Un hito en la historia de la humanidad, es la redacción de la constitución
de los Estados Unidos de Norteamérica en 1787. El encabezado de ese documento
es, Nosotros el Pueblo. Ese título ha reflejado un cambio radical en la
modalidad de ejercicio del poder político. Dejaba simbólicamente atrás la
modalidad vertical y sumisa de la obediencia al soberano, para reemplazarlos
por el ejercicio de lo que hoy nos es tan trivial, que parece hemos olvidado:
la soberanía popular.
Se concibe desde entonces, que el pueblo es el que le otorga poder al Estado.
Delega en él funciones y le impone límites a su ejercicio. La doctrina de la
soberanía popular se resume en una fórmula jurídica que hoy se haya olvidada
como un libro viejo: El Estado solo puede hacer lo que le está permitido; Los
individuos pueden hacer todo lo que no se encuentra prohibido.
Viajé a EEUU en 1998 y junto a mis hijos - niños entonces – y visité a Disneyworld
en la ciudad de Orlando, me llamó poderosamente la atención que en esos parques
de diversiones había altoparlantes que con una voz femenina seductora repetían
como una letanía “cuide sus pasos”. Me chocó porque pensé que visitaba
el país de la libertad y por consecuencia de la responsabilidad personal; ¿por
qué tenían que advertirme algo de evidente responsabilidad personal?. Ese
mensaje daba cuenta que el We the People se encontraba algo olvidado por
los norteamericanos. Más se parecía aquello a la Alemania comunista o campo de
concentración de Pol Pot en Camboya. Me explicaron que era para evitar
responsabilidades civiles del dueño del parque, en eventos de accidentes. Como
soy abogado, entendí entonces que una sociedad de mercado siempre hay un
abogado que quiere hacer más dificultosa la vida de todos.
Cuando sucedió el terremoto y Tsunami de 2010 en nuestro país, supimos que la
burocracia estatal había formulado protocolos de procedimientos (concepto que hoy nos es tan familiar) que no es otra cosa que recomendaciones a las
personas para que cuiden su seguridad personal y familiar, en un evento como el
señalado. Pero entre la estulticia periodística, el paternalismo político de
políticos protectores del pueblo, se formó la idea fuerza, que era el
Estado quien debía decirte de manera paternal e imperativa, lo que tenías que
hacer en caso de un terremoto. Como el Estado no les dio directrices claras se
aduce, fallecieron varias personas por efectos del maremoto de entonces.
Este fenómeno basado en un juicio que hacen muchas personas, me resulta particularmente
chocante porque implica una cesión de mi soberanía personal hacia un ente
impersonal: El Estado. Pero en conjunto de circunstancias han ido provocando
que las personas no solo no se resistan a que alguien vele por ellas, sino
además reclaman porque no lo hace con suficiente fuerza. No solo les acomoda
ser esclavos, sino que además piden grilletes más cortos.
Los episodios de la pandemia y del reciente aviso del fallido supuesto
maremoto, nos permite emitir dos juicios: El primero jocoso, porque el mensaje dirigido
a los celulares era un especie de “cajita feliz” de control estatal: recomendaba
distanciamiento social por el covid y arrancar del supuesto maremoto; todo en
uno. Y el segundo, la confirmación de lo que venimos pregonando desde siempre los
enemigos del totalitarismo estatal: El Estado en particular y la burocracia en
general es intrínsecamente ineficaz para administrar las disyuntivas que
naturalmente les corresponden a los individuos. Todas las intervenciones estatales
en estas materias son como película de los tres chiflados: meten la pata en el
balde, se resbalan y caen y provocan risa en los espectadores.
¿El remedio para esto? Quitarle las prerrogativas al Estado de conducir
nuestras vidas y recordar que esto nació de Nosotros, el Pueblo, y que
al Estado solo le debe corresponder hacer lo que los individuos no podemos
hacer. Cuidar nuestra salud cuando circula una enfermedad potencialmente grave,
o separarnos de la costa del mar cuando el mar se recoge después de un
terremoto, es de exclusiva responsabilidad de los hombres y mujeres adultos y
la responsabilidad sobre los niños recae exclusivamente sobre sus padres . Si
no es así tendremos peor salud, como esta sucediendo con las consecuencias de
la pandemia estatalmente controlada, y perderemos el tiempo y/o la vida por
hacerle caso al Gran Hermano en caso de maremoto.
¡Burócratas: fuera de mi vida personal!
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