Me perturba el fenómeno político que estamos viviendo derivado de la
existencia de la presunta pandemia. Me perturba porque no lo entiendo. Cuando
no entendemos un fenómeno no sabemos a qué atenernos. La vida se hace procelosa
e inestable. La inteligencia inspirada en el escrutinio racional de la realidad
debería darnos la respuesta de la causalidad que el fenómeno manifiesta. Pero
esa causalidad es hoy evasiva y muy difícil de encontrar. Las decisiones
trágicamente erradas de la historia (por ejemplo; la decisión de Napoleón de
atacar Rusia; la declaración de guerra de Alemania en 1914) siempre tienen un
componente de estulticia. Pero no de pura estupidez. Hay algo más que debemos
escarbar hasta sacarnos las uñas en el esfuerzo. La realidad siempre está
compuesta de infinitos pormenores. Es el caso de este fenómeno. El objetivo de
estas letras es escarbar esa realidad escurridiza.
¿Qué parte del fenómeno no entiendo? No entiendo la razonabilidad de las
decisiones políticas en torno al tema. Es tan evidente que las decisiones
adoptadas son contrarias al bien común, que no veo la causa suficiente por la
cual se adoptan[1]. Se
declara pandemia a una gripe viral como han existido desde siempre en el pasado
y existirán por siempre en el futuro. La burocracia sanitaria mundial cambia
parámetros (hace solo cuatro años) para que una gripe no letal, sea declarada
pandemia y se activen todas las medidas de control de la población, tal y como
estuviésemos en presencia de la peste bubónica antes que esta hubiese sido
erradicada por la ciencia. Incomprensiblemente las naciones del mundo (incluidas
las gobernadas por personas inteligentes y aparentemente decentes) se pliegan a
esta declaración manifiestamente errada. Se usa un procedimiento de detección
(el llamado PCR) cuyo inventor declaró que no era idóneo para detectar virus
tipo corona. Tan poco idóneo es, que la inmensa mayoría de las personas que dan
positivo, no manifiestan ningún síntoma de la presunta enfermedad. No obstante
lo anterior y en circunstancias que nadie del establishment pone en cuestión la
inanidad del examen del pcr, se toman decisiones agraviantes a los derechos
humanos más básicos[2], teniendo
presente el número de presuntamente infectados -que no lo son necesariamente-
sin tener presente que el despreciable porcentaje de la población muestreada manifiestamente
no representa un fundamento sólido para adoptar una decisión tan grave que
afecta a la población sana. La supuesta[3]
letalidad de la enfermedad es irrelevante según reconoce la misma burocracia. Tan
incidente o menor que la de una gripe común. ¿Por qué esta orquestada campaña
de aterrorizar a la población? ¿Por qué los encierros? ¿Por qué la paralización
del comercio?
No. No creo en teorías de la conspiración del gran reseteo mundial. Es una
explicación demasiado sencilla. No niego que existan conspiradores que siempre
los hay. No niego que hay iluminados ingenieros sociales que ven extasiados que
la economía mundial y las redes de convivencia social se desplomen, pera así
permitir rediseñar el mundo desde cero. Pero no creo que la casi totalidad de
las voluntades articuladas en esta mega decisión política sean partícipes de
una conspiración. Soy más pesimista aun, que la conspiración como causa basal.
Creo que el mundo está afectado por una verdadera pandemia intelectual de
muy difícil tratamiento. Mi perspectiva me indica que esta es una manifestación
de la barbarie del especialismo[4],
el último estadio de una degradación de las perspectivas intelectuales, causada
por los excesos de la ilustración.
Las ideas nacen como descubrimiento y representación mental del mundo;
crecen, se reproducen, envejecen y mueren. Y este fenómeno se debe a que la
realidad del mundo está compuesta de infinitud de pormenores que van escrutando
esas ideas juveniles, las que van siendo progresivamente cuestionadas y cayendo
en su decrepitud.
