viernes, 24 de junio de 2022

EL MUNDO ARTIFICIAL Y LA LIBERTAD Y DIGNIDAD HUMANA

 


Dice el diccionario de la Real Academia que artificial es un adjetivo que significa; hecho por la mano del hombre, no natural, falso, producido por el ingenio humano. El excelente Diccionario Etimológico de Chile[1] nos hace saber que esta palabra se compone del sustantivo ars, artis, que da cuenta de una obra o trabajo que expresa mucha creatividad; del verbo facere qué por apofonía[2] se convierte en fic (tal como sucede con edificio, orificio) y por último de alis, que significa pertenencia. Así, etimológicamente, artificial sería aquello perteneciente a una obra creativa.

¿Es artificial la colmena compuesta de miles de hexágonos donde las abejas depositan el fruto de su trabajo? ¿Es artificial una tela de araña efectuada con gran precisión por ese sorprendente animal? No. A esas magníficas obras de la naturaleza le falta un elemento propiamente humano: la creatividad. El cambio en la naturaleza se produce por mecanismos adaptativos al medio. Por decirlo de manera simplificada, el animal se adapta a la naturaleza, en cambio el hombre, por una extraña cualidad de su voluntad, adapta la naturaleza a él mismo. Para mayor precisión deberíamos contestarnos la pregunta; ¿puede la araña decidir no hacer la tela o la abeja la colmena? La respuesta es no; esta compelida a hacerla bajo apercibimiento de morir si no lo hace. Pero además por una razón muy radical: la abeja y la araña no deciden, no optan; no tienen opción.

Lo artificial es el producto de una voluntad propia e inspirada por la pura creatividad humana, derivada de un deseo de adaptar la naturaleza a una condición previamente inexistente. El hombre libre quiere cambiar el mundo y resuelve crear un artificio. Es lo que inspira singular y excluyentemente en el reino animal; lo que llamamos naturaleza humana.

Desde el mazo que cogió el hombre de las cavernas para dar muerte a la presa de caza, el hombre ha venido a través de la historia creando artilugios para adaptar al mundo así mismo. El hijo y el nieto de quien inventó la rueda no debió inventarla, pero si producirla artificialmente. Mantuvo así el hombre a través de la historia, plena conciencia de qué era en el mundo lo natural, y que era lo artificial. El hombre, a través de los siglos, siguió viviendo humanamente entendiendo que era una criatura especial que adaptaba la naturaleza a sí mismo, teniendo plena conciencia de la frontera entre lo natural y lo artificial. Y eso no porque fuese más inteligente que el hombre contemporáneo ni porque todo tiempo pasado fuese mejor. Tuvo perfecta conciencia de ello por una razón muy trivial: la densidad de lo artificial en su circunstancia cotidiana era muy baja respecto de lo natural.

Esto de la densidad de lo artificial respecto lo natural, lo explicaré con un ejemplo cotidiano: Cuando andamos en bicicleta, tenemos plena conciencia que aquel artilugio es artificial porque si dejamos de pedalear caemos de ella, lo que demanda nuestra atención y fuerza física. Cuando conducimos un automóvil, esa conciencia se tiende a disolver, aunque no completamente, porque si soltamos o apretamos el acelerador estamos físicamente donde mismo: montados en una caja sólida que representa una atmósfera excluyente de la atmósfera de fuera del automóvil.

El hombre desde no hace más de doscientos años ha presenciado un cambio radical en su entorno por la presencia de múltiples artilugios creados para la preservación y promoción de su condición humana. Pero en los últimos treinta años el fenómeno ha adquirido dimensiones tales, que nos deben hacer meditar sobre el espacio que ocupa la genuina humanidad del hombre en una circunstancia ocupada señorialmente por la tecnología. Esto es preguntarse, ¿están dadas las condiciones de posibilidad para conservar las dos cualidades que hacen al hombre único en la creación conocida - Su conciencia y su libertad- en un espacio físico dominado por la presencia de artilugios tecnológicos?

