jueves, 8 de diciembre de 2016

EPISTEMOLOGIA EN LOS TIEMPOS DEL FACILISMO

EPISTEMOLOGIA EN LOS TIEMPOS DEL FACILISMO
La epistemología suele definirse como la teoría del conocimiento, o aquella disciplina que se refiere a la forma como se genera el conocimiento o se valida el mismo frente a terceros. Mis reflexiones apuntan a algo más trivial: Me refiero a la forma como se genera la opinión sobre las cosas y sobre los fenómenos.

El guionista y director Stanley Kubrick nos exhibe en su célebre película “2001 Odisea del Espacio”, a los acordes de “Así Hablaba Zaratustra” de Strauss, la escena inicial en que un homínido descubre un hueso, que, al asirlo de su mano, proyecta un elemento con el cual es capaz de obtener un resultado sorprendente: matar a su contrincante. Quiere representar con ello Kubrick el inicio del largo camino emprendido por la humanidad de “inventar” y desarrollar la técnica; cosas que satisfacen necesidades del hombre, y que, acumulatívamente, han ido mitigando su natural precariedad humana para controlar el espacio y el tiempo; aquellas categorías en las cuales nos encontramos prisioneros.

Una técnica básica, que ha marcado un antes y un después en este largo camino de la humanidad, en compartir y transmitir su conocimiento u opinión de las cosas, fue el habla; las palabras; el idioma; el lenguaje. Una sucesión de sonidos emitidos por la boca y a través de la garganta, que pretenden representar cosas. El segundo enorme escalón, fue la escritura. Una sucesión de símbolos que quieren replicar las palabras expresadas fonéticamente. Aproximándonos a nuestra era, hace algo más de 5.000 años, en las costas de Anatolia, unos individuos lograron ordenar el conjunto de palabras, sucediendo frases, una tras otras y dieron inicio al pensamiento reflexivo. A esta técnica la hemos llamado, el discurso. Es decir, dar razón de lo que se dice para justificar su valor de verdad.

En lo sucesivo, el discurso habrá de ser el método a través del cual, el hombre pretende ordenar palabras y frases, para entender y dar a entender la realidad que lo circunda. La historia de la filosofía y del pensamiento reflexivo, es una larga sucesión de discursos que se van completando, refutando, destruyendo, reconstruyendo; unos por otros; unos sobre otros. De tal manera, la humanidad progresivamente ha ido comprendiendo, de una manera muy limitada por cierto hasta aquí, las circunstancias que le rodean. También hubo desde muy antiguo, un uso fraudulento del discurso. Los sofistas son el ejemplo clásico de cómo, a través del discurso, en lugar de develar una realidad, se la puede obscurecer.

La imprenta permitió que muchos seres humanos, tuviesen la posibilidad de acceder a estos edificios de palabras, frases, ideas, comparaciones, paradojas etc. que encierran los discursos; y a través del esfuerzo intelectual, aprender, lo que los constructores de discursos nos legaban. Nos dice Ortega, que él ejerce presión de la mente sobre las cosas, para que estas nos entreguen su verdad. Una muy bella metáfora, reservada empero, a las mentes excelentes. Para las mentes ordinarias como la mía, esta metáfora es aplicable principalmente, a los discursos que las mentes excelentes han expresado sobre la realidad. Las mentes comunes entonces -siguiendo la metáfora orteguiana-, oprimimos a los libros, para que estos nos expresen lo que las mentes excelentes nos develan de la realidad. En ambos casos hay un esfuerzo intelectual.

El siglo XX marca un nuevo hito en este escalamiento que la humanidad ha desarrollado, sobre los medios técnicos para acumular y transmitir el conocimiento y la opinión: Irrumpen los medios de comunicación de masas. La prensa, los espectáculos públicos, la televisión; tienen por un lado, el efecto ascendente de hacer accesible el conocimiento y la opinión, a muchas personas que antes no tenían contacto con el discurso y el razonamiento. Empero tiene por efecto descendente, que la transmisión de opiniones y conocimientos se trivializa y se deteriora el discurso como medio para la comprensión de las cosas. Se inaugura la era del pseudo discurso. Ya no se necesita el esfuerzo intelectual para entender lo que las mentes excelentes a develado. Ya el mensaje viene digerido y además matizado de manera perversa con las emociones y afecciones, que cuando sojuzgan a la razón, tenemos un resultado potencialmente explosivo.

Pero, aun así, el discurso propiamente tal, mantiene su preeminencia, porque cuando queremos decir algo de algo, emitir un juicio; debemos adoptar el rigor de los emisores: hilvanar razones sobre razones. En efecto, si bien es cierto que este avance tecnológico del siglo XX, incrementó masivamente las facilidades, para los receptores de información, no fue así para los emisores. Estos últimos debían seguir ubicados en un orden de poder que los hiciera usuarios de esos medios, sobre los cuales los receptores tenían una relación más bien pasiva. Se mantenía hasta entonces la constante del esfuerzo intelectual para generar la información la que recaía principalmente sobre los emisores.

Pero la realidad de la técnica, no se ha detenido. Presenciamos el enorme salto tecnológico del siglo XXI. El uso masivo del computador, el celular, el internet y las redes sociales, han puesto a disposición de las personas el facilismo de la emisión. Sin mayor esfuerzo, las personas son capaces de emitir opiniones y estamparlas por escrito. ¿Y qué consecuencia ha tenido? Se ha masificado la emisión de un número de emisores elevado a la potencia de la potencia; emisores que no son cultores y perciben que no requieren, del recurso discursivo para decir algo de algo.

Este fenómeno conforma el segundo espolonazo infringido al discurso, como medio de transmisión de comprensión o develación de los problemas radicales del ser humano. En 140 caracteres, se puede decir lo que uno “siente” -esa es la palabra talismán que se usa para esta categoría de emisores - y la audiencia es toda la humanidad. El vértigo de decir cosas sin fundamento radical, ha expuesto al discurso, a un nuevo y esta vez más agudo deterioro de su valoración comunicativa.

Paradojalmente estos mismos medios tecnológicos pusieron gratuita y fácilmente a disposición de todos, datos que son producto del esfuerzo intelectual de miles de hombres de mentes excelentes. Antaño, el solo conocerlos era causa de un enorme esfuerzo. Hoy los conocimientos están ahí, y paradojalmente por el fenómeno descrito, se usan menos que antes.

