Nuestro sistema político. No
funciona. ¿Para qué describir lo que todo el mundo sabe?: la convivencia hecha
trizas por el total y completo irrespeto a las normas jurídicas, morales y
hábitos de conducta que la hacen posible. Los espacios públicos dominados por
el terrorismo, la delincuencia y la fealdad de los grafiteros. La convivencia superficial,
solo se sustenta en una aceptable -aun- situación económica de las masas y en
la opulencia de las élites. Las instituciones creadas y pagadas por todos los
contribuyentes para reprimir a quienes no respetan esas normas -razón de ser
del estado-, colaboran con los delincuentes y reprimen a los custodios de la
ley. El okupa de La Moneda, indulta y premia con pensiones vitalicias a
delincuentes violentos que destruyeron Santiago y expropiaron los espacios
públicos a los ciudadanos. El mundo exactamente al revés. Quienes deben con sus
acciones reparar este entuerto, perplejos, confusos o copartícipes de esta
descomposición.
¿Cómo se arregla esto? ¿Cómo se
recompone la convivencia? ¿Cómo recuperar el espacio público para las personas
que cumplen, trabajan, se esmeran por ser respetuosos de la ley y empáticos?
¿Cómo se combate y reprime a los grafiteros, lanzas a chorro, asaltantes,
traficantes de drogas, homicidas, descuartizadores, asesinos por encargo,
defraudadores del fisco y un largo etcétera?
¿Qué las instituciones vigentes
funcionen? ¿Más rigor en las calificaciones de los miembros del poder judicial;
muchos de cuyos integrantes sentencian contra texto expreso de la ley; lista 4
y fuera? ¿Depurar el Tribunal Constitucional de operadores políticos?
¿Reemplazar a los activistas políticos revolucionarios y ayudistas de la
corrupción, enquistados en el Ministerio Público? ¿Reemplazar en los próximos
comicios a todos los parlamentarios que han apoyado por acción o por omisión a
delincuentes sean “primera línea”, o a sus camaradas de partido sorprendidos en
desfalcos y rapiñas? ¿Elegir a un presidente de “derechas”? ¿Vaciar la
administración pública de ociosos que dilapidan los recursos que pagan a duras
penas los hombres y mujeres de trabajo?
Aunque todo ello fuera posible
(lo que no parece factible), con toda seguridad no bastaría. No bastaría,
porque las causas de esta descomposición seguirían en pie.
¿Dónde se encuentra la madre del
cordero? Pareciera que todas las recetas ideológicas ofrecidas apuntan en un
sentido tal, que disuelve en vez de componer la convivencia social, la paz
pública y en consecuencia la genuina libertad. ¿Dónde está la causa de este
desorden global? ¿Hay una causa o muchas? El sentido de estas letras apunta
a develar una de ellas que es condición necesaria, sino suficiente, del caos
existente.
En su reflexión sobre las ideas y
las creencias, el filósofo español Julián Marías conjetura sobre la conducta
humana[1]:
lanzado a la existencia, el hijo de mujer procura instalarse en la
circunstancia. Aquello lo hace premunido de sus creencias sobre la
realidad. Amparado en esas creencias, edifica la estructura de sus ideas y
juicios sobre la contingencia. Esta tesis filosófica, obviamente es una
abstracción de un fenómeno no individual sino colectivo, porque no existe el
Robinson Crusoe. Nos instalamos eficazmente en la realidad contingente
amparados en la tradición. Los que nos rodean – por antonomasia, nuestra
madre, padre y la sociedad -, nos transfieren esas creencias[2],
y compartimos con ellos – en tiempos de estabilidad social- la estructura de
ideas que nos permiten ordenar nuestra existencia. La consecuencia de que los
individuos sean capaces de ordenar sus existencias a dicha estructura, es la
calidad de la convivencia que se llama paz social.
¿Qué sucede cuando se disuelven
las creencias? ¿Qué sucede cuando no hay convicciones basales sobre la
realidad? Sucede que quedan solo las ideas, huérfanas de una raíz. Y esas ideas
las adoptamos ortopédicamente como creencias. Surge pues el ideologismo. Este
fenómeno, que viene gestándose desde hace más de un siglo, explica varios
aspectos de nuestro caos contingente.
