lunes, 18 de diciembre de 2017

CRITICA DEL LIBRO DE C. PEÑA “LO QUE EL DINERO SÍ PUEDE COMPRAR”

CRITICA DEL LIBRO DEL PROFESOR CARLOS PEÑA “LO QUE EL DINERO SÍ PUEDE COMPRAR

LO BUENO

Mérito de don Carlos Peña es el -poco habitual- esfuerzo de los eruditos en ciencias sociales criollos, por atraer a los complejos tema abordado a la mayor cantidad posible de lectores -legos y profanos-, ejercitando en la medida de sus posibilidades, aquella gentileza exigida por Ortega a los filósofos, cual es la claridad. Su vocación de profesor y maestro diría yo, es lo más destacable. Así también, la ordenada formulación del problema, condición de posibilidad de que un problema sea resuelto o al menos clarificado. El esfuerzo de revelarnos en su obra, muchas fuentes para mí desconocidas y otras que pasé por arriba en mis lecturas universitarias y que a consecuencia de su obra comienzo a valorar; es un enorme aporte que se agradece, para quien como el suscrito, anda por ahí revolviendo letras para encontrar claridad en este laberinto obscuro que es la modernidad y sus fenómenos. Se agradece sinceramente. Doble merito y aporte, para quien lo hace desde la perspectiva de este minúsculo rincón del mundo que es Chile, donde la creatividad intelectual es escasa.

LO MALO

Su dualidad de profesor a la vez que líder de opinión, provoca una tensión, y a veces abierta contradicción, entre traer claridad sobre un fenómeno, con formar opinión sobre ese mismo fenómeno. Entrelazados en silogismos bien urdidos el autor vierte opiniones manifiestamente equívocas de ciertos fenómenos, que hacen perder peso a sus conclusiones. Solo me refiero con lo anterior, a algunos episodios del libro, cuando sus subjetividades hacen manifiestamente poco plausibles sus conclusiones. Lo mejor de su tarea, es dejar formulado el problema para que el lector agudice su atención en la búsqueda de las respuestas. No es que crea que el autor sea un vendedor de pomadas, pero a veces su naturaleza de líder de opinión lo traiciona.

Otro ripio a mi juicio son las formas verbales usadas para referirse a la bibliografía y transformar perspectivas sobre una realidad en criterios de autoridad: donde el autor dice evangélicamente “nos enseña fulano”; debe decir; “opina fulano”. Donde dice “la ciencia social nos revela”, debe decir “ciertos analistas dicen”. En fin. Quizá soy demasiado celoso de mi independencia intelectual, pero creo que a menudo el autor es algo jesuítico para referirse a temáticas muy discutibles.

MI CRITICA

En general el libro discurre por un carril ordenado, dando cuenta el autor, especialmente por las fuentes citadas, su pertenencia a una corriente intelectual y filosófica que es la que me apresto a refutar: el racionalismo. Y su consecuencia – a mi juicio- la inaptitud de la obra y de dicho método para traer genuina claridad sobre los fenómenos que aborda. Me explico:

El idioma y sus palabras son representaciones de la realidad y no la realidad misma. Aquello es obvio. El que busca traer claridad sobre los fenómenos debe empeñarse por usar palabras que encierren una realidad concreta y no muchas, a veces contradictorias entre sí. Todo ello a objeto que esa representación ponga, urbi et orbi, claridad sobre de que estamos hablando. Lo que digo parece trivial, pero para cualquiera que ejerce la lectura crítica, analítica y escéptica de filosofía o ciencias sociales sabe que no lo es. En esta obra hay una palabra que Peña deja – creo yo deliberadamente- en un ámbito vagaroso e impreciso. Es la palabra mercado.

¿Por qué digo que deliberadamente? No se entienda que lo acuso de ser un timador intelectual. Esta imprecisión en que incurre el autor es una constante entre los racionalistas que se encuentran forzados a encerrar la realidad en un modelo o idea, previamente conceptualizados. Vulgarmente se podría decir: un prejuicio. Pero es mucho más complejo que un mero prejuicio.

