Es duro
vivir con miedo ¿verdad?; En eso consiste ser esclavo.
El replicante;
en la última escena de Blade Runner
La acción política es el esfuerzo
que hacen algunos por inducir la conducta de todos. La ciencia política
académica, nos enseña que lo que caracteriza a la política y su identidad de
otro fenómeno social emparentado - la guerra - son los medios que el político
utiliza para inducir esa conducta en los demás. Teóricamente el político busca
la conquista de las voluntades de los gobernados por medio de la persuasión
racional. El líder guerrero en cambio busca la supresión de la voluntad de
lucha del enemigo y para ello usará la fuerza hasta que esa voluntad
desaparezca por la aniquilación física o por la sumisión.
Pero como siempre sucede, las ciencias
académicas van por un carril y la realidad se desplaza sinuosamente conforme a
los infinitos pormenores que la condicionan, sobre todo en el caso de las
ciencias sociales, donde la voluntad humana es una especie de caja de
pandora que nunca deja de sorprendernos.
En efecto, la frontera entre la
guerra y la política es una tierra de nadie que abarca un enorme
territorio. Restringir la praxis política a la persuasión racional supone un
respeto irrestricto al valor ético de la libertad humana. Imperativo ético que
los políticos muy a menudo no respetan. Entonces aparecen medios oblicuos o
grises, que no alcanzan a calificarse como fuerza, pero que no apuntan a la
persuasión racional de las voluntades. En ese lugar se encuentra el miedo.
El miedo es una emoción que
provoca angustia por un riesgo real o imaginario. Los órdenes jurídicos
modernos, estiman que puede ser un factor que suprime y anula la voluntad libre,
eximiendo de responsabilidad penal a quien comete un crimen dominado por un miedo
insuperable.
La existencia humana convive con
la precariedad que supone el desconocimiento del futuro. Buscamos racionalmente
darnos certezas que ese futuro no nos dañará o anulará, pero no conseguimos
suprimir esa condición. Esta precariedad cuando no es administrada por la
conciencia del hombre libre, desemboca en la perversa emoción del miedo. El
heroísmo consiste en la administración personal del miedo para el logro de
bienes mayores. Los héroes son aquellos seres humanos o míticos excepcionales que
encaran la existencia y vencen el miedo en la búsqueda de un bien mayor para si
o para los demás.
En el género del miedo
distinguimos dos especies: Hay un miedo trascendental y un miedo existencial.
El miedo trascendental es el temor a la muerte y el consiguiente misterio de
nuestra existencia tras de ella. Ni los más poderosos lo logran eludir[1];
tampoco los cultores de la más acendrada fe en las bondades del mundo de
ultratumba dejan de temer a la muerte. El miedo existencial es aquel temor a
las circunstancias dañinas de la existencia, desde las más sutiles como hacer
el ridículo frente a los demás, a las más intensas como la soledad total, el
hambre, el dolor físico y moral, la privación de la libertad etc.
La modernidad ha traído a
nuestras vidas sin nuestro consentimiento y a menudo sin tener conciencia de
ello, una circunstancia que resulta deshumanizadora: La ilusión -disfrazada
de certeza- de que la existencia humana no es precaria, y que tenemos el derecho
a las certezas y seguridades respecto de nuestra existencia. Es aquella
pretensión de certezas una vana ilusión, y fuente de conflictos interminables
en nuestra relación con nosotros mismos y con nuestros prójimos. Vivimos en una
neurosis permanente respecto de dos convicciones que atenazan nuestra
existencia. Una real, empírica y fáctica; la precariedad de la existencia. Otra
ilusoria, vana pero no menos potente amparada en la seudo naturaleza artificial
que la técnica moderna ha creado a nuestro rededor: la ilusión de la seguridad
total. Estas dos realidades discurren en planos diversos. La precariedad es
ontológicamente humana, se encuentra instalada en el plano del ser; la
seguridad total es ética, es un ideal, un deseo; se encuentra instalada en el
plano del deber ser. La primera es una realidad descriptiva; la segunda
prescriptiva. Pero en la conciencia del hombre moderno esto se ha fusionado
generando en las masas[2]
una suerte de neurosis permanente. El hombre moderno ha extraviado la frontera
entre el plano de lo que es el mundo y respecto de lo que debe ser el mundo.
Las ciencias sociales se hacen eco de esta confusión creando paradigmas para entender
el mundo que extravían la existencia humana en vez de orientarla.