En efecto, la causalidad de la
compleja situación de la modernidad contingente, tiene una explicación también compleja:
el problema es epistemológico. El error está en la respuesta que se nos
ofrece a la pregunta, ¿cómo se forma el pensamiento crítico?, es decir, aquel
cúmulo de representaciones racionales que explican la realidad que nos toca
vivir. Y el efecto de ese error, condiciona que la modernidad se golpea como
las moscas en el cristal buscando salir a la luz del día. Lo que en
occidente nos mantiene con un pie atado a una estaca que impide salir del
atolladero en que nos encontramos, es la respuesta epistemológica que sostiene
el sistema de creencias. ¿Cuál es esta creencia en un mundo sin creencias? Pues
que serían las ideas las que formatean[3]
la realidad. Esa es la piedra basal del ideologismo.
¿Cómo salir de la anomia y caos contingente?
Falazmente, el ideologismo imperante dirá que, para solucionar el desorden contemporáneo
necesitaríamos nuevas ideas. Aquel es un error común o transversal entre
quienes se auto perciben como contendores en el mundo de las ideas de la
modernidad tardía que nos toca vivir. Hago una breve sinopsis de como se ha
manifestado este error.
Primera ideología: El relato dice
que un buen día, Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Diderot y su mesnada, se
ponen a pensar iluminados por la razón (como si antes de ellos nadie hubiese razonado)
y se les ocurren una serie de ideas que causan, provocan y dan sustento a la
revolución francesa, que, conforme al mismo relato, es el gran salto hacia el progreso,
mito sustitutivo de la tradición religiosa salvífica que sustentó hasta
entonces en occidente, la convivencia social.
Segunda ideología: Un judío
resentido y odioso con su círculo social y racial [4]
que le vio nacer, Carlos Marx; apoyado y financiado por otro judío que comparte
la hostilidad de su camarada a sus hermanos de sangre y de cultura, Federico
Engels; con elocuencia y retórica genial, idean un relato genealógico del
devenir humano basado en algo que se les aparecía en la realidad contingente
que les tocaba vivir. El relato oficial dice que sus ideas, fueron el sustento
del devenir político y social trágico que sucediera en Rusia.
Tercera ideología: En la post
segunda guerra, un grupo de franceses que deambulan en una sociedad hiper
opulenta, donde es posible vivir y prosperar sin realizar trabajo productivo
alguno, más que elucubrar interpretaciones de la realidad (fundan una nueva
profesión: la de los intelectuales), y ensalzados por una burguesía
cansada y nihilista, “descubren” ideas que ya habían sido formuladas por un
personaje dostoyevskiano de nacionalidad italiana: Antonio Gramsci[5].
La verdadera revolución que el marxismo clásico no podría consumar[6],
se haría posible según ellos, partiendo por demoler la cultura, (deconstruir
es el nuevo verbo) es decir, destruir las relaciones sociales aceptadas y
aceptables que hacen posible la convivencia. Su gran logro, es una asonada
juvenil de niños ricos ocurrida en París en 1968. “Iluminarían” la sociedad
para erradicar las injusticias y males del mundo, a través de una idea genial:
destruir todas las identidades y relaciones (prohibido prohibir sería su lema)
para reedificar su nueva utopía: una sociedad de seres asexuados, pacíficos y
disciplinados. Es útil para ponderar la valía de sus ideas, conocer
detalladamente el perfil de la moralidad de conducta cotidiana de aquellos
intelectuales[7], quienes
se identificaron por la ausencia completa de las reglas de vida y respeto al
prójimo, reglas que ilustran a cualquier persona con sentido común. Por sus
obras los conoceréis, nos enseña el Salvador.