Hay un breve, pero a mi juicio sustancioso estudio de José Ortega y Gasset, que se denomina “Ni Vitalismo ni Racionalismo”[1]. En él, Ortega conceptualiza su crítica al racionalismo que cruza toda su obra. Partidario él de la razón como método, y del concepto como tabla a que aferrarse para todo aquel que quiera traer claridad sobre los fenómenos y circunstancias que rodean al hombre; reconoce paradojalmente en el racionalismo su gran enemigo. Dice Ortega que lo real es contingente (me refiero a lo que nuestro pobre entendimiento humano puede percibir racionalmente); lo contingente encierra un número infinito de razones. El supuesto arbitrario que caracteriza al racionalismo es creer que las cosas -reales o ideales- se comportan como nuestras ideas. Esta es la gran confusión y la gran frivolidad de todo racionalismo[2].

Aquella vieja creencia racionalista que, para traer claridad sobre un fenómeno social hay que ampararse en un modelo desde el cual pensarlo, trae por consecuencia necesaria, que las palabras y los conceptos, deben ser forzadas a reflejar lo que el modelo dice que son.

Para ilustrar esta conducta permanente del racionalismo, me refiero a uno de sus excelsos cultores, quien edificara un enorme edificio ideológico amparándose en conceptos equívocos: Carlos Marx. Uno de esos conceptos por vía de ejemplo es proletariado. Marx reflejó en esta palabra una realidad concreta: un grupo social de desheredados de la Inglaterra proto industrial del siglo XIX que tenía condiciones y circunstancias muy precisas. Seguidamente edifica una idea sobre el comportamiento social y relaciones de poder en la sociedad humana que ve nacer ese grupo desheredado (la sociedad industrial inglesa de entonces). A continuación, construye una ideología donde grosso modo se concluye que la sociedad humana, desde siempre se ha conducido conforme a esa dinámica. Entonces, por la vía de la reducción, proletariado pasa a significar, cualquier tipo de desheredados en cualquier tipo de sociedad en cualquier estado del devenir humano previo a la entronización del régimen comunista que él propicia, tengan algo o nada en común con aquel grupo 
social de la Inglaterra del siglo XIX

Vamos a nuestro autor: ¿Qué es, el mercado? Pues un complejo conjunto de fenómenos sociales. Pero el autor lo trata como una idea univoca respecto de la cual, todos debiésemos estar perfectamente claros respecto su realidad ontológica. Cual ídolo que adorarían todos sus “partidarios” o puchimbol sobre el cual puedan golpear sus detractores. Ello en víspera de aproximarse a sus conclusiones o formulaciones respecto del problema. No es meramente una simplificación o error circunstancial. Es el clásico vicio intelectual que se encuentra en la raíz del racionalismo, y que forma parte de su método.

Entiéndaseme que esta crítica a la metodología racionalista del autor, no reduce el valor de la aguda tesis central: la modernidad como cambio cualitativo de valoraciones sociales, trae sobre los fenómenos que la hacen posible (la intensificación de los intercambios comerciales que conocemos como sociedad de consumo es una de ellas) un sentimiento ambivalente de amor-odio. La crítica a la sociedad de consumo entonces resulta, como acredita el autor, particularmente equívoca y ambivalente. Fundada implícitamente en una idealización arcádica de la sociedad pretérita, acompañada de una devoción por las consecuencias visibles de la sociedad capitalista actual.

Lo que nos queda debiendo el autor es cumplir la misión de todo filósofo o del analista social de rango superior: explicar y traer claridad sobre aquella ambivalencia y, lo más difícil, los cursos de acción para superarla. Y la razón de esa deuda radica, a mi juicio, en el método preferido por el autor para aproximarse a la realidad: el racionalismo.

¿Es demasiado lo que pido? ¿Es esta pretensión ambicionada por el autor? Desde luego, nadie dijo que era fácil llegar a conclusiones evidentes en un fenómeno (o conjunto de fenómenos) tan complejo dominado por la mutación y el cambio, y menos urdir cursos de acción para superarlos.
Diciembre 2017



[1]Ni Vitalismo ni Racionalismo”; Obras Completas Tomo III pagina 270
[2] El razonamiento completo de Ortega para llegar a esta conclusión, es muy agudo. Y se ampara nada menos que en uno de los apóstoles del racionalismo: Leibniz