Casi todo nuestro entorno cultural, está inspirado en las ideas de la
ilustración. Estás ideas, desde hace dos siglos y algo más, han venido cambiando
el mundo, y han ido paulatinamente desplazando la visión del mundo trascendente
que le precedió. La ilustración, nacida en Europa, coloniza el mundo y lo fue
cambiando gracias a la ciencia; y la ciencia se hizo posible gracias a la
especialización de formas de ver el mundo, especialismo que hizo posible las
destrezas y dominio de áreas del saber y la ciencia. La filosofía como ciencia
del conocimiento universal, fue desplazada por arcaica, y sus cultores se
tornaron, más que inspiradores de conductas, en especialistas en áreas del
saber filosófico. Por eso hoy, hablar de filosofía es hablar en difícil. Para
ser aceptados, los filósofos deben conducirse como especialistas, bajo
apercibimiento de ser calificados de diletantes si pretenden una visión
holística de la realidad.
Vivimos
en un mundo donde el especialista manda. Ese hombre hermético a la realidad
global, pero seguro de sí mismo por el dominio de su área de conocimiento. El
comportamiento del especialista, en política, en arte, en los usos sociales, en
las otras ciencias; tomará posiciones de primitivo, de ignorantísimo; pero las
tomará con energía y suficiencia; sin admitir — y esto es lo paradójico —
especialistas de esas cosas. Al especializarlo, la civilización le ha hecho
hermético y satisfecho dentro de su limitación; pero esta misma sensación íntima
de dominio y valía le llevará a querer predominar fuera de su especialidad. Se
comportará sin cualificación y como hombre-masa en casi todas las esferas de
vida. La advertencia no es vaga. Quienquiera puede observar la estupidez con
que piensan, juzgan y actúan hoy en política, en arte, en religión y en los
problemas generales de la vida y el mundo los "hombres de ciencia", y
claro es tras ellos, médicos, ingenieros, financieros, profesores, etcétera.
Esa condición de "no escuchar", de no someterse a instancias
superiores que reiteradamente he presentado como característica del
hombre-masa, llega al colmo precisamente en estos hombres parcialmente
cualificados. Ellos simbolizan, y en gran parte constituyen, el imperio actual
de las masas, y su barbarie es la causa inmediata de la desmoralización
colectiva[5].
La carta de presentación de esta barbarie y la
causa de su arrogante autoconfianza, es la tecnología moderna. ¡Podríamos
vencer la muerte si nos lo proponemos! declara desafiante. Pero su tecnología
-supuestamente al servicio del hombre- degrada precisamente la humanidad de los
individuos. Vivimos más, pero no sabemos para qué.
El desiderátum de esta mentalidad se ha
desnudado con el episodio de la “pandemia”. Debemos obediencia a los
especialistas que son los que saben, pero como en el cuento del aprendiz
de brujo, estos especialistas están, frente a nuestros ojos, demoliendo la
sociedad y privándonos del valor más sagrado: la libertad.
Mi pesimismo es radical. Porque creo que este
extravío no se solucionará solo con que uno o más líderes locales o mundiales, le
saquen el capirote a estos magos de un golpe, y retomen la normalidad inspirada
en el sentido común. La solución es mucho más compleja: Es preciso superar las
ideas ilustradas; superar la superespecialidad y recuperar la sabiduría
holística que alguna vez representó la religión y la filosofía. Es preciso que
la inteligencia se reenfoque a la visión del todo, y que la política recupere
su virtud basal: La prudencia. De no ser así, estos afiebrados episodios se
irán repitiendo con mayor periodicidad hasta la destrucción del hombre y del
planeta.
[1] Decenas
de millones de personas sin trabajo, sin ingresos, inestabilidad social
derivada de lo anterior, endeudamiento de los Estados a niveles nunca antes
vistos, angustia, soledad, muerte segura para los senescentes, caos y pobreza
[2] Libertad personal; libertad de trabajo; libertad de
desplazamiento; derecho a la salud etc.
[3] Los
fallecidos de Covd19 son principalmente fallecidos por muerte natural con
covid19
[4] Término
acuñado por José Ortega y Gasset, en el penúltimo capítulo de su libro La
Rebelión de las Masas. Luego de 20 años leyendo ese libro me doy cuenta que
todo el entorno de la denuncia de Ortega gira en torno a este fenómeno.
[5] Ibidem
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