miércoles, 28 de julio de 2021

CRIMEN Y CASTIGO. BORIC, EL RASKOLNIKOV CHILENO

 


Dostoyevsky en su novela Crimen y Castigo, nos sumerge en los entresijos del alma humana. Su lectura es apasionante no obstante ser un desagrado desde la primera hasta la última línea. El genio del autor es sostener la atención del lector sobre un personaje que pudiera definirse como el arquetipo del mal: Rodión Romanovich Raskólnikov. Rodia (sobrenombre del personaje) ve el mundo a través de sus miserias. Posee una inteligencia superior y es capaz de ver esas miserias humanas donde los otros hombres no lo ven. El mundo para él es un caos que es menester remediar a cualquier costo. Él se autoasigna la condición de corrector de los males del mundo al precio incluso de bajar al infierno para ello. Es así como asesina a una anciana usurera como una forma de “limpiar” al mundo de la basura humana. El autor le ofrece un respiro de fe en el género humano a través de otro personaje también de aguda inteligencia, pero al servicio del sentido común: el juez instructor Porfirio Petrovich. En estas líneas pretendo oficiar de Petrovich en el análisis de nuestro Rodia criollo.

Los anhelos revolucionarios de un porcentaje de la población (más de un millón de votantes) han permitido escoger a un extraño personaje como su líder para que los represente en la contienda presidencial: Gabriel Boric Font. Manifiesta el personaje un carácter complejo. Hijo de una acomodada familia magallánica, ha expresado a través de sus conductas y su aspecto físico, una hostilidad radical hacia el estado de cosas en el mundo que lo rodea. Por su desaliñado aspecto físico, y por sus conductas, el hombre da cuenta de una excitada alteración en la percepción y enjuiciamiento de la realidad. Por conductas similares llevaríamos a nuestros cercanos a tenderse en el sillón de un sicoanalista para desatar los nudos que aprisionan su juicio, tan apartados de los mínimos comunes que permiten la convivencia humana.

En efecto, solo por nombrar las más llamativas; recibió entre carcajadas el obsequio de una polera que vistió, donde aparece una gráfica del asesinado Senador Jaime Guzmán con su cabeza sangrante luego de ser víctima de magnicidio, exhibiéndola como quien exhibe un trofeo. Ratificando su complacencia por este magnicidio, en un viaje a Francia fue a visitar y manifestó su solidaridad al autor del asesinato de Jaime Guzmán, Ricardo Palma Salamanca. En otro extraño y destemplado arranque, amenazó al presidente de la república con certeza propia de un fanático, que él se encargaría de someterlo a prisión sin precisar claramente por qué causa.

Sus soluciones de gobierno proyectadas en su programa son simples; todo él lo ha conseguido a través de las llamadas movilizaciones; “los cambios nacen de la lucha social”. Es la lucha en la calle la que hace encaminarse al mundo hacia una arcadia de felicidad. Entonces hay que eliminar la organización militar de Carabineros de Chile y promover que las masas se “movilicen” para el progreso y bien del país. La pobreza se soluciona de una manera muy simple: se le deben subir los sueldos a todes. Así todes serán más ricos y felices. Existe según él en el orden económico y social una violencia transversal que él se apresta a remediar. No la que asesinó cobardemente a Jaime Guzmán ni la del lumpen que ataca a Carabineros. No; él se refiere a una violencia que nosotros los comunes mortales no vemos. Según expresa, existe abrumadora evidencia científica que el mundo ecológicamente se cae a pedazos, y su gobierno está destinado a salvarlo con todes sus expertes. En resumen: Su programa de gobierno parece salido de la pluma de Rodión Raskolnikov.

La pregunta que me hago en estas letras no es, como los revolucionarios e inadaptados sociales del mundo llegan a las conclusiones que llegan; sino ¿Qué hemos hecho o hemos dejado de hacer para que más de un millón de personas hayan votado a este personaje y sea él una alternativa para ocupar la primera magistratura de la nación? Esa es la pregunta del día. Aquella que nos somete a escrutinio a nosotros; a quienes pensamos desde el sentido común; aquel sentido común que hace posible la convivencia humana.