No alejamos de la posibilidad de develar la solución a los problemas humanos, por cuanto los símbolos que son las palabras, ya no proyectan una cosa unívoca. Porfiadamente se insiste en concepto de una superficialidad irritante para describir el “estado deseado” de la sociedad humana. Palabras percibidas emocionalmente como buenas, en verdad no dicen algo preciso ni univoco y por consecuencia algo comprensible: derechos humanos, igualdad, desarrollo, inclusión etc. etc. Sacerdotes, dignatarios políticos, líderes sociales de todo orden, hablan y no se dan a entender. Y lo que es peor, muchas veces ni siquiera pretenden darse a entender; buscan principalmente golpear la emotividad de los receptores. Se persigue más, la perplejidad y el estupor, que la reflexión.

El resultado de este pandemónium de sentires, es un Babel afecto a la maldición de Jehová. Y los más audaces ya solo invocan sentimientos y pulsiones. Se acabó el relato, dicen entusiasmados de su brillante descubrimiento. Y como corolario de este festival de opiniones infundadas, surgen las encuestas de opinión; verdadero oráculo y objeto de idolatría, que nos ilustra sobre “la opinión pública generalizada”, el timón que guiará a la humanidad hacia un destino feliz.

Cuando a los indios americanos de La Española, Cristóbal Colón les regaló cuentas de colores, aquello debe haberlos ocupado un buen rato, pero muy probablemente después que decayó su estupor, cayeron en cuenta, que los conquistadores traían bastantes más “novedades” que las cuentas de colores. Alguna muy indeseables para ellos. Los computadores, el internet y los smartphones, son algo así como las cuentas de colores del siglo XXI. Ojalá la sociedad contemporánea despierte pronto de esta suerte de perplejidad en que lo han sumido los medios para saber y conocer, y se enfoque justamente en los fines: saber y conocer.