Muchos que pretenden reaccionar y
detener el desastre contemporáneo, creen que este se debe solucionar con nuevas
concepciones ideológicas que se opongan a las anteriores. Un nuevo dibujo de
una realidad plasmada en una hoja en blanco, según inspiración de un nuevo
ideal. Habría pues que rastrear en las bibliotecas, para encontrar aquel anillo
de los Nibelungos que nos permita recuperar la convivencia, la justicia y la
libertad. Los reaccionarios intelectualmente más rústicos, postulan que será
una política económica la que, a través de generar más prosperidad, redimirá a
las masas de andar pensando tonteras.[8]
Pero … no funciona así la
historia, no funciona así el género humano, no funciona así la convivencia
entre hijos de mujer. ¿Por qué? Poque las ideas no son más que representaciones
imperfectas. ¿De qué?: de la realidad del mundo que se proyecta sobre nuestra
psique, dotada en primer lugar de emociones y en segundo lugar de racionalidad.
¿Qué hizo posible los cambios en
la estructura social francesa que permitieron aquella asonada sangrienta e
inicua llamada revolución francesa? Algo muy trivial: La acumulación de riqueza
que la tecnología de la época hizo posible, lo que permitía que los valores que
sustentaban la sociedad tradicional francesa, perdiesen vigor sin grave
consecuencia visible. Las barreras morales se hicieron inútiles o al menos, no
funcionales. No era necesario para prosperar y disfrutar de la vida las
restricciones morales prescritas por la sociedad tradicional de entonces. La
misma acumulación de riqueza, la imprenta y otros bienes económicos cotidianos
(ropa, vivienda, agua corriente y alimentación a discreción, no disponibles un
siglo antes) fue lo que hizo posible la existencia de “los intelectuales” que
formularon la ideología y el estilo de vida despreocupado que animó a los
revolucionarios. Incluso los que fungían de reaccionarios como Mirabeau, eran también
destructores del orden tradicional por esas mismas condiciones de posibilidad.
Años después, la sociedad inglesa,
gracias también a los logros tecnológicos alcanzados, fue profundizando una más
rigurosa división del trabajo en los sistemas de producción y la
especialización social derivada de ella. De esta manera se hizo posible que
hubiese a disposición de la sociedad bienes de consumo y de capital, alcanzables
para una población mayor. Surgió la acumulación de capital que hasta el día de
hoy se le llama capitalismo. Fue esta la condición de posibilidad de la
explotación de obreros por patrones. En aquel orden social, libre de
restricciones morales, se generó una dinámica en que los tiburones más dotados
intelectual y emocionalmente pudieron usar y las más veces abusar de otros
miembros de la sociedad para beneficio propio. Entonces, un intelectual
impotente para prosperar en ese ambiente, capturado por una emocionalidad e
intelecto volcánico, retrata esa realidad en el relato genealógico de la
sociedad humana recién mencionado, cuando no falso, equívoco. Carlos Marx
siguiendo la tradición rabínica de su raza oficia de profeta: la supresión del
capitalismo traerá como consecuencia necesaria la sociedad comunista. Otro
resentido social, Victor Ilich Lenin, dañado emocionalmente por el asesinato de
su hermano por la policía política zarista, potencia su psique homicida y con
el apoyo del alto mando militar alemán (siempre en la historia las malas ideas
las tienen los expertos) quienes lo financian para que destruya la
sociedad del enemigo circunstancial, Rusia, desarrolla su obra satánica. Esta
melcocha de acontecimientos históricos da lugar a la tragedia genocida que la
historia conoce como revolución rusa.