Para respondérnosla recurro al genio de Dostoievsky quien nos ofrece una clave. El novelista juega con los nombres de la obra y de los personajes. El nombre mismo de Rodión Romanovich Raskólnikov, aquel reformador revolucionario, homicida pero transformador y profiláctico social; a través de un juego de palabras en ruso quiere significar “La Patria de los Romanov ha quebrado”. El nombre de la obra también tiene un doble sentido. El crimen por omisión de la madre Rusia avizora un castigo. ¡Que profecía más dramáticamente correcta! teniendo presente que el autor precedió la tragedia humana de 1917.

Me objetará el lector; El personaje real Boric y el ficticio Raskólnicov no son puro fruto de sus circunstancias. Su libre albedrio les habría permitido formarse juicios moralmente correctos, ahí donde han llegado a conclusiones moralmente aberrantes como las bondades del asesinato de jaime Guzmán o el homicidio cometido por propia mano en el personaje de Crimen y Castigo. Somos un yo y unas circunstancias; y objetaría bien el lector: ambos son padres de sus actos y juicios.

Mi pregunta apunta precisamente a las circunstancias que hemos creado en el mundo que nos rodea. El vacío existencial de la vida contemporánea, el centrar el bien en el tener cosas, el hecho que la competencia haya pasado a ser un hecho virtuoso, el haber permitido la destrucción del núcleo familiar, el haber considerado a la mujer madre como un recurso económico que hay que incorporar a macha martillo al “mercado” laboral, el haber convertido el domingo como el día del mall.

Si la Rusia pre revolucionaria que retrata Dostoiesky con sus valores sociales invertidos, se hubiese recuperado el sentido de la religión, de la convivencia, evitar el prurito por las vanidades opulentas, de la justicia y empatía social; los Raskólnicov quizá no hubiesen existido. Si a nuestra juventud le hubiésemos ofrecido una nación chilena unida, una riqueza mejor compartida, una mayor cercanía a las cosas de Dios, una preocupación social porque en los hogares no faltase una madre transmisora de valores y un padre proveedor; quizá Gabriel Boric se horrorizaría -como nosotros- por un crimen atroz como el de Jaime Guzmán.

Dios encarnado pidió perdón a Dios Padre por la banalidad del mal en el mundo; Padre perdónalos porque no saben lo que hacen.  No podemos traer el reino de Dios al mundo, es verdad. Pero por lo menos buscando salir del hoyo en que estamos, formemos legión para reconstruir una nación más libre de las vanidades humanas.

 

Julio de 2021

viernes, 16 de julio de 2021

LA DEGENERACION DEL IDIOMA, LA MUERTE DE LA CLARIDAD Y LA SUMISION A LA ESTUPIDEZ

 En la televisión, en la radio, en los discursos políticos, en la administración del Estado, en la judicatura, en la tarea legislativa; se impone el uso del lenguaje “inclusivo”. En su insobornable fuero interno, la mayoría de los usuarios encuentran una soberana imbecilidad tener que repetir “chilenas y chilenos”; “alumnas y alumnos”; “doctoras y doctores”. Pero los que se someten a este verdadero mantra, lo hacen para legitimarse ante los censores de lo políticamente correcto. Parecido a cuando los pobres alemanes cultos e inteligentes, durante el nazismo, debían levantar ridículamente la mano para decir heil Hitler al cruzarse con otras personas, para no ser sindicados como enemigos.

La censura viene de la introducción a macha martillo de la “teoría de género”; bodrio intelectual creado en los países nórdicos. En los años setenta del siglo XX, con el auge de los estudios feministas, se comenzó a utilizar en el mundo anglosajón el término género (ingl. gender) con un modelo conceptual creado en y por la academia. Este constructo se ha extendido a otras lenguas, entre ellas el español. En 2010, luego de un copamiento progresista, la Real Academia de la Lengua Española le cambió el significado a la palabra “género”. Desde luego degrada el prestigio y credibilidad de la RAE, haber abandonado su tradicional rol de espejo de los usos del idioma vivo, para mutar en vagón de cola del elitismo académico que pretende esculpir la sociedad a las espaldas y en sordina de la voluntad de los usuarios del idioma. Hasta antes de esta vuelta de carneo de la RAE, las palabras tenían género (y no sexo), mientras que los seres vivos tenían sexo (y no género).

