso a relacionar. Aquí la expongo de una manera muy sintética. Ortega en los ensayos mencionados, es quien la desarrolla cabalmente.
A consecuencia de tal razonamiento, es menester señalar que, el dinero no es propiamente un medio para satisfacer una necesidad inmediata o intermedia. Antes bien, es uno más de los medios técnicos, todos ellos destinados a permitir la vacancia del hombre y su suprema y única necesidad radical: mantener y sostener su vida dándole mayores espacios de certeza y soberanía en el devenir. Los medios técnicos son aquellos medios que permiten al hombre ordenar las circunstancias de su vida, a EL FIN, que es el propiamente humano: vivir. Pero este vivir, no se restringe a una vida meramente de subsistencia. El hombre radicalmente aspira a la vacancia que le permita aquello propiamente humano que distintos filósofos han denominado de diversas maneras; los divinos ocios; la labor creativa, el genio, el daimone etc. Esto que pudiera parecer tan evidente, veremos que en la práctica no lo es tanto, y que constatamos un desequilibrio en la humanidad contemporánea, que se deriva del extravío entre lo continente ( la vida) y lo contenido (los medios para vivir); entre la cosa técnica y la función técnica; entre los medios y los fines de la técnica.
Asumiendo que el hombre crea los artefactos para permitirle su ocio, su vacancia, cabe pues preguntarse: ¿Y que hace o que debe hacer, el hombre con su vacancia? Pregunta que es para Ortega la gran pregunta que debería preceder cualquier análisis de la técnica y que ordinariamente no se hace. Esta carencia que denuncia Ortega la vemos cotidiana y trivialmente, cuando se habla de progreso, desarrollo, crecimiento; sin un para qué de esas pretendidas conquistas.
El idealismo filosófico nos proporciona diversas recetas. En nuestra tradición intelectual occidental, es Kant, el más dilecto representante de dicha corriente filosófica, y enfrenta esta pregunta con alemana eficiencia y asertividad. A través de su genial pirueta intelectual busca enganchar al racionalismo, las creencias y doctrinas de la cristiandad, que ordenaron la civilización europea hasta entonces, y que produjeron ese enorme edificio de pensamientos, de los que nos servimos hasta hoy[2]. El realismo filosófico, en tanto -al que adhirió Ortega en su obra temprana - no nos presta tanto abrigo como el idealismo kantiano. Nos somete al vértigo de las grandes preguntas radicales del hombre donde los imperativos o aspiraciones humanas, de libertad y seguridad, se encuentran en una tensión, que no es soportada por recetas. Ortega nos enseña que las ideas son para la vida, y el hombre está condenado a decidir cotidianamente sobre su existencia, de una manera tal que el perro y el mono, no lo está. Y este extravío entre medios y fines que he mencionado, y al que me referiré al reflexionar sobre el dinero, es una consecuencia del impacto que este mundo del facilismo técnico sobre la vida humana, que debe soportar esta tensión permanente de decidir su devenir.
Pero, así como, el caminar en terreno barroso nos obliga a detenernos para limpiar nuestros zapatos, el objeto de estas letras es detenernos a reflexionar hasta que punto somos presa de esta confusión entre continente y contenido; entre medios y fines; y que curso de acción deberíamos adoptar para superar dicha confusión.
El hombre, no es su circunstancia, sino que está sólo sumergido en ella y puede en algunos momentos salirse de ella, y meterse en sí, recogerse, ensimismarse y sólo consigue ocuparse en cosas que no son directa e inmediatamente atender a los imperativos o necesidades de su circunstancia.[3]
Es manifiesto, que la omnipresencia de los medios técnicos que hacen progresivamente más fácil y aprovechable la vida humana contemporánea, gatillan las demandas de muchos hombres y mujeres contemporáneos por disponer de esas cosas. Cosas cuyos abuelos jamás soñaron tener. Los hombres y mujeres de hoy, que pueden tener a su disposición esos poderosos medios, que los habilitan a la vacancia, paradojalmente tienen menor disposición que nuestros antepasados, para el ejercicio de su vacancia.