Otra sociedad – la posterior a
1945- ordenada por otras nuevas y potentes circunstancias tecnológicas, permite
la profundización de la división del trabajo capitalista pero esta vez no
amparada en una explotación inmisericorde sino en relaciones laborales soft, generando
una prosperidad inédita de hombres y mujeres, calificados o no, vulgares o
sofisticados, dueños o no de sus existencias, haciendo desaparecer aquel
proletariado de las ensoñaciones marxistas. Democráticamente nivelados, individuos
y masas, se desplazan en automóvil, pueden viajar, pueden tener vacaciones,
todas circunstancias que sus abuelos ni se soñaron. En Asia y en nuestra
Latinoamérica tardíamente se alcanza ese estado de “desarrollo” que se
reflejaba en sociedades más disciplinadas, lo que generó tensiones y
resentimientos derivados por la pulsión basal que es la envidia estimulada por
la propaganda revolucionaria. Para mayor impacto sobre la vida social e
individual, en los 60 del siglo XX, a través de un fármaco, se le hace posible
a la mujer planificar su maternidad y por lo tanto su sexualidad. La llamada
liberación femenina, no surge de una idea; surge de un fármaco. Pero se acumulan
más aun las complicaciones. Cuando en Chile recién nos estábamos acostumbrando
a “disfrutar” de la american way of life, en las postrimerías del siglo
XX, casi alcanzando este anhelado desarrollo como le bautizan los
economistas, llega otro tsunami tecnológico: las comunicaciones electrónicas.
Personas que nunca tuvieron opinión sobre el acontecer, sin ilustración
cultural alguna, ahora son emisores de emociones, pulsiones y a veces (las
menos) ideas y conceptos. La sociedad de masas, dependiente hasta entonces de
una élite de emisores, se expande por la auto emisión de percepciones. Las
masas pasan entonces a auto percibirse poderosas y falazmente autovalentes. Son
los empoderados, el peor subproducto moral que pudiere darse para
sostener la convivencia social. Una mezcla fatal entre El Señorito Satisfecho
que describe Ortega en la Rebelión de las Masas, y El Último Hombre
que retrata Nietzsche en Así Hablaba Zaratustra, pero en versión vulgar de
analfabetos funcionales. Todo ello acompañado de una caída en picada de la
educación pública, el mejor subproducto social de la ilustración, factor de
cohesión en los albores de la república.
Pregunto: ¿La demolición de la
estructura social que sufrimos en Chile y en occidente, es, como denuncian
intelectuales de derecha, causada por las ideas de Foucauld, Sartre, Gramsci,
la Bouvoir y sus discípulas norteamericanas feministas? No. Absolutamente no.
Los intelectuales de la nueva izquierda mencionados, simplemente vieron venir (en
parte, porque el tsunami de las comunicaciones nadie lo previó) este cambio y
lo interpretaron y relataron, como un paso hacia la dichosa revolución, que ya
deberíamos saber, es un unicornio inexistente. Sus ideas, huérfanas de
creencias basales, han sido una nueva interpretación de la realidad, fundada en
la franquía que ha hecho posible los cambios tecnológicos; y estos son la causa
del reformateo de la vida post moderna. No son las ideas las que cambiaron
la realidad social; fue la realidad social formateada por la tecnología, la que
cambió las ideas.
Entonces ¿no tenemos solución?
¿Acaso el mundo que nos rodea, la vida humana, la sociedad, está fatalmente al
albedrio de las circunstancias? ¿acaso la sociedad humana está condenada como
tal a disolverse y nos convertiremos en individuos cual mónadas solitarias consumidoras
de bienes y servicios que nos permitan una alegre esclavitud, como sueñan los
miembros del Foro Económico Mundial?
Quisiéramos, sostenidos por la
virtud teologal de la esperanza, creer que el péndulo del extravío moderno se
moverá en contra de esta tendencia de un modo natural y automático. Pero es
menester enfrentarnos a una realidad bastante más tétrica: se necesita una
acción humana para que, individual y colectivamente aquello suceda. A Dios
rogando y con el mazo dando, dice el refrán. Pero en una nueva receta
ideológica, no está la solución.
Si la mayoría de la sociedad se
percibiese extraviada y azorada por el vacío existencial de la post modernidad
y en consecuencia angustiada, la tarea sería fácil: proponer un camino, una
idea, un derrotero, un nuevo contrato social que contuviese y sustentase
la convivencia. Pero como aquello no sucede, el problema es mucho más grave: El
hombre y la mujer masa, post modernos no se reconocen extraviados de un camino.
Por el contrario, se auto perciben omnipotentes[9].