lunes, 7 de noviembre de 2016

EL POPULISMO COMO EXPRESION DEL TANATOS EN LA SOCIEDAD PACIFISTA

EL POPULISMO COMO EXPRESION DEL TANATOS EN LA SOCIEDAD PACIFISTA

En un libro del filósofo y pensador alemán Ernst Jünger que intituló “Tormentas de Acero”, me impresionó el relato del primer capítulo, donde el autor describe el día exacto en que el Imperio alemán declaró la guerra, que el mundo conocería como, la Primera Guerra Mundial. La escena descrita se me ha quedado grabada. El autor era apenas un muchacho en edad de ingresar a la universidad. Disfruta del corto verano prusiano. Estaba ocupado en observar a un obrero que reparaba un tejado. La noticia llegaba de boca a boca dado que la radiotelefonía era entonces limitada. Retrata el momento en que la civilización occidental, cuyo centro era Europa, y uno de los núcleos de inteligencia de aquella Europa era precisamente Prusia; había alcanzado su cenit. La reacción colectiva que describe no puede ser más desconcertante. Aquellos hombres y mujeres, teniéndolo todo en el sentido humano – prosperidad, cultura, arte, ciencia, pacífica convivencia nacional-, hombres cultos y prósperos; a la voz de guerra y destrucción, masivamente salen a las calles exultantes de alegría. La guerra: Promesa de destrucción, muerte y desolación, los torna eufóricos. El obrero deja el martillo en el tejado y sonríe al ver la alegría de los jóvenes que pronto serían guiñapos de sangre y barro en medio de las trincheras.
Es aquella, la descripción de una emoción que los antiguos griegos ya habían bautizado: El tánatos. El instinto de muerte. Un apetito hacia un estado de tranquilidad total, que propicia retornar al estado inorgánico previo a la existencia. El supremo hastío con la vida cotidiana. “Paren que yo me bajo”, pareciera ser la descripción de esa emoción, que con su contrapunto; el eros, el instinto de vida; conformarían los dos instintos básicos de la humanidad y de la naturaleza toda.
Los sabuesos del análisis histórico reconocen que el inicio de la guerra que describe Jünger, marco un período de demolición de la modernidad y su cultura, demolición que termina a medias el año 1945 y que concluye con la caída del muro de Berlín. Un período donde hombres inteligentes estimaron que la forma de hacer prosperar a una parte de la humanidad, era la destrucción de la otra parte de la humanidad; del “enemigo”. Es dable conjeturar que esos “inteligentes”, explotaron consciente y deliberadamente, aquella emoción de las multitudes, a través de “técnicas de envilecimiento” que describe el filósofo Julián Marías. Esa emoción que llamamos, el tánatos o apetito de muerte.
Es tan vívida y chocante la irracional historia de los últimos 100 años, plagada de batallas donde máquinas trituraban a seres humanos y a toda naturaleza circundante; período donde estuvimos a un tris de que los líderes se llevaran por delante la vida entera del planeta, disparando miles de misiles nucleares; que una ola de pacifismo inundó los espíritus de nuestra post modernidad. La humanidad quedó harta de guerras y destrucción masiva.
Pero sucede que el hombre pacifista post moderno sigue siendo el mismo bípedo implúmido, y el espíritu del tánatos sigue incubado en el espíritu de los hombres y de las sociedades. Manifestación de ello es el terrorismo post moderno; fenómeno que encarna este “apetito de muerte”. No obstante que se han borrado los referentes ideológicos (Baden Mehinhoff, Brigadas Rojas etc.), el fenómeno ha buscado su justificación en la religión con la yihad.
Pero hay otro fenómeno, mucho más generalizado y potente que el terrorismo, que encarna el espíritu del tánatos en nuestro mundo contemporáneo. Se manifiesta este coherente con el pacifismo post moderno; y es por ello más masivo que el terrorismo. Es el fenómeno del populismo, o lo que se ha dado en llamar la rebelión de los necios.
La palabra “populismo” ha servido para describir una serie heterogénea de manifestaciones de un fenómeno que no es nuevo. Lo describe de manera bastante completa y orgánica, Ortega y Gasset en su obra cumbre “La Rebelión de las Masas”.  Fenómeno que en Europa desde que lo denunció Ortega, hasta el año 45, entró en hibernación por efecto de la guerra española primero y después por la Segunda Guerra mundial. El facilismo tecnológico, que describe Ortega como una de sus causas, se ha elevado a la potencia en la la época contemporánea. Así las cosas, la ilusión de gratuidad de los deseos, se instala en las masas, de manera mucho más potente que cuando Ortega describiese ese fenómeno.
Hay toneladas de libros y artículos que describen el fenómeno del populismo desde distintos puntos de vista. No es el tema de estas letras. Lo que pretendo develar, es que tal fenómeno contiene en sí una emoción autodestructiva, y es un atajo -superficialmente pacífico y aséptico de violencia-, que el espíritu tanático ha encontrado como opción, para manifestarse en un mundo pacifista. El populismo es un sustituto de la guerra en un mundo “en que no pasa nada”. El 68 de París fue una expresión proto populista, aunque teñida de las ideologías en boga contendientes de la guerra fría. Pero es un primer atisbo de este fenómeno, hoy en pleno curso.
La cuestión es relevante porque hay suficientes evidencias para presumir que, si las tesis populistas triunfasen, el caos –y la violencia que es su consecuencia necesaria- se desencadenaría sobre la sociedad. Lo paradójico es que los liderazgos populistas son tigres con dientes de goma: muchas veces no quieren conquistar el poder formal, por cuanto al ejercerlo, vislumbran que les sucederá el fenómeno Bachelet. El pueblo al constatar que sus propuestas eran ensoñaciones demagógicas, los derribarán de los altares; y de bestiales pasarán a ser bestias.
Si el lector ha comprendido y aceptado como evidencia que en el individuo y en la sociedad humana existe el tánatos, y que esa emoción convive siempre con el eros, la disyuntiva que planteo es, como proceder desde el punto de vista de la conducción política, para conservar la convivencia y domar ese espíritu tanático en un ambiente de justicia distributiva. Intentemos pues buscar la solución o morir en la aporía del intento.
Podemos conjeturar que el hombre ideal de la democracia; racional, empático, previsor, respetuoso de las minorías, cultor del orden familiar, trabajador y amante de la paz, no comporta ese espíritu obscuro que nos depara el tánatos. Novelistas de la talla de Flaubert, Wilde, Thomas Mann, David Foster Wallace, Hollebeck; describen el colapso del espíritu de sus personajes, cuando el orden, la normalidad, y el aburrimiento los rodean como un enemigo pone sitio a una ciudad amurallada. Ambiente espiritual que los impulsa a conductas destructivas o auto destructivas. El cine de ficción también es pródigo en testimonios de tal naturaleza.
En un mundo domesticado, que quiere instituir cárceles que sean centros de “reinserción” de los delincuentes; mundo donde los transgresores sociales son considerados enfermos que deben ser sanados, donde la pena de muerte se le considera un crimen social; los conductores de la sociedad, pasan a ser algo así como una aburrida autoridad materna que impide explotemos todas nuestras potencias; la proliferación de la delincuencia periférica, las barras bravas del fútbol, el carrete nocturno, el consumo de droga en la juventud, el armamentismo en Norteamérica, el wal-mapu, los indignados de España, los pingüinos de Chile, los que abogan no a las hidroeléctricas, no más AFP etc. etc. etc.; son manifestaciones imperfectas de “respiro” ante la asfixia que este mundo maternal ideal, de ciudadanos buenos, trabajadores y empáticos; va generando. Las masas entonces son solo capaces de emocionarse con los transgresores. Su alienación es relativa. Su conducta es alienada de razones, pero tiene emociones que conocen una causa. Es que su aburrimiento de la cotidianeidad los hace afectos a emociones inspiradas por el tánatos. Son estas expresiones no necesariamente de la pura estolidez de las masas. No porque no tenga explicación razonable carece de causa explicable. En la marcha no a las AFP, la encabezaba un letrero que decía SOMOS LOS QUE SOBRAN.
 Ante esta disyuntiva nos veremos tentados en proponer el remedio fácil y que nos inspira nuestra manera reflexiva de encarar las disyuntivas:
·         Si el hijo del jefe de la barra brava del colo colo o de boca juniors, recibiera una buena educación
·         Si explicamos con buenas razones que educación gratuita y de calidad para los universitarios es objetivamente injusta para los desamparados, los indignados que lo demandan desistirán.
·         Si desincentivamos a ese trasgresor con leyes penales severas, actuará como inhibidor de aquellas conductas en sus seguidores.
Todos sabemos que eso no sucederá, con la primera receta sencillamente porque ese miembro de la barra brava lo es por libre convicción; con la segunda porque ese indignado que demanda gratuidad, le importa un bledo lo que le suceda a los pobres; con el tercer remedio, la transgresión solo se mitiga con la coerción.
¿Cuál pues es la solución? ¿debemos esperar los hombres racionales que nos conducimos y gobernamos nuestras vidas, conforme a pautas de conducta empáticas, ser avasallados por los trasgresores?
El liberalismo y la socialdemocracia, es decir la derecha y la izquierda moderada; debe asumir una realidad: es menester asumir lo que la sociedad es – el ethos social-, desechando la visión mirífica de lo que desearía que fuese.
Ortega y Gasset en su obra, “La Historia como Sistema”, señala que la sociedad es tan constitutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más atroz insociabilidad, y no es en ella menos normal que la beneficencia, la criminalidad. El Estado es siempre y por esencia presión de la sociedad sobre los individuos que la integran. Consiste en imperio, mando; por tanto, en coacción, y es un «quieras o no».
¿Y que tiene que ver esto con nuestro tema? Pues todo. Son los trasgresores sociales, el elemento masculino del colectivo, que desafía al conservadurismo femenino de las instituciones políticas miríficas que hoy nos rigen o pretenden regirnos. Esto porque los trasgresores administran el tánatos social. Son los dueños del mismo.
Debemos invertir esta cuestión para evitar que la insociabilidad sea la dueña de la calle. El poder jurídico del Estado debe ser dueño y administrador del tánatos.
El llamado “movimiento social” es la tolerancia del aparato jurídico estatal a que ese movimiento exista. Si no se tolerase no existiría. Si los demagogos fuesen presos no estarían en el hemiciclo del parlamento. El éxito que han tenido en sus destinos personales incentivará a miles de inadaptados patéticos para embarcar a las masas ignorantes en decenas y después centenas de iniciativas de destrucción del tejido social. El Estado, el poder jurídicamente constituido, debe recuperar su rol del “papá” de la sociedad.
No podemos suprimir el “espíritu de muerte y destrucción” latente en la sociedad porque está en la íntima y profunda naturaleza humana. En esta administración debemos usar de todo el poder coercitivo del estado
Aquí la lucha no es por ideas. Porque los demagogos se niegan a dar razón sobre sus propuestas. Esta lucha es por quien se erige en el perro alfa de la sociedad: Si es el orden o es el caos.
Esta actitud meliflua y mirífica del poder político formal, nos tiene de cabeza. ¿Mi propuesta? La PAX republicana. Resucitar el respeto sagrado por la ley escrita. Amenazar y castigar a los transgresores. Desempolvar instituciones como la prevaricación. Castigar a los jueces y funcionarios públicos que han sido parte de este espíritu tánatico de la sociedad, que han dejado de aplicar. Recuperar para el Estado el MONOPOLIO DE LA VIOLENCIA Y DE LA FUERZA. Convencer a las masas, que ese monopolio es su salvación. (de hecho, es la única salvación de los débiles).

