La epistemología es la rama de la
filosofía que estudia, de qué manera y bajo qué condiciones, se forma el
pensamiento racional. Podrá estar tentado el lector de abandonar la lectura de
estas letras al estimar que, aquel quehacer intelectual es patrimonio y
ocupación de los filósofos profesionales. Le pediría un poco de paciencia por
cuanto, a través de la ilación de las siguientes ideas, es posible despejar
algunas confusiones de las tantas en que nos tiene sumida esta modernidad
tardía.
Desear y querer, son verbos que
suponen la existencia del tiempo. Una realidad determinada, estacionada en un
momento X, deseo/quiero transformarla en otra realidad en un futuro Z. ¿Cuándo
deseamos por primera vez? Exactamente en el momento que salimos del vientre
materno que es el momento donde el tiempo nos invade y condiciona. El bebé
llora en la búsqueda de un estado diferente al que le rodea. Y esa es la
condición que nos acompaña hasta nuestra muerte o hasta que, por razones
fisiológicas, perdemos la conciencia.
Alguna doctrina mística ve
posible que la conciencia adquiera una estado estacionario donde el deseo
abandone nuestro espíritu. No soy capaz de imaginar aquello. O será quizá que
el místico esté poseído de un deseo único: no desear. Lo que sí es indudable es
que el místico está, al igual que usted y yo, atrapado en esta realidad que nos
resulta tan trivial e insuperable: el tiempo.
No soy experto en estudios
teológicos, pero me atrevería a decir que Dios, ente atemporal, no desea. No
tiene deseos por cuanto para Él, no existe el futuro ni el pasado. La
antropologización que las escrituras hacen de Dios, como un ser que se frustra
y exhorta a sus criaturas deseando alguna conducta de ellas, me parece, es para
que nosotros, en nuestra mínima capacidad de comprensión, nos representemos al
inconmensurable misterio de Dios.
Pero, ¿qué relación tiene el
deseo con la formación del pensamiento racional? Aquí viene la idea que
extraigo de la filosofía orteguiana[1]:
En algún momento de la historia, los pensadores, fascinados con la capacidad
humana de crear ciencia tecnológica a través especialmente de la matemática, estimaron
que la razón y la racionalidad humana, era el alfa y el omega del conocimiento.
Todo lo que no provenía del método racional era opinión o error. El fundador
del pensamiento ilustrado, Inmanuel Kant en la introducción de su obra, Crítica
a la Razón Pura, reconoce que pretende, en el plano de las ciencias del
espíritu, emular a Newton. Pero la experiencia indica qué la racionalidad es
una entre varias herramientas que dispone la inteligencia humana, en el proceso
del conocimiento.
El proceso del conocimiento no es
otra cosa que darse una representación abstracta de la realidad. ¿Y para qué es
este afán de darse una representación abstracta de la realidad? Pues para saber
a qué atenernos en nuestro caminar a través del tiempo y del espacio. Es un
medio para administrar nuestra existencia en el mundo.
¿Cómo opera
este proceso de aprehensión de la realidad en una psiquis sana?[2]
1) La
conciencia se instala en una perspectiva. Esta perspectiva es una disposición
volitiva de poner atención en un aspecto de la realidad contingente que nos
rodea; nuestra circunstancia;
2) Este
poner atención en un aspecto de la realidad y no en otro, es un acto de
voluntad;
3) puesta
la conciencia en esa disposición volitiva, la realidad contingente se refleja
en nuestra psiquis;
4)
en función de esa disposición volitiva y de los
estímulos de la circunstancia, nos formamos un juicio de la realidad
contingente.
En simple: nos formamos
el juicio que deseamos/queremos formarnos en una circunstancia determinada.
Estimar que el juicio que nos
formamos de la realidad, depende en exclusiva de la razón es un error. Estimar
que somos un procesador de estímulos sensoriales en estado puro, y que basta
nuestra disposición para ser “objetivos” y formarnos un juicio racional de la
realidad, comporta una puerilidad del racionalismo y una implícita arrogancia
intelectual bastante obtusa.
El buen juicio entonces depende… del
buen deseo. Porque el juicio que nos formamos está previamente focalizado por
nuestra voluntad. Ponemos atención en … algo determinado y no en la realidad
completa. El juicio pues está condicionado por nuestra voluntad. De la calidad
de nuestro deseo emanará pues la calidad de nuestro juicio. ¿Cuál es el
problema en la sociedad contemporánea? La calidad de los deseos. Estos han
degenerado en ansiedad, que es un estado de agitación, inquietud y zozobra del
ánimo que pareciera acompañarnos como la sombra al cuerpo. Aquello tiene muchas
causas y una de ellas, que estimo en gran medida, es el no saber administrar la
tecnología omnipresente que nos rodea.
