En medio de los portentosos
acontecimientos mundiales, diría yo, más relevantes incluso que la caída del
muro de Berlín, me refiero a nuestro drama local que no está desde luego ajeno a
aquellos acontecimientos.
Como la crónica de una muerte
anunciada, el gobierno de Gabriel Boric, vegeta entre el acelerado deterioro de
la convivencia social y la inanidad para formular y en
consecuencia solucionar, las causas de ese
deterioro. Lo dijimos en una crónica al iniciar su mandato[1]
en julio de 2021: el problema de Chile no es Boric y sus compañeres de ruta. El
problema de Chile es que un número significativo de chilenos votaron por quienes
manifiestamente carecían y carecen de las cualidades
morales y destrezas mínimas para gobernar una sociedad compleja. ¿Quiénes y por
qué lo votaron a pesar de dicha evidencia?, y peor aún: si las encuestas de opinión tienen un mínimo de
certeza, ¿quiénes y por qué ¡aun lo siguen apoyando! ante la constatación de su incompetencia?
Válido y urgente es hacerse la
pregunta, porque las perspectivas de una renovación profiláctica en el poder,
apuntan a que existe un razonable optimismo de que nos aproximamos a una
derrota de la izquierda revolucionaria. En efecto, una prospectiva imparcial
señala que Johannes Kaiser se convertirá en el próximo Presidente de la
República.
Pero los problemas que aquejan a
la convivencia nacional son de tal envergadura, que para torcer el timón de la
república y redireccionar la decadencia social de nuestra patria, se requiere no
solamente un líder. Se precisa un grupo de líderes apoyados por una mayoría contundente,
que permita desalojar a personajes que integran los poderes ejecutivo legislativo
y judicial y reemplazarlos por personas virtuosas y que no padezcan del cáncer metastásico
del resentimiento. Y del mismo modo, desalojar a quienes en las últimas décadas
han manifestado la desordenada avidez por el poder que caracteriza a los
demagogos. Es decir, cooptar los poderes de estado por quienes, además de la
claridad de diagnóstico, principios y fortaleza moral, poseean la honestidad de
intenciones expresadas, al proponerse como nuevos conductores de la república.
Gregorio Marañón, intelectual
español del siglo XX, en un ensayo sobre el fenómeno del resentimiento[2],
nos provee de algunos elementos de análisis para identificar esa pútrida pasión
humana que yo diría, en buena parte explica la plataforma de apoyo del
desafortunado y autodestructivo gobierno que nos encamina hoy al abismo del
caos.
Históricamente todos los fenómenos
sociales que se identifican como revoluciones, han sido liderados y
apoyados por resentidos. El resentimiento se encuentra en las antípodas de
la generosidad. La generosidad nace de la comprensión del mundo que nos rodea.
El supremo y perfecto generoso es Cristo, el Hijo del Hombre. Él, y no nosotros,
simples mortales, es capaz de comprender cada uno de los entresijos de la
existencia humana y de su circunstancia material. Por eso, es Él, el supremo
amador. Nos prescribe con perfecta conciencia de nuestra relativa incapacidad: ámense…
como yo los he amado[3].
Quiero decir con esto que, en toda creatura imperfecta subyace la
dialéctica entre, la generosidad del que conoce los fenómenos que le
opone su circunstancia y los enfrenta amorosamente, y el resentimiento
que se rebela desordenadamente contra esas circunstancias.
Los problemas de la siquis y
de la convivencia humana, surgen cuando es el resentimiento el que impera sobre
la generosidad. Más aún, cuando a través de las ideologías, el
resentimiento se hace un imperativo moral y se alinean los resentidos como una subcultura. Existe una especie de solidaridad entre resentidos, solidaridad
que incluso podría confundirse con afecto e incluso con amor. Pero es solo
una repugnante máscara[4].
Quien es gobernado radicalmente por el resentimiento, es un ser mal dotado para
el amor. La capacidad de amar surge de una musculatura moral templada y tonificada,
que permite la conexión y comprensión del mundo y de nuestros prójimos.
Si las encuestas no están “ensobradas” -como dice Milei para referirse a los sobornos que la prensa y empresas de encuestas-, casi un tercio de la población apoya a un gobierno de personajes integrados por quienes han demostrado ser explícita y manifiestamente corruptos, destructores de la convivencia y muchos de ellos desquiciados. ¿Cómo se explica aquello? Esta realidad -presunta- es más azorante incluso que la votación de hace tres años, porque una parte de los votantes suponemos, no sabían cuan corruptos e ineptos serían. Estimo que es un reflejo de la solidaridad del resentimiento referido en el párrafo precedente. Algo muy preocupante que es menester extirpar para que que la convivencia se haga posible.
