Un monumento es una ofrenda votiva. La palabra viene del latín y se refiere a estacionar en la memoria colectiva un hecho del pasado que le da coherencia a la colectividad humana que representa. La ofrenda que sus hijos honrados erigieron al General Baquedano, ha sido cobardemente retirada por el gobierno, el más cobarde de la historia de la república; y para peor, con la anuencia y a petición de su ejército. El mismo ejercito que Baquedano condujo en Campos de la Alianza hacia la victoria; y siendo todo adversidad, conquistó la victoria a bayoneta calada.
Todos quienes hayamos estudiado
críticamente la historia de la emancipación americana, sabemos que las guerras
para independizarnos políticamente del declinante imperio español, fueron
guerras civiles entre hermanos. Se enfrentaron ambos bandos compuestos por
personas de la misma raza, la misma religión, la misma idiosincrasia, y la
misma lengua. Muy distinto a la independencia de Argelia, de la India o de Filipinas,
donde existió una nación consolidada históricamente antes de la dominación
foránea, que se “emancipó” luego de la expulsión de los colonialistas. La
identidad nacional chilena se comenzó a forjar desde la independencia en
adelante. No existió antes.
La geografía nos ha ayudado a
forjar esa identidad. Nos ha dado un carácter singular. Pero aquello no es
suficiente. La conservación de la memoria histórica en estos cortos 200 años
resulta pues imprescindible para seguir forjando esa identidad y conservando la
que existe.
Cuando la televisión martillea
los cerebros de los pobres televidentes con las imágenes de rufianes
destruyendo la propiedad pública y privada, sin un objetivo explícito, el ángel
malo nos tienta… ¿valdrá la pena la conservación de esta memoria? ¿Valdrá la
pena identificar y promover la chilenidad cuando esos individuos despreciables,
sin honor y perversos – que pareciera ser son también chilenos – destruyen lo
que a la gente de trabajo le ha costado una vida construir, y para colmo, sin
ninguna razón?
En los tiempos que corren muchos
chilenos tienen un patrimonio superior a los 80 mil dólares. Con las maravillas
de la técnica esos chilenos con ese patrimonio podrían forjarse otro país de
residencia. Irse o quedarse; he ahí el dilema. No sé si fue Riesco, Barros
Borgoño o alguien de esa época, el que propuso en sorna: cambio país llamado
Chile por un país pequeño y plano, de preferencia cerca de París. Sin
rufianes que incendien impunemente, sin gobernantes cobardes y prevaricadores.
Sin un ejército que acepta la derrota para no meterse en problemas. País
donde podríamos estar … tranquilos.
Cuando no se ha reflexionado
bastante, se cree que la vida ideal fuera una existencia exenta de angustias y
problemas, un puro flotar en un ámbito etéreo, poblado solo de caricias. En
este sentido decía Mérimée[1]
que la felicidad es como un deseo de dormir. Pero esto es un grave error. Nuestro
organismo no funcionará si el medio en torno no lo excitase e irritase. Toda
función vital es la respuesta a una excitación; a una herida que el contorno
nos hace. La ausencia de presiones, de problemas, apagaría nuestra vida, porque
nuestro vivir es un constante aceptar heridas y un responder enérgico a esta
benéfica vulneración. Ni un individuo ni un pueblo puede vivir sin problemas:
al contrario, todo individuo, todo pueblo vive precisamente de sus problemas,
de sus destinos. La vida histórica es una permanente creación, no es un tesoro
que nos viene de regalo. Para crear hay que mantenerse perpetuamente en
entrenamiento. Y conviene recordar que la palabra entrenamiento no es sino la
traducción del vocablo askesis, ascetismo,
que usaban los griegos en los juegos atléticos y con el cual denominaban al
régimen de difíciles ejercicios a que se sometían para mantenerse «en forma»
los deportistas. Los místicos de la Edad Media tomaron este vocablo del deporte
y la vida pagana, y lo aplicaron a la actividad del hombre que, mediante un
constante ejercicio, procura mantenerse en estado de gracia, para hallarse en forma y lograr la beatitud. Pues bien,
este ascetismo, este constante entrenamiento es el único capaz de hacernos
crear. Hay que mantenerse en un constante entrenamiento; pero no basta para
sostenerlo la buena voluntad. Es preciso que las circunstancias constantemente
nos inciten; un pueblo no se pone en pie y logra disciplinarse simplemente
porque alguien, un buen día, se lo quiera sugerir, sino que, por el contrario,
tiene que sentir a toda hora en su carne multitudinaria el aguijón de los problemas
nacionales, el espolazo de su destino. Y no hay destino tan desfavorable que no
podamos fertilizar aceptándolo con jovialidad y decisión. De él, de su áspero
roce, de su ineludible angustia sacan los pueblos la capacidad para las grandes
verdades históricas. No se dude de ello: en el dolor nos hacemos y en el placer
nos gastamos.
El párrafo precedente en letra
cursiva, es el de un discurso de José Ortega y Gasset pronunciado en el
hemiciclo de la Cámara de Diputados de Chile el año 1928, quien termina su
alocución expresando: Así es como sentiría yo, si fuese chileno, la
desventura que en estos días renueva trágicamente una de las facciones más
dolorosas de vuestro destino. Porque tiene este Chile florido algo de Sísifo,
ya que como él vive junto a una alta serranía y, como él, parece condenado a
que se le venga abajo cien veces lo que con su esfuerzo cien veces elevó.
[1] Prosper Marimée; escritor francés autor de Carmen,
novela que daría lugar a la ópera del mismo nombre.
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