Jean Baptiste Lamark fue un
naturalista francés nacido en 1799, injustamente olvidado bajo la sombra de
Darwin por el relato hegemónico anglosajón y progresista. Fue él y no Darwin quien
elaboró la primera teoría de la evolución biológica. Él acuñó el omnipresente
término biología. La parte inicial del título de estas letras es la
simplificación vulgarizada de su famoso concepto: “La necesidad crea la función,
y la función crea el órgano”. En la entrada del parque Jardín de
Flores de París, una estatua monumental del genio sentado en actitud de meditación
nos recuerda su enorme aporte a la ciencia.
El término ética, tiene dos
acepciones: la primera es como sustantivo: la ciencia de las costumbres;
la segunda como adjetivo: La cualidad de una conducta. En la segunda acepción, conducta ética sería aquella que se adopta en función de un fin. Aristóteles
usa el concepto de ética para referirse a las conductas prácticas, acepción
que es mayormente usada por la tradición filosófica.
En estas letras me tomo la licencia
de extrapolar a la ética – como ciencia de las costumbres - la famosa frase de
Lamark formulada para la biología; y a través de ella quisiera reflexionar
sobre el debate contemporáneo de la cuestión del sexo, que por presión ideológica
hoy se identifica como cuestión de género.
Aristóteles observó la ética desde la
óptica de la virtud. La virtud sería para el estagirita, la conducta que tiende
a la perfección. Así la masculinidad y la femineidad tendrían conforme a esta
perspectiva un telos o tendencia a su perfección. De este modo la
ética habría de enseñar en qué consiste vivir bien, y qué virtudes han
de ser cultivadas para conducirse adecuadamente. Las virtudes serían entonces
aquellas cualidades que debe hacer suyas cada persona para orientar su vida
éticamente.
Es muy recurrente que el debate filosófico se confunda cuando el mundo se analiza desde perspectivas descriptivas de la realidad (lo que el mundo es) oponiéndolas a perspectivas prescriptivas de la realidad (lo que el mundo debería ser). Muchos contaminan su descripción del ser de las cosas con sus pretensiones prescriptivas del deber ser de las cosas.
Marx reconoce aquello cuando señala que, hasta que él formulara su doctrina,
los filósofos se habían ocupado en entender el mundo y él se propone
transformarlo. El patético Carlos se equivoca en tres dimensiones. Primero,
porque desde los orígenes de la filosofía hay filósofos que han pretendido
cambiar el mundo. Segundo, porque no son los filósofos los que han cambiado
el mundo, entendido por mundo aquel que rodea al hombre en su
microcosmos. Los que han cambiado el mundo, han sido principalmente los
técnicos, desde los que inventaron como hacer fuego hasta los que inventaron el
smart phone; y secundariamente los militares, políticos y otros hombres del
poder; jamás los filósofos[1]. Por
último, se equivoca Marx al confundir los planos prescriptivos y descriptivos y
fuerza la realidad ontológica (el ser de las cosas) para que ésta encaje en su pretensión
prescriptiva del mundo (el deber ser de las cosas), error que le costó a la humanidad 150 millones de
muertos.
Alejándome de la acepción aristotélica, me referiré a la ética entendida como un sustantivo. ¿Por qué razón? Porque las conductas humanas se dan en un mundo exterior que cambia según las circunstancias, y la validez de las proposiciones sobre ética entendidas genéricamente y como adjetivo de las conductas, son referidas a un entorno determinado.
Aristóteles habla de las virtudes con pretensiones
de generalidad, pero sin tener en cuenta que en el mundo que le rodeaba, las mujeres y a
los bárbaros no eran propiamente individuos; condición que al menos prescriptivamente tienen todos los hombres y mujeres del siglo XXI. Las propuestas aristotélicas en
consecuencia tienen un valor relativo y podrían no ser aplicables erga hommes en nuestro siglo.