Ese es el mito vigente: la omnipotencia o empoderamiento. Pero como esa auto
percepción es falsa, es mentirosa y las mentiras, como nos enseñaron nuestras
madres tienen piernas cortas y el resultado concreto de esta falsa autopercepción,
es que la convivencia social desde París del 68 se viene disolviendo precisamente
gracias a la conducta activa o pasiva de los empoderados, que tiene por
consecuencia la implosión de las reglas de convivencia propiciada por ellos. Un
estado de anomia letal para la vida en común.
¿Cuál es el camino para detener
esta disolución? Antes de abordar cursos de acción redentores, es menester
reconocer las limitaciones que nos opone la circunstancia contingente. Y la más
relevante es reconocer que la sociedad contemporánea carece de creencias
basales. En la historia, estas no se compran en la botica, no se inventan
de un día para otro, son una creación cultural lenta y afanosa. No podemos
pretender reordenar la sociedad en torno a una convicción compartida por todos
de la noche a la mañana. En un mundo donde la ciencia ha descubierto la
relatividad del tiempo y del espacio, la expansión en aceleración del universo
físico, la cadena de ADN y la física subatómica, no podemos resucitar
convicciones tradicionales que ilustraron la vida social en siglos pretéritos,
cuando no existían estas evidencia. Pretender resucitar una estructura de
creencias fenecida es un esfuerzo estéril.
Huérfanos de creencias ¿podemos
detener el caos? ¿podemos contener el nihilismo ambiental de las masas? Creo
que sí, pero no de una manera alegre e indolora. Los tiempos son rudos. Sila,
el vencedor de la cruenta guerra civil en Roma, lo consiguió, pero no de una
manera muy académica. Octavio Augusto con rudeza pasó por sobre todas
las instituciones sacrosantas romanas, en aras de una paz social, que de otra
manera era imposible. Fue un gran destructor de estructuras anquilosadas y las
sustituyó por una autocracia rígida y autoritaria.
Es preciso en este punto, no
confundir creencias con relatos. Este concepto acuñado por la
metafísica de la desesperanza y un nihilismo existencialista contemporáneo, da
cuenta de una falacia: que las creencias son un relato más, igual que cualquier
invento ideológico. Eso no es verdad. Por la patria, por ejemplo, mucha gente
está dispuesta a morir. Por el desarrollo económico, nadie. Una creencia
no es un relato. Una creencia es una convicción que nos confiere sentido de
vida.
Es verdad que la izquierda
revolucionaria tuvo en el siglo XX un relato que movilizó masas enajenadas a su
muerte y destrucción. Hoy no los tiene. El nazismo alemán también lo tuvo. La
derecha, especialmente en su vertiente materialista, vive anhelando tener un
relato como aquellos que los movimientos revolucionarios materialistas del
siglo XX tuvieron. Pero sus objetivos explícitos (prosperidad, desarrollo
económico, libertad individual para hacer lo que me venga en gana) no alcanzan
a conmover y emocionar a las masas. Sus relatos no son creencias. No confieren
sentido.
Y así también sucede con los
llamados neo relatos de la izquierda del siglo XXI; no confieren sentido y ni
siquiera soflaman a las masas enajenadas como el comunismo y el nazismo lo hizo
en el siglo pasado.
¿Ejemplos de neo relatos? Los
conocemos hasta la náusea:
La ideología de género, que por
su superficialidad teórica y su nulidad empírica ni siquiera la merece llamarse
ideología. Es más bien un corpus de silogismos repetidos con la técnica de
saturación mental, que, aceitada con los recursos financieros de una élite opulenta
y depravada, manipula las mentes más frágiles del mundo contemporáneo, que son muchas.[10]
La devoción irreflexiva por los
cambios tecnológicos alimentada por un relato que pretende ver en la tecnología
una redención y que nos habla de una nueva era de inteligencia artificial (un
oxímoron como concepto). Se profetisa alegremente del control de la vida humana
por los cacharros y franquías tecnológicas[11],
como si se tratara de un destino fatal y necesario, pero a la vez liberador. En
base a un reduccionismo de los órdenes de magnitud de la complejidad de la vida
biológica, se postula con una pedantería infantil, que, con la programación cibernética,
esa vida -un misterio por donde se la mire- es capaz de replicarse y superarse
por el hombre.