Es menester explicar aquello de la libertad y de la conciencia, para que el lector no piense que son galimatías para parchar una línea argumental. El hombre posee una extraña condición en la naturaleza: puede aspirar a realidades inexistentes. Para ello tiene una condición que el animal no tiene: es capaz de ensimismarse, es decir volver sobre sí mismo, meditar de qué manera puede acometer las circunstancias que le rodean para cambiarlas a su voluntad. Y para ello han sido los artilugios creados, desde la invención del control del fuego para calentarse, en adelante. Progresivamente el hombre crea las condiciones de bienestar que le permitan acometer sobre las circunstancias. Si a Juan Sebastián Bach, Miguel Ángel, Luis Pasteur o Werner Von Braun, no les hubieren precedido hombres que descubrieron como construir casas canalizar el agua potable, alear los metales etc. etc. sencillamente no habrían compuesto las maravillas de la música, de la escultura, del control de las enfermedades o del hombre a la conquista del espacio. La humanidad, a través de su creatividad ha cooperado a través de su corta historia para que dispongamos de un arsenal de cosas que son condiciones que nos permita acometer nuevos objetivos más y más altos y complejos. La técnica – en el sentido amplio de la palabra como creaciones humanas orientadas al bienestar del hombre -, ha sido hecha para el bienestar humano, y el bienestar humano es lo que permite expandir los espacios de conciencia y libertad de creación.

Volviendo a los cambios de los últimos treinta años, esta mutación se articula desde dos dimensiones: En primer lugar, la densidad de lo artificial que ha rodeado la existencia cotidiana en el mundo moderno es inédito o al menos no tiene precedentes en la historia conocida, y ha llegado a un grado que se requiere de un esfuerzo activo de la inteligencia para poder discernir que es artificial y que es natural en nuestro entorno. En segundo lugar, la pérdida de control sobre la creatividad de los artilugios tecnológicos es algo también no existía hace 100 años atrás. Si la técnica es el conjunto de cosas que el hombre ha creado a través de la historia para facilitar su condición humana, existió una relación entre la necesidad percibida directamente por el hombre individual para la promoción a esa condición humana y el medio tecnológico creado o usado por ese hombre individual. En el mundo contemporáneo el individuo humano en una mayor proporción ya no es autor directo de la tecnología – lo que es tolerable – pero tampoco es inspirador de la necesidad de la tecnología que usamos – lo que es intolerable-. Hemos ido perdiendo progresivamente nuestra potestad individual para determinar si la nueva tecnología la necesitamos o no para expandir nuestra condición humana.

Así enunciado, el fenómeno parece muy trivial y fácil de solucionar. Sería cuestión de dosificar la densidad de lo tecnológico. Cada individuo debería tener la libertad de usar o no los nuevos medios tecnológicos. Pero no es fácil ni trivial. Y no lo es, porque va acompañado con una centralización del poder donde lo que gana en capacidad de decisión del provenir, un poder lejano al individuo, lo pierde el individuo. La tecnología moderna es expandida no por voluntad del individuo, sino por voluntad de los poderosos que quieren imponer una soberanía sobre el individuo.

El fenómeno se ha intensificado cuantitativamente; hoy – a diferencia de hace 50 años- abarca a la casi totalidad de la humanidad. Y se ha intensificado cualitativamente con la omnipresencia de los artilugios tecnológicos en la vida cotidiana que han apartado a la humanidad del mundo natural y han inaugurado una forma de control intensa, densa y omnipresente de la vida individual, por un poder centralizado y lejano a los individuos, a la familia, y la comunidad política próxima. Hay una desagradable percepción que hemos perdido el control de nuestras vidas, y que la comunidad política que se despliega en nuestro entorno inmediato también es arrastrada en este control centralizado y lejano.