Esta “receta” no es nada nuevo. Los romanos la aplicaron durante 500 años que duró su civilización. Los chinos la aplican hoy. Singapur del mismo modo. Es cuestión de tiempo. Cuando el Karma del caos se acumule, la sociedad retomará violentamente su orden. Mi propuesta apunta a racionalizar la reacción y hacerla precisamente menos violenta.

SOBRE EL PROBLEMA DE LAS AFP Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL

SOBRE EL PROBLEMA DE LAS AFP Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL

Quienes presumimos de monitorear el devenir social, hemos sido sorprendidos por una enorme convocatoria popular en Santiago y en ciudades de provincia, que “exige” el fin de las Administradoras de Fondos de Pensiones. No pretendo con esta reflexión entrar a los aspectos técnicos y jurídicos de la administración de los fondos destinados a jubilación de las personas, ni a la absurda pretensión de las masas que se manifiestan -y de los demagogos que las articulan- de reducir el problema, para dar una sensación que, basta la pura voluntad para solucionarlo. Mi intención es referirme a fenómeno que subyace a esta voluntad difusa expresada por los manifestantes.

Vivimos en un mundo inédito en la historia de la humanidad. Por ello, para interpretarlo, la historia como magister vitae, no nos es muy útil y esclarecedora. Ello por cuanto la sociedad contemporánea vive una era del facilismo, que no tiene precedentes conocidos en el devenir humano en el planeta.

¿En que se manifiesta el facilismo contemporáneo? El entorno en que nos desenvolvemos humanamente, es un complejo de facilidades y dificultades para la satisfacción de nuestra voluntad para con ese entorno. Resulta útil hacer un reconocimiento comparativo de las circunstancias que nos rodean ahora, con la que rodeaba al hombre de otros tiempos.

El alimento diario, si bien hay que ganárselo, las unidades de esfuerzo que el hombre contemporáneo debe desarrollar para obtenerlo, son minúsculas comparadas con el que agobiaba al hombre de otros siglos. La sexualidad, con la píldora anticonceptiva y ahora último con el viagra, es una necesidad fisiológica que ha perdido gran parte de la complejidad que tuvo antaño, encerrada en normas rígidas de conducta, e instituciones jurídicas como el matrimonio. Las enfermedades que asolaban a la humanidad, hoy son reducidas a la mínima expresión. Las distancias del espacio físico, que obligaba al hombre de antaño, a migraciones riesgosas para su vida e integridad, viajes costosos y tediosos; hoy se reducen a un viaje al aeropuerto y las “molestias” de embarcarse en un enorme tubo de acero que en pocas horas nos deposita al otro lado del planeta. Y así, suma y sigue; cualquier aspecto problemático del hombre de antaño, es hoy una cuestión sorprendentemente trivial.

Pero este facilismo, nos enfrenta a otras disyuntivas a las cuales el hombre no estaba acostumbrado: la vida física se extendió de una manera inédita. Vivimos hasta los 90 años o quizá en un futuro, más aún. Por otra parte, la cantidad de “cosas” que ofrece la modernidad a disposición de quien pueda comprarlas, produce una diferenciación, entre las personas que tienen, y las que no tienen tanto; que hace agudas y llamativas las desigualdades y hasta genera segregación social. En el siglo doce, la vida cotidiana de un rey con la vida de un siervo de la gleba, era muy parecida. No porque el rey fuera solidario con el ciervo de la gleba, sino porque simplemente existían pocas cosas que los diferenciaran.

Así pues, las expectativas se extienden exponencialmente, a poseer una cantidad de cosas que nos brindan facilidades en la vida; cosas que los hombres de antaño no necesitaban porque no existían. Y adicionalmente tenemos el problema que necesitamos estas cosas por muchos años, porque nos encontramos que nuestra proyección de sobrevida se extendió en el tiempo.

Pero como contrapartida – o consecuencia- de este facilismo, el hombre contemporáneo ha visto deteriorada progresivamente su capacidad de gobernar su propia vida. Capacidad que el hombre pretérito disponía en mayor grado. En el aspecto económico y de las certezas respecto del futuro, una sociedad más básica o menos compleja; permite a los individuos un mayor grado de autarquía y los obligaba a un mayor grado de integración. La vejez se enfrentaba en un contexto mayormente integrado con otros individuos. Los seres humanos se desenvolvían con las naturales angustias respecto de los que les sucedería en el futuro, pero esas incertezas, no eran tan severas y explícitas como las que inspira el mundo contemporáneo. En esto también hay un alto grado de subjetividad. El hombre pretérito estaba más familiarizado y era más tolerante con las naturales incertezas que proyecta el futuro en la mente humana. El individuo contemporáneo crece y se desarrolla en un mundo que marcha como reloj suizo. Las incertezas lo angustian entonces mucho más.

Volviendo a nuestros días: El dinero es un invento técnico. Se trata de disponer un medio universal de medición de valor. El hombre contemporáneo ha sofisticado este invento, luego de grandes fracasos, como la depresión del 29 o la estagflación de los años 60. El rico contemporáneo, no es como el rico del evangelio, que lo era por la cantidad de trigo que acumulaba en sus graneros. Ahora la medida universal de valor es el dinero. Para mitigar o suprimir las incertezas que el futuro nos depara, debemos pues, acumular dinero. En este aspecto las AFP, ideadas y creadas en Chile, han sido la herramienta más sofisticada del mundo, para que los individuos acumulen dinero al menor riesgo posible. Eso es indiscutible. El que niegue esta evidencia, se sustenta, o en datos falsos, o en datos equivocados de contexto.

¿Cuál es el problema entonces y la razón de la condena? La razón hay que encontrarla en que las AFP son una herramienta idónea que funciona eficientemente solo, para los cotizantes que tienen el talento de hacerse ricos.

Sucede que una mayor proporción de la humanidad – y de los chilenos, por cierto- no dispone de talentos para “hacerse ricos”; ¿a qué me refiero con “ricos”? A disponer de bienes -en la cantidad y calidad que se usa hoy- que le permitan vivir cómodamente sin la obligación cotidiana de trabajar y proyectar esa condición hasta el fin de sus días.  ¿A qué me refiero con talento para “hacerse” rico? A circunstancias de la vida -meras circunstancias-, sean estas destrezas de la inteligencia, de la voluntad o facilidades/dificultades, fisiológicas, geográficas, sociales, familiares o de cualquier tipo; que hayan permitido al que las posee, ahorrar ordenadamente y acumular un patrimonio suficiente al efecto señalado.[1] El enumerar la causalidad, la justicia, la naturaleza endógena o exógena de esas circunstancias, da para escribir diez tratados. Para nuestro tema, baste decir que son meras circunstancias las que condicionan que una persona sea rica o pobre (según la conceptualización precedente).