Sostiene Ortega que, la perfección misma con que la modernidad ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida, es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza.[4] El mismo autor resiente de la humanidad expresando que el nuevo hombre desea el automóvil y goza de él; pero cree que es fruta espontánea de un árbol edénico. En el fondo de su alma desconoce el carácter artificial, casi inverosímil, de la civilización, y no alargará su entusiasmo por los aparatos hasta los principios que los hacen posibles[5].
Pensemos en el primer homínido que inventó el primer artefacto técnico; imaginemos a nuestro peludo abuelo viéndose amagado por un macho de superior tamaño que desea quitarle a su hembra. Se le ocurre, dada su menor envergadura física, coger un palo y darle un mazazo en la cabeza al intruso. El resultado es efectivo. Soluciona ese problema ya que el competidor que le amaga está muerto y no le importunará. Pero además se da cuenta que, cada vez que algo o alguien lo acose, puede valerse del mazo y solucionar el problema. El mazo es una cosa que mitiga los riesgos que le impone el devenir; le permite “descansar” en él. Este razonar del hombre en cuanto a animal técnico va escalando hasta nuestros días. La cuestión se torna más compleja. Son muchísimas las cosas destinadas a solucionar problemas ordinarios del devenir. Hoy, prácticamente todos los aspectos de la vida humada tienen una cobertura técnica que permite asegurar – o al menos mitigar – los riesgos que padece su vida en el devenir inmediato o mediato. A diferencia de nuestro peludo antepasado quien usaba o prescindía de su mazo según las circunstancias, la técnica actual nos rodea y moldea íntegramente nuestra vida. Y de tal fenómeno se deriva su peligrosidad. Esta especie de olvido del exacto sentido y función que la técnica tiene en la vida humana, en su célebre obra “La Rebelión de las Masas” Ortega nos la hace saber en tono de advertencia, poniendo el énfasis en la posibilidad cierta de la deshumanización del hombre y de la mutación del individuo en el hombre masa.
Para nuestro abuelo de las cavernas, la radicalidad de su soledad frente a los elementos y circunstancias hacía evidente su identidad. Para el hombre de la modernidad contemporánea en cambio, si no hay un propósito deliberado en mantenerse alerta en su soledad radical; identificar qué es parte de sí y qué aspectos de su vida son meras circunstancias, no resulta fácil conservar su identidad. Una consecuencia esperable, es que, rodeado de cosas técnicas, en un estilo de vida artificial, se adormezca y oculte el sentido original que la técnica tiene en la vida humana: ser una cosa artificial al servicio de la vida. Se produce así el drama o comedia de la modernidad: la vida al servicio de estas cosas que fueron creadas para el servicio de la vida. Ortega denomina a este fenómeno, la “obliteración de las almas”.[6]
Un daño colateral de “vivir entre algodones”, es que el hombre moderno, ablandado por la comodidad de sus circunstancias, ha aflojado su sagacidad. Y entonces, el fenómeno de la vida humana invadida por las cosas técnicas, que arrancó siendo espontaneo, es usado y estimulado, como técnica de dominación. Quienes creemos en la libertad radical del hombre, amamos y cuidamos de nuestra libertad personal, debemos ponernos atentos, como lo hacen las suricatas del desierto cuando se aproxima un depredador.
El fenómeno del poder, es decir, administrar el devenir, para que voluntades ajenas a la del poderoso se conduzcan de una forma como la voluntad del poderoso desea; se manifiesta más eficaz cuando existe mayor homogeneidad al estímulo respuesta en un grupo naturalmente heterogéneo de voluntades. El fenómeno del poder en una sociedad tecnológica, usa de la técnica originalmente destinada exclusivamente a permitir la vacancia del individuo, para conducir las voluntades y homogeneizarlas.