Las conductas humanas acontecen en un mundo exterior que son nuestras circunstancias. Así como el no nato en el vientre de la madre vive rodeado del líquido amniótico, así nosotros lanzados al mundo vivimos rodeados de un complejo de facilidades y dificultades. Y aquí creo que existe la razón por la cual existe tan gran diferencia entre los conceptos de virtud y de ética formulados por Aristóteles con aquellos formulados por la ilustración inaugurada por Kant.
Los ilustrados percibieron que las circunstancias del
mundo eran, a causa del mismo hombre, una condición cambiante. Kant habría intuido
que el hombre era capaz de progresar y como consecuencia de ello recrear el
mundo artificialmente; y hoy, cuando esa intuición kantiana se ha hecho realidad,
impera un olvido fatal: confundimos o mimetizamos esta realidad artificial, con
la realidad natural.
Me explico; las circunstancias que
rodeaban al hombre observado por Aristóteles era un conjunto de
facilidades-dificultades principalmente naturales y no controlados por el
hombre. Ese hombre que poblaba el mundo desde la época de Aristóteles hasta el
mundo nuevo que percibió Kant, enfrentaba circunstancias, que, en una
proporción muy alta, le eran incontrolables porque las imponía la naturaleza.
En tal escenario la masculinidad y la femineidad tenían un telos o tendencia a
su perfección, orientada a doblegar las dificultades que la naturaleza le
oponía.
La gran brecha de aquella realidad que
la podríamos denominar clásica, con nuestra realidad moderna, es
que la circunstancias que nos rodean a los hombres de la modernidad, son, en
una proporción muy alta, realidades artificiales creadas, no por la naturaleza,
sino por el hombre y su técnica.
Y refiriendo aquello a la cuestión
del sexo, el telos o tendencia a su perfección del varón y de la mujer,
no puede determinarse con la claridad con que se hacía hasta antes de los monstruosos[2]
cambios tecnológicos ocurridos en nuestros tiempos, porque el ser mujer y ser
hombre hoy, tiene un conjunto de dificultades-facilidades muy distinto al que
tenía desde los orígenes de la humanidad hasta hace breves 150 a 200 años atrás.
Este manifiesto cambio del entorno
donde se desenvuelva la humanidad en el presente contemporáneo mantiene en
estado de perplejidad a esa humanidad toda, la cual aún no ha sido capaz de procesar
adecuadamente la causalidad de los cambios. Abundan aprendices de brujo y
chamanes que dicen tener la fórmula para endilgar a la modernidad; y lo que es
peligroso, aprendices de brujo y chamanes muy poderosos.
Existe una campaña articulada políticamente, para imponernos una visión ideológica de la igualdad de género[3]. El sustrato de donde se arraiga esta ideología es del materialismo dialéctico el cual propone que toda realidad es el fruto de la síntesis de conflictos precedentes, entre una tesis (en este caso una estructura de dominación masculina opresora o hetero patriarcado) y una antítesis (en este caso, la rebelión de las mujeres oprimidas en busca de la liberación femenina).
No pasa de ser el feminismo militante un refrito recalentado en un
horno microondas, de un plato bastante más sustancioso y lógico que fuera la
tristemente célebre ideología comunista marxista o materialismo histórico.
La falta de lógica interna y su casi total
falta de correlato empírico hace de esta ideología una doctrina inaceptablemente
superficial, que desorienta a una juventud angustiada por no saber a qué
atenerse para proyectar sus existencias. Además, el poder de los medios de
difusión de masas hace de esta seudo doctrina una majadería omnipresente. Quienes
detentan el poder de la información pretenden un modelamiento de la realidad en
base a relatos basados en esta doctrinilla. Es una asfixiante imposición manu
militari que contamina el espacio de debate político y que tiene un innegable tufo
de conspiración para el logro de objetivos, que, de ser propuestos con
transparencia, recibirían el unánime repudio de la población[4].
Es evidente que el ideal masculino del
macho protector, valiente que dibuja y guia el camino a la fémina criadora y protectora
de la prole, se encuentra hoy degradado. Funcional a dicho ideal, era la virtud
masculina por excelencia: la fortaleza; virtud aquella que al varón le permitía
acometer los desafíos del mundo y resistir las dificultades con que la realidad
oponía a esa voluntad de avance.