¿Llegan solos estos relatos a las
masas? ¿Son inducidos o espontáneos? ¿Son descubrimientos de la inteligencia libre
de personas más dotadas intelectualmente? La respuesta es categóricamente no. Son
imposiciones a macha martillo de formateos mentales de las masas. Son fruto de
una operación política destinada al control global y universal de las masas.
Son una Torre de Babel moderna que pretende suprimir la humanidad de las masas
sometiéndolas a un condicionamiento como el Paulus a sus perros. Pero en esta reflexión
no me abocaré a explicar y justificar esta afirmación sobre la que existe
suficiente información en la literatura contemporánea y en la web.
Solo me enfocaré sobre dos premisas
que servirán de herramientas para desmontar estos neo relatos y de esta
manera ayudar a la Divina Providencia a impulsar el péndulo de nuestra nación y
de nuestra cultura occidental, desde la oscuridad contemporánea hacia una mayor
comprensión y claridad de nuestra aventura existencial como creaturas.
1.
La política ES una pulsión atávica a
través de la cual, los seres humanos mejor dotados emocional e
intelectualmente, pretenden controlar las vidas de quienes son menos dotados.
¿qué motiva esta conducta? Al percibirse limitados por el tiempo y por el
espacio, los hijos de mujer pretendemos proporcionarnos certezas respecto del
futuro. La hegemonía y la política pretenden en último término aquello:
certezas respecto del futuro y control de las voluntades y de los espacios
donde se desarrolla la vida. A través de la política los detentadores del poder
buscan que las voluntades de los gobernados se ajusten a márgenes que permitan
hacer predecible el futuro y a través de la hegemonía limitar los espacios
físicos de cada cual y así evitar colisiones. La política es imponer un orden
para impedir la natural tendencia al caos y la entropía.
Esta realidad viene siendo en nuestra cultura
occidental, soslayada, ocultada, deformada y, en extremo negada. El afán por
legitimar la política como un quehacer ético[12],
es un esfuerzo intelectual -no factico- que nos acompaña estimo, desde la
reforma y la contra reforma. Del esfuerzo de mistificar la política por esta
ilustración académica emanan graves confusiones que es menester desmontar
ordenándose a los siguientes conceptos:
a) La
política DEBE SER un quehacer donde, los que aspiran a dominar,
ajusten sus conductas a las virtudes cardinales[13].
Con eso basta, el resto se dará por añadidura. Nobleza obliga, dice el
adagio y eso quiere decir que los que buscan dominar sobre los demás, se
encuentran atados a la obligación de ser virtuosos y obrar en pro del bien
común. Esta realidad evidente ha sido
suprimida por las ideologías en boga. Este imperativo ético que ha tenido y
tendrá por los siglos de los siglos, sus ondulaciones es condición de
posibilidad de todo orden jurídico justo. No hay progreso en la conducta
humana. La historiografía o historia científica así lo demuestra. Las culturas
orientales hace milenios lo tienen claro. Nosotros los occidentales,
prisioneros de escatologías lineales, aun creemos en alcanzar un desiderátum
temporal que nunca llega. Los que pretendan mandar, deben estar jurídicamente
seleccionados entre los mejores. Para conducir un automóvil que potencialmente
puede causar daños, es menester tener una licencia. Para conducir a millones de
seres humanos, hoy nadie debe demostrar ninguna virtud que asegure que no
causará daño. ¿Se entiende donde está la causa de nuestro extravío colectivo?
