lunes, 12 de agosto de 2024

LA MODERNIDAD Y LA CRISIS DE LOS DESEOS

La epistemología es la rama de la filosofía que estudia, de qué manera y bajo qué condiciones, se forma el pensamiento racional. Podrá estar tentado el lector de abandonar la lectura de estas letras al estimar que, aquel quehacer intelectual es patrimonio y ocupación de los filósofos profesionales. Le pediría un poco de paciencia por cuanto, a través de la ilación de las siguientes ideas, es posible despejar algunas confusiones de las tantas en que nos tiene sumida esta modernidad tardía.

Desear y querer, son verbos que suponen la existencia del tiempo. Una realidad determinada, estacionada en un momento X, deseo/quiero transformarla en otra realidad en un futuro Z. ¿Cuándo deseamos por primera vez? Exactamente en el momento que salimos del vientre materno que es el momento donde el tiempo nos invade y condiciona. El bebé llora en la búsqueda de un estado diferente al que le rodea. Y esa es la condición que nos acompaña hasta nuestra muerte o hasta que, por razones fisiológicas, perdemos la conciencia.

Alguna doctrina mística ve posible que la conciencia adquiera una estado estacionario donde el deseo abandone nuestro espíritu. No soy capaz de imaginar aquello. O será quizá que el místico esté poseído de un deseo único: no desear. Lo que sí es indudable es que el místico está, al igual que usted y yo, atrapado en esta realidad que nos resulta tan trivial e insuperable: el tiempo.

No soy experto en estudios teológicos, pero me atrevería a decir que Dios, ente atemporal, no desea. No tiene deseos por cuanto para Él, no existe el futuro ni el pasado. La antropologización que las escrituras hacen de Dios, como un ser que se frustra y exhorta a sus criaturas deseando alguna conducta de ellas, me parece, es para que nosotros, en nuestra mínima capacidad de comprensión, nos representemos al inconmensurable misterio de Dios.

Pero, ¿qué relación tiene el deseo con la formación del pensamiento racional? Aquí viene la idea que extraigo de la filosofía orteguiana[1]: En algún momento de la historia, los pensadores, fascinados con la capacidad humana de crear ciencia tecnológica a través especialmente de la matemática, estimaron que la razón y la racionalidad humana, era el alfa y el omega del conocimiento. Todo lo que no provenía del método racional era opinión o error. El fundador del pensamiento ilustrado, Inmanuel Kant en la introducción de su obra, Crítica a la Razón Pura, reconoce que pretende, en el plano de las ciencias del espíritu, emular a Newton. Pero la experiencia indica qué la racionalidad es una entre varias herramientas que dispone la inteligencia humana, en el proceso del conocimiento.

El proceso del conocimiento no es otra cosa que darse una representación abstracta de la realidad. ¿Y para qué es este afán de darse una representación abstracta de la realidad? Pues para saber a qué atenernos en nuestro caminar a través del tiempo y del espacio. Es un medio para administrar nuestra existencia en el mundo.

¿Cómo opera este proceso de aprehensión de la realidad en una psiquis sana?[2]

1)      La conciencia se instala en una perspectiva. Esta perspectiva es una disposición volitiva de poner atención en un aspecto de la realidad contingente que nos rodea; nuestra circunstancia;

2)      Este poner atención en un aspecto de la realidad y no en otro, es un acto de voluntad;

3)      puesta la conciencia en esa disposición volitiva, la realidad contingente se refleja en nuestra psiquis;

4)      en función de esa disposición volitiva y de los estímulos de la circunstancia, nos formamos un juicio de la realidad contingente.

En simple: nos formamos el juicio que deseamos/queremos formarnos en una circunstancia determinada.

Estimar que el juicio que nos formamos de la realidad, depende en exclusiva de la razón es un error. Estimar que somos un procesador de estímulos sensoriales en estado puro, y que basta nuestra disposición para ser “objetivos” y formarnos un juicio racional de la realidad, comporta una puerilidad del racionalismo y una implícita arrogancia intelectual bastante obtusa.

El buen juicio entonces depende… del buen deseo. Porque el juicio que nos formamos está previamente focalizado por nuestra voluntad. Ponemos atención en … algo determinado y no en la realidad completa. El juicio pues está condicionado por nuestra voluntad. De la calidad de nuestro deseo emanará pues la calidad de nuestro juicio. ¿Cuál es el problema en la sociedad contemporánea? La calidad de los deseos. Estos han degenerado en ansiedad, que es un estado de agitación, inquietud y zozobra del ánimo que pareciera acompañarnos como la sombra al cuerpo. Aquello tiene muchas causas y una de ellas, que estimo en gran medida, es el no saber administrar la tecnología omnipresente que nos rodea.