En la vida cotidiana del hombre contemporáneo, es el dinero, la “cosa” más omnipresente. Búsquese todas esas cosas que rodean al hombre de hoy con mayor intensidad; el automóvil, medios de transporte, smartphones etc. Si lo comparamos con el dinero, veremos que esté último se encuentra mucho más “pegado” a la vida cotidiana que esas otras importantes cosas.
Carlos Marx denunció que la religión era el opio del pueblo. Con la metáfora referida a esta droga que adormece los sentidos y provoca un placer letárgico, Marx se quería referir al bloqueo mental que provocaría la profesión de la religión, y que impediría el florecimiento de la conciencia de clase; estadio evolutivo que él concebía como requisito sine qua non, para gatillar la revolución proletaria y de esta manera alcanzar la utopía del comunismo.
Me cuelgo de la misma metáfora para sostener que el dinero en particular, y la sofisticada técnica moderna en general, son el verdadero opio del pueblo. Y la consecuencia de ello y su daño colateral, es la enajenación de la vida contemporánea, donde, una proporción importante de la población, vive sin conciencia alguna del sentido de sus existencias, y el resto, más o menos, con dicha conciencia debilitada.
En el norte de Francia y en el Perú, los cultores de la hípica adiestran caballos que se denominan “caballos de paso”. Se trata que la pobre bestia, a través de un adiestramiento sofisticado en el movimiento de sus rodillas, camine velozmente sin jamás trotar ni cimbrar el lomo. El resultado es que el jinete va plácido sin sufrir el ordinario zarandeo que se siente al trotar en un caballo que no posea esa técnica. La destreza se consigue sometiendo al animal a una conducta inducida, no espontánea: Lo hacen caminar por una superficie tapada de neumáticos de automóvil. La bestia debe poner atención levantando sus rodillas para no tropezar con los bordes de los neumáticos, y este caminar artificial, al cabo se va transformando en un hábito. Siendo muy cómodo de montar y admirable la técnica del adiestrador, es este condicionamiento en verdad muy cruel, y a mi juicio desnaturaliza a los caballos. Mi admiración por el caballo surge al verlo libre. Admirar su musculatura y su potencia nativa, es lo que personalmente aprecio. Al caballo de paso lo considero un infra-caballo, más que un supra-caballo como lo consideran sus cultores.
Hace algunos años se hizo popular una película denominada “Wall Street. El Dinero Nunca Duerme”. La estrella era el pérfido Gordon Gheko. Un self made man neoyorquino de origen griego, que desarrollaba su perverso genio para burlar las técnicas de control y hacerse millonario. En una segunda película se manifestaba Gheko, más viejo y más sabio, pero igualmente pérfido y diestro en su arte de ganar dinero quitándoselo a los demás. El personaje fue y es un referente; casi un arquetipo. La ficción se ampara en un mundo cien por ciento artificial que es donde se gana y pierde el dinero. Todo lo real y nativo de la vida humana, se encuentra en esa ficción, al servicio de la entelequia llamada dinero. Genialmente el director nos ilustra lo artificioso del mundo de Gheko, en la escena en que éste, coge un teléfono portátil mirando la salida del sol en la playa, y se permite un breve interregno en sus aviesas negociaciones con su interlocutor, para referirle la belleza del mundo real. Esa belleza es un adjetivo; lo sustantivo es el dinero.
