miércoles, 20 de abril de 2022

TRASCENDENCIA E INMANENCIA; BELLEZA Y FEALDAD; Y LOS CHASCARROS DE BORIC

 


Las palabras son como conejos que huyen de nosotros. Quienes buscamos expresarnos con precisión debemos correr tras ellas para que no se nos arranquen. Si se nos arrancan de sentido, las palabras comienzan a no expresar nada. Elvira Roca

Me inspiró esta frase de la mediática historiadora española citada, para referirme a dos palabras que nos ayudan a encontrarle sentido al debate en nuestra vida contemporánea. Se dice de una actividad que es inmanente a un agente cuando «permanece» dentro del agente en el sentido de que tiene en el agente su propio fin. El ser in­manente se contrapone, pues, al ser trascen­dente —o «transitivo»— y, en general, la in­manencia se contrapone a la trascendencia.[1] En palabras más simples, la perspectiva inmanente solo pone atención en la vida humana desde el nacimiento hasta la muerte. Su sentido de vida es el bienestar en este mundo; la perspectiva trascendente se pregunta cotidianamente por la vida más allá de la muerte. Quien tiene una perspectiva trascendente vive montado en la creencia que el mundo y la vida no es solo su existencia material. No es necesariamente un dualismo entre teísmo versus ateísmo. Un creyente en Dios puede tener una perspectiva estrictamente inmanente; como hoy los hay muchos.

Acaba de terminar la semana santa. Quienes no tenemos el hábito de la piedad religiosa, nos apoyamos en la música de Bach, Haendel, Mozart y otros genios, para ayudarnos a percibir el sentido trascendente de la Pasión de Cristo, puntal de nuestra civilización occidental. Aquel género de arte tiene una perspectiva trascendente. Autores musicales contemporáneos como el norteamericano Samuel Barber y el estonio Arvo Part, se han inspirado en la misma perspectiva trascendente de la realidad, pero el mundo contemporáneo no reconoce en ellos esa perspectiva. Se les invoca como música de relajación o de autoayuda. Algo así como la versión etérea del inmanentismo materialista.

¿Por qué sucede aquello? Pues porque nuestra época tiene una perspectiva estrictamente inmanente. Hasta la religiosidad moderna es inmanente. Eso explica que la música religiosa que se escucha en las parroquias católicas o en los templos evangélicos de nuestros barrios, es más parecida a jingles de autoayuda para esta vida, que aquella que inspira Bach o Haendel. El religioso contemporáneo está ocupado en esta vida; la de aquí; la de la experiencia sensible y aquello se percibe en el formato de las ceremonias religiosas.

El inmanentismo, elevado por Kant al rango de virtud intelectual, nos regaló la ilustración. Pero tiene la fatal consecuencia de reducir nuestra perspectiva del mundo. Así como lo hacen los pintores y dibujantes, nuestro pensamiento opera con un punto de fuga[2]. El inmanentismo aproxima nuestro punto de fuga a nosotros mismos. Y extremando la prescripción kantiana de agotar la búsqueda del conocimiento en la experiencia sensible, la degradación del inmanentismo, reduce esa perspectiva hasta el extremo de solo vernos a nosotros mismos, sin ser capaces de ver nada de lo que nos rodea. Y esto, aproximar el punto de fuga a la punta de nuestra nariz, trae a su vez como consecuencia el narcisismo. Narciso se enamoró de sí mismo no solo porque se consideraba bello, sino porque era lo único que veía.

Y es sorprendentemente obvia la razón de ello: solo somos capaces de amar aquello en lo que podemos poner nuestra atención. El primer escalón descendente del inmanentismo kantiano es poner solo la atención en la experiencia sensible. El segundo escalón descendente, es reducir nuestra perspectiva - y nuestro punto de fuga- en nosotros mismos.

¿Qué caracteriza a esta generación que ha conquistado el poder formal de la república? ¿Cuál es la fuente de su extravío? A mi juicio la patética reducción de su perspectiva para ver el mundo. Por lo demás, es un fenómeno global en nuestra cultura occidental e ilustrada, hoy llevado al extremo.