Las expectativas de seguridad y
certeza para las masas humanas pasan a ser, en esta confusa perspectiva, un
bien que alguien les arrebató y que otros le deben devolver. En esta
circunstancia la vida pierde esa condición humana radical: la responsabilidad
de sus propios actos. Por cuanto la existencia humana -cualquier antropología
desprejuiciada así nos lo enseña- es el fruto de la acción de cada uno para labrársela,
la conciencia de ello es la condición de posibilidad de la libertad y llevar a
la práctica aquello es radicalmente liberador.
Así las cosas, la reacción a esta
confusión neurótica entre la precariedad del mundo y el supuesto derecho a
la certeza, es un permanente estado de frustración. Entonces, la pasividad e
impotencia para encarar esa tarea personal de derrotar la precariedad personal,
desemboca en el miedo. La condición de posibilidad de resolver un problema
matemático es formularlo. En la siquis humana sucede lo mismo. Al estar mal
formulado el problema de la existencia individual este no tiene solución. Así
aflora la frustración y la violencia. La crisis del matrimonio y la familia en
el mundo contemporáneo es uno de tantos ejemplos de esta realidad.
En este contexto, siendo el miedo
una emoción omnipresente en las masas, la praxis política contemporánea utiliza
ese miedo para inducir voluntades que no puede persuadir racionalmente o que resulta
demasiado costoso hacerlo. Los totalitarismos modernos que se desplegaron en el
siglo XX apuntaron a provocar el miedo sin filtros, de manera burocrática y sistemática.
El testimonio de Solyentzin desnuda la perversión del comunismo en esta materia.
El régimen nazi por su parte, sofisticó al extremo las técnicas del
envilecimiento[3]
humano.
Reconociendo la macabra
experiencia de los totalitarismos del siglo pasado, los ordenamientos jurídicos
civilizados, han penalizado el terrorismo. Pero es ese un concepto de fronteras
muy difusas y la tipificación de las conductas terroristas es objeto de
ardientes polémicas.
Superados los totalitarismos pretéritos,
la pretensión de generar un orden totalizador subsiste, justificado en la
complejidad que un mundo de siete mil quinientos millones de habitantes impone.
Los poderosos hacen uso de un juego sucio por partida doble: se promueve
a macha martillo una visión del mundo ilustrada por las doctrinas de la irresponsabilidad
personal donde alguien debe solucionarme los problemas de mi vida[4];
y una vez inducida esta precariedad sicológica en las masas, el poder induce y hace
un uso sistemático del miedo en sus diversas gradaciones, para ordenar la
conducta de los gobernados. Y eso tiene una razón bastante trivial y
reprochable: Es más fácil gobernar una población de bovinos que una población
de hombres libres.
Chile y el mundo occidental en
general está dominado por dos acontecimientos políticos que marcarán a mi
juicio negativamente el futuro, no tanto por los objetivos perseguidos como por
el medio que se ha utilizado para inducir las conductas de tirios y troyanos. Me
refiero a la supuesta pandemia y al pretendido reemplazo de los órdenes
jurídicos y sociales promovidos por el globalismo de la burocracia internacional,
que en el caso de Chile ha promovido el mal llamado Estallido Social.
Invito al lector a reflexionar
sobre estos fenómenos a la luz de la realidad descrita desde esta perspectiva. Reconozco
que ambos fenómenos tienen un relato aparentemente plausible pero ese relato no
es condición necesaria ni suficiente para justificar la sumisión de la
población a los hechos consumados por los poderosos. Es más, en ambos fenómenos
la manifiesta imposibilidad de persuadir racionalmente a la población para que
adopten las conductas que sus gestores desean, ha gatillado el abuso de este
medio moralmente ilícito para generar sumisión.
Marzo 10 de 2021
[1] El ultra poderoso Qin Shi Huang, Emperador de China,
buscó por todos los medios el elixir de la inmortalidad e hizo construir una
ciudad de ultratumba flanqueada por los famosos soldados de terracota.
[2] Me refiero a masas para referirme al hombre masa según
la descripción que hace José Ortega y Gasset en su obra La Rebelión de las
Masas. El hombre masa es el que no desea por si mismo sino por la inducción que
terceros hacen sobre él.
[3] Nombre que le asigna el filósofo francés Gabriel Marcel
para denominar aquellas técnicas que buscan despojar a las víctimas incluso del
respeto y el control de sí mismas
[4] Las universidades y medios de comunicación son hoy día
mecanismos de adoctrinamiento para la precarización sicológica de las masas
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