La gente que produce es tan granada, tan
soberbia, gallarda y belicosa, qué no ha sido por rey jamás regida, ni a
extranjero dominio sometida.
La Araucana de Ercilla y Zúñiga
Estamos en un año de elecciones
para escoger las próximas autoridades políticas. Nuestra Constitución[1]
radica la soberanía en el pueblo y reconoce el concepto de la nación soberana.
Pero las normas jurídicas establecen intenciones prescriptivas y no
descriptivas, y la realidad en nuestra modernidad tardía discurre a veces por
cauces más complejos. A eso apuntan estas letras. Reflexionar si elegimos fruto
genuino de nuestra voluntad, o simplemente somos observadores pasivos de un
juego de máscaras.
En el siglo XX las potencias
nacionales dominantes reformatearon el mundo según los dictados que, Bismark en
la paz y Napoleón en la guerra, habían experimentado en los siglos
precedentes. La hegemonía debía obtenerse a cañonazos y metiendo a la población
joven a una moledora de carne humana[2].
La paz a través de una jaula dorada[3]
llamada estado que nos controle y asegure desde la cuna hasta la tumba.
La sofisticación de la tecnología
para matar llegó en 1962 a un punto ciego, cuando a propósito de la llamada Crisis
de los Misiles se acuñó el acrónimo en inglés MAD que significa, Destrucción
Masiva Asegurada. Así, los que mandaban a los jóvenes a la muerte, se lo
pensaron mejor porque ahora les llegaba a ellos. Desde entonces, la escabechina
de muertos solo se continuó contra pueblos inferiores o lejanos, con algunos “colateral
damage” en el caso de Vietnam para EE. UU. y Francia o Afganistán para la
URSS[4].
Los Estados nacionales hegemónicos,
creados como tales con la Paz de Westfalia[5],
sin poder usar la herramienta de la guerra, en nuestra post modernidad han
perdido relevancia y el poder real se radica en un conjunto de poderes
transnacionales difusos; alianzas tipo Unión Europea, agencias locales
poderosas que adquieren autonomía propia como la CIA, burocracia internacional
como el Sistema de Naciones Unidas; todas descolgadas de la soberanía
popular y del control de los individuos. Y por encima de todo, el poder del
dinero, vinculados transnacionalmente en una compleja trama que incluye, bancos
centrales, bancos privados y cárteles financieros.
Este cambio de modalidad en el
ejercicio del poder es una buena noticia para los jóvenes de las naciones
hegemónicas, porque no serán reclutados como carne de cañón, pero no son nada
de buenas para naciones pequeñas como la nuestra. Ausente la guerra al estilo
napoleónico, se han sofisticado los métodos de influir, controlar y condicionar
nuestras vidas, praxis que, en las últimas décadas provienen fundamentalmente
de poderes lejanos, remotos y muchas veces desconocidos para nosotros fruto de
una deliberada opacidad.
No obstante, lo que declara
nuestra Constitución – Chile es una república democrática – los
ciudadanos de a pie somos en mayor medida, objetos y no sujetos
del poder político. Las agendas políticas e ideológicas, nos son impuestas
desde fuera de nuestro país y normalmente sin nuestra anuencia.
Siempre es útil recordar que la
guerra y la política pretenden lo mismo: imponer voluntad y vencer
resistencias. Digámoslo claramente: Aquello de los acuerdos y del diálogo es una bolsa caza
mariposas para incautos. Entonces, reconociendo la demencia de la MAD, la
técnica para la hegemonía migró desde las guerras traga muertos, hacia refinadas
prácticas que pretenden lograr sus objetivos por medios relativamente
incruentos: 1) El control de los Estados soberanos; 2) El control de
las conciencias de los individuos; 3) La reducción de la
población humana, que, con la supresión de la guerra y el progreso
sanitario, se transformó en la obsesión de la oligarquía mundial.
Para el control de los Estados
Soberanos no hegemónicos como el nuestro, la seudo doctrina de los derechos
humanos y un seudo derecho punitivo internacional, son efectivos mecanismos de
paralizar el poder de esas soberanías locales. La delegación de jurisdicción
internacional un revolver en la sien de la soberanía nacional. La doctrina de
los derechos humanos, no es una versión renovada de la Pax Romana como se le ha
pretendido edulcorarla. La Pax Romana pretendía ordenar un mundo bárbaro en
permanente caos. A la inversa, el seudo orden jurídico internacional post 1945,
lo que pretende es un caos controlado y controlable, aplicando criterios
disolventes de la convivencia pacífica, y por supuesto excluir de ello a las
naciones hegemónicas de esas odiosas obligaciones. Prueba palpable de esta
hegemonía ha sido las indoctrinadas huestes globalistas a cargo de nuestro
Ministerio Público, que permitieron y promovieron la insurrección caótica
persiguiendo a los agentes del orden y una cabeza de playa de la gobernanza global
llamada Instituto de Derechos Humanos.
