El romanticismo es un fenómeno
intelectual que invita a romper con los cánones, reglas y normas que provienen
de la tradición y, en el caso de la política, reemplazarlas por utopías.
Tradición no es una ideología ni menos una utopía que nos invita a vestirnos de
medioevales. No es más que un conjunto de datos que las generaciones se
entregan a través de la historia. La palabra lo dice; viene del latín tradere
que es entrega.
La historia conoce como la
Revolución Burguesa o la Revolución Romántica, aquella serie de acontecimientos
ocurridos en Europa en 1848 que intentaron destruir el orden monárquico, y que
fracasaron en casi todas las plazas donde se manifestaron.
Modelo de romántico es nuestro
compatriota Guillermo Matta Goyeneche quien escribió en 1854, precisamente
inspirado por aquellos acontecimientos de 1848. Toda revolución es un nuevo
desarrollo, una nueva manifestación de la verdad; es un mundo de ignorancia que
cae y otro que se levanta; en una palabra, es la inauguración de una idea más
grande y la exaltación de un principio más noble.[1]
Matta, hijo de un riquísimo minero de Copiapó, era lo que Ortega identificaba
como el señorito satisfecho; aquellos quienes el destino puso en
una condición privilegiada y tienen una perspectiva del mundo desde esa condición
privilegiada.
Los
revolucionarios románticos por lo general fracasan al poner en práctica sus
utopías. Así pasó con Matta. Así pasó con la revolución burguesa de 1848 en
Europa. Ello por una razón bien simple: porque cuando la demolición propiciada
comienza a hacerse efectiva, los románticos recienten la pérdida de sus
privilegios que distorsionaban su visión de la realidad. Fatalmente, aserruchan
la rama donde están sentados.
Boric y el
Frente Amplio han sido de esta estirpe de revolucionarios. Criticaron lo que
ellos llamaban el neoliberalismo y prometieron su destrucción, pero otra
cosa era con guitarra, porque sin “neoliberales” que se levantan
temprano para hacer mover el país, pronto la economía se resiente, cae la
recaudación fiscal y se acaba la plata. Y lo que menos quieren los compañeres
es perder sus privilegios de consumidores sofisticados de restoranes, smartphone
o de viajes a EE.UU., Europa o el Caribe, para observar in situ cuan perverso
es el neoliberalismo. Dentro de otras cosas, por eso capotó la candidatura de Gonzalo
Winter y el Frente Amplio en las elecciones primarias de la izquierda.[2]
Hagamos un
poco de historia: La izquierda socialdemócrata que sucedió al Gobierno Militar,
suspiraba por un estado socialista. Pero con la caída del muro de Berlín tuvo
que conformarse desde 1990 hasta 2010 con administrar el odiado neoliberalismo.
Pero cuando
en 2006 aparecieron los pingüinos, aquellos jóvenes que con discursos románticos
encendidos propios de la revolución de 1848 que encarnó en su tiempo Matta
Goyeneche, les volvió “el alma al cuerpo”. Afloró nostálgicamente el
romanticismo revolucionario de aquellas élites. Enjugando lágrimas de emoción, regaron
la plantita de aquel grupo de impulsivos jóvenes que formarían lo que después
fue el Frente Amplio.
Su madre
protectora Michel Bachelet en 2014, se encargó que le “donaran” una diputación
por Santiago al joven calvo de ojos lánguidos Giorgio Jackson, quien fungía
hace 10 años de filántropo moralmente superior, y cuando fue gobierno, se reveló
como un experto en latrocinios de la plata de todos los chilenos, quien mediante
sofisticados auto robos de pruebas que le inculpaban, tendió una red de
impunidad escandalosa.
¿Qué le va quedando
a la izquierda democrática para cumplir su sueño romántico? Nada… Absolutamente
nada, excepto el pragmatismo del incombustible Partido Comunista de Chile. Así
lo han demostrado las elecciones primarias de esta izquierda agónica.
Pero sucede
que el espíritu revolucionario del PC, nada tiene que ver con romanticismos. Su
praxis se alimenta de aquella energía volcánica que es el resentimiento social,
que proviene del pecado de la envidia, que nació con Caín y acompaña a la
humanidad desde siempre. Resentimiento que es el peor veneno que atenaza a
nuestra raza[3].
Esa es la primera
razón por qué en Chile existe un Partido Comunista, verdadera pieza de
arqueología política, homónimo y heredero de la ideología que ha asesinado a
150 millones de seres humanos a lo ancho del mundo, como consecuencia directa
de su praxis criminal. Lo que no es un decir discursivo sino una realidad
empírica.
La segunda
razón por la cual existe el PC en Chile, es la parálisis intelectual y
analfabetismo práctico de nuestra población y especialmente de nuestra élite,
que por desidia o incapacidad de relacionar ideas, no conoce las “proezas” del
comunismo a través de la historia. Recomendaría como jarabe para superar esta
parálisis, la lectura de, Archipiélago Gulag de Solzhenitsin, El
Libro Negro del Comunismo de varios autores franceses de izquierda, incluidos
excomunistas, y Memoria del Comunismo de Federico Jimenez Losantos, solo
para empezar.
No. Los
comunistas cuando tienen poder no comen guaguas como caricaturizan para inhibir
las evidencias de los crímenes que los sindican como lo que son. Los comunistas
cuando tienen poder, matan. Y matan mucha, mucha gente. Cuanta sea necesaria y cuánto
les permita el poder que tengan para hacerlo. En los años recientes lo han
hecho en Chile, a través de sus brazos armados en la Araucanía o a través del
Frente Manuel Rodríguez.
Los
románticos pasan. Jackson desaparecerá de la historia como Matta Goyeneche
desapareció. Pero los comunistas no desaparecen aun de la historia de Chile,
mientras siga envenenada nuestra alma nacional por esas dos lancetas con
rebarba que son el resentimiento y la ignorancia.
Julio de 2025