Conforme nos lo enseña la historia, el fenómeno pareciera se propio de estadios declinantes del pasado conocido. La historiografía, antropología y arqueología, se preguntan por qué razón colapsó la llamada edad de bronce que dos mil años antes de Cristo permitió la existencia de sociedades tecnológicamente sofisticadas y una densa red de intercambios comerciales que conectaban oriente próximo entre sí e incluso se conjetura que China de la edad de bronce, se conectaba con occidente y esa rica cultura. Una de las conjeturas más plausibles para contestar esa pregunta es precisamente la centralización del poder a causa de la sofisticación de los procesos tecnológicos.[3]

Pero estas letras no pretenden lamentarse escatológicamente de una fatalidad. Al contrario. Advertir que la solución está a la mano. Podemos recuperar el control de nuestras vidas y usar racionalmente de la tecnología. Pero ello a condición de superar un estado de conciencia propio del siglo XX.

El poder -entendido en términos amplios como toda aquella voluntad que quiere condicionar y dominar nuestras decisiones sobre que hacer con nuestras vidas- busca intensificar los procesos de masificación de la humanidad para fines de control y conducción. Para ello usa y abusa de la tecnología. El poder es más eficaz para conculcar nuestra libertad y dominarnos que en el siglo XX, gracias a la tecnología sobreviniente.

Para neutralizar al poder y conservar la libertad y nuestra dignidad humana, ya no bastan los talentos prescritos por Kant cuando fundó la ilustración -atrévete a saber-. Es menester adicionalmente una intensificación de la conciencia a través de un activo proceso de conocernos a nosotros mismos y entender cabalmente la consecuencia de cada una de nuestras decisiones. En otras palabras: para conservar la dignidad humana en un mundo irrefrenablemente tecnologizado debemos ser más espirituales y ejercitar cotidianamente la vieja receta de la filosofía: reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas.

Para tal ejercicio, tenemos una condición más favorable para abordar esa tarea respecto de nuestros antepasados: la disponibilidad de la información; los datos. Está a nuestra disposición con un click del smartphone o del computador, miles de bibliotecas de Alejandría que abarcan toda la sabiduría que hemos recolectado a través de siglos. Tenemos la materia prima que nos permite reflexionar sobre la causalidad de los fenómenos, detener el tráfico de ideas preconcebidas sin fundamento inspiradas generalmente por el poder para controlarnos. Podemos formarnos un juicio en base a la realidad real y no a la realidad envuelta en doctrinas, sistemas de pensamiento, prescripciones ideologías, utopías, preconceptos o prejuicios.

Es verdad que la historia de los sistemas de pensamiento es útil, pero las circunstancias que nos rodean son mayormente inéditas y con los mecanismos de interpretación de la realidad pretéritos, esta realidad contemporánea es a veces incomprensible. Filosofemos, pero filosofemos creativamente sobre las disyuntivas presentes, no exclusivamente sobre los sistemas de pensamiento pretéritos. Confrontar cosmovisiones pretéritas, como habitualmente se hace en el espacio público, me parece un ejercicio parecido al de los bizantinos con los turcos ad portas.

El genial Pepo, autor de nuestro omnipresente Condorito, en su tira cómica escribía en las paredes de Pelotillehue, “Tome Pin y haga Pun”. Era una aguda sátira de la publicidad y del ejercicio del poder disuasivo en general. Para conservar la humanidad en nuestro siglo, si creemos que tomando Pin vamos a hacer Pun, habremos irremediablemente perdido nuestra dignidad humana. Sospechar, dudar, escrutar al poder y decidir por nuestra cuenta y riesgo; esa es la tarea que demandan estos tiempos tecnológicos. Siempre en la historia humana el individuo le gana al poder lejano y burocrático. Siempre las estructuras complejas colapsan. Es probable que la era de bronce haya colapsado por una agenda como la 20-30 de la ONU. Con nuestra conciencia despierta podemos evitar que el derrumbe de las estructuras arrastre a nuestra conciencia individual.

Junio 2022

 

 



[1] http://etimologias.dechile.net/

[2] Tecnicismo de la fonética para derivar sustantivos o adjetivos

[3][3] También se conjetura que cambios climáticos severos pudiesen haber generado esta repentina parálisis