Los que cruzamos el umbral de los
65, nos deleitábamos de niños con una serie cómica de televisión que se llamaba,
Perdidos en el Espacio. Una familia típica norteamericana había sido
enviada a la exploración de las galaxias siderales, perdiendo la ruta. Y en la
nave se había infiltrado un espía villano que hablaba con acento de Europa del Este,
traidor, artero y cobarde, que no conseguía consumar sus bellaquerías, gracias
a un prudente y sabio robot que desfacía los entuertos provocados por el
siniestro Míster Smith.
Solo el título de la serie sirve
para describir con exacta nitidez a nuestra elite que controla el poder del Estado
de Chile. No su comicidad, porque nuestra situación nacional es más bien trágica.
El extravío de la clase política,
judicial, policial, militar y comunicacional, es total y absoluto respecto de
la realidad que los circunda. Esa élite, disfruta de un bienestar, comodidad,
lujo, desahogo y holgura económica, que los mantiene asépticos y los induce a
perseverar en una estructura ideológica y en una interpretación de la realidad
social, que se encuentra completa y totalmente divorciada de la experiencia
práctica de la casi totalidad de los chilenos, (exceptuados los habitantes de guetos
de prosperidad extrema, que son los barrios más pudientes del país). No solo
están perdidos en el espacio, como los personajes de la serial; es qué también
lo están en el tiempo. Si el okupa de La Moneda, Boric, tuviese la sagacidad del
siniestro Smith, podríamos considerarlo el malo de la película, pero sucede que
nuestro seudo revolucionario, carece de la inteligencia mínima para calificar
de villano.
Roma, en su mayor estado de
apogeo económico sufrió la implosión (estallido hacia el interior) de su
estructura política, desde que Julio César cruzara el Rubicón en el 49 AC.
Guerras civiles, cuartelazos, demagogos, oligarcas ambiciosos, abogados
elocuentes; todo se confabuló para generar un estado de ánimo que el
historiador Tácito describió para explicar, lo que hizo posible que un
mozalbete, armado solo de una prudencia muy elemental, como Octavio Augusto, fuese
capaz de causar el desmoronamiento de un sistema político -la república- que
había regido por centurias. La historiografía lo ha explicado con las dos
palabras que refiero en el título: Cuncta Fessa; Todos hartos,
todos cansados. Todos chatos. ¿Quién? el pueblo; ¿de quién? de las
élites. En alguna medida, nos posee ese estado de ánimo de los romanos del
siglo primero.
Digo, en alguna medida, porque es evidente que hay una especie de letargia moral que induce a estimar normales y aceptables, la delincuencia, la represión judicial a Carabineros de Chile por el cumplir con su deber policial, la prisión de ancianos en Punta Peuco, la mayoría completamente inocentes de los delitos que se les imputan. si es que existen esos delitos; la falta de reacción, que es el aspecto más peligroso de nuestra circunstancia contingente.
¿Tiene que degradarse más aun la institucionalidad y la convivencia para que la población reaccione? ¿o es que a diferencia del año 24 AC en Roma, el pueblo es más pasivo y bastará un relator populista y demagógico para que lo sigan como los ratones al flautista de Hamelin?
El episodio de la pandemia y de las vacunas induce a pensar que las masas son hoy como perritos del circo a los que se puede condicionar facilmente que salten por las argollas. La molicie que provoca el satisfactorio nivel de vida y subsistencia para la mayoría, algo tiene que ver.
Dios quiera que alguna circunstancia terrena o divina ilumine los corazones de Chile y reaccionemos a las monstruosidades que he relacionado.
Abril de 2024
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