En mi artículo que cité de 2021,
comparaba a nuestro malhadado primer mandatario con el personaje de Crimen y
Castigo, Rodión Romanovich Raskólnikov. En su genialidad anticipatoria de los
trágicos acontecimientos que se sucederían en Rusia, Dostoievsky inventó un
nombre propio que abarca una intención: la destrucción del orden establecido
por los Romanov como supremo bien. La destrucción como bien. Es la inversión
absoluta de los valores. Dirán sus parciales: Boric y sus compañeres serán corruptos,
incompetentes e impotentes para solucionar los problemas, pero estamos
hermanados en el resentimiento. Por eso el Frente Amplio, el Partido Comunista
y todos sus compañeres, odian la historia, porque los une el odio a la
tradición, esto es, a lo que ha sido y por consecuencia, es Chile.
Es aquí donde se encuentra estimo la
madre de todas las batallas en el campo político hoy en nuestro país. La
convivencia social asolada por la delincuencia, la apertura deliberada de las
fronteras por omisión, la fealdad de los espacios públicos, la ineficiencia desastrosa
de la salud y educación pública, la persecución de los justos (los Carabineros)
por parte de una justicia desquiciada (fiscales y jueces), son todos fenómenos consecuenciales
de la primacía del resentimiento por sobre la generosidad. La tarea política
pues es combatir no tanto a los resentidos -que en determinadas circunstancias
hay que combatir también- sino al resentimiento social como tal. En dos
palabras: la tarea del próximo gobierno libertario que se avizora en el
horizonte, debe ser principalmente cultural. Una Kulturkampf.
Alguien, bajo un prurito ideológico liberal equívoco podrá objetar que aquel es un campo de la moral sobre el cual la política, lo público, no puede inmiscuirse o que el Estado es ineficaz para hacerlo. No lo creo. La prueba de que aquello es posible y necesario, es constatar lo que han hecho nuestros enemigos, amantes del resentimiento, la revolución, el caos y la destrucción. Ellos, a través de la cultura han sembrado, cultivado y cosechado el resentimiento. ¿Con qué medios? A través de cooptar la prensa, el cine, los medios, la gran empresa con antivalores. A través de una conducta, ética y estéticamente promotora del resentimiento y una deliberada y activa destrucción de los elementos que representan la generosidad, que en una sociedad es la frágil argamasa que nos une y nos vincula: la tradición, la devoción a nuestros antepasados y -lo que hoy está a la mano- el conocimiento que permita abrirle los ojos al mundo que nos rodea, sacándole el tarro que ponen sobre las cabezas de los gobernados, los medios de comunicación, revolucionarios y demagogos. Una antropología del hombre y de la mujer que es la nuestra, la verdadera, la que construye familias, comunidades, naciones y la paz verdadera. Las viejas virtudes cardinales que son las únicas vigas maestras que sostienen la convivencia.
La política debe estar a la altura de los tiempos como decía Ortega. Vivimos en la era del Cesarismo, de la política de masas, de la tecnología invasiva; época de las grandes megalópolis y de la comunicación tecnológica sin fronteras donde, quiérase o no, el espacio de Lo Político (Carl Schmitt dixit) se ha expandido sin contrapesos. En tal sentido viajamos contracorriente porque conforme lo que nos enseña Marañón, el resentimiento es una pasión que florece preferentemente en las grandes ciudades.
Y en este escenario Cesariano, el
otro gran enemigo es la demagogia. Y esto se combate de una manera mucho
más sencilla: haciendo al demagogo responsable penalmente de sus conductas
mentirosas. Nadie puede ser juez si falla contra derecho explícito por seguir lo políticamente correcto
o por corrupción. Si lo hace debe pagar penalmente.
Ningún político puede hacer un acto jurídico público o privado que sea taxativamente contrario a
lo que su partido político proclama o a lo que él haya sostenido para ser
ungido democráticamente. Ningún militar puede traicionar su juramento a la
bandera. Si así lo hiciere, debe pagar penalmente. La mentira de un niño se
castiga con un cucurucho mirando la pared. La prevaricación de un juez, la mentira
de un político, la traición de un militar debe castigarse con cárcel.
El imperio del derecho es lo único que nos salva en los tiempos turbulentos que
enfrentamos.
Esperamos que el despertar que se
avizora pueda obrar como un rompehielos y no solo como una tabla de surf que
nos haga caer cuando la ola nos envuelva.
Marzo 2025
[2] Tiberio. Historia de un resentimiento.
[3] Juan 13:34
[4] El partido Comunista de Chile tiene todos los inicios
de año una fiesta de secta que ellos llaman la Fiesta de los abrazos. Se
me figura que la mayoría de esos abrazados gustarían de acompañarse de un
puñal. Ver comunistas abrazándose es como ver a una pantera abrazando a un león.
Algo no cuadra.
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