¿Dónde está pues la clave para
salir del sumidero existencial en que se encuentra occidente? En el arte de
desear; en la elegancia, palabra que etimológicamente viene del latín elegantia
y significa cualidad del que extrae lo mejor, originado en legere
(escoger cosechar). El querer puede ser elegante, el desear también. En
italiano el varón que declara su amor erótico honesto, dice a la amada: ti
voglio bene.
¿Qué hacer para qué en esta modernidad
tardía aspiremos a la elegancia en el desear? Propongo aproximaciones para remediar nuestra la zozobra moderna.
La filosofía contemporánea, ha
demostrado ser insuficiente para interpretar la influencia de la técnica que
condiciona nuestra circunstancia, como causa de la crisis que nos rodea. Así,
los cacharros y artilugios tecnológicos con que convivimos, son asumidos como
“bienes”, sin una deliberación holística sobre sus efectos positivos o nocivos.
La sicología clínica ha puesto
alarmas al respecto, pero en el ámbito de lo público, lo político, en aquello
que supone administrar la alteridad entre voluntades, los remedios que se
proponen en un mundo reformateado por la tecnología, resultan flacos y faltos
de integridad capaz de reunir bajo un paraguas conceptual, a los buenos. Esto
es, a los individuos que aspiran honestamente inducir el bien común general.
Porque la técnica, hermana del
pensamiento racionalista (no diré ni madre ni hija por cuanto esa precisión
demandaría un largo análisis), ha impuesto una grave afectación al acto de
voluntad y a la perspectiva desde donde se observa la realidad y en consecuencia
de su resultado, esto es, del juicio que de la realidad nos formamos.
La calidad de este juicio de la
realidad resulta más flaco, más superficial menos funcional a la expansión de
nuestro potencial humano, que el juicio de la realidad que movilizaba a los
hombres de hace uno o dos siglos atrás. No estoy diciendo que todo tiempo
pasado fue mejor. Estoy observando que las “verdades” que movilizan
colectivamente al hombre de hoy, les parecerían pueriles y casi infantiles a los hombres del
siglo diecinueve.
En la discusión contemporánea se
proponen ideales - desarrollo económico, derechos humanos, inclusividad,
igualdad – sin cuestionarse, de qué, hacia donde, con qué objetivo. Los
ideales contemporáneos son simples jingles publicitarios sin un sentido humano
integral.
Querer y desear son dos verbos
que los separan una abstracción racionalista. Querer es tener la voluntad o
determinación de ejecutar algo. Desear es el movimiento afectivo que nos induce a ejecutar
algo. Si aceptamos la propuesta epistemológica perspectivista que he descrito,
ambas palabras significan lo mismo. Ambas preceden, son anteriores al juico
racional y lo condicionan. Hoy lo racional puede resultar emocionalmente
aberrante, como lo es el homicidio del nonato disfrazado de aborto que se
legitima racionalmente como "derecho reproductivo".
Pero esta arbitrariedad de las
emociones y voluntades es susceptible de ordenarse. Aquella es la tarea del
político en el exacto sentido de la palabra; al conductor de voluntades para
orientarlas al bien común general. No como los demagogos que campean en el
espacio público que estiman sacrosantas los caprichos de las masas.
Ese sentido degenerado de la
política esta teñido por el nihilismo contemporáneo, el cual no cree posible y
rechaza todo juicio de sentido, toda teleología, venga de donde venga.
Paradojalmente la razón de existir de la filosofía, es la búsqueda de sentido
al hombre y al mundo. El nihilismo materialista es la negación de la filosofía
y en consecuencia de la política.
Se observa en el horizonte un
amanecer de saturación de este sin-sentido con que los liderazgos sociales,
políticos, académicos y hasta religiosos, nos conducen. Hay un atisbo de una
aurora de Dios, de obrar en función de un deber ser luminoso de las cosas.
Agosto de 2024
[1] Especialmente de su obra Qué Es Filosofía,
Obras Completas, Tomo IV páginas 273 y siguientes.
[2]
Digo, una psiquis sana, para
ilustrar que nuestra perspectiva y el reflejo que la realidad nos proyecta está
condicionado por nuestra historia de vida. Si nuestra experiencia vital ha sido
afectada por estímulos que hubieren dañado nuestra musculatura emocional,
nuestra disposición estará condicionada a instalarnos en una perspectiva que
busque compensar ese daño. En ese sentido el aparato de percepción es como una
lente con que observamos la contingencia. Si esa lente ha sufrido trastornos
que la hayan dañado, la tarea de la voluntad es pulir esa lente para que la luz
pueda cruzar a través de ella sin distorsiones. El psicoanálisis trata
precisamente de desentrañar esa historia de vida e identificar daños para
repararlos.
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