Entonces pues, tenemos que un mayor porcentaje de la población -no solo en Chile sino en gran parte del planeta- que no ha tenido talentos para hacerse ricos, que sufragan sus necesidades con su trabajo diario, que vivirán hasta los 90 años o más, y que, en el peor de los casos no son capaces de sobrevivir sin trabajar, y que, en el mejor de los casos, no dispondrán suficientemente de los bienes que hacen cómoda y grata la vida, así como se entiende la vida cómoda en la modernidad.

A la hora de ofrecer soluciones surgirán los demagogos siempre dispuestos a “caer simpáticos”, con propuestas de “sistemas” o “modelos” que solucionarán el problema mágicamente sin sacrificio para nadie, solo con “purgar” a la sociedad de los perversos y opresores sistemas, que son la causa del fenómeno descrito.

El llamado sistema de reparto que es “el otro modelo” previsional, consiste grosso modo que los trabajadores activos, esto es, las personas que se encuentran en el mercado laboral formal en actual ejercicio, provean a la manutención de los pasivos, esto es, a las personas en edad de jubilar o jubilados. Parece una mala broma proponer la resurrección del sistema de reparto, como medio de solución. Basta averiguar que pasó en Chile con ello y saberse las cuatro operaciones aritméticas, para concluir que aquello no solo no sería una solución, sino que afectaría fatalmente el desarrollo económico y la formalización del mercado laboral activo, generando un problema de carencia de ahorro, progresivo y mayúsculo.

La multitud de personas que se manifestó, condenan sin juicio previo a las AFP, como la personificación de un futuro paupérrimo que los angustia, para un número importante de afiliados y no afiliados. Una idea que se funda en el sentimiento de miedo y abandono para “los que sobran” -como se leía en un lienzo de la manifestación pública-. Para esos “que sobran”, ver en derredor tanta prosperidad y compararla con la realidad que se aproxima, de ser un pensionado que solo tendrá un ingreso de 200 dólares, estimula la rebelión contra el “sistema”. Los demagogos estimulan este sentimiento con la falsa idea que, alguien se quedó con lo que les era propio, y ahí está la causa de su futuro paupérrimo.

Purguemos el debate de los demagogos y de los iluminados que ofrecen recetas y modelos que solucionarán por arte de magia el problema. Reconozcamos que en el juicio público subyace un problema que, no es económico. Y no es económico porque la sociedad opulenta que nos rodea es capaz de sufragar la manutención de los pasivos, de una forma que antes no pudo hacerlo. Si se dispara contra el sistema de mercado paradojalmente se dispara contra la gallina de los huevos de oro que permite disponer de esos medios para costear la mantención de los pasivos. Si destruimos el sistema de AFP destruimos uno de los mecanismos de esta gallina de los huevos de oro, mecanismo que ha permitido la capitalización individual y colectiva de la sociedad chilena.

Ataquemos el problema real. Usemos el poder del Estado y de sus políticas para hacerlo. El problema es cultural. Y por cultural quiero referirme, a que sus causas se derivan del tipo de vida que el hombre moderno prefiere y opta, y de las expectativas que se generan. La causa está en una cuestión muy profunda y violenta: la arquitectura de la vida contemporánea.
Estimo que, en el paradigma cultural contemporáneo en que Chile se desenvuelve, las reales y racionales opciones para encarar el problema desde el punto de vista económico nos conducen a una aporía que nos enfrenta a una perplejidad sin solución.  ¿Por qué sin solución? Pues porque si la vida de los past 60 se vive con el estilo ordinario que viven los sub 50, no hay recursos que la hagan sostenible. Necesitamos tal cantidad de cosas y situaciones sofisticadas y costosas, que para disponer de ellas hasta los 90, requeriríamos una riqueza y ahorro que no disponemos y conjeturo que jamás dispondremos.
La solución no es fácil porque solo se encuentra en un cambio de la cultura de la tercera y de la cuarta edad. Volver a lo simple. Volver a lo básico para la existencia, mirar el mundo desde la perspectiva humilde de quienes nos acercamos al fin o a al tránsito hacia otra vida -según sea la creencia de cada cual- Moderar los apetitos y hacerlos congruentes con un planeta que está cansado de soportar la presión que sobre él ejerce el género humano. Sabiduría, moderación, progresivo desapego. La salud corporal, que se ha hecho sinónimo de hospitales, prestaciones médicas, traslados, asistencias de terceros etc. se puede conservar y promover con una vida sana que sea el efecto de una mente sana y desapegada. Si hemos sido neuróticos hasta los 50, los past 60 son los años de desprenderse de dichas neurosis que son grandemente la causa de los achaques físicos.
Copiarle al poeta Machado; “y cuando esté al partir la nave que nunca a de tornar, me encontrareis a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, como lo hijos de la mar
Para esa vida digna, pacífica, desapegada, la comunidad organizada en el Estado, deberá ofrecer a los que no disponen de lo propio, hogares colectivos en el norte del país con dotaciones de medios para hacer alegre y humanizadora la existencia de la tercera y cuarta edad.
Me refutarán que aquello no es posible por cuanto aquello de cultural es una decisión individual y soberana. Contra dicho argumento observo que todos los días la publicidad nos machaca para que sintamos necesidad de cosas que no necesitamos ¡y terminamos necesitándolas!! Eso lo reconoce cualquier analista. La publicidad de la deshumanización resulta -it work-. ¿Por qué no ha de funcionar la publicidad que humaniza? Ahí tienen el ejemplo del combate al tabaquismo. Ha funcionado.
Propongo un cambio cultural provocado por política de Estado desde dos puntos de vista: Hacia los no viejos (sub sesenta): Sacralizar la vejez a través de un impuesto a la tercera edad para subvertir soluciones colectivas. Hacia los viejos (past sesenta): Moderar las espectativas de lo que es el "buen pasar" y ser receptivos a ofertas del Estado de soluciones colectivas de manutención.





[1] Andrés Bello con su prurito por la precisión conceptual, en el capítulo de las guardas del Código Civil, señala que podrán excusarse de ser guardadores, los “pobres”, esto es dice el código, las personas que viven de su trabajo diario.

domingo, 22 de mayo de 2016

“HACER POLITICA” PARA CHILE

IDENTIDAD DEL QUEHACER PARTIDARIO
“HACER POLITICA” PARA CHILE

Para enfocar una cuestión tan amplia y compleja como “la política”, debemos aproximarnos a lo doctrinario. Como aproximación podemos decir que, la política es, el arte conducente a, que voluntades y conductas ajenas a la mía propia, hagan lo que mi voluntad propia desea[1]. Es el arte de la conducción de voluntades para derivar de ellas conductas deseadas por mí.

