La clase política acordó un pacto
por la paz y la democracia, amedrentada por el lumpen que asolaba las calles a
fines de 2019. El fenómeno de insurrección tenía causas que a ningún miembro de
esa élite interesó[1].
Solo salvar el estatus quo de su dominancia, los inspiró a ceder a la sentida
aspiración de la población chilena, que según las encuestas a menos del 3%
de la población le interesaba: una nueva constitución. Se condujeron pues estas
élites, de la misma forma que lo hicieron los girondinos y mencheviques en los
episodios de demolición social que la historia conoce como revolución francesa y
revolución rusa.
El resultado de tan brillante
y preclara solución se manifestó en el completo desplome de la sociedad
chilena en los ámbitos social, económico y político: un incremento exponencial de
la violencia terrorista y delictual, una generalizada anomia o aversión a
cumplir con sus deberes ciudadanos, la caída en vertical de la productividad de
los trabajadores y de la responsabilidad social de los empresarios, la
destrucción física de las ciudades y espacios públicos y el generalizado feísmo
que transformó a Chile de ser una nación con voluntad tensa, a una poseída por
una tristeza laxa y pesimista, atravesada por un generalizado, sálvese quien
pueda.
Naturalmente la culpa de todo este
deterioro -datos sociológicamente medibles – la clase política se los endosará
en su relato, a la pandemia, otro relato falso, totalitariamente
impuesto por las élites globalistas, con la anuencia y apoyo de nuestra élite
criolla. Pero, si bien la pandemia ha deteriorado generalizadamente la
convivencia social en el mundo – logro perseguido por sus gestores – es cuestión
de viajar por el mundo, y viajar por Chile, para darse cuenta quien se ha
deteriorado más severamente y en base a ello ponderar.
Azuzados y asustados por el
lumpen politick – el peor estado de ánimo para obrar sabiamente - las élites
aprobaron una modificación a la aportillada constitución vigente. Dicha
modificación manifestada en los artículos 127 y siguientes de nuestra malhadada
carta fundamental, son una clase magistral de estupidez política. Se creó un
órgano antidemocrático, a la medida del mismo lumpen politick que los
amedrentaba, donde minorías ínfimas de subversivos amparados bajo el paragua de
pueblos originarios y asociaciones creadas para la ocasión, obtuvieron -como
era de prever- una mayoría en la pomposamente llamada Convención Constituyente.
Un grupo de ignorantes, inadaptados sociales, analfabetos funcionales, disfrazados
de distinta manera, cooptó este triste cuerpo colegiado, de tal manera que
cualquier hijo de mujer dotado de una mínima capacidad deductiva, podía
proyectar e imaginar cual sería el resultado. La élite política en cambio se
manifestaba después de instalada esta convención, satisfecha y generalizadamente
confiada que ese verdadero zoológico humano, nos propondría un texto que
construiría la casa de todos, donde todos seríamos felices y
comeríamos perdices.
A pesar del intenso amasijo cerebral al que la
televisión somete cotidianamente a la población y al proceso de desinformación
llevado a cabo por la patrulla juvenil de inadaptados que nos gobiernan, las
encuestas señalaron que el mamarracho que produjo este grupo de ignorantes notables
sería categóricamente rechazado y que volvería a regir la constitución
redactada por constitucionalistas de todas las tendencias políticas y que había
servido de base para el progreso de Chile durante 40 años. La sentida aspiración
de tener una nueva constitución se manifestaba pues más falsa que judas. Todo
ello en base a las mismas reglas constitucionales aprobadas por nuestros temerosos
líderes.
Pero ¿cuál era el problema de que
esto sucediera pura y simplemente? Piense estimado lector ¿Qué reacción social
produciría un resultado de rechazo luego de dos años de despilfarro de recursos
fiscales y de estrés impuesto a la población chilena, donde debimos soportar
que un ínfimo grupúsculo de individuos moralmente incalificados nos mantuvieran
en ascuas? Correcta la respuesta que se está imaginando: Le pediríamos, más
bien, le exigiríamos a esa élite que pagara la cuenta. ¿Cómo? Pues desalojándoles
del único espacio que constituye su razón de existir: el poder
burocrático-político del que viven y se enriquecen.
¿Qué hizo esta élite ante el
peligro? Se alinearon tirios y troyanos. Dentro de los miembros de la élite que
apoyaban el rechazo dieron su palabra de honor[2]
-así dijo Evelyn Mattei-[3]
que harían sus mejores esfuerzos para continuar con el proceso constituyente
que era esa sentida aspiración apoyada por un 3% de la población. Pero
no solo eso; han rebajado los quorum de aprobación de modificaciones a la
constitución al 57%[4] lo
que significa que con una mayoría relativa se puede arrasar con los intereses y
la opinión del 42% de la población. Justamente lo que no es la democracia y que
caracteriza al totalitarismo[5].
En el otro costado, dentro de los que ven en el mamarracho constitucional la
oportunidad anhelada de un estado totalitario, y por ende van por el apruebo,
han dado su palabra[6],
para modificar el esperpento, en los aspectos más grotescos e imposibles de
disolver para el trago de tachuelas. En otras palabras, si gana el apruebo, seguirá
el espectáculo, si gana el rechazo, también. Los políticos en el medio, el país
paralizado, los terroristas haciendo su tarea sistemática de destrucción, la
autoridad del estado ausente etc. etc. etc.
El fraude electoral que se ha
ventilado como un peligro escatológico de unos funcionarios oscuros enquistados
en el Servicio Electoral, no era tal. El verdadero fraude electoral está ahora
voceado por toda la élite. No es secreto. Ellos lo promueven y lo anuncian. Crearon
unas normas e impulsaron un proceso para salvar su pega, que era apoyado en el
momento que lo acordaron por el 3% -estadísticamente medido- de la población.
Proceso que se ha acreditado un total y completo despilfarro. Ante el peligro
que esa evidencia, la elite se ha confabulado para vulnerar la decisión de la
población.
Cualquiera sea el resultado
estimado lector, la única opción para que Chile vuelva ser libre, seguro,
próspero y éticamente recuperado en su conciencia que los deberes ciudadanos
están antes que cualquier derecho, es desalojar a TODA esta élite corrompida que
tanto daño ha hecho a la convivencia social.
agosto de 2022
[1] De este mismo autor, ver condiciones de posibilidad de
la crisis de octubre de 2019. https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2019/11/algunas-condiciones-deposibilidad-de-la.html
[2] Palabra de honor para un político de esta generación, es como decir agua seca.
[3] Que a estas alturas semeja uno de esos personajes de
los cuentos de los hermanos Grimm
[4] Dicen 4/7 para ocultar lo grotesco de esta propuesta
[5] Por eso es injusto tildar a los políticos de ratas.
Las ratas jamás destruirían el nido de sus hijos por conservar sus privilegios
[6] Ibidem nota 1
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