domingo, 13 de agosto de 2017

GIRO COPERNICANO EN LA POLITICA

GIRO COPERNICANO EN LA POLITICA

En la introducción a su Crítica a la Razón Pura, don Inmanuel Kant da cuenta que su obra representa un “giro copernicano” en la perspectiva de la filosofía. Con esta metáfora el genio de Könisberg da cuenta de una enorme confianza en si mismo. Los que hemos visto siempre al mundo desde la perspectiva del escepticismo seguro habremos fruncido el ceño ante esta frase, preguntándonos a nosotros mismos; ¿que se ha creído este alemán pedante? El mismo Kant en subsiguientes párrafos se hace cargo ese sentimiento que pudieran generar estas palabras.
Por ello pido disculpas de antemano por la presunción del título de estas letras. Soy un convencido de que la realidad de las cosas, gira lenta y perseverantemente en el universo, y que los seres humanos somos, temporales medusas rodeadas de un océano de ignorancia y obscuridad, que intentan otear lo que les rodea y a veces presumen de hacerlo, como el autor de estas letras.
La política es el arte de gobernar voluntades. Es una palabra que representa el afán de provocar, que voluntades ajenas a la mía propia, se conduzcan de la forma que mi voluntad propia quiere que se conduzcan. En el contexto de la condición gregaria del hombre, la política es un quehacer colectivo, donde una voluntad gobernante pretende prescribir hacia donde deben dirigirse las voluntades subordinadas.
En el arte de la política; el querer, la finalidad, el destino, o estado deseado del gobernante para con el gobernado; es el centro del debate de la política. Se supone que, derechas e izquierdas, conservadores y liberales, revolucionarios y reaccionarios, capitalistas y socialistas; quieren cosas o estados deseados, diferentes los unos de los otros. Es preciso reparar en lo equivocas y aparentes que son estas diferencias. A mi juicio todos esos actores de un polo y otro, comparten puntos de vistas comunes que son los puntos de nuestra común cultura occidental.
Los alemanes, siempre tan seguros de si mismos, bautizaron estos deseos, como inspirados en diversas weltanschauung -visones del mundo-. Y bautizaron a la diversidad de estos deseos sobre el porvenir como kulturkampf -la guerra cultural- (¡Tan categórico que es el idioma teutón! Los argentinos deberían hablar alemán).
Nietsche el epítome de esa pedantería filosófica alemana, criticando al hombre moderno señala que, es aquel que ya no sabe que hacer. Con su metáfora nos ilusiona, qué en un estado pretérito, el hombre si hubiese sabido que hacer, y ese saber lo hubiese extraviado en algún punto del camino por la historia. En su Zaratustra se mofa del “último hombre”, aquel melifluo personaje que él desea superar a través del ultra-hombre. Pero desde mi perspectiva de humilde y escéptico huaso chileno me pregunto, si realmente hubo un primer hombre, o si este se diferencia en algo de ese último hombre, implacablemente caricaturizado por don Federico. Dese luego creo que el über mensh, no pasa de ser un desvarío de don Federico, camino a su insania final.
Mi tesis, expresada con muchísima mayor humildad intelectual, es que el hombre histórico y prehistórico, ha deseado ni más ni menos, lo que le ha sido posible desear según sus circunstancias; y reconociendo lucidamente esta condición menesterosa para formarse un cabal juicio de la realidad, ha abrazado los mitos y religiones que le proporcionaban al menos una aproximación de esa escurridiza realidad.
Todos deberíamos coincidir que el hombre se ha permitido mínimamente controlar sus circunstancias por los conocimientos adquiridos y acumulados generación tras generación tal como pisamos sobre el suelo de estratos geológicos. Con el tesoro de tales conocimientos, su vida cotidiana se ha hecho menos difícil y ha ido mutando sus expectativas y estados deseados hacia el futuro. Gracias a este conocimiento acumulado, ha expandido esas expectativas y ha ido olvidando la ontológica condición menesterosa de su existencia.
Este fenómeno se ha bautizado como “ilustración” y que don Inmanuel Kant lo definió como una actitud: “sapere aude”, atrévete a pensar. Fue así como, en algún estadio de este devenir de la historia, fundamentalmente inspirado por el hombre europeo de 1790 en adelante, la humanidad como decimos en Chile, “se creyó la muerte”. Se olvidó y se mofó del saber mítico y religioso como perteneciente a un mundo oscuro y primitivo; y comenzó un camino más o menos extraviado respecto de su visión de si mismo, llegando a creer en los tiempos que corren, que no tiene límites. El control físico de las circunstancias a través del impresionante (-para mentes débiles como las nuestras-) desarrollo de la tecnología, le ha dado coraje para creer que su menesterosidad existencial quedó atrás, y algunos delirantes han llegado a sostener que podrá, más temprano que tarde, derrotar a la muerte. La polémica ideología de género, que hoy llena casuísticamente el debate público, se inscribe en esta actitud.