Esta cuestión parecerá quizá trivial y la definición quizá imprecisa, pero es necesario el cuestionamiento previo a cualquier análisis, toda vez que es común entender hoy en día, que hacer política partidaria, es el arte de ganar elecciones. Así lo proyectan los medios de comunicación, y gran parte del sentimiento adverso de la ciudadanía a la política es que “los políticos” son vistos como abocados solo a eso.

Entonces pues teniendo presente la definición propuesta, la primera premisa para “hacer política” es tener un deseo respecto del futuro de la colectividad en que pretendemos conducir voluntades, e influir en conductas.

El arte de desear no es cosa fácil nos recuerda Ortega[2]. E incluso, en política es muchísimo más difícil que en las disyuntivas personales. Y para mayor complejidad, la realidad contemporánea, -como dicen los periodistas-; es una noticia en curso. Es decir, el suelo en que apoyamos nuestros pies en el mundo contemporáneo, está en movimiento, y lo está a gran velocidad. Por ende, no es nada extraño, que lo deseado por la derecha o la izquierda para nuestra república, nación o región hace 20 años, hoy quizá no lo sea, absoluta o relativamente.

Y a la hora de definir futuros “estados deseados”, la “oferta” del espectro político da cuenta de una lamentable pobreza e imprecisión reflejada en los apodados “lugares comunes”. “Mayor Igualdad”, “atención a los más desposeídos”, “una sociedad más inclusiva”, educación “gratuita y de calidad”; para nombrar los más en boga.
Una nueva identidad partidaria, y el arrastrar voluntades tras esa nueva identidad, supone precisar las reales carencias de nuestra comunidad nacional, y, en consecuencia, los estados deseados futuros que superen dichas carencias. Decir, por ejemplo; “mayores grados de desarrollo”, es no decir nada identificable, porque no identificamos, que queremos decir, con sociedad desarrollada.

Ahora bien, para tener deseos respecto de lo que la colectividad debe ser, es preciso que tengamos claridad sobre lo que Chile es. Y aquí me detengo en dos palabras cuyos sentidos y alcances debe ilustrarnos sobre lo que no debe ser la actividad partidaria: Utopía; plan, proyecto, doctrina o sistema irrealizable, o bien, una representación imaginativa de la sociedad futura, con características míticamente enaltecedoras de la naturaleza humana. Ucronía; reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos, generalmente favorables a conclusiones preconcebidas sobre el presente o futuro.[3]

Entonces, el examen de lo que Chile es – nuestro diagnóstico – nos obliga a un ejercicio de rigor y honestidad intelectual, que nos identifique y nos cualifique, de los demás actores del espectro político en el que nos corresponderá desarrollarnos. En este esfuerzo de identificarnos, hay aquí a mi juicio, una oportunidad de, -como diría un economista –, agregar valor al movimiento y consecuentemente generar una imagen de solidez. Y esta oportunidad se deriva de dos hechos coyunturales: La derecha ha pecado de una superficialidad irritante en lo doctrinario; y la izquierda peca en base a su ideologismo extremo, de diagnósticos ucrónicos y propuestas utópicas que, con un discurso sólido, pueden desnudarse.

Nuestra colectividad; es decir, Chile, que es el objeto de nuestra acción política, es una “cosa” muy heterogénea, compuesta de elementos relativamente estáticos y otros relativamente dinámicos. A riesgo de ser trivial, propongo una enumeración.

Son elementos relativamente estáticos, por ejemplo:
1.      Nuestras condiciones geográficas singulares y distintas a otras “cosas” que llamamos el resto de los países del orbe.
2.      Nuestra ubicación física en el contexto de la comunidad de naciones y, ordinariamente llamadas condiciones geopolíticas. Y especialmente, la calidad y condición de las naciones inmediatamente vecinas.
3.      Nuestras disponibilidades y carencias de bienes físicos que facilitan o posibilitan la vida humana en su entorno.
4.      Nuestra innegable condición de actores menores en la comunidad internacional, y de potencia limitada para influir sobre otros miembros de la comunidad mundial.

Son elementos relativamente dinámicos, por ejemplo:
1.      Las ideas y creencias de las élites
2.      Las ideas y creencias de las masas[4]
3.      Las costumbres y moral social de sus habitantes
4.      Las expectativas de sus habitantes
5.      Las condiciones de riqueza, ahorro y capitalización de chilenos
6.      Las condiciones de riqueza, ahorro y capitalización de la hacienda pública
7.      El nivel de autonomía de los individuos respecto de la colectividad
8.     El destino y potencia de influir que tienen las way of life que proyectan los medios de comunicación de masas.
9.      La calidad media ordinaria de las decisiones de vida que adoptan los chilenos[5]

Lo señalado anteriormente aparecerá al lector calificado, a quien va orientado, como la enumeración de cuestiones tan evidentes que resulta hasta irritante su mención. Quizá el lector pensará; el mundo va demasiado rápido y tenemos cuestiones demasiado urgentes que detenerse a leer el “pato del silabario” de la política, con recetas triviales que todos sabemos sin siquiera enunciarlas.

Sin embargo, este movimiento nace a la vida política, cuando el quehacer de los políticos está centrado en un pragmatismo patético, orientado exclusivamente a la conquista y conservación de cargos o empleos estatales, y su rol de conductores, se ha visto reducido al de showman gobernados por las triviales y absurdas disyuntivas de los people meter y de las encuestas de opinión.

El gravísimo y radical desprestigio de los políticos y de la política en gran parte del occidente, especialmente de derechas, pero también de izquierdas; es porque los políticos han renunciado a la conducción y al liderazgo, contaminándose con la perplejidad ideológica del ambiente, y lo que es peor, transformándose a veces incluso a sabiendas, en mandatarios de los caprichos a veces autodestructivos de las masas solo por mantener el “raiting”.

El cosismo cortoplacista, el listado del supermercado de logros en el gobierno, los ofertones demagógicos, la insistencia en debates que escapan de la esfera de “lo político” para lograr una identidad frente a contendores, nos habla que las élites políticas se encuentran, debido al impresionante tráfago de cambios que nos envuelven cotidianamente, en una perplejidad similar o peor al que afecta a las masas.

Es menester pues un ejercicio de humildad intelectual para retomar los temas propiamente políticos y trabajarlos a fondo. A través de un discurso coherente de las cuestiones y disyuntivas propiamente políticas, retomar la imagen de conductores que es lo que las masas pretenden ver en la clase política.

Urge lo anterior por cuanto la derecha liberal y conservadora, hace un buen rato que abandonó este ejercicio por falta de sustancia; y la izquierda post moderna pretende la deconstrucción de las ideologías, es decir, hacer una política sin relatos ni discursos, sino meramente contestataria y demagógica[6].