Naturalmente es ficción, pero no solo lo es por ser una historia de una película: lo es porque fácticamente, la figura de esta especie de anti héroe perverso, espontaneo y dueño de sí mismo es manifiestamente falsa. Y no me refiero a la dimensión moral -código esencial a la sociabilidad- Me refiero a su realidad radical. La libertad de Gheko no existe en la realidad. Los Ghekos de la vida real no son los caballos de las praderas. No son los supra caballos que desarrollan su naturaleza íntegramente galopando libremente. Son en verdad como el infra caballo de paso. La función de los neumáticos en el caballo de paso, muchas veces la cubre la droga o el alcohol o la falsa concupiscencia de los bienes de consumo. La codicia es una conducta intrínsecamente dañina hacia quien es el codicioso. Nadie que se dañe sistemáticamente podrá aspirar al señorío de sí mismo. Gheko se hace daño asimismo, no porque caiga preso. Cuando no lo está, se hace aún más daño asimismo.
El absurdo del dinero transformado en un destino – por sobre la vida real- que la ficción de la película Wall Street retrata, se replica en la cotidianeidad (excluyo deliberadamente la palabra realidad). El arquetipo del héroe con su agenda copada de compromisos, que solo posee cortos intervalos para “desconectarse” y ocuparse de disfrutar la vida. ¿Han reparado que, en la publicidad contemporánea, cotidianamente se usa la palabra “desconectarse”? Implícitamente se asume que solo se está conectado, cuando nos ocupamos de las cosas del dinero, aquellas sin las cuales la vida no se hace posible. La ficción de Hollywood incluso, populariza símbolos sexuales perversos como Mr. Grey, que practica de manera sistemática y rigurosa el sadomasoquismo, como una manera eficiente de “desconectarse”.
Insisto: no me refiero aquí, a la repugnancia moral manifiesta que estos arquetipos inspiran; porque sucede que, en quienes cumplen códigos éticos de conducta y son empáticos con la comunidad que los rodea, también padecen de la obliteración de las almas que denuncia Ortega. En efecto, en la figura del hommo sistematicus, que es respetuoso del prójimo, vive también adormecido por este opio del pueblo, que es el dinero. Implícitamente, se valora por sobre su conducta ética, su conducta funcional. Digo, funcional, a que todo camine como corresponde. La figura del empresario o funcionario sobrio y cumplidor de sus deberes, que no “le queda otra que trabajar duro para salir adelante”, es un estereotipo amable. Pero que al igual que Grey y Gheko, también padece de esta confusión entre fines y medios. El hommo sistematicus es también un caballo de paso.
¿Cómo hemos llegado a este desequilibrio entre medios y fines? ¿Cómo puede ser que este medio técnico, el dinero; que radicalmente es un medio para liberar al hombre, facilitar su existencia; puede llegar a ser algo que le quita su humanidad y dificulta su existencia?  ¿Cuál, es la tecla que debemos tocar para re-afinar la melodía de la vida contemporánea, tan evidentemente desafinada?
Como la vida humana es infinitamente más problemática que una melodía, las teclas son muchas. Y en esto, para mayor dificultad, la obliteración de las almas, ha hecho posible la creencia en que es cuestión de una tecla. Las masas insumisas demandan soluciones, cuando intuyen que sus vidas carecen de sentido humano, como quien demanda un dentífrico de mejor calidad. Y esta demanda de mercado hace surgir los oferentes de soluciones mágicas: Los cultores de ideologías, los libros de autoayuda, los llamados modelos de desarrollo, y últimamente simplemente los que propician la rebelión de los necios, incitando mesiánicamente a demoler el orden contemporáneo sin nada a cambio. El “fin de los relatos” le llaman orgullosamente a su invento. La música de fondo de esta orquesta, son las encuestas de opinión y los medios de comunicación de masas, que desembozadamente se han transformado en medios de persuasión de esas masas carentes de derroteros personales.
El señorío es la conducta humana que importa el dominio de la propia voluntad sobre las circunstancias. No es solo o necesariamente la potencia de mudar las circunstancias; por cuanto la vida de cada cual se enfrenta a circunstancias que le son inmutables. El señorío es la conducta de quien vive su soledad radical, y en esa soledad radical desarrolla su plan de vida; plan de vida que tendrá en cuenta sus circunstancias buscando dominarlas en pro de ese plan.