Así pues, en la “teoría” feminista, con la voz sexo se designa una categoría meramente orgánica, biológica, y con el término género se alude a una supuesta categoría sociocultural que implicaría -según la teoría- diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral. Llevado a su extremo, este constructo intelectual pretende imponer la delirante idea que los sexos se han estratificado desde los confines de la humanidad en una relación de señores (los hombres) y esclavas (las mujeres). En su versión mas light también esta teoría comporta el concepto de conflicto dialéctico entre sexos. Todas estas teorías subyacen sobre el dogma del materialismo dialéctico en que la historia del hombre avanza a través del conflicto dialéctico, tesis-antítesis-síntesis. Algo así como el dogma de la reencarnación: hay que creerlo y punto y hay que amoldar la realidad al dogma.

Es el sexo algo omnipresente en el mundo físico y espiritual del hombre, y tener claridad sobre el mismo, es condición necesaria para tener conciencia de sí mismo. A la inversa, tener confusión sobre algo tan omnipresente como el sexo, nos aleja de nuestra individuación; nos aliena y nos aproxima a la animalidad. Y la claridad nos la da principalmente, una creación civilizatoria que es posterior a la del idioma y un producto de él: el concepto.

¿Cuándo, además de estar viendo algo, tenemos su concepto? Cuándo sobre el sentir el bosque en torno, tenemos el concepto del bosque, ¿qué salimos ganando con hacerlo? Comparado con la cosa misma, el concepto no es más que un espectro, o menos aún que un espectro. Jamás nos dará el concepto lo que nos da la impresión; pero Jamás nos dará la impresión lo que nos da el concepto, a saber: la forma, el sentido físico y moral de las cosas. En una palabra: la claridad. Claridad significa tranquila posesión espiritual, dominio suficiente de nuestra conciencia sobre las imágenes, un no padecer inquietud ante la amenaza de que el objeto apresado nos huya. Esta claridad nos es dada por el concepto. Toda labor de cultura es una interpretación—esclarecimiento, explicación o exégesis—de la vida. Claridad no es vida, pero es la plenitud de la vida. ¿Cómo conquistarla sin el auxilio del concepto?[1]

A mucha gente le parece meramente ridículo esto del idioma inclusivo, pero para no parecer irrespetuoso o poco empático con las “oprimidas”, la usan. A menudo este ceder y conceder a la estupidez es parte de una pereza de resistirse a ella. Pero en todo caso es un grave error. A través de esta concesión ayudamos a tender un manto negro sobre la comprensión del ser del hombre y su destino ético y existencial.

Pero la cuestión no es tan trivial e inofensiva. Conceder en este aspecto importa hipotecar la claridad, y cuando se trabaja en educación en universidades y escuelas la confusión y desorientación como imperativo es un fraude. Se engaña que se está educando cuando en verdad se les está confundiendo a los educandos.

Un ejemplo de resistencia lo está brindando en Canadá y los EEUU, el sicoanalista Jordan Peterson. En Canadá se llegó al extremo de imponer por ley el uso de artículos y pronombres para identificar supuestos terceros y cuartos sexos. Peterson se rebeló a ello y señaló; dije, y repito, que no voy a usar esos términos. Primero, porque la imposición de palabras por ley es inaceptable y no tiene precedentes. Y, segundo, porque son neologismos creados por los neomarxistas para controlar el terreno semántico. Y no hay que ceder nunca el terreno semántico porque si lo haces, has perdido. Ahora, imagine que ya hubiésemos cedido. Que hubiésemos aceptado que una persona se define por su identidad colectiva, por cualquiera de sus fragmentos: género, raza, etnia, el que sea. ¿Qué pasaría? La narrativa opresor-oprimido se habría impuesto.

Y Peterson no lo sostiene por pura maña: Las palabras son espadas de fuego al servicio de la revolución. La frase es del filósofo marxista francés Louis Althusser. A confesión de parte relevo de prueba.

Por amor a la verdad: no a la estupidización del idioma; no al idioma inclusivo.

 

 



[1] Meditaciones del Quijote; José Ortega y Gasset