Entonces pues, la genuina identidad del movimiento se proyectará, cuando se desligue de la política “de lo que quiere la gente”, por cuanto “la gente” lo que quiere efectivamente es una élite que los conduzca colectivamente con un diagnóstico certero de la realidad nacional, en un ambiente de orden y convivencia, que le permita a cada uno ejercitar su libertad esencial.

mayo de 2016







[1] Una definición tan amplia de “política”, abarca pues desde el fenómeno de la guerra, hasta fenómeno de la educación de los hijos pasando por el derecho penitenciario. Mayor precisión entonces encontraremos cuando nos refiramos a los medios que le son propios y singulares a la política.
[2] “Que es la Técnica”; José Ortega y Gasset. OC
[3] Me detuve en estos conceptos por cuanto nuestros contendores ideológicos, pecan cotidiana y sistemáticamente de utópicos y ucrónicos, y es menester en el debate cotidiano denunciar aquello. Además, la ucronía y utopía, son el alimento cotidiano de los demagogos, principales enemigos de quienes pretendemos hacer política en serio.
[4] Uso la palabra “masas” solo en cenáculos de análisis, por cuanto proyecta ordinariamente un concepto desdoroso para la naturaleza humana esencial. Le doy el significado que le da José Ortega y Gasset en “La Rebelión de las Masas” Capítulo I
[5] “Educación y Señorío”, de este autor www.pabloerrazurizmontes.blogspot.cl
[6] Al estilo de los “indignados” y el partido español “Podemos”, referente de nuestra criolla “revolución democrática”

jueves, 4 de febrero de 2016

PARA QUE FILOSOFAR

PARA QUE FILOSOFAR

¿Para qué pensamos? ¿Qué sentido tiene la reflexión en el devenir humano? La respuesta a estas preguntas pareciera muy simple: Pues para entender lo que nos ha sucedido, nos sucede y nos sucederá, y poder conducirnos según los objetivos que nos planteamos. ¿Qué es la escritura y el idioma? ¿Para qué escribimos? También la respuesta es obvia: El idioma es una convención que permite comunicarnos y entendernos; la escritura es un conjunto de símbolos gráficos que significan lo que hablamos; y escribimos para darnos a entender. ¿Para qué es la filosofía? ¿Para qué filosofamos? La respuesta es algo más compleja. La filosofía es para entender. ¿Entender qué? Pues los fenómenos más complejos del devenir humano; y a dicho fin, filosofamos. Todo lo anterior, que resulta tan evidente; no lo es tanto si analizamos las motivaciones del pensamiento contemporáneo.

En la Francia del siglo diecinueve se acuñó el concepto de épater le bourgueois, que Unamuno tradujo en su sentido figurado como la actitud de pedantería que procura dejar turulato al hombre común oponiendo la realidad aprendida más en libros y en laboratorios, a la percepción sensorial directa; tal como, cuando el bachiller afirma muy serio y tiritando en la noche helada, que el frío no existe. En Chile de la misma época se acuño el término siútico, originaria de la palabra inglesa suit – traje- que se usó para referirse al futrecito, quien retornaba de Europa a nuestro pobre y vulgar Chile, enfundado en el traje comprado en París o Londres, presumiendo de descreído y de superioridad intelectual. En ambos estereotipos, lo que se pretende es, denunciar la banalización del sentido común – aquel producido intelectual emanado de la directa y simple observación de los fenómenos del mundo – y sustituirlo por abstracciones complejas y difícilmente comprensibles para el común de los mortales, emanadas de la actividad intelectual académica.

En los cenáculos académicos contemporáneos, se han derramado decalitros de tinta para definir pomposamente la postmodernidad. Generalmente se reflexiona, ya no sobre la realidad, sino sobre otras reflexiones precedentes – las de la modernidad – reaccionando a ellas. Se escriben libros con lomo sobre la decontrucción lingüística. Término acuñado por un francés-argelino, Derridá; que ha causado las delicias de los cenáculos referidos, más aún porque resulta muy, pero muy difícil entender lo que este señor ha querido realmente decir – probablemente para él también es casi imposible entenderse-, pero paradojalmente aquello es lo que lo hace más valioso a los ojos de los pensadores postmodernos

Así pues, la postmodernidad académica no le ha quedado tiempo para pensar la realidad misma, porque es tan compleja, extensa y detallada la crítica a las ideas de la modernidad, que no le queda tiempo. Cada nuevo pensador debe dejar estampado algún “ismo”, que busca dar al traste con el anterior, y marcar un “quiebre” de los tiempos. Las discusiones académicas son comparables a las disputas de los teólogos de Bizancio sobre la cantidad de ángeles que cabían en la cabeza de un alfiler.

En el contexto de la siutiquería académica descrita, que no se interesa la realidad humana fáctica, el hombre de la calle de divide desordenadamente entre derechistas e izquierdistas, materialistas y espiritualistas, ateos y creyentes, progresistas y conservadores, demócratas y autoritarios; se confrontan incompletas y no muy coherentes visiones del mundo, sin poder precisar de modo muy claro y categórico, sus reales diferencias. En esto, la actividad académica brilla por su ausencia. De pronto cuando baja desde el olimpo académico hacia la sociedad, lo hace a través de las encuestas y metodologías de investigación social, que son a mi juicio, un ramillete de prejuicios que buscan datos para confirmar esos mismos prejuicios. 

Los más audaces post modernos hablan del fin de los relatos para referirse al colapso de las visiones del mundo que animaron intelectual y desordenadamente al siglo XX. Una tesis que esconde un razonamiento vulgar que parece decir: Yo fui marxista, creí en el materialismo dialéctico y como eso resulto ser empíricamente equivocado, ahora no creo en nada. Pero como nadie debe saberlo de mis errores digo; no existe nada y nada se puede entender. Los intelectuales de la modernidad no es que se hayan equivocado, simplemente cambiaron su manera de pensar. Y como no tienen ninguna idea sobre lo que es el mundo, pues resulta que no existe nada.
  
Pero los planetas y galaxias siguen girando, y la naturaleza humana sigue siendo la misma desde las cavernas, de manera que lo honesto intelectualmente sería decir: “He caído en cuenta que la escolástica, el romanticismo alemán, el materialismo dialéctico etc. estaban objetivamente equivocados, o no me alcanzan para comprender la complejidad de los fenómenos del mundo. Y nuestra actitud debería ser como aquella que se describe cuando perdemos en los sorteos de azar; “siga participando”. En efecto, debemos hacernos cargo de aquella “pesada carga del hombre blanco” que hablaba Kipling y seguir filosofando, tal como lo ha venido haciendo el hombre desde las costas de Anatolia hace 25 siglos. No vale pues enfurruñarnos como lo hacen los cenáculos postmodernistas, con aquello de “la realidad no existe”. Nos lo advirtió Hobbes en su introducción al Leviatán “la sabiduría se adquiere no ya leyendo en los libros sino en los hombres”.