Volvamos a la época de las cavernas: El señorío para nuestro abuelo de las cavernas que lo dejáramos luego del exitoso mazazo propinado a su enemigo, era la única conducta posible para él. Su libertad era insobornable, por cuanto no existía nada para sobornarlo. El macho alfa de la bandada de codornices, se sube al promontorio más alto para atender la seguridad de sus hembras y polluelos. Su destino es estar alerta. No tiene opciones.
El señorío para el hombre de la modernidad, donde los medios técnicos lo adormecen y lo hacen tender a tecnológico es infinitamente más problemático.
Es el hombre, un ser dotado de potencias muy superiores a las del resto de la creación conocida. Sin embargo, se encuentra paradojalmente prisionero de su misma creación técnica, al punto que ha desatendido su naturaleza. Teniendo presente que, el hombre, quiera o no, tiene que hacerse a sí mismo, autofabricarse; para el hombre, vivir es, desde luego, y antes que otra cosa, esforzarse en que haya lo que aún no hay[7], tenemos que la opción de humanizarse, no es salirse del mundo contemporáneo, sino aprender a vivir más humanamente precisamente en esta circunstancia. Romper este síndrome del nuevo rico, que es desear para su propia vida, lo que otros le señalen que debe desear.
Dramatiza al extremo Federico Nietzche esta disyuntiva del hombre contemporáneo. De pasada, filosofando con el martillo, hecha a la hoguera todo el esfuerzo humano por entender al ser del hombre. Pero sus imágenes nos son útiles a la presente explicación. Nos señala que el hombre moderno se encuentra enfermo. En su metáfora del último hombre[8], describe esta enfermedad como terminal. Su remedio es el Superhombre o el Ultrahumano. A fuerza de tanta metáfora, permite Nietzche que su pensamiento se nos escape como el agua entre los dedos. Desde luego no es el Superhombre, un individuo que vuela con capa. El Ultrahumano es aquel que ha recuperado su humanidad adormecida y letárgica, descrita en su discurso del último hombre.
Esta recuperación de la humanidad del hombre, nos exige a mi juicio, un ejercicio más trivial, que aquel pomposamente exagerado por Nietzche. Se trata de recuperar el sentido común. El pensamiento de Santo Tomás resulta útil para recordarnos los vicios y virtudes cardinales que nos abren la puerta a una recuperación de la humanidad extraviada. Recuperado que sea el sentido común, podremos recuperar un programa de existencia personal que sepa administrar estas circunstancias inéditas que el mundo moderno nos ha impuesto con la vida inundada de tecnología. El trabajo, el pane lucrando, el dinero, las comodidades que nos ofrece la modernidad; todo, al servicio de MI PLAN de existencia. No como sucede hoy con una mayoría de la humanidad: La vida esclavizada por el trabajo, el pane lucrando y el dinero.
En la historia humana nos revela Ortega, han existido sucesivos y diversos programas de ser, que han dirigido al hombre: El Faquir, el Gentelman inglés, el Hidalgo español etc. Es menester inventar un nuevo Señorío, propio de nuestro mundo rodeado de Smartphones, información on line, aviones etc. Es necesario reducir los espacios de la política, del poder, del estado, de las mega corporaciones; a su esfera propia, recuperando la soberanía para el individuo. Para ello no es necesario cambiar estructuras sociales, ni modelos, ni combatir al imperialismo o redistribuir el ingreso. Basta con liberar la infinita potencia de la inteligencia individual.
Mayo 2017




[1] “El Hombre y la Gente”. JOyG
[2] Crítica a la Razón Práctica
[3] “Qué es la Técnica”; JOyG
[4] La Rebelión de las Masas; JOyG
[5] Ibidem.
[6] Obliterar es obstruir tal como lo hace el colesterol con las arterias.
[7] “Que es la técnica JOyG
[8] Así Hablaba Zaratustra; Federico Nietzche