¿Dónde está pues la clave para salir del sumidero existencial en que se encuentra occidente? En el arte de desear; en la elegancia, palabra que etimológicamente viene del latín elegantia y significa cualidad del que extrae lo mejor, originado en legere (escoger cosechar). El querer puede ser elegante, el desear también. En italiano el varón que declara su amor erótico honesto, dice a la amada: ti voglio bene.

¿Qué hacer para qué en esta modernidad tardía aspiremos a la elegancia en el desear? Propongo aproximaciones para remediar nuestra la zozobra moderna.

La filosofía contemporánea, ha demostrado ser insuficiente para interpretar la influencia de la técnica que condiciona nuestra circunstancia, como causa de la crisis que nos rodea. Así, los cacharros y artilugios tecnológicos con que convivimos, son asumidos como “bienes”, sin una deliberación holística sobre sus efectos positivos o nocivos.

La sicología clínica ha puesto alarmas al respecto, pero en el ámbito de lo público, lo político, en aquello que supone administrar la alteridad entre voluntades, los remedios que se proponen en un mundo reformateado por la tecnología, resultan flacos y faltos de integridad capaz de reunir bajo un paraguas conceptual, a los buenos. Esto es, a los individuos que aspiran honestamente inducir el bien común general.

Porque la técnica, hermana del pensamiento racionalista (no diré ni madre ni hija por cuanto esa precisión demandaría un largo análisis), ha impuesto una grave afectación al acto de voluntad y a la perspectiva desde donde se observa la realidad y en consecuencia de su resultado, esto es, del juicio que de la realidad nos formamos.

La calidad de este juicio de la realidad resulta más flaco, más superficial menos funcional a la expansión de nuestro potencial humano, que el juicio de la realidad que movilizaba a los hombres de hace uno o dos siglos atrás. No estoy diciendo que todo tiempo pasado fue mejor. Estoy observando que las “verdades” que movilizan colectivamente al hombre de hoy, les parecerían pueriles y casi infantiles a los hombres del siglo diecinueve.

En la discusión contemporánea se proponen ideales - desarrollo económico, derechos humanos, inclusividad, igualdad – sin cuestionarse, de qué, hacia donde, con qué objetivo. Los ideales contemporáneos son simples jingles publicitarios sin un sentido humano integral.

Querer y desear son dos verbos que los separan una abstracción racionalista. Querer es tener la voluntad o determinación de ejecutar algo. Desear es el movimiento afectivo que nos induce a ejecutar algo. Si aceptamos la propuesta epistemológica perspectivista que he descrito, ambas palabras significan lo mismo. Ambas preceden, son anteriores al juico racional y lo condicionan. Hoy lo racional puede resultar emocionalmente aberrante, como lo es el homicidio del nonato disfrazado de aborto que se legitima racionalmente como "derecho reproductivo".

Pero esta arbitrariedad de las emociones y voluntades es susceptible de ordenarse. Aquella es la tarea del político en el exacto sentido de la palabra; al conductor de voluntades para orientarlas al bien común general. No como los demagogos que campean en el espacio público que estiman sacrosantas los caprichos de las masas.

Ese sentido degenerado de la política esta teñido por el nihilismo contemporáneo, el cual no cree posible y rechaza todo juicio de sentido, toda teleología, venga de donde venga. Paradojalmente la razón de existir de la filosofía, es la búsqueda de sentido al hombre y al mundo. El nihilismo materialista es la negación de la filosofía y en consecuencia de la política.

Se observa en el horizonte un amanecer de saturación de este sin-sentido con que los liderazgos sociales, políticos, académicos y hasta religiosos, nos conducen. Hay un atisbo de una aurora de Dios, de obrar en función de un deber ser luminoso de las cosas.

Agosto de 2024



[1] Especialmente de su obra Qué Es Filosofía, Obras Completas, Tomo IV páginas 273 y siguientes.

[2] Digo, una psiquis sana, para ilustrar que nuestra perspectiva y el reflejo que la realidad nos proyecta está condicionado por nuestra historia de vida. Si nuestra experiencia vital ha sido afectada por estímulos que hubieren dañado nuestra musculatura emocional, nuestra disposición estará condicionada a instalarnos en una perspectiva que busque compensar ese daño. En ese sentido el aparato de percepción es como una lente con que observamos la contingencia. Si esa lente ha sufrido trastornos que la hayan dañado, la tarea de la voluntad es pulir esa lente para que la luz pueda cruzar a través de ella sin distorsiones. El psicoanálisis trata precisamente de desentrañar esa historia de vida e identificar daños para repararlos.

  



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