José Ortega y Gasset filosofo condenado deliberadamente al ostracismo por la siutiquería académica antes referida, reflexiona en un ensayo que intituló “Creer y Pensar” desarrollando un concepto, esclarecedor a mi juicio, sobre el problema agonal que vive la modernidad, donde hace más de un siglo, se enfrentan los contendores de las ideas escasamente precisadas. Sostiene Ortega que las ideas se tienen, pero en las creencias se está. Las etapas históricas se identifican como tales por creencias unívocas desde las cuales sus testigos adquieren ideas-ocurrencias. Desde un habitante del medioevo europeo, hasta un renacentista conquistador de américa, la creencia en Dios uno y trino, que vino al mundo en la persona de Jesucristo, y que nos juzgaría al final de nuestros días conforme a nuestras conductas en el mundo; era una creencia real y unívoca, esto es, compartida con la misma significación por varios individuos. Las personas pensaban y tenían ideas desde dicha creencia. Es lo que los teólogos llaman la fe viva.  Más adelante, desde que Newton y Kant expresaron sus ideas, la cultura occidental y tras ella el mundo entero, adquirió la creencia en la razón humana, como el medio suficiente y necesario de enfrentar y solucionar los misterios del mundo. Una idea que nos acompaña cotidianamente: La idea de progreso y desarrollo; nace precisamente desde aquella creencia en la razón humana.

Pero así como la sociedad, en general y en promedio, no tiene la fe viva de los medioevales, en cuanto que esta vida es un valle de lágrimas para arribar a la otra vida que está después de la muerte; tampoco la sociedad post caída de la cortina de hierro, profesa una fe viva en el progreso y desarrollo como herramienta infalible que nos llevará a un estado mundano del non plus ultra.

En los tiempos que corren, ambas creencias descritas precedentemente, se nos aparecen como visiones ingenuas e incompletas para develarnos y solucionar los problemas del hombre, del mundo y de la sociedad contemporánea. Y lo que es más manifiesto y cotidiano: no alumbran a la voluntad humana en la respuesta al, que hacer con mi vida en este mundo. Debo precisar, qué si bien podemos tener ideas sobre la existencia de Dios o sobre las aptitudes de la razón humana para develar los misterios de la existencia, el hombre del mundo contemporáneo en general y en promedio, ya no está en la creencia en Dios o en la razón. Los contemporáneos ya no pensamos desde la creencia en Dios o en la razón humana.

¿Qué pensaría el lector si el que escribe estas letras afirmase que vivimos en una etapa histórica agónica? Sin duda se le vendría a la cabeza pensar que estamos próximos a la muerte o colapso de algo o de alguien. Sin embargo, con rigor lingüístico constatamos que la palabra agonía encierra un sentido ambiguo, por cuanto significa también lucha, contienda, oposición entre dos fuerzas. Y desde luego se relaciona esto último con la agonía en el sentido común y vulgar que damos a la palabra, por cuanto es ésta una lucha entre la vida y la muerte que un ser cualquiera podría experimentar. Pero la lucha de las ideas en el mundo contemporáneo es una agonía que carece de la precisión de moribundo versus muerte. Aquí se enfrentan visiones del mundo que ambas dos están en estado de descomposición. Es eso lo que hace tan confusa la kulturkampf de los tiempos que corren.

La cuestión antes expresada se devela y desnuda cuando diseccionamos los supuestamente grandes conflictos ideológicos de nuestro tiempo.

La frontera entre ateos y creyentes es completa y totalmente difusa y confusa. El Papa de Roma, las autoridades eclesiásticas, curas y hasta teólogos, supuestamente creyentes, a menudo reflexionan menos, desde la creencia en una inteligencia creadora y gobernadora del mundo, de como lo hace un ultra materialista, físico cuántico.

Quienes abrazan las creencias en el materialismo carente de un Dios creador, se encuentran perplejos al evidenciar la ciencia empírica que la unidad de la materia eventualmente no existe. Células, moléculas, átomos; son conformados por sistemas atómicos que se descomponen hasta no se sabe bien que fracción, y no se ha podido determinar la materia prima o unidad básica de la materia. ¿Cómo pues entonces se puede profesar la fe materialista y no tener en claro la existencia misma de la materia?

El progresismo desarrollista nos habla confusamente de un futuro que será el non plus ultra de la paz y la prosperidad, pero la ciencia moderna es incapaz de controlar sus límites y la tecnología, así como soluciona problemas crea otros. Ejemplos de ello son muchos. Uno de ellos, el consumo de energía: Las sociedades “desarrolladas” son incapaces de controlar el derroche precisamente porque su prurito es el consumo. Se degrada, no solo los recursos del planeta, sino la vida humana misma, a través del incremento del consumo que es el objetivo declarado del desarrollo. Una reflexión algo frívola reza “Se gastan millones en conocer otros planetas y billones en destruir el que tenemos”.

Mi tesis:  el enfrentamiento agonal de las ideas en el mundo contemporáneo es más aparente que real. El progresismo de izquierdas y derechas es una misma merienda con distintos grados de cocción. Sus análisis de los fenómenos son de una superficialidad irritante, que se manifiesta en su incapacidad evidente para dar luz a las causas de los fenómenos sociales e individuales del mundo contemporáneo.

Si es cierta aquella creencia hegeliana de que las ideas son frutos de síntesis de ideas antagónicas, debo entender entonces r que estamos muy lejos de una síntesis esclarecedora, porque las ideas que se enfrentan en los tiempos actuales, no resultan antagónicas en su fondo.

Me explico: Liberalismo y socialismo tienen premisas más o menos idénticas que para mí resultan falaces: El hombre es meramente el fruto de su circunstancia, o más bien, es la sumatoria de sus circunstancias. El hombre está preso en ellas y se libera cuando las circunstancias le permiten liberarse. Entonces pues, para ambas corrientes de pensamiento, el ambiente social hay que tratar de ordenarlo a un ambiente en que el individuo se encuentre “libre”. Paradojalmente ese ambiente debe garantizar “seguridades” para el desenvolvimiento del individuo. La sociedad entonces debe ser un sistema organizado que respeto los derechos de los individuos.

Pero sucede que existe evidencia que el hombre es una cosa mucho más compleja que la sumatoria de sus circunstancias. Si lo fuese sería el problema de su existencia lo tendríamos solucionado hace tiempo. Entonces pues, en tanto el debate se centre en definir aquello que en alguna etapa de la filosofía se ha denominado la metafísica del ser del hombre, deberemos ser testigos de un debate inane y carente de sentido para los espíritus más perceptivos.