La élite política en Chile y en
el mundo occidental se esfuerza en tapar el sol con el dedo. Se resiste a
reconocer que el sistema de creencias que estructuró el orden político
occidental desde 1945, se encuentra fatalmente agotado. Una metástasis
irremediable descompone todos sus fundamentos.
La doctrina de los derechos
humanos, que habiendo desechado la moral trascendente que ordenaba a occidente hasta
entonces -precariamente, hay que decirlo-, fijó fronteras entre los buenos y
los malos, de la mano de la Princesa Leya de entonces, Eleonor Roosvelt, quien
cual Moisés bajó del Monte Sinaí, y nos legó con el pomposo título de Declaración
Universal de los Derechos Humanos, un corpus pretendidamente universal y jurídico,
pero con un tufillo a moralina kantiana y anglosajona. Conceptualmente precario
y superficial, al cabo de pocas décadas ha degenerado en un grotesco medio de
hegemonía política que induce a una permisividad sin obligaciones, incompatible
con las básicas normas de convivencia. Este corpus y sus ramificaciones, es hoy
incapaz de asegurar la seguridad y el orden público y por consecuencia la vida humana
en sus manifestaciones más básicas.
Igualmente agonizan los acuerdos sobre
la libertad de comercio, Breton Woods, Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional etc. Un orden económico mundial basado en la
hegemonía de una nación, que entonces era modelo de ciudadanos trabajadores que
honraban sus compromisos. Aquel orden se ahoga hoy sin oxígeno, bajo la presión
de una deuda privada y pública impagable, en un contexto de expectativas económicas
desbocadas de una población masificada. Paradojalmente la población, como nunca
en la historia conocida, goza de bienestar material, pero el sistema les impide acceder
a la propiedad de cosas reales como una vivienda propia. La domus, requisito
primordial para ser señores y no esclavos, les es inalcanzable. Población que demanda
y presiona desordenadamente por más seguridad y mejores bienes y servicios, instigados
por demagogos que la agitan como lo han hecho desde los albores de la historia. Un caldo en ebullición que avizora inestabilidad
social creciente. No tendréis nada y seréis felices, como pregonabla don Joaquín Lavin Infante.
Tal como esos matrimonio de
pueblo chico en que los cónyuges son infieles mutuamente, pero se presentan en
sociedad como la pareja ideal, cuando todos saben del timo, la élite política y
económica que disfruta del status quo, encerrada en sus guetos mentales y
materiales, sigue agitando los brazos narcotizados por sus propias mentiras y
autoengaños, pretendiendo que el gatopardismo es la solución: que todo cambie
para que todo siga igual. Simulando revoluciones y contra revoluciones de niños
bien, al estilo del Frente Amplio o de Evopoli, con líderes sonrientes que
brillan en los matinales de TV, cegándose deliberadamente a ver la creciente sordidez
de las megalópolis donde la miseria moral, la violencia, los narcóticos (que muchos
de ellos mismos consumen) atraen la delincuencia como las moscas a la basura, mientras
la imposibilidad de acceder a la vivienda propia, hacer familia y tomar el
control de sus vidas, asfixian a la mayoría de la población.
¡Cuantas veces ha sucedido esto
en la historia!
Entonces, cuando surgen
liderazgos que, despreciando la moralina de códigos de conducta caducos,
ofrecen un camino de solución práctico que salve la convivencia, donde los
jóvenes puedan prosperar y retomar el control de sus vidas, esta élite
gatopardezca se alinea de capitán a paje para denunciarlos como populistas,
fascistas, extremistas, aparecidos, sin trayectoria etc. A
veces estas élites embriagadas por sus propias mentiras, tienen éxito gracias
a que las masas están también narcotizadas por este falaz espíritu del
Gatopardo, como sucede en Francia, España, Gran Bretaña y especialmente en
Alemania, donde el ejercicio de la soberanía popular más parece una ceremonia
de suicidio colectivo al estilo Jim Jones.
Entonces, al surgir líderes como los que ha levantado Donald Trump en los EEUU, Marcos Rubio o J.D. Vance, personas que se distinguen por la calidad de sus conductas, en síntesis: hombres virtuosos, la élite debe renovar su arsenal de epítetos para concitar el desprecio de las masas.
En Chile, bajo el manto protector
de la Virgen del Carmen, surge en el horizonte un hombre joven que parece
encarnar ese género de liderazgo: Johannes Kaiser.
No hay que ser un politólogo
repleto de estudios de post grado, para darse cuenta de que él, obtendrá una
mayoría electoral que bien podría, Dios mediante, ser una mayoría abrumadora
que aplastase el espíritu gatopardezco de las élites. Él, parece encarnar aquel
liderazgo inmortal de quienes, desde los confines de la historia, recuperan la
convivencia pacífica de los pueblos, bajo la fórmula de propiciar la elevación de la calidad de las
conductas de gobernantes y gobernados. Aquel inmutable principio republicano que en los albores de Chile
independiente nos legó el inmortal Portales: sumisión a la ley escrita promulgada
con antelación a las conductas y ejercitar, gobernantes y gobernados, el
respeto de las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Cuando la carne está algo añeja,
los cocineros la rocían de especias para ocultar su añejez. En esta contienda
electoral surgen esos cocineros facinerosos de la mano de los mass media,
empresas de encuestaje, dinero de empresarios prebendarios etc. En nuestro
caso, de nada servirá. La podredumbre de la élite es demasiado grotesca y
evidente para ocultarla con aderezos. Por otra parte, no se puede tapar el sol
con el dedo: el corpus de creencias que animó a occidente yace en el suelo cual
cristal roto.
El triunfo electoral de J. Kaiser
será imposible de evitar por esas élites caducas. La tarea posterior será pues monumental:
recuperar el respeto a la ley de autoridades y ciudadanos, moderar las expectativas
de las masas disconformes, seducir a aquellas personas para que dejen de ser
masas y pasen a tener el control de sus vidas, reconquistar los espacios
públicos para las familias y para los hombres y mujeres de buena voluntad, orientar
el orden económico para que los jóvenes, en base al trabajo y esfuerzo
personal, tengan un horizonte de expectativas
razonables donde puedan prosperar haciendo familia, acabar con el victimismo y recordar el principio que cada cual es responsable de la consecuencia de sus actos.
Marzo 2025