Y esta degradación, no tiene por causa la imposición majadera de la ideología de género. A la inversa; la ideología de género se ha hecho posible merced del entorno social que rodea a la degradación de la masculinidad. Así el deterioro de la masculinidad sería condición de posibilidad del surgimiento de este delirante ideal del hombre feminizado e incluso asexuado.
¿Cuál es la causa que gravita
sobre estos dos fenómenos? Una muy trivial omnipresente y que está fuera del
radar de la mayoría de los análisis que se hacen sobre este debate: En el mundo
contemporáneo, la mujer necesita menos o casi nada de aquel estereotipo de
hombre valiente y protector. ¿Por qué razón? Enumeraré algunas causas que
tienen a su vez varias consecuencias:
La píldora anticonceptiva niveló a la mujer con el hombre en
su conducta sexual. Las relaciones sexuales dejaron de tener la consecuencia
potencial de producir la prole. El sexo sigue sirviendo para traer niños
al mundo cuando no se usan métodos anticonceptivos, pero ahora puede ser ejercido
para el puro disfrute erótico del hombre, pero también de la mujer. A este
fenómeno se le llamó en los sesenta del siglo pasado la liberación sexual.
Esta cotidiana circunstancia
artificial creada por la técnica humana, ha tenido el efecto de cambiar la forma
que la humanidad concibe al sexo. El sexo sería conforme a esta perspectiva,
hecho para el placer, y accidentalmente para la reproducción, de manera que
resulta axiológicamente idéntico para las ideologías imperantes, la práctica del
sexo natural, con la cópula antinatura que practican los homosexuales. ¿Qué siempre
ha existido homosexuales y la píldora nada ha cambiado en ello? Aquello es relativamente
falso.
Lo que hasta ahora se conoce por
investigaciones arqueológicas y antropológicas, demuestra que desde que el hombre tiene
conciencia de su finitud (de su muerte) ha pretendido que las conductas humanas solo pretendan el sexo verdadero, el del ayuntamiento natural de un hombre con una mujer. El sexo verdadero se ha encontrado tradicionalmente sacralizado y rodeado de un marco normativo. Por esa razón y conforme a ese marco
normativo, la homosexualidad fue éticamente una conducta abominable e inmunda
en todas las culturas superiores. Solo ahora que el sexo gracias a la píldora
es una actividad menos sacralizada y más genital, que la homosexualidad se ha
sacudido para algunos, el estigma de conducta aberrante.
En el mundo contemporáneo y por efecto de esta realidad artificial causada por las técnicas de control de los ciclos reproductivos, la masculinidad como valor imprescindible, ha sufrido un deterioro. Siguiendo la regla inconcusa de Lamark, la necesidad (perpetuar y mejorar la especie) creo la función (relacionarse sexualmente para unir los cigotos) y la función creó el órgano (los órganos sexuales funcionales y el sistema hormonal que causan el impulso a relacionarse sexualmente).
Si el sexo se practica como
quien se rasca la espalda, obviamente la masculinidad ética que impone las
costumbres viriles declina. Lo que es más evidente, el conjunto de la fenomenología biológica (sistema endocrino en general) que hace posible el sexo
reproductivo, también declina en general y en promedio. Así lo indican múltiples
estudios que acusan una disminución de los niveles de testosterona en los
hombres de distintas edades en mega ciudades modernas, respecto de muestras obtenidas
en los años 60 del siglo pasado[5].
Las facilidades para ganarse la vida. Las mujeres, hace 150 y menos años atrás, demandaban la presencia de un hombre proveedor que las ayudase a sustentarse a ella y a la prole; porque la sociedad y la realidad tecnológica estaba ordenada de un modo tal, que para poder participar en la mayoría de las actividades productivas y generadoras de riqueza, se requería de la fuerza y la agresividad masculina para obtener ese sustento.
