Somos lanzados
a la existencia por un designio de alguien que no somos nosotros. Nadie pidió
nacer. A diferencia de los tiburones y de las esponjas, nacemos en el seno de
una mujer. A diferencia de la mayoría de los mamíferos, nuestro desarrollo a
los nueve meses de gestación es sumamente precario e incompleto. Muchas madres
mamíferas deben esforzarse para que su prole sobreviva, pero en el caso de la
mujer aquello es muchísimo más rudo. El bípedo con una enorme cabeza que ha
parido es de tal modo incapaz de valerse por sí mismo, que debe esa madre esforzarse
largos meses para que luego de tres años o más, pueda su fruto tener algunas
conductas autovalentes. A diferencia se sus compañeras de existencia mamíferas,
ella deberá además velar largos años para que esta precaria criatura sea
efectivamente autovalente. En resumen: sin que nadie nos haya consultado
nuestra opinión vemos la luz y respiramos, y nuestra vida inicialmente – y por
un largo período de tiempo - depende del cumplimiento de una obligación de un
tercero que por lo general es el mismo ser humano que nos parió.
La naturaleza
nos condiciona a la circunstancia descrita y esta celular comunidad madre hijo,
para que el género humano prospere y se expanda como lo ha hecho en la faz de
la tierra, se debe replicar en una comunidad algo mayor y más compleja: la
familia nuclear. El macho, al igual que en otras especies, pero con
obligaciones mucho más severas y extensas en el tiempo, debe velar que esa
pareja básica de madre e hijo pueda sobrevivir proveyendo lo necesario para su
existencia. Así pues, nació la institución jurídica de la familia; de una
obligación natural, condición de posibilidad de la vida de la criatura y de la
madre, se formuló la obligación jurídica. Algo menos relevante que la
obligación de la madre, la del padre o del pater familia, es la condición de
posibilidad de la prosperidad y mejor desarrollo de esa criatura parida por esa
madre atareada en su sobrevivencia.
A mayor
complejidad, para que esa criatura, esa mujer y ese macho proveedor, pudiesen
efectuar las acciones necesarias para su subsistencia y prosperidad, los otros
machos y núcleos familiares debieron abstenerse de robar sus alimentos y
bienes, matar a la criatura y saciar su apetito sexual en la hembra que está
concentrada en que ese crio sobreviva. Nace pues la comunidad que llamamos
sociedad, cruzada por obligaciones jurídicas de respeto a esos bienes de cada
núcleo familiar.
Esta
esquemática y fragmentaria genealogía de la sociedad no resultaría fácil de
refutarla si viviésemos en un estado de naturaleza, es decir una condición
primigenia de total y absoluta ausencia de las cosas, aparatos, instituciones y
facilidades en general, que el hombre se ha proveído a través de la historia en
forma acumulativa, y que hoy nos acompañan al punto de pasar por alto y hasta
olvidarnos lo que nativamente somos. En pocas palabras; si no existiese la
técnica nuestra representación del mundo sería otra, mucho más cercana a la
genealogía descrita en los párrafos precedentes.
La palabra enajenación
en una de sus acepciones significa distracción, falta de atención, embeleso;
y en otra de sus acepciones significa estado mental, temporal o
permanente, de quien no es responsable de sus actos. La realidad es una
cosa y nuestra representación de la realidad otra. La identidad entre una y
otra dependerá de cuan atento y consciente se encuentre el receptor quien
percibe esa realidad. El mundo artificial que la técnica inventada por el hombre
ha creado en nuestro contorno inmediato exige un esfuerzo del receptor atento y
consciente, por formarse una representación de la realidad más cercana al mundo
real. La falta de atención y embeleso en el mundo técnico y artificial que nos
rodea, nos puede enajenar de la realidad primigenia.
