miércoles, 12 de noviembre de 2014

CAMBIO, REVOLUCION, Y PERPLEJIDAD

CAMBIO, REVOLUCION, Y PERPLEJIDAD

Leía en un matutino de la capital, una columna de doña Pilar Romanguera, decana de la facultad de educación de una universidad de nuestro país, en la cual, da cuenta del enorme, e insondable aun, cambio que se “nos vino encima” en materia de educación universitaria, con motivo de la irrupción de las tecnologías de la información. Su conclusión es que la educación y sus instituciones y conductores, como hoy le conocemos, probablemente cambien radicalmente en los próximos años si es que ya no lo han hecho. Qué estudiar, donde estudiar, como calificar y valorar los grados académicos; resulta una incógnita a futuro.

Este fenómeno en la educación, extrapolable a cualquier ámbito de la vida moderna, digo “se nos vino encima”, para ilustrar que ningún líder, tendencia política, filosófica o religiosa lo ha motivado, y lo que es más inquietante; nadie en particular lo ha previsto con mediana precisión. Existen profesiones o disciplinas que su función es prever lo que sucederá en adelante; militares, futurólogos, economistas etc. Casi nadie de esas disciplinas puede leer algún pronóstico de más de diez años de antigüedad, que le dé en el clavo con el mundo que nos está tocando vivir, y que le corresponderá vivir a las generaciones venideras. Por allá por los años 80 Alvin Toffler y su libro la Tercera Ola, intuyó algunos aspectos del mundo que hoy vivimos. Pero las conclusiones de quien algunos en esa década calificaban de lunático extravagante, resultan francamente pueriles para ponderar la envergadura del cambio real.

Desde la revolución francesa hasta la caída del muro de Berlín, existió el consenso intelectual, que los cambios en la sociedad los articulaban los teóricos de la revolución y los ejecutaban los líderes revolucionarios. Así lo aprendimos en el colegio quienes hoy pintamos canas. Todo ello marcaba la senda del progreso al que la iluminación racional nos congregaba. Al decantarse la polvareda que causan las revoluciones, y con las perspectiva de lo que ha sucedido después de la caída de los llamados socialismos reales, parece pueril y presumida dicha teoría del cambio social.

Sorprende constatar que el cambio social, normalmente no ha sido causado por quienes han querido cambiar la sociedad. Los revolucionarios de todo color, nacionalidad, ralea mueven sus manitos como pequeños pigmeos que la historia se va tragando, algunos sin digerirlos siquiera. Tampoco hay lugar para los reaccionarios; aquellos que quieren volver al pasado bajo la facilista conclusión de que todo tiempo pasado fue mejor. La tromba de la historia también los arroya.

El cambio social en sí, no es ni bueno ni malo. O bien, puede ser bueno o malo. Nos ofrece potencialidades magnificas para la toma de conciencia de las personas, pero ha generado la posibilidad del egoísmo sin límites para los individuos. Socialmente ha permitido el desarrollo de una sociedad más amigable con el hombre de paz, pero también ha generado herramientas de dominación aterradoras en manos de quienes no son dignos de conducir a la humanidad; que permitirían a un Hitler o Stalin del siglo XXI, efectuar fechorías como estos ni se soñaron.

El internet y el acceso a la información que contiene, es como una biblioteca de Alejandría elevada a la potencia, instantánea y al alcance de todos, que permite este vértigo de cambios. Los medios de transporte, a disposición de casi todos, empequeñecen el mundo físico. El control de la natalidad, ha hecho a las personas teóricamente dueñas de sus respectivas historias, que pueden planificar a voluntad. Los términos de relación entre sexos han cambiado.

¿Y qué le ha ocurrido a consecuencia de esto al individuo, como yo, como usted, como todos?: Estamos perplejos. Es decir, dudosos, inciertos, quizá irresolutos, tal vez confundidos. La perplejidad desde el punto de vista filosófico es un estado de conciencia deseable, porque es lo que precede a las conclusiones nuevas. La perplejidad en sicología, es un estado de conciencia indeseable que nos lleva  a la ansiedad y a veces a la infelicidad.
Aquí no hay opciones. Es el tiempo que nos tocó vivir. No valen esas pretensiones  poéticas al estilo Tolstoi: “detengan el tiempo que yo me bajo”. Todos los que lo han pretendido hacer han fracasado. Estamos condenados a vivir nuestro tiempo. Y lo que representa un imperativo categórico; estamos obligados a hacer a nuestro maltratado planeta, mejor y más apto para la humanidad del hombre.

¡Perplejos unidos, jamás serán vencidos!

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