La
mujer de hoy compite en el mercado laboral casi en las mismas condiciones que
el hombre y es un hecho que si no existiesen normas protectoras de la
maternidad que le confieren garantías de preservación del empleo e inamovilidad
en los períodos de maternidad, la mujer tendría niveles superiores de remuneraciones.
El trabajo hoy no demanda fuerza masculina. Una ley promulgada por mamá
Bachelet en su gobierno, prohibió que los obreros cargasen un saco de ¡más de 25
kilos![6]
Una mujer hoy podría pues ser obrera a la par de un hombre.
La disponibilidad de alimentos, calefacción, albergue
universalmente obtenidos con dinero, es hoy algo tan omnipresente, que
olvidamos que hace 150 años no lo era. Las familias debían proveerse sus
alimentos, su calefacción y su techo, a través de la fuerza física que proveía principalmente
el integrante de la familia de sexo masculino.
Las máquinas que sustituyen la fuerza
física, haciendo
progresivamente inútil los talentos exclusivos masculinos. El hombre antiguo
sin una dotación suficiente de testosterona no tenía la posibilidad de
relacionarse sexualmente con una hembra ni formar familia porque ante un ataque
o ante cualquier evento que demandada usar la fuerza física no era idóneo. El
hombre y mujer modernos disponen de aparatos mecánicos para infinidad de
funciones y no se necesita de la fuerza física. Ni siquiera la guerra requiere de la fuerza
física masculina, y que hasta hace pocos años era exclusivamente viril. Hoy es
posible hacer la guerra a través de máquinas conducidas por hombres o mujeres.
Como se ve, el debate sobre el tema padece de una confusión entre lo prescriptivo (el telos del sexo y de la masculinidad y femineidad o la pretendida desexualización de las masas) y lo descriptivo (una realidad que se le apareció al ser humano a consecuencia de la técnica).
Independiente de los conceptos morales y éticos que se sostengan, no se puede razonablemente
negar que la humanidad sufre una innegable feminización de las relaciones
sociales en todos los órdenes. La demanda de hoy es por derechos y
protección. En un mundo masculinizado la demanda era por libertad, y la lucha permanente
era contra la opresión del soberano. Hoy la opresión del estado es vista por
las mayorías no como opresión sino como un alivio para ser protegido de lo
desconocido y peligroso.
¿Es posible que esta tendencia autoformativa
de la humanidad generada por la técnica persevere ad infinitum? ¿Existe un telos de mujer y de hombre?;
¿un ideal de conducta diferenciada de uno y otro sexo degradado que es menester
recuperar, conservar y promover? ¿Será el hombre algo moldeable como la arcilla,
no solo por el Dios creador del Génesis, sino por el mismo hombre
tecnológico al punto de poder suprimir el sexo? ¿Será una fatalidad que los
engendros de la técnica puedan degradar al género humano?
Existe una hipótesis de los
antropólogos que han estudiado la cultura Maya acerca del por qué ese pueblo
nunca usó la rueda, en circunstancias que manejaban conceptos físicos y
matemáticos de alta complejidad. Siendo la rueda una herramienta tan trivial de
concebir y construir y de tan evidente utilidad para multiplicar la fuerza de
los hombres y los animales, no resulta plausible creer que no se les ocurriera
usarla. La hipótesis razonable señala que los Mayas simplemente renunciaron a
usar la rueda. ¿Por qué habrían adoptado una decisión tan extraña y antiprogresista?
Pues porque habrían ponderado que las consecuencias de su uso eran contrarias
al telos del hombre como ellos lo entendían.
A principios del siglo XX Jean Jaques Sorel y Gabriel D´Anunzio levantaron
desde distintas trincheras, seudo doctrinas que se fundan en este fenómeno de feminización de la sociedad que
ya entonces se vislumbraba. Sorel, uno de los fundadores del anarquismo, pronosticaba
el colapso de la burguesía en manos de musculosos y arrogantes proletarios que darwinianamente desplazarían a los débiles y afeminados burgueses. D´Anunzio poeta proto fascista se hizo célebre por su italianísimo
y algo histérico apotegma; vivire peligorosamente, en reacción a la
modosa vida burguesa de los años locos. Ambas doctrinas han fallado sus
pronósticos por la falsedad de sus premisas.