Para el control de las
conciencias había que demoler una serie de obstáculos. La religión
en general y en especial la Iglesia Católica era una de ellas; la familia
nuclear era otra; la propiedad privada y todo entorno que supone la soberanía
de los individuos para obrar conscientemente sin necesidad de sumisión al poder
hegemónico. Y por sobre todo lo anterior, la herramienta predilecta: el
miedo. Pandemias, crisis económicas y escatologías climáticas, vacunas que
son ruletas macabras donde algunos deben morir para redimir a otros, pasando
por la siembra de la violencia y caos urbano. El miedo es lo que nos animaliza
porque paraliza el arsenal de herramientas que la conciencia provee al hombre
civilizado. Nos transformamos en seres en permanente alteración tal como si
fuésemos bovinos.
Para inducir a la reducción de
la población mundial: a) píldora anticonceptiva y la consecuente
“liberación sexual” infértil; b) despenalizar el homicidio de nonatos llamado derecho
al aborto; c) “liberación” femenina promoviendo la necesidad y vocación de
trabajar fuera de casa, deteriorando en las mujeres, cuando no suprimiendo, el
rol de madre y reserva de la tradición familiar; d) ideología de género que
trivializa y promueve las desviaciones y anormalidades sexuales como una “liberación”.
Esta agenda está en curso, ha
logrado grandes triunfos, ha cambiado y deteriorado nuestra vida individual y
colectiva y es una guerra incruenta que vamos perdiendo. Cloroformados por una
prosperidad económica sin precedentes en la historia de la humanidad, no
queremos reconocer a veces lo que se encuentra frente a nuestros ojos, y solo
reaccionamos cuando se hace intolerable la injusticia, la fealdad y la maldad
que florece especialmente en las megalópolis de nuestra patria y de todo el
orbe civilizado.
La buena noticia es que esta
agenda fracasará. No tiene futuro. Por mucha tecnología y dinero que tenga a su
disposición, la distancia física, psíquica y espiritual entre la oligarquía
transnacional que la impulsa y los millones de hombres y mujeres libres dotados
de voluntad, asegura que, liberarnos de ella, está a nuestra disposición y es
solo cuestión de arrostrar la resistencia.
Como se ve, los dilemas que nos
impone una elección de gobernantes en esta modernidad tardía en un país
minúsculo como es el nuestro, son muchísimo más complejas que las clásicas
dicotomías, izquierdas y derechas; capitalismo y socialismo; OTAN o BRIC, etc.
En un océano gigantesco de
fuerzas incontrolables para el ciudadano chileno, ejercemos un poder minúsculo
al votar, pero no por eso poco importante, porque cabe preguntarse: ¿Es
relevante conservar o recuperar el control de nuestras vidas personales, en un
mundo que parece impulsarnos por carriles que no hemos escogido y a una
velocidad que bloquea nuestra capacidad de comprensión? ¿Es relevante recuperar
las condiciones que permitan a las nuevas generaciones de chilenos prosperar económicamente
y proliferar, creando familias y teniendo hijos que podamos educar conforme
nuestra visión del mundo? ¿Es relevante para nuestras vidas sostener y defender
la soberanía e independencia de esta unidad histórica llamada Chile, que se ha
fundado en el esfuerzo y la sangre de nuestros antepasados?
Si su respuesta estimado lector
es un sí a las anteriores tres preguntas, debe entonces enjuiciar en las
propuestas electorales que se ofrecen, quienes han manifestado conductas que
propician o derechamente son embajadores de las agendas globales descritas.
La oferta de la izquierda por de
pronto completa. Pero en la llamada centro y derecha si bien todos apuntan a la
prosperidad y al orden público, hay también activistas de esta agenda de modo
que su embarcación rema con un remo para adelante y otro para atrás.
Las agendas globalistas amenazan
zozobrar. Con el voto debemos dar un empujón para su desplome. Chile ha sido,
para bien o para mal, vanguardia de tendencias en occidente. Sacudámonos entonces
de la molicie, y encarnemos las cualidades que Ercilla vio en el habitante de
nuestra tierra.
La oferta electoral de Johannes
Kaiser, sin ninguna duda encarna esta resistencia virtuosa. Acompáñeme lector
en su apoyo. Derrotemos la tristeza, la fealdad, la violencia, la injustica y
la cobardía que ha empobrecido nuestro valor como nación soberana.
Por Chile. ¡Kaiser!
Agosto 2025
[1] Que debiese llamarse “gatuna”, por desafiar la muerte
reiteradas veces.
[2] Las cifras de víctimas de aquellas guerras horrorosas
desencadenadas desde palacios y oficinas cómodas y bien calefaccionadas, son
espeluznantes. Solo en Europa murieron 70 millones de seres humanos como usted
y yo.
[3] Así le llama Max Weber al Estado burocrático nacido en
el siglo XIX en su obra La Moral Protestante y el Espíritu del Capitalismo
[4] 21.000 franceses, 58.000 norteamericanos y 15.000
rusos fue la macabra cosecha, amén de los millones que murieron defendiendo su
terruño.
[5] Pactos políticos de 1648 que pusieron término a la
guerra de los 30 años y organizaron Europa en base a la soberanía de Estados
Nación, concepto que fue replicado en América luego de la emancipación de las
coronas británicas, española y portuguesa.