La política debería estar restringida en su ejercicio a un nuevo tipo de nobles:
Aquellos que demuestren y garanticen su idoneidad moral.
b) La
política NO DEBE SER, precisamente lo que hoy impera: el esfuerzo por
imponer una agenda, una receta, un deber ser idealista, un modelo ideal de
sociedad. El idealismo o ideologismo imperante pretende un unicornio que es -en
sus versiones contemporáneas- la revolución que propicia la izquierda, o
del pleno desarrollo que propicia la derecha. Un deber ser donde la
conducta del agente no es menester que sea virtuosa. Lo político en
la modernidad tardía, está sustraído de la calidad de la conducta moral de sus
agentes. Por el contrario. el buen político es hoy el cazurro, el zorro
que espera a la presa sobre seguro. Josef Pieper[14]
en su obra sobre las virtudes, nos advierte la profunda confusión y
degeneración de la prudencia, no como virtud cardinal, sino como conducta
astuta, artera, sobre seguro y cobarde. Y esto no es válido solamente para los
actores políticos revolucionarios y extremistas. En una entrevista que le hicieron
al finado expresidente Sebastián Piñera sobre su conducta, cuando como senador,
noticiado de información que tendría un impacto de mercado, uso y abusó de
información privilegiada con fines de lucro. Contestó para exculparse, que no había
estándar superior a la ley. Él había sido sorprendido en aquella falta que
retrataba su codicia desordenada, pero había pagado la multa, con lo cual había
quedado compensada su deuda con la sociedad. La cuestión no es solo atingente a
Sebastián Piñera, porque posteriormente a esa explicación, la mayoría
electoral, lo eligió Presidente de la República. Demuestra pues que su escala
de valores es compartida por una mayoría, electoral al menos.
¿Por
qué no debe ser la política el esfuerzo por imponer agendas o ideales? Primero,
porque esos estados ideales no existen ni existirán jamás, porque la naturaleza
humana es y seguirá siendo siempre la misma atada a nuestras limitaciones
existenciales. Segundo porque en aras de hacer posibles esas agendas e
ideales, se han asesinado o se les ha privado del derecho a la vida a millones
de seres humanos como nosotros. Millones de vidas, de promesas de ser, se han
apagado o no han visto la luz, gracias a los mitos de la modernidad. Una
política virtuosa hoy, ejercida solo por hombres y mujeres nobles, es
incompatible con toda receta ideológica diseñada mirando hacia atrás. ¿Por qué?
Porque entendida la política como la instalación de un modelo, de una receta
respecto de cómo organizar la sociedad, se cuelan como gestores del poder
público, lo más bajo del género humano, tal como lo vemos hoy, donde decir político
es sinónimo de un individuo mentiroso, artero, traidor y dispuesto a las
mayores vilezas humanas para conservar o conquistar el poder formal.
¿Por
qué es tan importante recuperar la moralidad de la política? Porque la
moralidad de los gobernantes es la única receta para obtener la legitimación
del poder, esto es, una conducta positiva de los gobernados dispuesta a
soportar las limitaciones personales, en aras del bien común general. La
legitimidad no es consecuencia de la calidad de un régimen político formal
-monarquía, aristocracia o democracia -. La legitimidad es la consecuencia de
la percepción emocional y racional de los gobernados, que el gobernante obra en
beneficio del interés público. La evidencia que en occidente la legitimidad
del poder está por los suelos es que no existe afinidad emocional en la mayoría de los estados
nacionales, entre gobernante y gobernados.
2.
Es imposible organizar una sociedad en base a
una estructura de derechos individuales como se sostiene por parte de todo
el espectro político, como un mantra intocable. Si siempre fue difícil hacerlo,
y el relato que existe de ello desde la ilustración es mañoso y mentiroso, con
mucho mayor razón en una sociedad tecnologizada que le confiere un enorme poder
al individuo, respecto a la comunidad. Esta premisa de los derechos inalienables,
es suicida de la convivencia a mediano plazo.
La soberanía
del individuo debe restringirse al derecho a la vida, a la familia y su
protección física y a la propiedad. Sostener un orden político con una retahíla
de derechos que imponen gravámenes intolerables para el resto de la comunidad,
es promesa de caos o de tiranía. Dar a cada uno lo suyo, impone simplificar
esta estructura y codificar rigurosamente y con técnicas legislativas precisas,
los deberes de los ciudadanos.
Si en términos
estrictamente lógicos, una sociedad de derechos fue siempre un oxímoron, una
contradicción en sí misma, por cuanto la vida en comunidad supone
necesariamente una red de inhibiciones del individuo omnipotente, en base a una
estructura de usos, costumbres, normas morales y normas jurídicas, donde esto
se hace particularmente notorio es en una sociedad como la contemporánea, complejizada
por la tecnología que confiere al individuo un enorme poder.