La ilustración Kantiana “descubrió” la inmanencia como fuente de poner atención en lo importante; este mundo. El hombre occidental de este modo desarrolló la técnica moderna y esta técnica, que tanto nos ha aportado, ha tenido también la indeseable consecuencia de ir progresivamente reduciendo la perspectiva humana, tal como Ortega y Gasset lo denunciara hace casi cien años en su libro La Rebelión de las Masas. Pero el proceso no se ha detenido donde Ortega lo retrató. Ha continuado ese acercamiento del punto de fuga. Porque el hombre contemporáneo se apoya en los extraordinarios medios facilitadores de la vida que la técnica le proporciona; paradójicamente no para expandir su mundo, sino para reducirlo.

A mi juicio, Chile hoy es un laboratorio social de este fenómeno, quizá el ultimo estadio -ojalá así sea- de este proceso de degradación de la perspectiva inmanentista, y que tiene por consecuencia dos “ismos”: El feísmo y el narcisismo.

Nuestras ciudades están saturadas de gráfica fea. La belleza pareciera que les repugna a los feistas. Quieren invadirlo todo de cosas feas. Las redes sociales están saturadas de coprolalia. El parlamento y la convención constituyente está saturado de individuos zafios, incultos, groseros y narcisistas. Pocos han reparado en el daño que el feísmo causa a la convivencia colectiva y a la esperanza de quienes salen a vivir la vida sin haber conocido otra cosa que lugares y objetos feos. Nadie ha invocado el derecho a la belleza de los espacios y de la vida pública. Sin embargo, su ausencia daña de un modo aun inconmensurable la vida colectiva.

Así como en la teletón tenemos el niño símbolo positivo de la superación de los defectos corporales, quien detenta el cargo de Presidente de la República, Gabriel Boric Font es el niño símbolo del feísmo y del narcisismo. Su aspecto y sus actos son deliberadamente antiestéticos y rupturistas. Su descuido del marrueco abierto, del paso cambiado en las ceremonias protocolares, de su camisa afuera con el ombligo al aire, es deliberado. ¿Por qué? Pues porque quiere exhibirse como quien desdeña todo orden protocolar, estético y formal, que represente la sacralidad del poder. ¿Por qué? Pues porque le tiene antipatía. ¿Por qué? Porque representa una generación que no entiende su simbología porque ya no es capaz de mirar más allá de su nariz ni entender esa sacralidad del poder político. Es más, sus intentos por proyectar una actitud de amistad cívica resultan afectados y artificiosos, tal como cuando niños nos decían, salude a la tía. Lo hace de contrapelo.

Esta generación de seudo políticos es narcisista. No saben mirar otra cosa que sí mismos. Es lo único que pueden amar genuinamente y sin afectaciones. Son seudo políticos porque solo son capaces de observar a los que son iguales a ellos. No tienen perspectiva histórica ni social.  

Boric representa el narcisismo de las postrimerías. Es la encarnación del Último Hombre, aquella metáfora genial del Zaratustra de Nietsche; ¿Quién quiere aun gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas[3].

El problema de ser laboratorio de ingeniería social del mundo, tal como lo fuimos en el año 1970 y lo somos ahora, es que la línea por donde discurre la paz social y la convivencia es sumamente delgada y precaria. Todos esos aspectos que Boric ridiculiza del poder, son en última instancia lo que sostiene la convivencia.

Creo, sine ira et studio, que el actual gobierno y su portaestandarte, la Convención Constituyente actúan deliberadamente para destruir esas reglas de convivencia que hacen posible la vida en común, sin proponer nada viable a cambio. Pero también creo que fracasarán en su intento en el corto o mediano plazo.

Pero eso no será un triunfo si no somos capaces de cambiar el rumbo de nuestra sociedad desde esta fatal tendencia de la reducción de la perspectiva hacia la expansión de esta. Esa es la verdadera tarea. Es posible. Los medios están. Vivimos rodeado de datos y de sabiduría gracias a los fantásticos medios de comunicación. Cada niño tiene en su teléfono, además de toda la bazofia y coprolalia con que actualmente son alimentados, toda la historia de la sabiduría y belleza de la humanidad. Es cuestión de disponerse a ver el horizonte donde lo hicieron los pintores del renacimiento italiano.

Abril de 2022



[1] Diccionario filosófico Ferrater Mora

[2] En técnica de dibujo, punto de fuga es aquel lugar donde las rectas paralelas se juntan conforme la perspectiva del dibujante.

[3] Así Hablaba Zaratustra. Federico Nietsche

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