A partir de la sexta década del siglo pasado – un segundo en la historia del mundo y un minuto en la historia del hombre – surgió un artilugio que se denominó, la píldora anticonceptiva. El astuto ser humano creo este ardid para hacerlecual torero, una verónica a la naturaleza; en particular a una de las circunstancias más poderosas de la naturaleza: el sexo. La mujer entonces tuvo la posibilidad de administrar su sexualidad de una forma que la eximía de las obligaciones de la maternidad cuando ella no se encontrase dispuesta a asumir dicha obligación. Se niveló sexualmente al hombre. La píldora anticonceptiva creo yo - y muchos analistas conmigo - es el invento humano más importante desde la rueda.
En la sociedad
pre píldora anticonceptiva, la obligación familiar de la mujer era mucho más
severa que la del hombre. El hombre tenía la posibilidad de eludir
solapadamente sus obligaciones sin consecuencias adversas tan inmediatas y
graves como las que resultaban del incumplimiento de la mujer. La mujer
incumplidora era una infanticida. El hombre incumplidor un descastado que
condenaba a la pobreza a la familia. Podríamos entonces imaginar que en la sociedad
post píldora anticonceptiva la mujer sería liberada de esa desigualdad.
Pero paradojalmente aquello no sucedió.
Lo que señalo
son conjeturas derivadas de observaciones triviales. Es muy difícil que un
estudio sociológico sometido al rigor metodológico se materialice en un tan
vasto universo de realidad. Dicho eso, constato que la mujer post píldora
asumió el rol del hombre -proveedora del hogar- pero siguió pariendo y
en consecuencia asumiendo su tarea ancestral de madre. Conjeturo que la píldora
anticonceptiva no liberó a la mujer de obligaciones familiares. Al que liberó
de facto fue al hombre permitiéndole una mayor libertad sexual derivada del cambio
de las costumbres sexuales de la sociedad permitidas por la píldora.
Es ésta a mi
juicio la circunstancia presente que condiciona un estado de disconformidad de
muchas mujeres. Malestar que recogen de manera enajenada ciertas doctrinas
bautizadas como feminismo radical. Padecen estas ideologías una total distracción y falta de atención, respecto a las reales circunstancias que condicionan
este estado de malestar presente. Hablan de liberación femenina
especialmente en el ámbito sexual. Aquello es un absurdo sin sentido. La
liberación sexual femenina se produjo o se viene produciendo desde el año 1960.
Hay naciones del planeta donde esa liberación ya está de vuelta como
Suecia donde mujeres jóvenes practican y administran su castidad sexual como un
valor que no tuvieron sus madres.
A mi juicio la
demanda de las mujeres disconformes clama implícitamente por más familia
nuclear. A mi juicio la demanda lógica es por menos liberación sexual
masculina y más obligación familiar masculina. Lo que ha fallado luego de la
píldora – y quizá antes también- no es la falta de derechos, sino la falta de
deberes.
El mundo
moderno y sus facilidades genera la posibilidad de sobrevivencia de la mujer
sola y su maternidad ancestral. Pero aquello no es una circunstancia liberadora
para la mujer; por el contrario. La familia nuclear es la circunstancia
liberadora. En otras palabras, quien ha profitado del invento de la píldora
anticonceptiva ha sido el hombre. La verdadera emancipación femenina se
producirá cuando ese artilugio ceda en su beneficio y que la liberación sexual,
que se produjo hace largas décadas se transforme en una liberación de sus
potencias de conciencia humana, si es que el inmediatismo de sus obligaciones
familiares las haya limitado en alguna medida.
El feminismo
radical es otra especie más de un género muy en boga en el mundo contemporáneo:
el victimismo. Con esta falacia se pretende gobernar las voluntades de masas
humanas sin carácter y enajenadas en el segundo sentido de la palabra: estado
mental, temporal o permanente, de quien no es responsable de sus actos.
Marzo 11 de 2021
Concienzudo análisis de nuestros precarios orígenes y de las consecuencias de confundir derechos con deberes. La claridad del autor en beneficio del lector otorga la posibilidad de dilucidar la trayectoria de nuestra existencia que lleva desde hace un tiempo a esta parte ruta de colisión.
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