Sostengo que
el relato de la sociedad de derechos, impuesto desde la ilustración en adelante,
y que se ha visto barroquizado en los últimos tiempos por aquellos teóricos
que hablan de derechos de segunda y de tercera generación, se encuentra
completamente agotado. La ideología de los derechos humanos, donde se relata
una especie de expansión progresiva de los derechos de los individuos, es la
promesa de muerte de toda sociedad, pero en especial de la sociedad tecnológica
contemporánea.
La única forma de reorganizar la sociedad
contemporánea, atendida la potencia de los medios físicos a disposición del
individuo y de grupos intermedios, es hacerlo al amparo de los deberes
individuales. Es preciso girar el gobernalle de la política en ciento ochenta
grados. La sociedad contemporánea será una sociedad de deberes, o no será. Así
de grave.
La declaración
Universal de los derechos del hombre ha sido un constructo rústico ideado e
impuesto desde una potencia hegemónica poco sofisticada que surgió en el
horizonte mundial al cabo de la Segunda Guerra Mundial. Poco sofisticada me
refiero en sus fundamentos filosóficos y jurídicos son febles. Su estructura
está pensada para ejercer hegemonía política antes que dar a cada uno lo suyo.
Esa convención
debe ser sustituida por un código riguroso de deberes. Los derechos son solo la
consecuencia del cumplimiento consciente y estricto de los deberes.
[1] Antropología Metafísica. Julián Marías
[2] Se funda Marías en la teoría desarrollada por Ortega y
Gasset en su ensayo Ideas y Creencias.
[3] Este neologismo es útil para ilustrar la pretensión de
ordenar la sociedad a una idea sobre ella.
[4] Lo dice él, no yo, en dos ensayos por él escritos
intitulados La cuestión judía y El Pueblo Judío a través de la
Historia.
[5] Basta con leer su vida acosada por la pobreza
miserable, observar en sus fotos, su fealdad física causada por el mal de pott,
leer su obra y apreciar su inteligencia y elocuencia literaria extraordinaria,
para tener un exacto perfil sicológico del personaje: un consumado resentido
social en busca de una compensación existencial. Un Caín moderno que clama
contra el mundo, causante de su desgraciada vida.
[6] No las podía consumar por la sencilla razón que sus
premisas eran falsas y sus cursos de acción erróneos
[7] Althuser asesinó a su esposa, Foucauld debió huir de
Túnez acusado por violación sodomítica de niños, Bouvoir madre del feminismo
ideológico paradójicamente fue una esclava sexual de un narcisista como Sartre,
que siendo judío, colaboró con los nazis en la persecución de sus hermanos de
raza. Realidades puras y duras para calificar que calidad de personas eran y en
consecuencia, cuáles fueron sus pulsiones emocionales desde donde brotan sus
ideas.
[8] He aquí la razón por la cual la llamada derecha, en
las sociedades contemporáneas siempre carece de un sentido colectivo y fracasa.
Hay una novela de José María Gironella que se llama Condenados a Vivir, en
la cual se retrata como se desinfla el espíritu de los vencedores de la guerra
civil española en un nihilismo chato y materialista, tan materialista como el
que habían combatido en los campos de batalla.
[9] Aquí está la explicación del por qué los partidos
progresistas en las democracias occidentales tienen el gran nivel de apoyo que
ostentan y porqué la llamada derecha desde Charles de Gaulle en adelante,
siempre se desinfla.
[10] Beauvoir, Butler y un largo etcétera de mentes
brillantes, promovidas a macha martillo por los dueños del dinero
[11] Alvin Toffler con su obra La Tercera Ola en los 80,
y recientemente Yuval Noha Hararí con su Homo Deus.
[12] Aquí me refiero a ética entendida como adjetivo, esto
es, conducta recta
[13] Prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
[14] Las Virtudes Fundamentales Josef Pieper.
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