Ortega y Gasset nos ofrece una
orientación en esta perplejidad moderna cuando señala: La idea del progreso, funesta en todos los órdenes, cuando se la emplea
sin críticas, ha sido fatal. Supone ella que el hombre ha querido, quiere y querrá
siempre lo mismo, que los anhelos vitales han sido siempre idénticos y la única
variación a través de los tiempos ha consistido en el avance progresivo hacia
el logro de aquel único desiderátum. La realidad histórica nos indica que, el
perfil del bienestar se ha transformado innumerables veces.
La ciencia, la técnica y el poder político contemporáneo propician ese
estado de bienestar. Ese desiderátum que los políticos ambiguamente
denominan, desarrollo económico. ¿Qué tal si esa piñata en que se ha
constituido el concepto de desarrollo económico importa un empobrecimiento de
la condición humana en general y de los sexos como tales en particular? Esta
arcadia llamada nación desarrollada, deja indefinido la calidad de
individuos que quisiéramos ser en la intimidad de nuestro yo.
A mi juicio es el concepto
de bienestar de nuestra época moderna lo que debería estar en cuestión y
debate. La propuesta vigente de progreso y desarrollo
es incompleta y comporta daños colaterales que recoge el malestar ambiental.
Prestar oídos a las necedades de una doctrina fallida como el feminismo es como
resucitar a Sorel y sus despropósitos revolucionarios.
El progresismo nos ha llenado la
cabeza con una presunción de control sobre lo desconocido, que dista de tener
un correlato empírico. El mundo gobernado por las premisas del progreso y
desarrollo económico empobrece sin desearlo a quien busca servir que es al
género humano cuando persigue una seguridad que degrada.
Una parte del estado de rebelión en contra del orden establecido proviene de sentirse los individuos, desplazados y prescindibles para la sociedad. Esos individuos auto percibidos como desplazados principalmente son de sexo masculino. La masculinidad debe recuperar un rol en la sociedad que se construirá en la era post Smart phone.
La pretensión de las ideologías sexistas en boga que propician des sexualizar a la población – especialmente a los varones- es absurda, inhumana, inviable, carece de correlato empírico, es antiestética y aberrante.
Debemos reinstalar la sexualidad natural, en esta nueva circunstancia dentro de la sociedad tecnológica, sacando de varones y hembras sus mejores talentos para la integración social y familiar. Debemos combatir y derrotar esta dialéctica suicida que ha impulsado una agenda que siembra discordia entre los sexos.
Debemos suprimir los excesos de protección de que es objeto la población en general y la juventud en particular, propiciada por políticos buenitos que esconden su demagogia bajo estos favores que degradan la masculinidad y por consecuncia también a la femineidad.
mayo de 2022
[1]
Kant no cambió el mundo. Solo interpretó novedosamente el mundo que había cambiado
frente a sus ojos.
[2]
Digo monstruosos, por las razones que más abajo desarrollo.
[3]
Se sustituyó la palabra género por sexo en esta doctrina, para hacerla más
amable y menos chocante a las masas. En la Real Academia de la Lengua se
perpetró una conjura para introducir esta palabra para identificar personas y
no fonemas como hasta entonces se significaba, por presiones ideológicas. Y también
por una razón bien trivial: la bibliografía de esta ideología venía del inglés
en que la palabra gener significaba algo distinto a género, del
castellano hasta entonces.
[4] Obviamente,
la reducción de la población mundial a través de la promoción de culturas
castratti.
[6] El
ejército de Chile no podría hoy asaltar y tomarse el Morro de Arica, debido a
esa norma. Las mochilas y el fusíl pesaban 35 kilos.
Estupendo artículo y compleja pero muy coherente teoría. Intentaré integrar mi respuesta dentro de la que pensaba hacer al comentario de mi canal de El lector de Ortega y Gasset.
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