Así las cosas, en la política se han establecido desde la perspectiva ilustrada, ebria de entusiasmo por los logros tecnológicos, los estados deseados que animan la política moderna. Progreso y desarrollo son hoy ídolos ante los cuales la humanidad debe postrarse. August Compte, fundador del positivismo filosófico los traduciría en su lema “orden y progreso”; que inspiró la fundación de la república del Brasil, con cuya frase estampada en su bandera presumía dejar atrás el “oscurantismo” del ancien regime que sustituía.
Hace no más de tres décadas – vamos tan acelerados que ya se le olvidó al imaginario colectivo- los imperialismos estuvieron a un tris (exactamente a un tris) de hacer desaparecer a la humanidad con una guerra atómica, en nombre del progreso, desarrollo, libertad, igualdad, fraternidad y quien sabe que otra estúpida palabra vacía de sentido real. Creo que el progreso tecnológico tiene límites, pero por desgracia lo que no tiene límites es la imbecilidad humana. ¿Qué hizo posible tamaña indeseada posibilidad? Precisamente lo que yo llamaría, la imbecilidad ilustrada. Esta misma imbecilidad ilustrada es la que ha hecho posible que Estados Unidos haya denunciado el acuerdo de Kioto y de París sobre reducción de emisiones de gases efecto invernadero, los soviéticos secado el mar de Aral, los pesqueros depredado los mares transformándolos en basureros globales etc. etc. Seremos los campeones del cementerio, pareciera ser el lema de la imbecilidad ilustrada y progresista.
A pesar de la evidencia, progreso y desarrollo siguen siendo estados deseados que los poderes gobernantes inspiran como los estados deseados a las masas gobernadas. Y este hombre masa, -ilusamente- a través de los medios tecnológicos, se ha sentido liberado de ataduras y empoderado. Por tal razón ha perdido conciencia de su evidente condición menesterosa y se ha rebelado, como nos describe Ortega en su célebre obra La Rebelión de las Masas. Y se viene conduciendo desde hace más de un siglo, de manera insumisa. Y mientras más débil sea el sustrato cultural que le inspire una contención de sus apetitos, más insumisa es su actitud. La doctrina de los derechos humanos, ahora evolucionada hacia los derechos sociales, ha cooperado como una suerte de opio del pueblo, para el olvido de su condición mortal, menesterosa intelectual, atada al tiempo, al espacio y a sus circunstancias; limitaciones que son precisamente las que definen su condición humana.
Pero como señalé, este desear hacia el futuro o estado deseado, que anima a la política, tiene un límite: Solo se puede desear lo posible. Y digo lo posible desde un punto de vista muy trivial: lo posible para que sigamos vivos, para que las generaciones futuras hereden la vida que les podamos brindar permitiendo la sobrevida del único planeta conocido donde podemos vivir.
Y esto es lo que en mi perspectiva está sucediendo: la visión ilustrada, progresista, desarrollista de la sociedad y de la política, ya no da para más. Ya no es posible desear lo que el hombre ilustrado ha deseado hace más de 300 años. A causa del progreso y del desarrollo, se han juntado en el mismo planeta que cobijó a los dinosaurios, 5,7 billones de seres humanos, más que todos los homo sapiens que la han poblado en toda la breve historia de su presencia en el planeta. Multitud de bípedos implúmidos se siguen conduciendo en sus expectativas, de la forma que lo hacíamos cuando éramos menos de 1 billón. El resultado es una locomotora a 100 km/h en posición de colisión en contra de una montaña. No solo somos una cantidad potencialmente inviable dentro del planeta conforme al estilo de vida a que desempeñamos. Lo peor resulta de constatar que estos 5,7 billones se conducen, inspirados por las élites, de la manera que Ortega describe en le Rebelión de las Masas: insumisos y creyendo que todas las cosas que le rodean son como bienes edénicos gratuitos y sin costo; con lo cual el problema se agudizará día a día.

A fuer que me consideren tan pedante como don Inmanuel, propongo la superación de esta perversa dinámica a través de un giro copernicano de la política que, -esta vez si- marcaría un antes y un después. Propongo dejar atrás la era de los derechos, para iniciar la era de los deberes. Hay pueblos que ya lo están haciendo. Los japoneses son un ejemplo. Una nueva era donde el presuntuoso lema de Kant Sapere Aude, fuese sustituido por el más antiguo; Memento Mori, acuérdate que eres mortal.